La Revolución de Portugal 1974: La caída de la dictadura

A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grandola, vila morena; era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. A ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción les pasó por la cabeza que iban a protagonizar el pistoletazo de salida de uno de los procesos revolucionarios más profundos de toda la histohistoria del movimiento obrero.

I parte

Este documento está compuesto por tres artículos escritos por Jordi Rosich que aparecieron en 1999 en el periódico marxista español, El Militante, en conmemoración por el 25º aniversario de la revolución portuguesa.

INTRODUCCIÓN

A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grandola, vila morena; era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. A ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción les pasó por la cabeza que iban a protagonizar el pistoletazo de salida de uno de los procesos revolucionarios más profundos de toda la historia del movimiento obrero. Pero eso fue lo que ocurrió. Ni los dirigentes del MFA, ni los del Partido Comunista Portugués (PCP), ni los del Partido Socialista (PS), tenían en su perspectiva, ni en su programa, una revolución socialista; sin embargo, en pocos meses, las colonias portuguesas obtenían su independencia, los grandes latifundios fueron tomados por los jornaleros de la región del Alentejo, la banca y una gran parte de la industria fue nacionalizada, los trabajadores establecieron claros elementos de control en las empresas, y la burguesía, presa del pánico, perdió el control de su propio ejército, cuya base y una buena parte de los oficiales medios habían girado a la izquierda.

Esos hechos irrefutables –como escribió Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, dejemos a los moralistas analizar si estuvieron "bien" o estuvieron "mal"– deberían bastar para tratar la Revolución de los Claveles como algo más que "un peculiar acontecimiento cargado de nostalgia, protagonizado por un grupo de militares románticos pero poco realistas, y que al menos tuvo la virtud de traer a Portugal la democracia parlamentaria". Esa es, poco más o menos, la idea que la burguesía transmite en sus periódicos de la revolución de 1974, a 25 años de haberse producido; una apreciación, por cierto, bastante diferente de la que tenían los redactores de The Times al calor de los acontecimientos, cuando diagnosticaban, en la portada de su periódico, que "el capitalismo ha muerto en Portugal".

Ciertamente, la Revolución de los Claveles tuvo muchas peculiaridades, y la mayor de ellas tener como partera un golpe militar; pero tuvo también todos los rasgos clásicos de una revolución socialista, incluyendo el más importante: la participación consciente de las masas y su peso decisivo en todo el proceso.

Hoy, a 25 años de una revolución que casi cambia el rumbo de la historia en Europa y en todo el mundo, el homenaje que podemos hacer, como mínimo, a esa generación de trabajadores y jóvenes portugueses que tocaron el cielo con las manos es aprender las lecciones de aquellos hechos; asimilarlas conscientemente para que sirvan como una fuente de inspiración y un instrumento de lucha para el futuro. Animar a ello es el objetivo de este artículo.

La agonía del régimen salazarista

La larga dictadura iniciada en 1926, tras un golpe militar encabezado por Salazar, era un suplicio para la inmensa mayoría de la población portuguesa. Cobijada en la represión sindical y política, fue una ínfima minoría de la sociedad, compuesta por unas 100 familias, la única beneficiaria de ese negro período de terror y miseria. Así, la dictadura había acentuado aún más la enorme desigualdad social existente, derivada de un capitalismo débil y parasitario, cuyos únicos puntos fuertes eran una mano de obra muy barata y las materias primas procedentes de las vastas colonias en África y Asia.

En 1973 la economía nacional estaba controlada por sólo siete grandes monopolios, en los que el sector industrial y el financiero estaban completamente entrelazados. CUF era el mayor grupo financiero y controlaba muchas ramas de la industria. El grupo Champalimaud disponía del monopolio del acero, a través del cual controlaba varios bancos y las actividades ligadas a la construcción civil.

De los 17 bancos existentes en 1970, 7 de ellos controlaban el 83% de los depósitos y el 83% de la cartera comercial. En 1971, 168 sociedades, el 0,4% de las existentes, controlaban el 51% del capital del continente y de los archipiélagos (Azores y Madeira).

En el campo, la situación era muy similar. En 1968, considerando sólo las explotaciones agrícolas de más de 500 hectáreas, sólo 275 (un 2,4% sobre un total de 11.540) abarcaban una extensión de 408.298 hectáreas, un 71,4% del área total. Esa desigualdad se acentuaba aún más en el sur del país, donde estaban los grandes latifundios.

El nivel de miseria era tan alto que muchos portugueses emigraban en busca de una vida algo mejor. Entre 1961 y 1973 1.400.000 trabajadores abandonan el país. En 1974 se calcula que uno de cada siete portugueses vive en otros países europeos y, contando sólo la población activa, esa cifra se eleva a un tercio. Portugal fue el único país del mundo que tuvo una caída de la población entre los censos de 1960 y 1970.

Un hecho que exacerbó aún más la desigualdad y la miseria de las masas portuguesas fue la guerra colonial. Dentro de la cadena capitalista europea, Portugal era uno de sus eslabones más débiles, y al mismo tiempo, el último imperio colonial que restaba en el mundo. Portugal mantenía, bajo dominio militar directo, un territorio 22 veces superior al suyo, con una población de más de 14 millones de habitantes. Ese dominio directo chocó con los diferentes movimientos de liberación nacional, sobre todo en Angola y Mozambique, disparando los gastos y el sufrimiento de la población portuguesa.

El ejército portugués mantenía 120.000 soldados en las colonias. La juventud portuguesa tenía un servicio militar de cuatro años, dos de los cuales los tenía que pasar en las colonias. Desde el inicio de la guerra en Angola, en 1961, hasta abril de 1974 se calcula que murieron 15.000 jóvenes y 30.000 más quedaron inválidos o mutilados.

Casi todas las familias portuguesas tenían un hijo o un pariente que estaba en la guerra, pero el régimen dictatorial ni siquiera informaba sobre el transcurso de la misma. El único contacto que tenían con la guerra eran los patéticos discursos radiofónicos, paternalistas y chovinistas, que cada día emitía la dictadura.

En el último período de la dictadura la situación se hizo particularmente insoportable para las masas. A los crecientes gastos de la guerra se sumaron los primeros efectos de la crisis capitalista mundial de 1973.

En 1961 el 35,6% del presupuesto del país estaba destinado a la guerra, en 1973 esa cifra rebasó el 45%, una cifra sólo superada, en la época, por Israel y algunos países árabes que estaban en guerra.

Son los trabajadores, y también las capas medias, los que pagan las consecuencias económicas de la guerra y de la crisis. De 1970 a 1973 los impuestos indirectos –sobre el consumo– suben un 73%. La inflación es galopante, rebajando mes a mes el valor real de los salarios.

La dictadura en Portugal estaba en un callejón sin salida y no tenía ningún tipo de apoyo social. Sólo se basaba en el terror de los miles de miembros de la PIDE, la policía política secreta, dedicada a la tortura y a la represión. Intuyendo la situación, a finales de los años 60, el régimen intenta cambiar su imagen y conseguir algún apoyo social. Pero todos los cambios son cosméticos, como por ejemplo el cambio del nombre de la PIDE al de DGS, y consiguen el efecto contrario, dando un impulso a la creciente oposición a la dictadura.

De hecho, la última etapa de la dictadura es de claro ascenso del movimiento huelguístico de la clase trabajadora, que se intensificó aún más en los meses previos a abril de 1974. De octubre de 1973 al 25 de abril de 1974, más de 100.000 trabajadores de los núcleos industriales, sobre todo del cinturón rojo de Lisboa, y decenas de miles de jornaleros del sur del país, emprendieron una serie de huelgas que golpearon de forma vigorosa los cimientos de la dictadura. En vísperas de la revolución y pese a la brutal represión, más de medio millón de trabajadores estaban organizados en sindicatos englobados en la Intersindical, ligada al PCP, y que agrupaba a los sectores más radicalizados y combativos de los trabajadores.

También la juventud juega un papel clave en la última etapa de la dictadura, participando en las acciones más arriesgadas y destacando en la lucha de carácter internacionalista, en solidaridad con el pueblo del Vietnam y de pueblos oprimidos por el colonialismo portugués. Se hacían recogidas de firmas y actos públicos a favor de los derechos democráticos en el servicio militar y otras cuestiones.

El movimiento vecinal en los barrios es igualmente creciente. Se organizan protestas contra el precio de la vivienda, contra el mal estado del transporte público, por una atención sanitaria adecuada, por el abastecimiento de agua, etc.

Incluso entre las capas medias, pequeños propietarios, profesionales liberales, el malestar era cada vez más evidente. Los profesores de enseñanza secundaria, los médicos, se reunían en multitudinarias asambleas y hacían concentraciones y huelgas desafiando abiertamente al régimen.

El MFA

El surgimiento de un movimiento de militares de las características del MFA, por su amplitud -abarcaba a la mayoría de los suboficiales- y por sus aspiraciones democráticas y progresistas, sólo se puede explicar en el contexto del profundo giro a la izquierda que se estaba produciendo en la sociedad y también en las capas medias, en Portugal y en el mundo entero.

El inicio de conflictos coloniales serios, y finalmente la guerra declarada, implicó un cambio en la composición de clase de la oficialidad del ejército, sobre todo en los niveles medios. Antes del inicio de la guerra colonial un puesto en la oficialidad del ejército era el destino reservado a muchos jóvenes provenientes de familias acomodadas. Pero a partir de la guerra la cosa cambió y dejó de ser un empleo relativamente tranquilo: entrar en el ejército significaba ir a la guerra y en ella jugarse la vida; entonces, el ejército dejó de ser un atractivo para esos sectores. Los puestos intermedios del ejército tuvieron que abrirse a las capas medias, para las que, debido a la situación económica en Portugal, ésa era una de las pocas salidas aparte de la emigración.

Ese cambio hizo que las contradicciones y el descontento existentes en la sociedad se expresasen más fácilmente en el seno del ejército.

Después de años de guerra, la perspectiva de una victoria militar se hacía cada vez más lejana. En realidad, los suboficiales y soldados del ejército portugués se estaban enfrentando, no a otro ejército regular, sino a movimientos guerrilleros de liberación nacional —el MPLA en Angola, el FRELIMO en Mozam-bique— con amplio apoyo social. La guerra se prolongaba, los muertos se acumulaban y no se vislumbraba ninguna salida.

Un reflejo del odio que generaba esta guerra entre la juventud y amplios sectores de la sociedad portuguesa es el hecho de que más de 107.000 jóvenes habían huido del país para no entrar en el ejército.

Para un sector creciente de oficiales de graduación media, que intervenían directamente en el escenario de guerra, ésta carecía cada vez más de sentido. En las principales colonias, la población autóctona era mucho más numerosa que los colonos blancos portugueses. Para muchos oficiales y soldados, combatir a la guerrilla y maltratar a la población autóctona para defender los intereses de la minoría blanca no era algo que motivara demasiado.

Además, el ejemplo de la guerra del Vietnam tenía un efecto en la cabeza de los militares portugueses: el ejército más poderoso de la tierra era incapaz de hacer frente a una guerrilla infinitamente menos dotada militarmente. ¿Qué perspectiva cabría trazar para el ejército portugués?

Bastantes soldados y suboficiales procedían de la Universi-dad, y las discusiones que allí se suscitaban —acerca de la guerra, del régimen y de la recesión mundial—, acabaron penetrando también en el ejército.

La actitud del régimen hacia el ejército y sus oficiales acentuó aún más sus dudas y su crispación.

De un modo completamente suicida el gobierno les acusaba de ser incapaces de concluir rápidamente y con una victoria la guerra colonial. Así, a la presión recibida de los trabajadores y de la mayoría de la sociedad portuguesa, de rechazo a la guerra y por lo tanto al mismo ejército que la llevaba adelante, se venía a sumar la actitud arrogante y desdeñosa por arriba de un gobierno esclerosado y falto de sensibilidad hacia todo lo que pasaba en su entorno.

Todos esos factores sentaron las bases para el surgimiento del MFA. Curiosamente las primeras reuniones de oficiales que dieron lugar a este movimiento tenían un carácter puramente corporativo. Debido a la necesidad de cubrir puestos de mando que exigía la guerra el gobierno fomentó el reenganche de los soldados que acababan su prestación militar obligatoria. Tras un breve cursillo pasaban generalmente al grado de capitán; sin embargo no podían ejercer con su nueva graduación antes de que los militares que hacían su carrera en la Academia Militar llegaran a su mismo nivel. En verano de 1973, mediante un decreto, el gobierno anula ese procedimiento con el objetivo de cubrir con más celeridad los puestos de mando. Las primeras reuniones que luego dieron lugar al MFA fueron para discutir el agravio comparativo que suponía el decreto y también para reivindicar mejoras salariales. Pero el carácter de las reuniones cambió a una velocidad vertiginosa.

De la cuestión particular de los capitanes se pasa a discutir los motivos de la guerra, a qué intereses obedece, la relación que tiene con el régimen. La conclusión era que para poner fin a la guerra era necesario poner fin al gobierno, y ésa fue la decisión que tomó el MFA en su reunión de diciembre de 1973.

El peso del contexto político, nacional e internacional, dentro de las fuerzas armadas y en la misma sociedad portuguesa, hizo que el movimiento se transformara radicalmente en unos pocos meses.

Indudablemente la guerra y el descontento que provocó fueron parte de la causa del surgimiento del MFA. Pero no fue el único factor. La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, por sí sola, no llegó nunca a enfrentar la casta de oficiales al régimen zarista, pese a todas las contradicciones y presiones que generó la guerra. El surgimiento del MFA, en 1973-74, aparte de ser una variante peculiar de la Revolución Portuguesa, producto de las condiciones particulares de la guerra colonial, fue un reflejo de la época. El péndulo social giraba hacia la izquierda. Pocos meses antes se vivieron los acontecimientos revolucionarios de Chile y el gobierno de Allende, el Mayo del 68 francés estaba fresco en la memoria; pocos meses después cayó la dictadura de los coroneles en Grecia, la dictadura franquista en España se tambaleaba por el empuje del movimiento obrero y la juventud...; el capitalismo en general, con la crisis de 1973, abría un nuevo periodo de paro e inflación, y de enormes convulsiones políticas.

Se abren las compuertas

El golpe del MFA fue incruento. Tal era la podredumbre del régimen. Exceptuando la resistencia de los miembros de la PIDE, que provocaron cuatro muertos y varios heridos al disparar a la muchedumbre que rodeaba su cuartel general en Lisboa, todos los puntos principales del gobierno y la Administración cayeron casi sin resistencia.

A las dos y media de la tarde del día 25 el MFA comunicaba que el primer ministro, Marcelo Caetano, se encontraba cercado por las fuerzas del ejército en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana (GNR) del Carmo, mientras que otros miembros del gobierno estaban en igual situación en el cuartel Lanceros 2. Estos dos cuarteles, el de la PIDE, la cárcel de Caxias (donde estaban parte de los presos políticos que los miembros de la PIDE amenazaron con asesinar) y algunos centros de la Legión Portuguesa (grupo ultraderechista afín al régimen) y de la policía eran ya los únicos focos de resistencia que existían y protagonizaron los momentos más tensos de la jornada.

El MFA envió un ultimátum a ambos cuarteles. A las cuatro de la tarde Lanceros 2 se rendía incondicionalmente y poco después, a las cinco y media, tras algunos disparos, se rendían la GNR y Marcelo Caetano. El presidente del gobierno, Américo Thomás, sustituto del difunto Salazar, era detenido a esa misma hora en su casa. Era el fin de 42 años de dictadura. El último foco de resistencia, el cuartel de la PIDE, se rendía a las 9,45 horas de la mañana del 26 de abril.

La acción del MFA abrió las compuertas que dieron salida a un torrente revolucionario impresionante.

Los trabajadores y las amas de casas salieron a la calle, inundaron las plazas, participaron con los soldados y suboficiales en todos los episodios claves del derrumbamiento de la dictadura. Ese ambiente, esa fuerza, conectó rápidamente con la base del ejército, con los soldados y oficiales de baja graduación. La burguesía había perdido el control efectivo del ejército, su base se había pasado al pueblo, de donde procedía.

En el relato periodístico Revolución Portuguesa, 25 de abril, de Humberto da Cruz y Carmen Espinar, se refleja la situación explicando que "un aspecto fundamental de los acontecimientos de la jornada, fue la progresiva incorporación popular al MFA. El pueblo de Lisboa, después de un primer momento de incertidumbre, comenzó a seguir los pasos del MFA en la calle. El cerco del cuartel del Carmo y, posteriormente, la DGS-PIDE, fueron los principales centros de atención", y más adelante que "en la tarde del 26, el movimiento popular, aunque sigue siendo fundamentalmente espontáneo, empieza a expresarse más coherentemente y a tomar un papel más activo y determinante en los acontecimientos, apareciendo así, junto al MFA, como uno de los motores fundamentales de las transformaciones que se irán sucediendo...". El capitán Salgueiro Maia, encargado de tomar los puntos neurálgicos de la capital el día 25, explica cómo "el apoyo popular fue extraordinario y contribuyó bastante a que el cuartel del Carmo abandonase cualquier mínima idea de resistir. El ambiente que se vivió allí no tiene descripción" (El País, 25-4-99).

La entrada en escena de la clase trabajadora, con sus aspiraciones y su fuerza, cambió completamente la situación. Sí, había caído la dictadura, pero había que poner fin a la miseria, a las desigualdades, a la falta de infraestructuras sociales. Sí, había caído la dictadura pero ahora la tarea era construir una nueva sociedad.

Se desató un fuerte y amplio movimiento reivindicativo. Seis días después del 25 de Abril, el 1º de Mayo, un millón y medio de personas se manifiestan en las calles de Lisboa, una cifra aún más impresionante si tenemos en cuenta que la población de Portugal era de 7 millones de habitantes.

Sin embargo, más allá de derrocar al gobierno de la dictadura y plantear la necesidad de una solución política al problema colonial, los dirigentes del MFA no tenían ningún programa ni ninguna perspectiva.

Paradójicamente la dirección del MFA, con la bendición de los dirigentes de los dos principales partidos obreros (PS y PCP) inmediatamente después del 25 de abril, pone al frente del nuevo gobierno a Spínola, general en torno al que, en el periodo de un año, la reacción intenta por tres veces frenar violentamente el proceso revolucionario, y por tres veces fracasa.

Sin la participación masiva y entusiasta de las masas en todo el proceso, que empezó el mismo día 25 de abril y duró más de un año, la revolución se hubiera extinguido rápidamente.

La clase trabajadora puso su sello en cada uno de los acontecimientos decisivos de la revolución portuguesa, no sólo en la toma de los puntos neurálgicos el primer día de la revolución, sino en todos los acontecimientos posteriores: reforma agraria, nacionalizaciones, concesión de la independencia a las colonias, freno a los serios intentos contrarrevolucionarios en las diferentes etapas de la revolución, etc.

A poquísimos meses del golpe de Pinochet en Chile, en septiembre de 1973, la clase obrera portuguesa volvía a abrir la esperanza de la transformación socialista de la sociedad. Una vez más la dirección del movimiento, los dirigentes del PS, del PCP y del MFA no estuvieron a la altura de los acontecimientos históricos.

El 25 de abril de 1974 fue un día clave para la revolución, pero la clase obrera aún habría de desplegar una fuerza, una capacidad de lucha y una intuición revolucionaria mucho mayor. Quizás por eso, los hechos posteriores al 25 de abril no aparecen ni siquiera reflejados en la mayoría de los relatos que 25 años después la burguesía ofrece sobre la Revolución de los Claveles.

Tres derrotas de la reacción

La perspectiva que se abría en Portugal tras el derrumbe de la dictadura, el 25 de abril de 1974, era de revolución o contrarrevolución. El golpe de los capitanes del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) actuó como un potente revulsivo para las masas, que pusieron sobre la mesa sus reivindicaciones y sus aspiraciones más profundas, tanto tiempo constreñidas por la rutina y la represión.

II Parte

La perspectiva que se abría en Portugal tras el derrumbe de la dictadura, el 25 de abril de 1974, era de revolución o contrarrevolución. El golpe de los capitanes del MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas) actuó como un potente revulsivo para las masas, que pusieron sobre la mesa sus reivindicaciones y sus aspiraciones más profundas, tanto tiempo constreñidas por la rutina y la represión.

La misma formación del MFA, que condujo a un golpe militar democrático, sólo tenía una explicación en base a las enormes tensiones acumuladas en la sociedad, agudizadas por la guerra colonial, y que se reflejaron en seno del ejército.

La caída de la dictadura, la disolución de la sanguinaria policía secreta (PIDE), la liberación de los presos políticos, la conquista del derecho a manifestación y a huelga, eran un enorme paso adelante, pero las aspiraciones de los trabajadores no terminaban ahí: permanecían los salarios miserables y la insultante desigualdad en la ciudad y el campo, los capitalistas seguían mandando en las empresas y en la banca (decidiendo en la práctica los destinos y la vida de los trabajadores), los grandes terratenientes del sur seguían en sus tierras, condenando a la explotación humillante a decenas de miles de jornaleros.

En la mente de los trabajadores, a la caída de la dictadura debía seguir la caída de las condiciones de existencia que habían tenido que soportar durante décadas, y que también eran parte del odiado régimen salazarista.

Por su parte, la burguesía, aunque mantenía el control de las empresas y de los latifundios, no podía estar satisfecha con la situación abierta tras el 25 de Abril. Los oprimidos habían pasado a la acción, habían perdido el miedo y el respeto a los explotadores. Eso era patente en cada fábrica, en cada barrio, y hasta en cada expresión y gesto de los trabajadores. Además, la burguesía no podía utilizar eficazmente la represión contra ellos. La confraternización de los soldados y la población no fue un episodio pasajero del 25 de Abril, sino que marcó un antes y un después, tuvo un enorme efecto en la conciencia de la base del ejército, afectando incluso a los mandos intermedios. Esa dinámica era la que había que cortar -desde el punto de vista de la burguesía-, so pena de poner en peligro sus intereses materiales, sus beneficios.

El miedo de la burguesía no residía en la orientación que los dirigentes de los dos principales partidos de la clase trabajadora (el Partido Comunista de Portugal, PCP, encabezado por Álvaro Cunhal, y el Partido Socialista, PS, liderado por Mario Soares) estaban dando a la lucha de los trabajadores. De hecho su única perspectiva, al igual que la del MFA, era instaurar en Portugal una democracia parlamentaria, como en tantos otros países capitalistas europeos.

El socialismo siempre se situaba en una perspectiva indefinida en el tiempo, y en todo caso la "lucha por el socialismo", tantas veces proclamada en aquel ambiente revolucionario, jamás se concretaba en pasos intermedios para alcanzar ese objetivo.

Lenin y los bolcheviques, a la caída del zarismo, plasmaron la perspectiva de la revolución socialista en la consigna "todo el poder para los soviets", como la única forma de alcanzar "pan, paz y tierra". Desde el primer momento proclamaron su total desconfianza hacia el Gobierno Provisional, y desde luego no participaron en él, aunque contara en los primeros momentos con el apoyo de las masas campesinas y obreras. Los bolcheviques siempre animaron a la acción independiente de la clase obrera, alentando formas de organización que implicasen elementos de poder obrero frente a la burguesía, en las fábricas, los barrios, las ciudades... Cuando las palabras de los bolcheviques fueron corroboradas por la experiencia de los trabajadores y los campesinos, los revolucionarios ganaron la mayoría.

Lo esencial para la comparación es que, mientras la orientación táctica de los bolcheviques en Rusia estaba determinada por su perspectiva de acabar con el capitalismo e implantar un régimen socialista, los dirigentes del PS y del PCP, al no tener en absoluto esa perspectiva, siempre iban por detrás de los acontecimientos, del nivel de compresión y de las tareas que se imponían a la clase obrera.

Sin embargo, ni siquiera esa falta de orientación pudo impedir que la decisión de los trabajadores por tomar el control de sus destinos alcanzara niveles intolerables para la burguesía, ni que a cada intento de la reacción la clase obrera diera un impulso al proceso revolucionario en dirección al socialismo.

Ironías de la historia, el hombre encargado de acabar bruscamente con esta situación, el general Spínola, primer presidente de la nueva etapa democrática, fue traído de la mano por los líderes del MFA y avalado por los dirigentes obreros.

El general Spínola

Spínola era un general de derechas, que había participado en la guerra civil española en el bando franquista, y ligado a la alta burguesía, al régimen salazarista y al colonialismo, pero era mucho más sagaz y sensible a su entorno que los decrépitos Americo Thomás y Marcelo Caetano, sustitutos de Oliveira Salazar tras su muerte. Spínola hablaba habitualmente con los oficiales del ejército y conocía sus preocupaciones e inquitudes. Esa actitud le permitía estar al tanto de lo que ocurría en el seno del ejército y de la formación del MFA.

Con esos síntomas tan claros no era difícil prever que de alguna manera, el fin de la dictadura estaba próximo. No se veía ninguna salida a la guerra y la situación en las colonias era tan explosiva que estaba dificultando alarmantemente la explotación de sus recursos y la importación de materias primas. Se hablaba, en el seno de los comités directivos de los grandes monopolios, de que el dominio de las colonias se tenía que mantener con otros métodos.

Es en estas circunstancias de impasse y de crisis, pocas semanas antes del 25 de Abril, cuando Spínola publica su libro Portugal e o futuro. El contenido político del libro no tiene nada de especial, plantea la necesidad de una "solución política al conflicto colonial" y poco más. Sin embargo el régimen se lo toma como un gesto de desacato y le destituye del cargo que desempeñaba.

Eso le permitió ganarse la aureola de "disidente" y las simpatías de un sector de los militares. Sin embargo Spínola no participó, ni en la práctica, ni en el espíritu, en la formación del MFA y el golpe del 25 de Abril.

Cuando los jefes del régimen salazarista se rinden definitivamente en la tarde del 25 de abril, son los dirigentes del MFA los que entregan a Spínola la máxima responsabilidad del Estado. Grave error. Peor aún fue el que cometió la dirección del PCP y del PS, que avalaron ante la clase trabajadora y el conjunto de las masas a Spínola como un "héroe de la revolución", cuando este mérito en absoluto le correspondía.

Spínola no tardaría muchos meses en poner en marcha sus planes golpistas desde su privilegiada (y posiblemente inesperada) posición.

El Gobierno Provisional

Cunhal y Soares entran a formar parte del Gobierno Provisional, cuyo primer ministro Da Palma es un hombre de confianza de Spínola. En el gobierno también hay elementos de la derecha.

En los primeros momentos de la revolución la clase trabajadora orienta sus energías a la lucha sindical. Ya en el 1º de Mayo más de un millón de trabajadores se manifiestan en Lisboa; en Oporto y otros puntos del país las manifestaciones también son multitudinarias. Era el preámbulo de una oleada huelguística que recorre Portugal de punta a punta, afectando a absolutamente todos los sectores. Las movilizaciones, las huelgas, las manifestaciones, la afiliación sindical alcanzan un nivel espectacular. Se movilizan los trabajadores del astillero lisboeta de Lisnave, los mineros de Panasquiera, los de la ITT, de Firestone, del metro de Lisboa, de la Timex, etc. Entre las principales reivindicaciones está el establecimiento de un salario mínimo digno, el derecho a vacaciones y el saneamiento de los elementos fascistas de la dirección de las empresas. Se producen las primeras ocupaciones de fábricas y los primeros elementos de control obrero.

La postura del PS y del PCP es de moderar las reivindicaciones salariales, insistiendo en la delicada situación económica -el capitalismo portugués estaba en una seria crisis-, y apela a que el derecho a huelga se ejerza de forma "prudente".

A pesar de los llamamientos a la moderación, a mediados de mayo los trabajadores consiguen un salario mínimo de 3.300 escudos, una cifra que supera a la mitad de los salarios.

En el mes de agosto un ministro del PCP del Gobierno Provisional elabora una ley de huelga tremendamente restrictiva, vista como una agresión por los trabajadores, que sin esperar a ninguna ley venían ejerciendo ese derecho con entera libertad. Los trabajadores de la Lisnave, que juegan un papel destacado en todo el proceso revolucionario, convocan una manifestación de protesta contra la ley. El PCP no puede convencer a la asamblea de trabajadores a que desistan de la convocatoria. El Gobierno Provisio-nal la prohibe, enviando soldados a la puerta de la fábrica. Pero eso no sirve de nada, los soldados acaban simpatizando con la lucha y abriendo el paso a una columna de 20.000 trabajadores. Este episodio plasma muy bien el ambiente que se ha creado tras el 25 de Abril.

No era por casualidad que -pe-se a la perplejidad de Otelo Saraiva de Carvalho, el principal organizador y ejecutor del plan militar que derrocó la dictadura- Spínola insistiese en la participación del PCP en el Gobierno Provisional. Se trataba de la vieja táctica de usar el prestigio de los dirigentes obreros -el PCP era el único partido que mantuvo una actividad intensa y organizada en la clandestinidad- para frenar su lucha.

Pero las movilizaciones, las luchas y el ambiente revolucionario no decrece y ya en un discurso pronunciado el 15 de mayo Spínola adelanta la línea propagandística que rodearía su primer plan golpista, de carácter palaciego:

"Después de las primeras semanas de natural explosión emotiva, marcadas por algunos excesos perjudiciales para el clima de tranquilidad cívica cuya salvaguardia se impone, el país va a entrar en una fase de meditación reflexiva, para reconocer que la democracia no significa anarquía y que la confusión por medio de acciones desordenadas no contribuye de ninguna manera a la construcción del porvenir al que aspira el pueblo portugués".

La apelación al "orden" frente a la "anarquía y al caos" económico -obviamente dirigida al movimiento obrero- es una constante en las declaraciones de Spínola.

El 20 de mayo hay un acontecimiento que provoca una enorme conmoción en los trabajadores y en los propios militares del MFA: los dos máximos representantes de la dictadura -y más odiados-, Thomás y Caetano, se escapan a Brasil, sin el conocimiento de los partidos de la izquierda ni del MFA. Esto causa una enorme indignación y desconfianza popular.

El golpe palaciego

La fecha culminante para el golpe palaciego que tenía previsto dar Spínola, confiado en la desorientación de los dirigentes obreros y creyendo poder manipular a su antojo el MFA, fue el 7 de julio.

En esta fecha, su peón, el primer ministro Avelino Palma Carlos, tras amagar una dimisión, presenta al Consejo de Ministros un proyecto de modificación constitucional que prevé un referéndum para confirmar a Spínola como presidente, la ampliación de poderes del primer ministro, el aplazamiento por dos años de las elecciones a la Asamblea Constituyente y un frenazo en el proceso de negociaciones con las colonias.

La situación de la burguesía era tan débil que ni siquiera había organizado suficientemente sus propios partidos. Temía, como efectivamente se confirmó en abril de 1975, que los partidos de izquierda barrieran en las elecciones a la Asamblea Constituyente, hecho que les empujó a jugar la carta del golpe.

El plan de Palma tenía como objetivo descarrilar el proceso iniciado por el MFA, pero fracasa y obtiene un resultado completamente contrapuesto al que la derecha deseaba: el MFA -cuya dirección, aún no institucionalizada, era quien tenía realmente el poder y quien marcaba la pauta en ejército- incrementa su participación directa en el gobierno y Vasco Gonçalves, considerado de la izquierda militar y el de más alta graduación del MFA, pasa a ser primer ministro del II Gobierno Provisional.

Por otro lado se forma el Comando Operacional del Conti-nente (COPCON), encabezado por Otelo Saraiva de Carvalho, militar claramente izquierdista. Sobre el carácter del COPCON son significativas las propia palabras de Otelo: "Constituido por jóvenes oficiales activos, profundamente integrados en el espíritu del Movimiento [de las Fuerzas Armadas], su misión es dinamizar operacionalmente a todas las fuerzas armadas. Una de mis misiones es que las tropas no se confinen a los muros de los cuarteles y que tengan una acción psicosocial cerca de la población".

En realidad el COPCON constituía el brazo armado del MFA y agrupaba a los sectores militares más progresistas e izquierdistas.

Bajo la amenaza de la reacción el MFA había dado un paso hacia la izquierda. Un fenómeno que adquiriría un carácter aún más profundo y general con los dos golpes de Estado, esta vez mucho más serios, que Spínola había de encabezar en los meses siguientes.

A pesar de la implicación evidente de Spínola en la maniobra de julio, este siguió en su puesto como presidente, quedando como cabeza de turco Da Palma, que no era más que un peón suyo. Desde esta posición preparó el terreno para el golpe del 28 de septiembre.

La “mayoría silenciosa”

Esta vez la reacción quiso dar una base de masas al golpe, intentando agrupar lo que llamaba la "mayoría silenciosa".

Spínola sigue apelando a la lucha contra el caos y la anarquía. En septiembre se reparten decenas de miles de folletos y se pegan miles de carteles, en Lisboa, convocando a una manifestación en "homenaje al general Spínola" y "contra los extremismos"; en ellos, cínicamente, se pide "un firme apoyo al cumplimiento del programa de las Fuerzas Armadas". El cartel no lleva firma, y en él aparecen varios rostros en cuyas bocas está la expresión "mayoría silenciosa". Desde avionetas particulares se lanzan panfletos sobre Lisboa, Coimbra y otros puntos del país.

Intuyendo que era una maniobra reaccionaria, todos los periódicos se negaron a publicar el anuncio de la manifestación. En la mayoría de los periódicos sus propios trabajadores ya habían saneado de elementos fascistas a los comités de redacción.

En este ambiente de conspiración reaccionaria, el 26 de septiembre, se celebra una corrida en la plaza de toros de Campo Pequeno, en Lisboa, que en realidad es un acto organizado por Spínola para darse un baño de masas y reforzar la convocatoria del 28. Mientras el presidente es aplaudido calurosamente, el primer ministro Vasco Golçalves es abucheado. Tres cuartas partes de las entradas han sido distribuidas entre sectores reaccionarios. En la plaza los gritos contra el MFA y el proceso de descolonización van subiendo de tono. Uno de los picadores exhibe desde el centro de la plaza un cartel de convocatoria de la manifestación de la "mayoría silenciosa", lo que enardece a los asistentes, que empiezan a gritar "ultramar", "ultramar", en referencia a las colonias, así como "muerte a Álvaro Cunhal".

Para las masas trabajadoras se hace evidente el peligro y el carácter reaccionario de la manifestación del 28.

La alarma se dispara cuando se tienen noticias de que los manifestantes reaccionarios, que vendrían en camiones y autobuses de todos los lados de Portugal, especialmente de la zona norte, irían armados.

La respuesta de los trabajadores de Lisboa es realmente heroica e impresionante. En la noche del 27 de septiembre los piquetes populares, con una participación significativa de militantes del PCP, el PS, la Intersindical y otros grupos de izquierda, empiezan a levantar barricadas en todas las vías de acceso a Lisboa. La consigna que corre de boca en boca es "no pasarán", "el fascismo y la reacción no pasarán".

Las masas aplastan la reacción

En el libro de Álvaro Cunhal, La Revolución Portuguesa, pasado y futuro se describe así esos acontecimientos:

"La operación contrarrevolucionaria fue aplastada por las masas populares estrechamente asociadas a los oficiales, sargentos, soldados y marineros fieles al 25 de Abril y a la causa de la libertad.

"De norte a sur del país el pueblo se irguió con firmeza, con coraje y confianza. A la llamada del PCP y de otras organizaciones políticas de izquierdas (...), de los sindicatos, de las organizaciones unitarias (...) y juveniles (...), las masas populares protagonizaron poderosas acciones de vigilancia, establecieron barricadas por todas partes, controlaron la circulación e impidieron, literalmente, la realización de la ‘marcha sobre Lisboa’.

"La clase obrera jugó un papel decisivo en la derrota de la reacción (...). En los medios de transporte los trabajadores establecieron una estrecha vigilancia. Los ferroviarios estaban preparados para parar los trenes que transportaban manifestantes y los conductores de autobús se negaron a llevar los autobuses.

"De los 550 autobuses que desde el norte debían llevar gratuitamente manifestantes hasta Lisboa, solamente dos se atrevieron a pasar las barricadas.

"Cuando el COPCON declaró la anulación de la manifestación, ésta ya no tenía la más mínima posibilidad de realizarse (...).

"Las barricadas, las concentraciones, las manifestaciones del 27 y el 28 de septiembre constituyeron un verdadero levantamiento popular de masas contra la reacción, que se saldó con una rotunda victoria que, consolidando las libertades, imprimió un ritmo aún más veloz al proceso revolucionario".

De nada había servido el llamamiento radiofónico, a las tres de la madrugada, del ministro spinolista Sanches Osorio, en el que decía que "con el fin de salvaguardar la paz y la tranquilidad entre los portugueses, esas barricadas deben ser levantadas inmediatamente, permitiendo así el tránsito de vehículos". Como diría al día siguiente la prensa, en reconocimiento del papel que jugaron las barricadas, "felizmente, la orden no se cumplió". Es más, las fuerzas militares que se acercaron a los piquetes, en vez de disolverlos, colaboraron con ellos, les pasaron armas...; el nexo establecido entre la base del ejército y la clase obrera el 25 de Abril aún no se había roto.

Las barricadas no se disuelven hasta bastante después, y sólo lo hacen tras reiterados llamamientos del MFA y de Otelo y cuando es muy palpable que el golpe ha fracasado.

Desde luego que el golpe no era ninguna broma. Los golpistas utilizaron las fuerzas menos fieles a la Revolución, como la Guardia Nacional Republicana (GNR) y la Policía de Seguridad Pública (PSP), para tomar las radios la noche del 27 al 28; había planes para asesinar a Vasco Gonçalves con un rifle con mira telescópica desde una ventana frente a su casa; los piquetes requisaron muchas armas (636 escopetas de caza, 88 pistolas...). En un intento de descabezar y neutralizar el COPCON Spínola tendió una trampa a Otelo, que estuvo retenido, en la práctica, buena parte de la noche.

Spínola, maniobrero como él sólo, cuando a todas luces era imposible llevar adelante su golpe y su manifestación, anunció, como quien no se hubiera jugado mucho en el asunto, que lo mejor era que no se celebrase.

Si el golpe hubiera triunfado, la reacción no hubiera dudado en ahogar la revolución en un baño de sangre, asesinando a los principales cabecillas del MFA y a los dirigentes obreros; sin embargo, ni siquiera en este segundo y más que evidente intento frustrado de acabar con la revolución, los dirigentes obreros y del MFA dejaron claro el papel reaccionario de

Spínola. Sí, tuvo que dimitir como presidente, pero aún le dejarían las manos libres para organizar un tercer intento.

La maravillosa reacción de las masas para frenar a la reacción se dio a pesar de las vacilaciones de la dirección del MFA, que no impulsó las barricadas. Como reconoce el propio Otelo recordando la noche del 27 al 28, "había recibido llamadas insistentes de mucha gente hablándome de las barricadas. Pensé para mí: ‘¡ya está el pueblo tomando la iniciativa en nuestro lugar!’ Éramos nosotros los que deberíamos estar allí y allí está nuestro buen pueblo tomando postura" (La revolución rota, de Manuel Leguineche).

La reacción de las masas también se dio a pesar de la política de los dirigentes del PS y del PCP desde el 25 de Abril, primero presentando a Spínola como un "héroe de la revolución" y después minimizando su papel en la conspiración reaccionaria. Increí-blemente, en un panfleto repartido en Lisboa por el PS el mismo 27 de septiembre, se apelaba a "la unidad antifascista del pueblo portugués para la cohesión de todas las fuerzas democráticas con el MFA en torno al Presidente de la República y al Gobierno Provisional".

¡Se apelaba a la conciliación entre las fuerzas revolucionarias y los que querían aniquilarlas, un día antes de intentarlo!

MFA y socialismo

Pero una vez más la reacción fracasó y una vez más el látigo de la reacción animó a la revolución. Por primera vez la derecha destapa con claridad sus planes y la clase obrera los derrota y se siente más fuerte y confiada por ello. Tanto en el seno del MFA como en el conjunto de la sociedad la correlación de fuerzas se hace más favorable a la izquierda. ¡A cada intento de la burguesía de retomar el control de su ejército éste se le escapaba aún más de las manos! Tal era el ambiente social y en la base del ejército.

Sin embargo fue el intento de golpe de Estado del 11 de marzo de 1975 el que más efectos sociales y políticos tuvo. Era el último cartucho de Spínola, que, seguramente asesorado por la OTAN -que en enero de 1975 había realizado entrenamientos en la costa de Lisboa y que había puesto en marcha maniobras incluyendo el desembarco de 10.000 soldados, aunque finalmente no llegaron a hacerlo-, planificó un golpe en líneas clásicas, basado exclusivamente en los cuarteles.

El giro a la izquierda que provocará ese tercer intento llegó al punto de que por primera vez el MFA establece como objetivo transformar Portugal en un país socialista. La estructura social del país, que hasta entonces permanecía casi intacta, sufriría una profunda transformación, como veremos en el siguiente capítulo.

La "vía portuguesa" al socialismo

El 11 de marzo de 1975 constituye una de las fechas clave del proceso revolucionario en Portugal. Hasta aquel momento el poder económico de la burguesía había sobrevivido a la sacudida revolucionaria del 25 de Abril y al fracaso de las tentativas golpistas del general António de Spínola. Pero como respuesta al tercero y más serio intento de contrarrevolución, cometido en esa fecha, se producen los cambios sociales más importantes desde el inicio de la revolución: se nacionalizan los sectores decisiecisivos de la economía y se da un fuerte impulso a la reforma agraria. Tanto en el fracaso del golpe del 11 de marzo como en el inmediatamente posterior proceso de nacionalizaciones y reforma agraria, el papel de los soldados y las masas trabajadoras vol

III Parte

El 11 de marzo de 1975 constituye una de las fechas clave del proceso revolucionario en Portugal. Hasta aquel momento el poder económico de la burguesía había sobrevivido a la sacudida revolucionaria del 25 de Abril y al fracaso de las tentativas golpistas del general António de Spínola. Pero como respuesta al tercero y más serio intento de contrarrevolución, cometido en esa fecha, se producen los cambios sociales más importantes desde el inicio de la revolución: se nacionalizan los sectores decisivos de la economía y se da un fuerte impulso a la reforma agraria. Tanto en el fracaso del golpe del 11 de marzo como en el inmediatamente posterior proceso de nacionalizaciones y reforma agraria, el papel de los soldados y las masas trabajadoras volvió a ser clave. La revolución entra en su etapa decisiva.

Detrás de la trama golpista del 11 de marzo estaban la burguesía portuguesa y el imperialismo, y, una vez más, Spínola como cabecilla militar. A diferencia de la maniobra palaciega de julio de 1974 y del intento de la reacción de dotarse de una base de apoyo social en septiembre del mismo año, el golpe de marzo de 1975 es un golpe militar en el sentido más clásico.

El primer blanco elegido por los golpistas fue el Regimiento de Artillería de Lisboa (RAL-1). Se trataba de un cuartel situado en un punto estratégico, que concentraba una enorme potencia de fuego, pero que sobre todo era uno de los punto de apoyo más firmes del COPCON (Comando Operacional del Continente, brazo armado del Movimiento de las Fuerzas Armadas o MFA) y del espíritu revolucionario del 25 de Abril.

En la mañana del 11 el cuartel es bombardeado en varias ocasiones, causando un muerto y varios heridos. Más tarde paracaidistas de la base aérea de Tancos son transportados por vía aérea y sitian el cuartel. Los paracaidistas tienen órdenes de atacar el RAL-1 porque allí se están produciendo supuestamente movimientos contrarios al programa y a los intereses del MFA. Al igual que en la convocatoria de la manifestación de la "mayoría silenciosa" en septiembre, la reacción invocaba al MFA para encubrir sus auténticos planes.

Pero durante el cerco al RAL-1 se producen escenas verdaderamente impresionantes. Por un lado se van concentrando trabajadores de las fábricas situadas en las inmediaciones, así como gente del barrio, y empiezan a hablar con los soldados sitiadores. Algunos de los civiles intervienen directamente en la conversación que se produce entre el capitán de los paracaidistas y el de los artilleros, donde éste desmiente enfáticamente que en el RAL-1 se esté haciendo ningún tipo de movimiento contrario a la revolución. Por otro lado los soldados del RAL-1 y los soldados paracaidistas empiezan a hablar entre ellos. En un momento determinado los soldados sitiadores y los sitiados confraternizan y se abrazan, creando una situación en la que se hace imposible cualquier intento de ocupación del RAL-1.

Otro de los puntos calientes del golpe fue el cuartel del Carmo, de la Guardia Nacional Republicana (GNR), en el centro de Lisboa. Militares en activo y retirados, golpistas, detuvieron al comandante general de la GNR. Como ya ocurrió el 25 de Abril, cuando el dictador Marcelo Caetano se refugió en este cuartel, las masas lo rodearon, impidiendo la salida de los golpistas. Sólo algunos lograron escapar, en carros blindados, pidiendo asilo político en la embajada alemana.

Los golpistas tenían previsto hacerse fuertes en el RAL-1 y en el cuartel de la GNR, haciendo una tenaza sobre Lisboa, pero el plan fracasó.

Como en el intento de golpe de septiembre, todas las principales carreteras de Lisboa y cercanías, Oporto, Santarem... vuelven a estar sembradas de piquetes (con bastante participación de militantes del PCP, Partido Comunista Portugués), que registran todos los vehículos en busca de armas. A última hora de la tarde se produce una gran manifestación antigolpista en Lisboa. Tres días después hay una inmensa manifestación de duelo popular por el soldado asesinado en el ataque al RAL-1. La sombra del 25 de Abril era alargada, lo que había sido subestimado por la reacción. Respondiendo a una pregunta acerca de la torpeza del golpe, un militar dice:

"Spínola es un militar chapado a la antigua. Cree que tomando militarmente un cuartel y apresando a los oficiales fieles ya cuenta con los soldados de este cuartel para embarcarlos en cualquier aventura. Cree que el soldado es un mero peón de ajedrez, sin ninguna opinión propia. Y eso ya no es así. Los soldados ahora charlan con nosotros, cuestionan nuestros puntos de vista y dialogamos abiertamente con ellos sobre problemas sociales, económicos y políticos. Nunca seguirían a un hombre con las ideas de Spínola" (La revolución rota, de Manuel Leguineche; el énfasis es nuestro).

En un informe oficial sobre la trama del 11 de marzo se analiza que "de todos los errores de cálculo que cometieron las fuerzas reaccionarias estamos convencidos de que el fundamental fue que no comprendieron que el pueblo es de nuevo sujeto activo de su propia historia, participando en masa en los grandes acontecimientos de la vida nacional, lo que se comprobó por su pronta, decidida y muy importante actuación en la defensa del proceso revolucionario".

Nacionalizaciones y reforma agraria

Desde el 25 de Abril se había producido en las fábricas, los servicios públicos, los medios de comunicación... una depuración de los elementos ligados al régimen salazarista que estaban en los organismos de dirección. También se dan situaciones de control obrero, en las que los trabajadores están atentos a los movimientos de dinero y mercancías que entran y salen de las empresas.

En el caso de los trabajadores de la banca, ese control les permitió seguir paso a paso los movimientos de los grandes grupos financieros, detectar la fuga de capitales, los trucos contables, el papel de la banca en la desestabilización de la economía e incluso el desvío de fondos con fines reaccionarios.

De esa manera se detectó claramente la relación que había entre el golpe del 11 de marzo y el poder económico. No se trataba de una conspiración simplemente militar, sino de una cuestión de clase. El 11 de marzo ayudó a los trabajadores a comprender rápidamente que la manera más consecuente de defender las conquistas de la revolución, incluyendo los más elementales derechos democráticos, era cortando de raíz el poder económico de la burguesía, la verdadera promotora de los intentos golpistas.

Como señala Álvaro Cunhal (dirigente del PCP) en La revolución portuguesa, el pasado y el futuro, uno de los errores de los capitalistas fue "seguir actuando en la vida como siempre" después de la revolución. "Como si nada hubiese ocurrido, como si los trabajadores no tuviesen ahora la posibilidad de conocer sus desfalcos".

La clase obrera juega un papel decisivo en el proceso de nacionalizaciones que se da inmediatamente después del 11 de marzo. Como relata Cunhal, los trabajadores "desenmascararon las exportaciones ilegales de capital, las discriminaciones en la política de créditos, los desvíos de fondos, las ayudas financieras a partidos reaccionarios y fascistas. Después del 28 de septiembre [de 1974, día del golpe de la ‘mayoría silenciosa’] los trabajadores instituyeron un efectivo control de la banca. El 3 de enero de 1975, reunidos en asamblea general, con 5.000 participantes, decidieron pedir al Gobierno Provisional medidas en el sentido de la nacionalización de la banca. El 14 de enero, en la manifestación de 300.000 trabajadores por la unidad sindical, es reclamada nuevamente la nacionalización". Y sigue: "Derrotada la reacción el 11 de marzo, probada la implicación de la banca privada, los trabajadores bancarios, orientados por el sindicato, prohíben a los ejecutivos entrar en las instalaciones. Los delegados sindicales se hacen con las llaves de las cajas fuertes. Los trabajadores forman piquetes de vigilancia en todo el país y cierran los bancos. El día 13 entregan a la Asamblea del MFA pruebas del sabotaje económico de las administraciones. El mismo día 13, el Consejo de la Revolución toma la decisión histórica de la nacionalización de la banca".

La clase obrera no sólo tomó la iniciativa en el frente político, haciendo frente a los diferentes golpes reaccionarios, sino que también lo hizo también en cuanto las nacionalizaciones, en el terreno de las transformaciones sociales.

Debido a la enorme concentración de la economía portuguesa, a través de la nacionalización de los sectores claves el sector público se convertía en la palanca decisiva de la economía. Según el citado libro de Cunhal la nacionalización alcanza el 96% en el sector eléctrico, el 93,5% en el financiero, el 80% en los de cemento, transportes marítimos, radio y televisión, el 60% en los de seguros, transportes aéreos y papel, y más del 30% en el químico y en el de la construcción de material de transportes.

En el campo, la derrota de la reacción da un enorme impulso a las ocupaciones de tierra e intensifica la lucha de los jornaleros, verdaderos motores de la reforma agraria. Cuando, a finales de julio, se publica la Ley de Reforma Agraria, una parte importante de los latifundios ya estaban abolidos por la vía de los hechos.

La ‘vía portuguesa al socialismo’

Es después del 11 de marzo cuando los militares del MFA empiezan hablar de la necesidad del socialismo. Pocas horas después del golpe el mayor Melo Antunes, en sintonía con el pensamiento de buena parte de los dirigentes del MFA, explicó la necesidad de construir "una sociedad socialista, un tipo de socialismo portugués, con características propias y dirigido por el MFA, ya institucionalizado". Precisamente, otra de las medidas importantes tras el 11 de marzo es la institucionalización del MFA, mediante la creación del Consejo Superior de la Revolución y el establecimiento de un pacto entre el MFA y los partidos políticos, mediante el cual se garantiza un papel muy importante de los militares en la futura Constitución y en el poder político del país, así como la irreversibilidad de las transformaciones sociales alcanzadas.

La peculiaridad de la situación política en Portugal se podía ver en el hecho de que, a diferencia de en cualquier otro país capitalista, la derecha insistía hasta la saciedad en que los militares volviesen a sus tareas y no participasen en la vida política. La burguesía no sólo había perdido el control de su ejército, sino que además éste estaba tomando medidas que contrariaban sus intereses fundamentales.

La evolución del MFA no fue premeditada, sino que tenía su explicación en la dinámica de los acontecimientos políticos internos y en el contexto general de crisis capitalista de los años setenta. Si hubiese triunfado el golpe del 11 de marzo la reacción no hubiera dudado en ahogar en sangre al movimiento obrero, pero también se hubiera ensañado con los militares más destacados del MFA. Los intentos de golpe no sólo empujaron a los trabajadores a acciones más decididas hacia la izquierda, sino también a los militares vinculados a la Revolución de Abril. Combatir a la reacción era una cuestión de supervivencia, un modo de salvar su propio pellejo, y su lógica les llevaba a la destitución de mandos reaccionarios, a una mejor organización del MFA, y también a apoyarse en la clase obrera, cuyas iniciativas habían sido claves en los momentos decisivos.

Por otro lado en Portugal no había ninguna burguesía progresista, ni real ni supuesta, en la que basarse para la construcción de una democracia burguesa o un capitalismo civilizado. En el terreno político la burguesía había jugado, unánimemente, a la carta del golpe, y en el terreno económico a la carta del boicot, el cierre de empresas y la fuga de capitales. En un contexto de profunda crisis económica en Portugal, el eslabón más débil del capitalismo mundial también en crisis, la vía del "socialismo a la portuguesa" se apoderaba de las mentes de los militares del MFA.

A los factores apuntados más arriba aún hay que sumar el más importante para explicar el protagonismo del MFA: la política de los dirigentes del PCP y del PS (Partido Socialista). En esencia, la política del PCP fue de un total seguidísimo respecto al MFA. Mientras el MFA se limitaba a pretender establecer la democracia, ése era el programa del PCP; cuando el MFA empieza a hablar de socialismo el PCP habla de socialismo. En todo caso, ni antes ni después el PCP promueve una política de independencia de clase, de organismos tipo soviets en las fábricas, en el campo, en los cuarteles, que fueran los embriones del poder obrero, del futuro Estado socialista. En ningún momento la dirección del PCP educa a los trabajadores en la desconfianza hacia cualquier fuerza que no sea la de ellos mismos. Lejos de eso es la abanderada de la moderación salarial, de las huelgas responsables, de la confianza en el gobierno...

De una forma completamente distorsionada, el vacío dejado por la falta de alternativa revolucionaria, por parte del PCP, y también del Partido Socialista (PS), unido al impasse del capitalismo portugués, puso sobre la mesa la posibilidad de que se instaurara un régimen bonapartista obrero encabezado por los militares, similar al de Cuba. Estas tendencias bonapartistas se reflejaban en la desconfianza de un sector de los militares hacia "los partidos" (el izquierdista Otelo Saraiva de Carvalho era un claro exponente) y hacia el papel independiente de las masas, y en el papel que se atribuían los militares en la futura Constitución, como garantes de la revolución.

La burguesía cambia de orientación

Los intentos de golpe habían fracasado, consiguiendo el objetivo contrario al que perseguían. Los estrategas del imperialismo y de la burguesía tomaron nota de la enorme radicalización social que produjo el 11 de marzo y de los efectos, para ellos muy alarmantes, que tuvo en el aparato del Estado. Un intento más en esta línea y podían perder definitivamente la esperanza de recuperar Portugal a la normalidad capitalista. Optaron entonces por jugar sus cartas con mucho más tacto, apostando por una contrarrevolución en líneas democráticas, y para ello se basaron en la dirección del PS y en la división del MFA.

La debilidad de la burguesía no sólo se reveló en sus fracasos golpistas, sino también en el terreno electoral. El 25 de abril de 1975 es la fecha fijada para las elecciones a la Asamblea Constituyente, y los partidos de izquierdas obtienen una mayoría aplastante, el 58% de los votos. El PS es el más votado, con el 38%, y el PCP obtiene el 12,5%. La participación es del 92%.

Estos resultados expresan unas condiciones más que propicias para la revolución socialista en Portugal, con una correlación de fuerzas extraordinariamente favorable a la clase obrera.

El PS había ganado las elecciones defendiendo de palabra el socialismo, la transformación de la sociedad... ésta era la aspiración de sus votantes. Sin embargo, la dirección del PS empezó a utilizar los sanos sentimientos democráticos de la clase obrera haciendo el juego a la reacción. Para ello se apoyaba en los tics burocráticos de la dirección del PCP, producto de su línea estalinista, y que repelían a muchos trabajadores.

Uno de los enfrentamientos entre el PCP y el PS fue sobre la cuestión de la unidad sindical. Correctamente, el PCP era partidario de la existencia de un solo sindicato, contribuyendo así a la unidad de los trabajadores. Pero si a los métodos estalinistas de trabajo en los sindicatos se sumaba el hecho de que el PCP quería imponer la unidad por arriba, es decir, con una ley aprobada por el gobierno (como de hecho se hizo), era evidente que iba a haber recelos.

Otro conflicto que ayudó a que la dirección del PS apareciera como víctima de una confabulación entre el PCP y Vasco Gonçalves (el primer ministro, destacado izquierdista del MFA) fue la ocupación del periódico República por parte de sus trabajadores, el 19 de mayo de 1975. Este hecho tenía un carácter totalmente diferente a las conocidas depuraciones de fascistas, puesto que todo el mundo sabía que República era el órgano de expresión oficioso más importante del PS. En la práctica se estaba impidiendo que el partido obrero más votado tuviese su propio órgano de expresión, lo que era visto como una maniobra sucia por parte de muchos trabajadores socialistas.

Otro incidente que tuvo cierta importancia fue el mítin final en la manifestación del 1º de Mayo de 1975, en la que a Mário Soares (líder del PS) no le dejaron hablar, cuando sí lo hicieron Cunhal y Gonçalves.

Las críticas de Soares al PCP no estaban acompañadas de la alternativa de una auténtica democracia obrera, en la que los trabajadores pudiesen decidir y participar activamente en todas las esferas de la sociedad; en realidad la alternativa que Soares estaba alimentando era la democracia burguesa. La reacción, mediante sus partidos, el PPD (Partido Popular Democrático, antecesor del actual Partido Social Demócrata) y el CDS (Centro Demócrata Social), en línea con el cambio de táctica, apostaban también por la democracia frente a los comunistas y el MFA.

Dimisión de Vasco Gonçalves

La tensión que se vivía en la izquierda tuvo su reflejo también en el seno del MFA. Sintiéndose desplazados por el sector del MFA agrupado en torno a Gonçalves y apoyado por el PCP, el 7 de agosto algunos militares forman la fracción conocida como los nueve, que pedía la dimisión de Gonçalves. La derecha se suma a la campaña de los nueve contra el primer ministro, estableciéndose una cierta alianza táctica entre la derecha y la dirección del PS. Gonçalves dimite finalmente el 30 de agosto, en un momento en el que el Consejo de la Revolución está paralizado por la división y en el que el sector izquierdista es abandonado por la dirección del PCP.

Tras la caída de Gonçalves se forma un gobierno encabezado por el almirante Pinheiro de Azevedo, y cuya composición predominante es del PS y del PPD.

El gobierno de Azevedo, que representa una giro a la derecha, provoca una reacción de alarma entre los trabajadores. En los meses que transcurren se suceden movilizaciones de masas importantes. Una de las principales fue la huelga de la construcción, el 12 de noviembre. Los trabajadores rodean durante más de 36 horas la sede del gobierno para exigir aumentos saláriales, que consiguen después de que el gobierno fuera incapaz de movilizar ninguna unidad militar para dispersarlos.

En el terreno militar se abre una batalla por el control de los mandos, en la que se intenta contrarrestar la influencia de los sectores militares más izquierdistas y debilitar la operatividad del COPCON. En este contexto surge Soldados Unidos Vencerán, que agrupa a los soldados contra los intentos de giro a la derecha dentro del ejército. Se producen manifestaciones masivas de soldados en Oporto y Lisboa, algunas de ellas con participación de la base del PS.

Es un momento de enorme radicalización de los trabajadores y los soldados, alarmados por los cambios que se están produciendo en el ejército y en el gobierno.

Lo más dramático de la situación fue la ausencia de una orientación correcta, de una dirección revolucionaria, que no se podía improvisar. En vez de basarse en la fuerza y en el instinto revolucionario de la clase obrera y de los soldados, la dirección del PCP ponía el énfasis en la unidad del MFA. ¿Unidad en torno a qué? Lo que estaba en juego era la revolución socialista o la reconstrucción del Estado burgués, y las divisiones en el seno del MFA reflejaban esa polarización. Con una política de independencia de clase, sin duda los sectores más izquierdistas del ejército hubieran abrazado consecuentemente la causa de la revolución socialista.

De forma desesperada, los paracaidistas de Tancos, una unidad de élite que está radicalizada tras sentirse manipulada en varias ocasiones por la reacción, encabezan una rebelión izquierdista el 25 de noviembre, pero obtienen pocos apoyos y cogen por sorpresa a la clase obrera, que salvo algunos casos no les secunda.

El intento de golpe izquierdista de los paracaidistas es utilizado a fondo para una remodelación del ejército, cuyos efectivos se reducen bruscamente y en el que muchos de los nueve también son apartados. Marca también un punto de inflexión en el movimiento obrero, que, tras 20 meses de intensa participación, sufre un inevitable reflujo.

Todo el final de la década del setenta es un período de enormes convulsiones: empeoramiento de la situación económica, crisis continua de los gobiernos, etc. que hace que surja la "opción presidencialista" del General Eanes (elegido Presidente de la república en junio de 1976 gracias al apoyo del PS). Era un nuevo giro bonapartista que se planteó la burguesía para continuar liquidando las conquistas revolucionarias.

Aun así la burguesía anduvo con pies de plomo, temerosa de que una precipitación en la recuperación de sus posiciones pudiese provocar una reacción indeseable de la clase obrera. La burguesía tuvo que conformarse con una contrarrevolución "democrática" y lenta. Tuvieron que pasar muchos años antes de que pudiesen recuperar sus antiguos monopolios.

La pérdida de las "conquistas de abril" recién se concretó con la llegada al poder del gobierno de derecha de Cavaco Silva y su Partido Socialdemócrata (PSD) a mediados de los años 80. En 1989, y nuevamente con el apoyo del PS, se reforma la Constitución portuguesa del 76 -en donde todavía figuraba el objetivo de instaurar el socialismo en el país- y se dan pasos definitivos a las privatizaciones, los ataques a las haciendas colectivizadas, etc. Incluso antes, en 1988, el gobierno de Cavaco impuso el despido libre, a pesar de la masiva huelga general que se convocó para impedirlo.

A pesar de todo, hay una cosa que jamás se borrará de la memoria de la clase obrera portuguesa: fueron capaces de hacer lo más difícil, lo más gigantesco, la más impensable, lo más maravilloso. La Revolución Portuguesa es ya parte del patrimonio de la clase obrera mundial. De nosotros depende sacar todas sus lecciones y ponerlas al servicio de la lucha futura.


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