“Francia es el país dónde la lucha de clases siempre llega hasta el final”. Esta frase, acuñada por Carlos Marx cuando analizaba las gestas heroicas protagonizadas por la clase obrera francesa en las revoluciones de 1830, 1848 y la Comuna de Paris de marzo de 1871, expresa de manera fiel la deuda que los trabajadores de todo el mundo tenemos contraida con nuestros hermanos de clase franceses.

Como parte de este hilo histórico ininterrumpido, en la primavera de 2006 el proletariado galo, fundido con la juventud obrera y estudiante de toda la República, ha hecho hincar la rodilla a una clase dominante arrogante que se había creído capaz de imponer sus planes de explotación con total impunidad. Confundiendo las vacilaciones y la pusilanimidad de los parlamentarios de la izquierda reformista con la auténtica voluntad de lucha de las masas francesas, Jacques Chirac y Dominique Villepin han recibido una lección inolvidable.

Después de dos grandes jornadas de movilización, el 28 de marzo y el 4 de abril, que sacaron a la calle en huelgas tanto del sector público como del privado a millones de trabajadores franceses; después de más de 545 manifestaciones en la que seis millones de jóvenes y trabajadores se manifestaron a lo largo y ancho de todo el país en esos dos días; después del bloqueo de más de un centenar de universidades y más de mil quinientos institutos, tomados por los comités de huelga elegidos democráticamente por los propios estudiantes; después de que la presión insostenible de la clase obrera, los desempleados y la juventud de toda Francia obligase a los dirigentes de los sindicatos a exigir una y otra vez la retirada del CPE; después de que los medios de comunicación vieran fracasar sus reiterados intentos de estigmatizar este colosal movimiento con acusaciones increíbles de “conservadurismo”, “miedo al cambio” y estupideces por el estilo...en definitiva, después de poner encima de la mesa la cuestión esencial del poder, es decir, quien manda en la casa, quien hace posible la producción, que el transporte funcione, que la energía llegue a empresas, hogares, hospitales o colegios, la burguesía francesa a tenido que ceder, y lo ha hecho de una forma humillante, tragándose todas sus palabras y frases grandilocuentes.

La lucha que acabamos de presenciar en Francia supone el mayor movimiento anticapitalista de los últimos años, el que ha tenido un contenido de clase más elevado y el que ha demostrado que, en base a los métodos de la acción de masas, la organización y la disciplina, los oprimidos de Francia como los del resto de la Europa tenemos la capacidad para derribar el sistema capitalista e imponer un nuevo orden social.

Ni la represión de los CSR, ni las provocaciones de los infiltrados de la policía, ni las campañas de los medios de comunicación controlados por la burguesía han servido para derrotar al movimiento, que no ha dudado en llegar hasta el final. El escenario clásico de una situación prerrevolucionaria se estaba concretando en las calles de toda Francia, y este ha sido el factor decisivo para que la burguesía haya preferido la derrota a continuar por un camino que le podría colocar en una situación desesperada.

Evitar que la lucha se transformase en un movimiento abiertamente revolucionario ha sido lo que ha movido a la clase dominante francesa a retirar el CPE. Pero esto no la salvará. Por el contrario, la clase obrera francesa, la juventud, sale convencida de su fuerza, la confianza en si misma es mucho mayor, y la coloca en una situación inmejorable para enfrentarse a las próximas e inevitables batallas que están por llegar.

La crisis del régimen capitalista en Francia

Todo el escenario mundial ha sufrido una transformación colosal en los últimos años. Los lamentos escépticos de todos los renegados de la izquierda, de los que sucumbieron a las presiones de la ofensiva ideológica del capital, a los que teorizaron el abandono del marxismo revolucionario rehabilitando los deshechos teóricos del viejo reformismo ungiéndolos de un nuevo barniz...todos esos individuos que pueblan las cátedras universitarias, los programas “progresistas” de la radio, los grupos parlamentarios y los ministerios, los comités de redacción de las revistas de “pensamiento político”, de periódicos y editoriales, todos esos individuos, los “ex”, han recibido también una brillante lección. Una lección que no se ha impartido en las cuatro paredes de un aula, sino en centenares de ciudades y barrios obreros de Francia y cuyo profesor colectivo ha sido la furia de millones de hombres, mujeres y jóvenes anónimos, que conforman lo auténticamente vivo de la República francesa. Las masas, si las masas, ese termino que cuando se menciona en presencia de esos “ex”, provocan miradas de desprecio típicas del pequeño burgués presuntuoso. ¿Las masas? ¡Pero si eso ya no existe! ¿Cuantas veces se habrá pronunciado esa frase en reuniones, actos, cenas y comilonas, tertulias...? Las masas... Pues si señores, las masas vuelven a tomar el protagonismo de la política imprimiendo su sello indeleble a los acontecimientos.

Las masas en Venezuela, en Bolivia, en Perú, en Ecuador, en Argentina, en Brasil... en EEUU, en Iraq, en Nepal; las masas que lucharon contra la guerra imperialista, que dijeron No a la constitución europea, que derrotaron al PP, que protagonizan huelgas generales en el Estado español, en Italia, en Portugal, en Austria, en Grecia... Las masas que han sido el motor de cambio en la historia, las auténticas protagonistas de la lucha de clases, vuelven a exigir su lugar y lo hacen como siempre ha sido, de forma explosiva y pillando por sorpresa a los que habían tocado ya su canto fúnebre.

La acción de las masas ha provocado una profunda crisis del régimen de la V República. Incluso un diario como El País lo reconoce en un editorial publicado el 11 de abril y que lleva por título un inequívoco Villepin, humillado. “Son muchas las voces que señalan que el modelo de la V República ya no funciona (...) Pero aún queda un año hasta las elecciones presidenciales. En otoño fueron los chavales de las barriadas, ahora los estudiantes y con 12 meses para el cambio de guardia, las protestas de todo tipo se pueden multiplicar”. No hace falta ser un estratega para reconocer que lo que dice El País es una realidad incontestable; pero una realidad parcial que no hace justicia realmente a lo que ha pasado.

Desde hace diez años, en Francia se vive un profundo movimiento de contestación social que esta agrietando las bases estables en las que descansaba todo el sistema capitalista. Francia se ha convertido en el país con más luchas obreras de todo el continente; dónde se han dado las movilizaciones más duras y prolongadas contra las contrarreformas sociales auspiciadas desde la UE. Un proceso que ha tenido su reflejo en la conciencia política de una nueva generación de trabajadores y de jóvenes que, correctamente, vinculan estas luchas con la necesidad de acabar con el capitalismo y transformar la sociedad en líneas socialistas.

En su crónica del día después de la derrota, J. M. Martí Font, corresponsal en Francia de El País y que se ha caracterizado en sus crónicas por destacar ampliamente “la violencia” que acompañaba a las manifestaciones estudiantiles, como es ya característico en estos periodistas “independientes”, no podía dejar de reconocer el siguiente hecho: “ De algunas facultades tomadas, dónde los comités de huelga se han hecho con el poder real, donde los alumnos ocupan de forma permanente los paraninfos, los mensajes que llegaban tenían ya el aroma radical de una revolución en toda regla. ‘No nos quedamos aquí’, decía un líder estudiantil en Rennes, uno de los centros de esta revuelta. ‘Es el sistema el que hay que destruir, es el capitalismo el que no funciona’”.

En efecto, en esta sencilla frase está concentrado el fondo de las aspiraciones de las masas movilizadas en Francia. Y esta es la principal lección de esta lucha: el problema no es tan sólo las medidas reaccionarias y antiobreras que aplica la derecha o la socialdemocracia cuando llegan al gobierno; el problema real son las bases de la propiedad capitalista, la que determinan que la vida para cientos, por no decir miles, de millones de hombres, mujeres y niños de todo el planeta se haya transformado en una auténtica pesadilla.

Esta es la auténtica razón por que la burguesía francesa ha cedido y por la que la clase dominante de todo el mundo mira con espanto los acontecimientos franceses. En ellos ve, y no se equivoca, la amenaza de la revolución socialista en el siglo XXI, una amenaza que pretendía haber conjurado definitivamente pero que goza cada vez de mayor predicamento.

Odio de clase

Paralelamente a esta tremenda victoria, en los diarios “progresistas” de toda Europa no han dejado de aparecer artículos de “opinión” para denunciar el “miedo al cambio” que ha puesto de manifiesto, supuestamente, este movimiento. En verdad, la mayoría de estos artículos, disfrazados de análisis sensatos y “actuales”, no son más que las auténticas opiniones de la clase dominante, vertidas por sus plumíferos a sueldo. Todos ellos destilan un inconfundible odio de clase.

De nuevo el diario El País se ha convertido en el vehículo para transmitir este tipo de basura disfrazada de “pensamiento riguroso y moderno” que no tiene desperdicio. El pasado 14 de abril, al mismo tiempo que dedicaba tres páginas a la conmemoración del 75º aniversario de la II República, publicaba dos de estos artículos. El primero en la página catorce, llevaba por título Waterloo, versión 2006 y estaba firmado por el famoso “ex”, Carlos Mendo. Como todos los antiguos “progres”, el furor del converso está implícito en cada palabra, en cada expresión. Citemos algunos fragmentos impagables de esta joya del pensamiento político: “ (...) Por enésima vez en los 11 años de presidencia chiraquista, la calle ha ganado la batalla a las instituciones democráticas de la república con su consiguiente debilitamiento. La protesta callejera se ha impuesto a la asamblea Nacional y al Consejo Constitucional, que había avalado la constitucionalidad del Contrato de Primer Empleo (CPE) –un tímido intento de abordar el paro juvenil, que afecta al 23% de los jóvenes y casi al 50% de los hijos de los emigrantes-, dentro de una ley de igualdad de oportunidades. ¿Para qué esperar a que un nuevo Parlamento debata la reforma laboral acorde con los nuevos tiempos, si, como en el pasado, le gobierno no resistirá la presión de la calle? ¡Olvidemos a esos trasnochados de Montesquieu y Tocqueville y, en la mejor tradición francesa, volvamos a las barricadas! Y, convencidos de su victoria final, a las barricadas se fueron para defender un status quo insostenible en una economía cada vez más competitiva y globalizada, que los huelguistas se empeñan en ignorar (...) Globalización, liberalismo, libre mercado, beneficios y productividad son términos demonizados en el vocabulario político francés (...)”

Como en Historia de dos ciudades de Dickens, hay otra Francia distinta. Es la Francia emprendedora de la empresa privada, dispuesta a competir con su esfuerzo en el mundo y que el año pasado copo el tercer puesto en el número de adquisiciones de compañías extranjeras. Ahí está el futuro de Francia”.

El mismo día, en la página cincuenta y tres, encontramos otro artículo de título La Francia Menguante y cuyo autor, Ángel Ubide, no se corta ni un pelo: “Lo sucedido ofrece una lectura muy preocupante para el futuro de Francia y de la perspectiva de reforma en Europa. La retirada del CPE revela la clara supremacía de la ideología sobre la ciencia” ¿La ciencia, preguntamos asombrados? ¡Si señor la ciencia!, y para dejarlo claro Ángel Ubide nos ilustra: “El CPE, que relaja las restricciones al despido para los jóvenes, se basa en uno de los resultados más concluyentes de la economía del trabajo: la mejor política para aumentar el empleo es reducir las restricciones al despido. (...) Los jóvenes se quejan de que el Gobierno quiere precarizar su empleo, y en cierta manera tienen razón. Lo que el gobierno debería hacer es flexibilizar el empleo de todos los ciudadanos, no sólo de los jóvenes.”

Bastan estas palabras para realzar lo que significa, desde el punto de vista de los intereses de los trabajadores de todo el mundo y especialmente de los europeos, la victoria histórica arrancada en Francia tras un largo mes de movilizaciones. Así mismo, constituyen también una seria advertencia para el futuro. Por que si las instituciones de la democracia burguesa no sirven para contener el “chantaje de la calle”, será necesario no sólo incrementar las medidas de represión, sino el drástico recorte de los derechos democráticos. La perspectiva para la “civilizada” Europa en los próximos años es clara: las “formas democráticas” chocaran de forma cada vez más violenta con las bases del propio sistema capitalista, lo que implicará sus sustitución por otras más “eficaces” que garanticen más adecuadamente los ingresos y beneficios de la clase dominante.


Luchar por el socialismo

Los combates del futuro dejaran pequeños todas las luchas de los últimos años. Si por la burguesía fuese, todas las conquistas del pasado serían eliminadas de un plumazo. Todos los argumentos a favor de la paz social, de la moderación salarial, de la flexibilidad y abaratamiento del despido, de los recortes en las prestaciones sociales y en las jubilaciones, no ha contribuido a saciar las ansias de la patronal europea. Por todas partes el plan de ajuste es el mismo: miles de despidos, presión salvaje en los ritmos de trabajo, aumento de la jornada, supresión de vacaciones y días de descanso, precariedad, siniestralidad laboral con su reguero de miles de trabajadores muertos al año, privatización de la enseñanza y la sanidad pública...Pero recorrer ese camino no va a ser sencillo para los capitalistas de Europa. A pesar de las agresiones que han logrado colar gracias a la desmovilización patrocinada desde las cúpulas sindicales y alimentadas con argumentos teóricos como los que anteriormente hemos comentado, las contrarreformas sociales se enfrentaran a la formidable oposición de un movimiento obrero que se siente fuerte. En este contexto, triunfos como el de Francia suponen una inspiración para el conjunto de los trabajadores europeos y un golpe demoledor contra la vieja cantinela acerca de la debilidad del movimiento obrero.

La lucha paga al final. El camino que los trabajadores y la juventud de Francia han señalado es el único posible para defender nuestras condiciones de vida. Pero incluso una victoria como esta, que pone de relieve el enorme poder de los trabajadores y la juventud, no se puede ver como un fin en si mismo. Es parte de un combate más amplio y fundamental. La lucha de los explotados contra el conjunto del sistema capitalista, por el socialismo, una lucha que no se puede librar fabrica a fabrica, sino que requiere de organización política, de un programa claro y una estrategia y métodos consecuentes. La experiencia francesa ha puesto en el orden del día la imperiosa necesidad de abordar esta tarea, empezando por construir una alternativa marxista de masas en Francia y a escala mundial.

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