Hoy me levanté temprano, me quité las lagañas de los ojos y los prejuicios hacia mi aspecto. Me puse una falda, no tan corta porque en estas mañanas lluviosas hace frío afuera. Salí de la casa y me dirigí al camión que me acerca a mi escuela. Como la mayoría de mis trayectos en camión no pongo mucha atención más que en lo que pasa por las ventanas, los roces que llego a sentir en el cuerpo los justifico por la cantidad de gente que se amontona en el pasillo estrecho del camión. Pero esta mañana no estaba tan lleno, éramos solamente cuatro personas paradas y sentía algo angosto rozar constantemente mi trasero, pero aun así no pensé que fuera más que el portafolio del señor que estaba a espaldas de mí. No fue hasta que me di media vuelta para bajar que vi que el señor tenía la mano completamente vacía.


Esto y más es a lo que nos enfrentamos todos los días las mujeres trabajadoras y estudiantes para llegar a nuestro destino, y es un ejemplo de la violencia sexual que vivimos en esta ciudad que se hace llamar “progresista”. La violencia sexual hacia las mujeres va desde un tocamiento, un “piropo” hasta su expresión más brutal que es el feminicidio.


En la Ciudad de México se han abierto 299 averiguaciones por feminicidio desde el 2011, en el 2007 este delito fue tipificado. Tan solo en los últimos tres años, se han registrado 136 casos más en el Estado de México. En todo México hay al menos 4 feminicidios por cada 100,000 mujeres. Estos son los casos contados que entran en las estadísticas.


Lesvy, la compañera asesinada en CU, es la averiguación número 300 tipificada como feminicidio y a casi un mes desde su asesinato, las autoridades se encargaron más rápido en denunciar hábitos fantasmas de la compañera que en decir su nombre completo y la causa de su muerte, sobra decir que no han dado con los responsables de este crimen.


Un feminicidio es la suma de toda violencia hacia una mujer, porque detrás de cada muerte hay cientos de agresiones que día con día normalizamos, al punto en que tratan de hacernos creer que si nos matan fue por nuestra culpa.


A las instituciones como la UNAM les preocupa más el no manchar el prestigio de la misma que aceptar que tales casos ocurren en sus instalaciones y dar una batalla a codo partido contra el machismo. Nos da realmente repugnancia ver a las autoridades mirar hacia otros aspectos secundarios o incluso insultarnos a las compañeras y compañeros que pedimos justicia, castigo y acciones concretas contra el machismo.


Lo mismo pasa en la UPN, cuando compañeras de Sociología denunciaron al trabajador de vigilancia Ángel Molina, por acosar a compañeras en los pasillos de los salones y agredir verbalmente a otro compañero, la única respuesta de jurídico que recibieron fue que cambiaron de piso al trabajador.


Si no luchamos, las cosas no cambiaran


Los protocolos de atención a víctimas de violencia sexual son ineficientes, inhumanos o en su caso inexistente dentro y fuera de las escuelas. En las instancias de justicia en la CDMX, se perfilan dos denuncias por día y otras más se cuentan en voz baja por temor a represalias y por miedo a no creer en los testimonios.


No basta con reconocer estos delitos en el papel, en éste no se cometen ni tampoco se solucionan. La violencia machista la erradicaremos con la movilización y organización de todas y todos, levantando un programa de combate donde expliquemos que es la sociedad capitalista, los ricos, los jueces y la iglesia los promotores y encubridores de esta violencia. Solo luchando conseguiremos personal capacitado y humanamente sensible para quienes atienden a las víctimas de violencia sexual y de género. Luchando conseguiremos una enseñanza no machista, donde el papel de las mujeres no sea relegado, donde existan clases y charlas de como combatir y luchar contra todo tipo de violencia machista. No pararemos de presionar a las autoridades para que hagan su trabajo, y si no lo hacen lo haremos nosotras, buscaremos incansablemente a los responsables de estos delitos y que se castiguen ejemplarmente.


Como diría Norma Andrade, madre de Lilia Alejandra García, desaparecida y asesinada en Ciudad Juárez en febrero de 2001:

“No nos callen más, déjenos gritar”.


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