La burguesía ha logrado suprimir buena parte de los rasgos democráticos que la clase trabajadora conquistó con luchas históricas. La degeneración de las organizaciones de izquierda más importantes, el PRD en primer lugar, así como la claudicación de los dirigentes con mayor autoridad entre la juventud y los trabajadores, han generado las condiciones políticas para que la derecha haya acotado los avances democráticos.

Cuando la clase trabajadora ha ejercido sus derechos políticos ha puesto en peligro los negocios capitalistas, de ahí la necesidad de la clase dominante por suprimirlos. Aspectos como la libertad de expresión, organización, tránsito, jornada laboral de 8 horas, entre otros, son cada vez más escasos; y tienden a convivir y a ser reemplazados por elementos de carácter dictatorial: toques de queda, desapariciones, tortura, condiciones laborales de semiesclavitud, fusión del narcotráfico con el aparato estatal y los partidos políticos. En México, como históricamente ha ocurrido en América Latina, la “democracia” que aceptan los capitalistas no es sino una letra muerta.

La dura escuela del reformismo

Las amplias masas de la clase trabajadora han intentado una y otra vez revertir este escenario decadente, particularmente a partir de la vía electoral. A pesar de que las masas no han faltado a las urnas en apoyo de la izquierda, sus dirigentes les han dado la espalda en los momentos más decisivos. Primero Cárdenas y luego AMLO en 2006 y 2012, se negaron a luchar contra el fraude incluso cuando tenían ganada la presidencia. Qué tan fuerte había sido la confianza de las masas en el PRD, en la táctica electoral, en Cárdenas y Obrador, que a pesar de sus vacilaciones y errores graves (abandono del EZLN, represión a la huelga de la UNAM en 1999, a la huelga de mineros de Michoacán en 2006, etcétera) cada seis años, desde los años 90 hasta el 2012, tuvieron la fuerza potencial para derrotar a la derecha y llegar a la presidencia.

La dirección del PRD interpretó de la manera más lamentable la persistencia de los trabajadores por impulsar a este partido. La derechización del PRD fue llevada a límites cada vez más insospechados en la medida en que los dirigentes traicionaban sistemáticamente las aspiraciones de su base social y esta terminaba agrupándose en torno a ellos en cada cita electoral. Los cada vez más degenerados dirigentes perredistas han sobreexplotado el instinto de clase de los trabajadores que honestamente ven la necesidad de frenar a la derecha también en las urnas. Esta dinámica política se sostuvo durante años, lo que llevó a los dirigentes a “pensar” que nunca se agotaría.

Este ha sido el camino que ha llevado al PRD a estar directamente implicado en la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en la privatización de Pemex y en la reaccionaria contrarreforma educativa. La clase trabajadora ha perdido ya todo vínculo con este aparato de coerción electoral.

La crisis del PRD, antes que ser la crisis de una pandilla de vividores, es la crisis de la política reformista, que pretende curar los rasgos más degenerados del sistema capitalista, apoyándose en las instituciones del Estado. En la medida en que Morena y Obrador recorren los mismos errores que llevaron al PRD del reformismo de izquierdas al reformismo de derechas, no son capaces de situarse como una alternativa distinta para las masas y en especial para la juventud. Aún con otros nombres, con otras siglas, no pueden volver a impresionar a un público que ya conoce el final de la película. De mantenerse la política de conciliar los intereses de los explotados con los explotadores, de mantenerse el cretinismo parlamentario de Morena, su indiferencia ante las luchas más importantes de los trabajadores y la juventud, seguirá arrastrando la crisis que hoy embarga, con mucha mayor profundidad, al PRD.

La terca razón de luchar

Son tantos los abusos que sufre la clase trabajadora que ésta ha tenido que salir a luchar con o sin organización, con o sin un programa político acabado, con o sin una táctica de lucha definida, con o sin experiencia. En los últimos tres años se ha acentuado una dinámica de luchas que surgen de forma aparentemente espontánea. Este ha sido el caso del movimiento juvenil #YoSoy132, la extensión de las autodefensas y Policías Comunitarias, la misma huelga del IPN, el movimiento de Ayotzinapa y la lucha de los jornaleros de San Quintín, también han tenido esta característica.

Estas expresiones de lucha tienen el común denominador del hartazgo profundo y la radicalidad contra los males que provoca el sistema capitalista. También han asumido métodos de lucha totalmente firmes como la huelga general o la toma de los edificios de gobierno. Incluso estos nuevos referentes han recurrido a los métodos más tradicionales de una situación revolucionaria como lo es el armamento del pueblo bajo control democrático en algunas comunidades campesinas. Destaca también el escepticismo de estas expresiones de lucha ante los dirigentes no digamos ya del PRD, sino incluso de Morena, que por su parte no han dudado en alejarse de estas manifestaciones.

Estas expresiones de lucha si bien reflejan una nueva etapa de la lucha de clases, tienen aún rasgos de inmadurez. En su interior conviven elementos que están correctamente a la altura de las circunstancias históricas (por ello han conseguido algunos triunfos), pero al mismo tiempo no logran asimilar una política plenamente revolucionaria y anticapitalista que les permita tener mejores condiciones para concretar sus objetivos. Esta debilidad política es la que sobre todo explota el gobierno y la derecha para aislar, desvirtuar, confundir, infiltrar y reprimir a estos movimientos.

El gobierno ha aprovechado la inexperiencia política del movimiento, su falta de dirección y el carácter unilateral de sus demandas, para desviarlos por un cause reformista muy limitado. Recordemos el llamado del Secretario de Gobernación a los jóvenes del IPN…”Vamos a atenderlos, pues no queremos que se politice el movimiento, ¿verdad?” Lo mismo ocurrió con las autodefensas: algunos encarcelamientos de narcotraficantes, promesas de solución y sobre todo, mucha represión contra el movimiento cuando éste frenó su avance, producto de las “negociaciones con el gobierno”. Lo mismo pretendían hacer con los padres de Ayotzinapa; a la demanda abstracta de “justicia” el gobierno le dio concreción y ofreció indemnizaciones económicas por cada estudiante desaparecido, que de haberlas aceptado los padres de familia, hubiera sido un elemento para desactivar la lucha.

La derecha no ha dudado en infiltrar a todos estos movimientos, ha promovido “dirigentes” que han explotado el rechazo natural “a los políticos y a la política” para conducir el movimiento al aislamiento y de ahí a su estancamiento. Esta táctica de infiltración se ha combinado con la ausencia de una dirección alternativa, mínimamente organizada, que pueda ofrecer un cause político y táctico viable. En el horizonte no hay sino más ataques y situaciones límite para la clase trabajadora y la juventud, sobre sus experiencias, aciertos y errores, avanzará tortuosamente, fortaleciendo su organización y sobre todo su conciencia de clase. De ello se desprende la necesidad de agrupar a todos los sectores en lucha, bajo un programa anticapitalista. ¡El futuro es de lucha! ¡Organízate en Militante!


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