Si se siguen atentamente las crónicas y editoriales del diario El País sobre los acontecimientos que se desarrollan en México y Oaxaca durante estos últimos tres meses, se tiene constancia meridiana del auténtico pavor que recorre las filas de los exSi se siguen atentamente las crónicas y editoriales del diario El País sobre los acontecimientos que se desarrollan en México y Oaxaca durante estos últimos tres meses, se tiene constancia meridiana del auténtico pavor que recorre las filas de los explotadores. Toda la bilis y el odio de clase que la burguesía escupe cuando se siente amenazada por la revolución, se destila a chorros en las informaciones periodísticas, en los artículos de opinión o en los análisis de fondo de este periódico, autotitulado el independiente de la mañana.

No nos podemos llevar a engaños. El diario El País es la principal tribuna pública de la clase capitalista española, así como el buque insignia de uno de los mayores monopolios de comunicación del planeta con poderosos intereses económicos en Latinoamérica y México. Es difícil comprender en toda su dimensión la fusión tan sólida que existe entre este diario y la defensa de los intereses estratégicos del gran capital. El País puede camuflarse con un abundante vocabulario de lugares comunes a favor de “causas justas”, con el que tanto gusta de lavar su conciencia la pequeña burguesía, clientela predilecta de este diario. Puede atiborrar con su medicina de información “veraz y contrastada” a los ex comunistas, ex socialistas y ex sindicalistas que comulgan cotidianamente con sus opiniones “progresistas” sobre los asuntos del mundo, en las antípodas de las “viejas” ideas revolucionarias que en otros tiempos abrazaron. Puede hacer campaña a favor de los “valores cívicos”, denunciando tramas de corrupción y encabezando su cruzada mediática contra la derecha más carpetovetónica del país y sus plumíferos casposos. Pero, cuando se trata de los intereses que afectan a la clase dominante, El País arroja su careta democrática y se convierte en una maquina de la mentira al servicio de sus amos, los explotadores del mundo.

En el caso de los acontecimientos revolucionarios que están recorriendo México y que se concentran en la insurrección protagonizada por el pueblo de Oaxaca, El País utiliza el mismo método que ya empleó cuando manifestó su apoyo entusiasta al golpe militar perpetrado contra Hugo Chávez en abril de 2002. En aquella ocasión, sus editoriales babeaban suspirando por el triunfo del golpista Carmona y sus secuaces de la oligarquía venezolana y el imperialismo. El argumento de que Chávez era el presidente electo del pueblo venezolano, reelegido en cuanta consulta electoral hubiera participado, era lo de menos. En realidad, la democracia para el diario El País es una palabra sin sentido si están en juego los intereses del gran capital. Exactamente el mismo comportamiento que mantuvieron hace setenta años los medios de comunicación “liberales” y “democráticos” de Gran Bretaña y Francia, cuando miraban para otro lado ante el golpe de estado de Franco.

Este ha sido exactamente el mismo comportamiento respecto a Evo Morales. Que las multinacionales imperialistas españolas saqueen las riquezas de América Latina es muy democrático, pero cuando el gobierno de Evo Morales plantea una tímida ley de nacionalización de los hidrocarburos, entonces El País se pone serio y monta en cólera contra el Gobierno de Bolivia, apelando a la “seguridad jurídica” internacional y principios semejantes.

En las últimas semanas, este diario, campeón del cinismo y la hipocresía del periodismo burgués, ha dado muestras contundentes de hasta donde es capaz de comprometerse en su campaña de jaleo y retumbe a favor de la represión contra la revolución mexicana. Sus tambores no han dejado de golpear con fuerza a favor de una salida represiva que bañe en sangre el movimiento de los explotados. Todo ello, claro, enmascarado en la demagogia habitual de defensa de la democracia y las instituciones.

Las pruebas

Sería un ejercicio arduo traer a colación todas las citas de los artículos y editoriales contra la revolución mexicana que han cubierto las páginas de El País en estos meses. Nos limitaremos a citar algunas de las más sobresalientes.

Dos días después de celebrarse la Convención Nacional democrática en el DF, con la participación de más de un millón doscientos mil delegados, y en la que se designo a López Obrador como Presidente legítimo de México, el editorial de El País vomitaba con saña su frustración: “La conducta del candidato izquierdista en las elecciones presidenciales mexicanas, Andrés Manuel López Obrador, ha pasado del esperpento a la amenaza real para las instituciones políticas de México, un país de gran peso político y económico en todo el continente americano (…) El comportamiento de López Obrador esta en línea con las tentaciones bien recientes de cambios constitucionales y reformas legales en algunos países latinoamericanos, como Venezuela y Bolivia, orientados a perpetuar o ampliar las presidencias actuales sin pasar por las urnas. Son la excrescencia de actitudes caudillistas o de simple desprecio a las reglas más elementales que deben respetar todos los partidos democráticos: el ganador, por el margen que sea, gobierna si se lo permiten sus leyes parlamentarias y el perdedor saluda, da la enhorabuena y se dedica a vigilar estrechamente al Gobierno elegido”.

Hasta aquí nada nuevo. Cuando las masas de Latinoamérica han dicho basta, y se movilizan contra un sistema criminal, el capitalismo, que les condena al paro forzoso, la miseria y la marginación, el diario El País replica con su vocabulario usual: “populismo”, “caudillismo”, “esperpento”, “desprecio a las reglas democráticas”, y un sinfín de términos que han sido desempolvados por el Departamento de Estado norteamericano y que sus fieles lacayos de la pluma no dudan en utilizar, un día si y otro también, pareciendo que han descubierto la pólvora.

Sin embargo, ese mismo día, el editorial dejaba deslizar un programa estratégico que ya ha convertido en la espina dorsal de sus pronunciamientos públicos: “Lo que importa” señalaba El País, “ es que las instituciones mexicanas dispongan de resortes para acabar con este intento ridículo de subvertir la democracia”.

¿A que resortes se refiere El País? No cabe duda: a la represión policial y militar del movimiento. De esta manera El País daba la señal para una campaña de agitación a favor de un baño de sangre contra la revolución mexicana, y esta campaña ha alcanzado un grado de paroxismo obsesivo ante los acontecimientos de Oaxaca.

¿Acaso es una casualidad que El País dedique continuamente sus portadas, sus páginas internacionales y sus editoriales a clamar contra el supuesto “caos” de Oaxaca? Por supuesto que no es una casualidad. Quieren preparar a la opinión pública del estado español, narcotizándola con mentiras cada vez más gruesas, y presentar el movimiento de Oaxaca como la obra de unos perturbados de extrema izquierda que utilizan métodos delictivos y criminales, propios del lúmpen, para subvertir la democracia. De paso, muestran a la clase dominante Mexicana la opinión cualificada de un diario que se jacta de crear opinión. Si el Gobierno de Fox o de Calderón optan por intentar aplastar manu militari la rebelión del pueblo de Oaxaca, sabe que podrá contar incondicionalmente con el apoyo mediático de El País que no economizará esfuerzos en demostrar que esa acción criminal está más que justificada. De esta manera, piensan los editorialistas del diario y, detrás de ellos, la clase dominante española, que se conjurara la amenaza de la revolución y continuaran sus lindos negocios en esa nación “de gran peso económico y político” que es México.

Doble poder en Oaxaca

Oaxaca es uno de los Estados mexicanos más castigados por las “bonanzas” de la economía libre de mercado, que tanto gusta defender al diario El País. En Oaxaca la mitad de la población la constituyen trabajadores y campesinos zapotecos, mixtecos, mazatecos... Según las cifras oficiales una de cada cuatro personas es analfabeta, el 36 por ciento no terminó la primaria y el 60 por ciento de sus casas carece de servicios elementales. Más de 100 campesinos abandonan diariamente la región en dirección a los EEUU. De los cientos de mexicanos que mueren en la frontera norte todos los años, un porcentaje elevado es oriundo de Oaxaca. El conjunto de la Región está hundida en el desempleo y el analfabetismo, mientras las enfermedades y la desnutrición infantil son la norma habitual para decenas de miles de familias pobres. De toda esta calamidad ¿Quién es el responsable? ¿La Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO), o la oligarquía mexicana y sus representantes políticos del PAN y del PRI? Difícil pregunta para El País.

Cuando el pasado 14 de junio más de tres mil policías enviados por el Gobernador prisita del Estado, Ulises Ruiz, intentaron acabar con la huelga de maestros que había vaciado las aulas desde hacía dos meses, una respuesta furiosa de miles de docentes, trabajadores y campesinos hicieron huir a las fuerzas represivas. A partir de ese momento, el pueblo de Oaxaca dio un salto formidable en su acción. Impulsando la formación de brigadas de autodefensa garantizaron la seguridad de sus manifestaciones. Al mismo tiempo crearon la APPO, integrada por más de 350 organizaciones de trabajadores, campesinos y pobladores pobres. La Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca se ha convertido desde entonces en un poder alternativo al de las instituciones capitalistas del Estado. Un embrión de poder obrero que ha asumido la organización de la vida política, económica y social de Oaxaca. A través de la acción directa de las masas oprimidas se han creado las condiciones para iniciar la transformación socialista de Oaxaca, insuflando confianza al movimiento revolucionario que en el conjunto del país se ha desatado al calor de la lucha contra el fraude electoral del 2 de julio.

Que esta afirmación anterior no es producto de una ilusión, lo confirma la crónica de Francesc Ralea, enviado especial de El País a Oaxaca, quien en su crónica del pasado 10 de septiembre escribía lo siguiente: “Las oficinas de la Dirección del Registro Público de la Propiedad de Oaxaca están precintadas con un letrero donde se lee "Clausurado hasta la salida de U. R. O. [iniciales de Ulises Ruiz Ortiz, gobernador del Estado]". En una situación similar están la sede de la Casa de Gobierno, de la Secretaría de Finanzas y todas las del poder Ejecutivo de este Estado mexicano, el nuevo edificio del poder Legislativo y el del Tribunal Superior de Justicia. La práctica totalidad de las dependencias del Gobierno estatal en la ciudad de Oaxaca, de 600.000 habitantes, están cerradas al público. Las barricadas impiden o dificultan el libre tránsito, la Policía ha sido acuartelada y el centro histórico del capital del Estado está tomado por la autodenominada Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) y los maestros en huelga desde el mes de mayo, que han dejado sin clase a 1,3 millones de escolares, de este Estado de tres millones de habitantes, situado a unos 400 kilómetros de Ciudad de México” (...) “Lo que empezó hace más de tres meses como un conflicto laboral sin mayor trascendencia ha degenerado en una protesta insurreccional, cuyos líderes exigen la salida del gobernador Ruiz (del PRI, Partido Revolucionario Institucional) para dar paso a un "gobierno popular". (...) En las dependencias de la Unidad de Protección Civil, un grupo de la Brigada Móvil de la APPO llegó con el siguiente mensaje para los trabajadores: "Tienen vacaciones a partir de hoy. Estas oficinas pertenecen ahora a la APPO". Los integrantes de dicha brigada recorren la ciudad para declarar "clausuradas" oficinas gubernamentales y desalojar a los funcionarios. Los brigadistas se atribuyen prerrogativas de policías y jueces, y han llegado a detener a supuestos violadores de la ley, interrogar y ordenar castigos, para entregar posteriormente los "capturados" a la Cruz Roja. (...) Heliodoro Díaz Escárraga, secretario general del Gobierno, niega que haya parálisis en las funciones administrativas del Ejecutivo, "que operan en la mayor parte del Estado", y prefiere hablar de "una complejidad en la ciudad de Oaxaca". Parte de esta complejidad es que el número dos del Gobierno reciba a EL PAÍS avanzada la noche en un discreto hotel de la ciudad, que el gobernador se desplace en la semiclandestinidad, que haya enviado a su familia lejos de Oaxaca porque en ningún lugar de la ciudad puede sentirse completamente seguro, o que los diputados sesionen en casas particulares. La cabeza del gobernador es el objetivo irrenunciable de la insurrección oaxaqueña.”

La crónica del enviado de El País es cristalina. En Oaxaca hay una insurrección y esta ha creado un doble poder. Esa es la auténtica razón para que la clase dominante mexicana y sus aliados imperialistas en el mundo, incluidos los del Estado español, arremetan con tanta furia contra el movimiento de Oaxaca. Esta es la causa inconfesable de todos los ataques biliosos de El País contra el pueblo de Oaxaca.

Lo que comenzó como una lucha de miles de profesores en defensa de sus salarios se ha transformado en una insurrección popular contra el Gobernador priista y contra el estado capitalista. En estos dos meses, el Presidente Fox, arrinconado como sus correligionarios del PAN por el movimiento de masas más formidable de la historia de México desde las grandes jornadas revolucionarias de 1914, no ha podido hacer mucho por aplastar el movimiento de Oaxaca. Utilizar el ejército y provocar una matanza hubiera significado un levantamiento en todo el país.

La táctica del Gobierno ha sido la de negociar con los dirigentes de la sección 22 del sindicato de maestros, cabeza visible de la huelga, pretendiendo que con algunas concesiones salariales sería posible desactivar el movimiento. Pero en esta ocasión la táctica del señor Presidente ha fracasado. Las masas se mantienen en la calle exigiendo el cese inmediato del Gobernador prisita y la solución de los problemas que atenazan a la mayoría de la población humilde.

Arrecian las voces a favor de una masacre

Después de que la Convención Nacional democrática del pasado 16 de septiembre terminará, el estado mexicano no ha perdido la esperanza de retomar la iniciativa y golpear al movimiento. Su idea es empezar por Oaxaca, aprovechándose de que López Obrador no ha hecho ningún intento serio por unificar el movimiento protagonizado por millones de oprimidos en el DF con la lucha de las masas oaxaqueñas. Sin embargo, aplastar a la población oaxaqueña con el ejército no será un juego de niños. Todo lo contrario. Podría desatar una respuesta de incalculables consecuencias para el gobierno y la burguesía mexicana.

Lo más irónico de la situación es que mientras Fox y sectores del PAN y del PRI siguen apelando formalmente al diálogo para resolver la situación en Oaxaca, por que albergan muchas incertidumbres sobre el resultado final del pulso, el diario El País agita intensamente a favor de una salida represiva. “Oaxaca se acerca a una salida violenta. Concluye el plazo dado por el Gobierno de México para acabar con la insurrección en el Estado”, titulaba su crónica del pasado 16 de septiembre el enviado especial del diario, Francesc Ralea. El artículo tiene frases sin desperdicio: “El tiempo para una salida negociada se agota en el Estado mexicano de Oaxaca” (...) “Ante la falta de acuerdo, el estallido de violencia es cuestión de días y sólo depende de la luz verde del Gobierno de Vicente Fox a la intervención de las fuerzas de seguridad federales”.

El mismo corresponsal titula su información del día siguiente de una manera similar, asignando al movimiento toda la responsabilidad del “desastre” económico del Estado: “Oaxaca, en estado de sitio. La toma de la ciudad mexicana por grupos de manifestantes arruina un destino turístico”. El contenido del artículo continua con la habitual línea de amalgama demagógica para desacreditar a la insurrección: “El avión de Aeroméxico procedente de la capital mexicana llega a Oaxaca con apenas una veintena de pasajeros. Es la primera señal de que algo pasa en uno de los destinos turísticos más solicitados de México. En el trayecto del aeropuerto a la ciudad el taxista no se contiene a la hora de describir la situación. "Estamos hartos. Son ya casi cinco meses" (...) “El hotel Casa de Oaxaca está más tranquilo que nunca. Dos parejas de turistas son los únicos huéspedes. Alejandro Ruiz, gerente del establecimiento, explica que los 26 empleados hacen turnos de tres días a la semana. "De momento hemos evitado despedir a nadie, pero, claro, sólo cobran los días trabajados". Ésta es la situación en un hotel de pocas habitaciones. En el Camino Real, uno de los clásicos de Oaxaca, el panorama es peor. De las 96 habitaciones no hay más de 10 ocupadas.” (...) “Mario Rodríguez es un empresario español con negocios de hostelería y ropa. Antes del conflicto no se podía quejar. Ahora, la clientela del restaurante Terranova, en la plaza del Zócalo, ha caído en un 70%. "Abríamos de siete de la mañana a una de la madrugada. Actualmente, cerramos a las nueve de la noche". Rodríguez daba trabajo a 250 personas. La cifra se ha reducido a 166.”(...) “El Zócalo, en el corazón de la ciudad colonial, es una bella plaza enclavada junto al antiguo palacio de Gobierno, la catedral y el Templo de la Compañía. Hoy es el cuartel general de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), que ha instalado un campamento permanente. Grandes pancartas de organizaciones y grupúsculos revolucionarios cubren todos los edificios. El quiosco donde se apostaban los músicos se ha convertido en el sanctasanctórum de la APPO. Hasta aquí son trasladados los detenidos que capturan las brigadas móviles de quienes se han erigido en los administradores de justicia en la ciudad. El domingo por la noche, el botín lo constituyen tres bomberos que intentaban recuperar, por órdenes de sus superiores, un camión-grúa que había sido "incautado" por la APPO para una barricada. Encapuchados y maniatados los detenidos llegan al quiosco donde son interrogados, para ser entregados con posterioridad a un representante de la Fiscalía. Así funciona estos días la ley en Oaxaca.”

Si se pudiese realizar una comparación entre las crónicas que los corresponsales de los diarios británicos o franceses realizaban de los bolcheviques en Petrogrado o Moscú durante los meses previos o posteriores a la revolución de octubre, con los que escribe Francesc Ralea, las diferencias serían mínimas. El tono y el contenido estaría marcado por el mismo desprecio, la misma suficiencia y las mentiras más grotescas. ¡Que importa que el pueblo de Oaxaca se haya levantado contra sus explotadores! ¡Pero no veis lo mal que lo pasan los taxistas y el poco negocio de los hosteleros españoles! ¡Por que otorgar relevancia a los campesinos y trabajadores muertos por la represión militar y policial! ¡No veis que la APPO se toma la justicia por su mano!

Para terminar su apocalíptica crónica, el corresponsal declara con el engolamiento de las frases trascendentales: “Al caer la noche, la ciudad adquiere un aspecto más inquietante. Los muchachos de la APPO instalan las barricadas que impiden la libre circulación y la gente se retira a sus casas. La vida nocturna es escasa para maldición de cines, bares, restaurantes y discotecas. Sin policía en las calles, ha aumentado la delincuencia común y es difícil saber quién alcanza mayores cotas de impopularidad en Oaxaca, Ulises Ruiz o la APPO. Pero no hay la menor duda de que muchos ciudadanos firmarían contra ambos”. ¡Y esto es el periodismo democrático del siglo XXI!

Francesc Ralea se ha ganado el pan. Seguramente sus artículos harán las delicias del comité editorialista de El País. Pero no es suficiente. Por si hubiera duda al respecto, hay que remachar el clavo. El día 20 de octubre, el diario titula su editorial con el rigor característico: “Oaxaca como disparate.” Esta editorial constituye todo un documento programático de la contrarrevolución: “Cinco meses de parálisis política han transformado Oaxaca en una bomba de relojería. Lo que empezó en el pobre y atrasado Estado sureño mexicano como una huelga ritual de maestros en demanda de mejoras salariales se ha convertido en una insurrección social aderezada con guerrilla urbana, que se ha cobrado ya nueve vidas y ha arruinado turística y comercialmente a su capital, 250.000 almas encerradas entre barricadas.” Este periódico que hace gala de su rigor y de opiniones contrastadas desliza sin ninguna inocencia la frase de “insurrección social aderezada con guerrilla urbana”. Todo vale para criminalizar el movimiento y justificar la represión. ¿Dónde está la guerrilla urbana o el terrorismo? El País no aporta ninguna prueba, sus corresponsales en México no aportan ninguna prueba, pero en su editorial lanzan la acusación impunemente.

El texto programático (es decir, el editorial), continua: “Pese a que los poderes públicos son prácticamente inexistentes en Oaxaca, donde desde hace meses las escuelas permanecen cerradas, el Senado mexicano acaba de rechazar la utilización de los resortes constitucionales que permitirían echar a Ruiz. Ni lo quiere el PRI, su partido, ni tampoco el gobernante Acción Nacional, que necesitará los votos del primero para formar una mayoría estable de gobierno cuando el presidente electo Felipe Calderón asuma el cargo en diciembre. Ambos partidos temen sentar un precedente peligroso en un país donde las presiones populares o los movimientos insurgentes arrecian en otros Estados contra sus máximos dirigentes.

Parece que sólo medidas de choque podrán devolver el orden y la actividad a una ciudad que se desangra entre el hartazgo de su población. Pero la Administración saliente de Vicente Fox teme por encima de todo pasar a los libros con la vitola de represora, aunque el mantenimiento de su quietismo, alegando respeto por la soberanía de los Estados, supone no sólo una dejación inadmisible, sino una herencia doblemente envenenada para Calderón; como si el inminente presidente mexicano no tuviera suficiente con el mandato paralelo que amenaza con montar su rival electoral, el oportunista Andrés López Obrador. La pasividad de los poderes públicos ha dado alas a la enquistada crisis de Oaxaca. El Gobierno mexicano tiene la inexcusable responsabilidad de zanjarla de una manera urgente y civilizada.”

Lo que decíamos, El País jaleando a Fox y a Calderón para que apliquen medidas de choque, es decir, que dejen de pelar la cebolla y envíe tanques y soldados para acabar de una vez por todas con la insurrección oaxaqueña. Como el gusto por la sangre es demasiado obvio, el editorialista tiene que depositar una adenda al final del documento y apelar a las formas civilizadas. Pero a estas alturas el doble lenguaje de El País no cuela.

¡Defendamos al movimiento revolucionario de los trabajadores y campesino de Oaxaca!

Después de cuatro meses de lucha, el senado de México aprobó el pasado jueves 19 de octubre la permanencia en su cargo del gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz. La Cámara alta aprobó por 74 votos a favor y 31 en contra, el dictamen de una comisión que determinó que "no existen las condiciones para que desaparezcan los poderes". No obstante, el Senado mexicano llegó a la conclusión de que “la presencia de Ruiz no ayuda al proceso de resolución del conflicto” reflejando las divisiones que existen en la clase dominante.

El dictamen del Senado afirma que "la magnitud actual del conflicto se debe a la falta de conducción política" en un territorio en el que "existen condiciones graves de ingobernabilidad e inestabilidad".

La decisión del Senado demuestra lo lejos que está de resolverse la situación en Oaxaca. Hace apenas una semana, el ministro de Gobernación, Carlos Abascal, y los dirigentes del sindicato de maestros de Oaxaca llegaron en la Ciudad de México a un principio de acuerdo para poner fin a la huelga iniciada a finales de mayo. El Gobierno federal ofreció destinar unos 4.000 millones de dólares durante el próximo sexenio para equiparar los salarios de los maestros oaxaqueños a los de los docentes que más cobran en México. Sin embargo el acuerdo fue rechazado por las bases del sindicato de maestros y de la APPO, por que no reconocía explícitamente la renuncia del Gobernador.

Los próximos días y semanas serán decisivos. Es necesario desplegar la máxima solidaridad revolucionaria de los trabajadores y jóvenes de México y de todo el mundo con la insurrección de Oaxaca. Por eso la responsabilidad de López Obrador ante estos acontecimientos es clara. Después de las masivas movilizaciones del DF y de la reunión histórica de la CND, López Obrador no ha dado pasos significativos para unificar la lucha de Oaxaca con la del resto del país. Pero es absolutamente necesario recordar que un triunfo del movimiento en Oaxaca será un estímulo poderoso para el movimiento contra Calderón y contra el Estado capitalista mexicano. La obligación inmediata de López Obrador tiene que ser organizar una gran demostración de solidaridad con el pueblo de Oaxaca frente a los intentos criminales del Estado burgués de aplastar la insurrección. De esta manera el movimiento se unificará dando lugar a un nuevo estadio de la lucha. La inhibición o la falta de respuesta de López Obrador, le pasará inevitablemente factura en el próximo periodo.

Todo el conflicto de Oaxaca pone de manifiesto un hecho inequívoco: no hay salida al desempleo, a la falta de infraestructuras básicas, al paisaje de viviendas insalubres, a la ausencia de sanidad y educación dignas, a la pobreza, a la prostitución y la violencia contra los niños, a la emigración forzada... bajo el sistema capitalista. Ninguna forma de institucional nueva, como algunos líderes de la APPO proponen bajo la consigna de Asamblea Constituyente, resolverá estos problemas acuciantes si no se expropia a los capitalistas, a los terratenientes, a los banqueros mexicanos y sus socios imperialistas.

La insurrección de Oaxaca muestra cual es el camino para acabar de una vez por todas con la pesadilla en la que viven millones de mexicanos. La salida es clara: derrocar el capitalismo y sus Estado y organizar un nuevo poder socialista de las masas oprimidas. Todas las condiciones están maduras para llevar a cabo la revolución social en México. La madurez y la conciencia revolucionaria de millones de trabajadores y campesinos de todo el país han quedado sobradamente demostradas. El único factor ausente de esta situación es la existencia de un partido marxista con la influencia suficiente entre las masas para coronar con éxito la revolución socialista. Esa es la contradicción más urgente que hay que resolver y esa es la tarea en la que están empeñados con todas sus fuerzas los marxistas mexicanos de Militante.

¡Alto a la represión contra el pueblo de Oaxaca!

¡Todo el poder a los trabajadores y campesinos mexicanos!


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