El presidente más repudiado en la historia de México

Como se dice que todo lo que sube, tiene que bajar, todo lo malo tiene que “acabar”. Así es como despedimos el sexenio de Enrique Peña Nieto, luego de que el pasado 1 de julio se haya dado un vuelco nunca antes visto y, por primera vez, gobierne un partido distinto al PRIAN. No perdemos de vista que es un gran logro de la clase obrera haber sacado a los corruptos , vividores del trabajo ajeno y privatizadores del gobierno. Aún así, sabemos que no podemos contentarnos con un cambio de partido en el gobierno, pues la situación que enfrenta el país y su clase obrera no podrá ser resuelta de raíz con reformas. Tal es el ejemplo que Argentina con los Kirchner, o Brasil con Lula, nos hacen notar.


El pasado sexenio ha sido una de las épocas mas oscuras para el país, para sus trabajadoras y trabajadores. Un sexenio marcado por la continua y sistemática violación a derechos humanos, con Ayotzinapa como el caso más emblemático. Una prueba más de que EPN no debió terminar su mandato.


Pero también las terroríficas cifras de aumento en cuanto a feminicidios nos hacen notar que algo se hizo mal durante esta gestión. La nula preocupación del gobierno PRIANista por las mujeres trabajadoras y estudiantes, así por la situación de vulnerabilidad en que el patriarcado las coloca, nos dieron como resultado el contexto más violento contra las mujeres. El Observatorio Ciudadano Nacional de Feminicidios, órgano civil encargado de contabilizar delitos de feminicidio y crímenes de odio contra las mujeres, registró 12 mil 796 asesinatos de mujeres, de los cuales sólo en el 22 por ciento se iniciaron investigaciones como feminicidio. Haciendo notar que la cifra de feminicidios va en aumento, siendo el 2017 el año con más feminicidios. Además, en ese mismo año, se registró el índice más alto de asesinatos en la historia moderna del país con 31.174 homicidios, posicionando a México como el país más violento del continente, y entre los diez más violentos del mundo. Indudablemente, la derecha golpea donde más le duele a la clase trabajadora.


Los casos de corrupción no pudieron faltar, pues estamos hablando del PRI. Probablemente las cifras reales de corrupción no las sepamos nunca, pero no hace falta contar con las cifras para saber que todo en el ámbito público quedó desbancado. Casos emblemáticos como Odebretch, La casa blanca, El caso Duarte, los gobernadores de Chihuahua y Quintana Roo, y la recién destapada trama de corrupción huachicolera, nos indica como el PRI buscó hacer del gobierno un mecanismo estructurado para robar fondos públicos, quien sabe durante cuántos años más.


Pero va más allá de un sexenio; el deterioro social, político y económico que sufrió el país durante el pasado sexenio, podemos tomarlo como un reflejo de que muchas estructuras del viejo régimen se mantuvieron a pesar de su evidente e innegable esterilidad a la hora de enfrentar grandes desafíos, sin siquiera transformarse. Por ende, la corrupción y violencia estructural del Estado priísta siempre existió y azotó con fuerza a la clase trabajadora, así como su rancia adaptabilidad dio como resultado un desastre de país, pues se enfrentó con un cambio en la configuración de la política internacional y forma de participación civil en la vida pública. Además de una crisis mundial, la cual acompañada con las reformas neoliberales y la enorme corrupción, dejó un escenario paupérrimo para las familias mexicanas.


Y ello no sólo se palpa en la teoría, sino en las cifras que demuestran cómo el sexenio de EPN fue uno de los peores en materia de pobreza y situación socio-económica en ámbitos generales. Un informe de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) publicado el mes de noviembre de 2017, da cuenta de un aumento de la cantidad de personas en situación de pobreza, que pasaron de 53.2 a 53.4 millones de habitantes en el sexenio. Este informe oficial es cuestionado por otros organismos independientes que denuncian manipulación de las cifras, e indican que la pobreza se registra en tasas mucho más altas.


Todo esto, y más, nos hacen caer en cuenta que México ha sido escenario de una trama perfecta de corrupción y violencia sistemática en todo aspecto. La era neoliberal llegó a su apogeo con EPN, quien terminó por privatizar dos aspectos básicos para la vida del país; la educación y los hidrocarburos (PEMEX), es decir gasolinazos que nos dieron como resultado la gasolina más cara del continente, a pesar de ser un país con reservas enormes de petróleo.

Por ende, todo esto y más, han dejado al país desbancado. Sólo un verdadero gobierno de las y los trabajadores, quienes conocen la situación que viven y las medidas que necesitan para transformar dicha realidad, puede cambiar la situación. La política impulsada por Morena, aunque puede tener buenas intenciones, se queda corto. Sólo reformas no darán marcha atrás toda la situación que vivimos, ni si quiera el combate a la corrupción, pues hay corrupción porque un sistema entero permite que eso pase, para cabar con la corrupción, hay que acabar con todo el sistema. Nuestro deber ahora como clase obrera, es tomar conciencia de los límites que tendremos con el reformismo, es decir, con tratar de “mejorar” el sistema pero sin romper las reglas del juego, las reglas del capitalismo. Y así organizarnos y construir un partido que logre conducir el descontento producido por tantos años de azote continuo, y nos permita construir una alternativa y un gobierno de los trabajadores mismos. Queremos que la dirección de la sociedad sea de quienes generan y construyen un país, no quienes lo destruyen.


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