Es imposible ocultar la corrupción interna y las contradicciones de la clase dominante en México. Tras la recaptura de “El Chapo” Guzmán en febrero del 2014 (puesto que fue encarcelado por primera vez en 1993 para luego fugarse del penal de Puente Grande en 2001), Peña Nieto declaraba que “todos los días hablaba con el Secretario de Gobernación”, para supervisar al capo recién capturado, puesto que “sería imperdonable que escapara nuevamente”. En su momento, la detención de Guzmán Loaera podía interpretarse como un puñetazo sobre la mesa por parte de la presidencia para recuperar control sobre las bandas de narcotraficantes y todos los elementos vinculados a ellos: políticos, militares y empresarios. La captura de “El Chapo” fue un elemento político clave para frenar el acenso de los grupos de Autodefensa en Michoacán; tras su detención se produjo el encarcelamiento del dirigente más visible y con posiciones políticas más de izquierda del movimiento campesino armado de Michoacán, el doctor Mireles. Por aquellas fechas la consigna de las autodefensas era la “toma” de la capital del estado (Morelia), para liberar a la población del terror de los narcotraficantes. Era imprescindible para el gobierno federal recuperar autoridad, colocarse como un poder por encima de los poderes regionales o sectoriales del narcotráfico, no había mejor manera de mandar su mensaje que apresando al “jefe de jefes” del narcotráfico.

La fuga del capo de Sinaloa no hace sino dejar en ridículo la autoridad del gobierno federal. El mensaje es inequívoco, Peña Nieto no manda solo en casa, un sector de los poderes políticos y económicos más determinantes del país, no están completamente alineados en torno a los planes del presidente, sino en conflicto con ellos. El Estado, el PRI, la clase dominante tiene pugnas internas muy fuertes que ponen complicaciones extraordinarias a un presidente profundamente repudiado por la población, que sostiene el “crecimiento económico” y la “estabilidad del país” con hilos muy delgados.

El gobierno de Peña apesta y la clase trabajadora lo huele, sabe que la derecha es débil, que no tiene todas consigo y que sería del todo factible derrotarle en sus políticas reaccionarias: privatizaciones, recortes presupuestales, corrupción y violencia. ¡La crisis del régimen llama a la acción! Este es un momento valiosísimo de indignación social que no deberían desperdiciar los dirigentes sindicales y de las organizaciones de izquierda para denunciar y enfrentar al régimen. Andrés Manuel vuelve a quedarse muy lejos a la hora de evaluar la situación política del país, pues respecto a la fuga del Chapo declara: “Creo que es algo muy grave, es una fuga espectacular. Va a tener muchas repercusiones no sólo en el país, en el mundo, por eso considero prudente que Enrique Peña Nieto se regrese de inmediato, que se regrese de Francia (…) para atender este asunto y también hay que decirlo, para no pasar la vergüenza afuera. Chueco o derecho (en referencia a que llegó a la presidencia por medio del fraude electoral) es el presidente de México y nuestro país no debe ser el hazmerreír de nadie".

La solución a los problemas sociales no está en el Estado, en los políticos de la derecha, en el podrido estado capitalista, sino en la capacidad de organización y movilización de la clase trabajadora. El Estado dirigido por Peña Nieto es el problema, no la solución. Frente a la decadencia y la corrupción capitalista, la lucha revolucionaria contra la derecha, la clase trabajadora es la única fuerza social capaz de acabar con el narcotráfico, la violencia y la corrupción del Estado.


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