Desde que existe el movimiento feminista, existen los intentos por cooptarlo, descafeinarlo y hacerlo totalmente inofensivo para el sistema.
La crisis del sistema capitalista ha tenido efectos profundos en la conciencia de la clase trabajadora, ha alimentado la polarización y la desconfianza en las instituciones y ha provocado un giro a la izquierda entre amplios sectores.
La llamada “cuarta ola feminista” ha sido una reacción a las terribles consecuencias de la crisis crónica del sistema, sus continuos recortes en salud, vivienda, educación y la profundización de la precariedad laboral. Tras la pandemia, se redobló la enorme carga que llevamos las mujeres de la clase trabajadora, se incrementaron los despidos de millones, así como las labores de cuidado, hogar y de enseñanza en las que millones estuvimos hundidas sustituyendo a un Estado incapaz de contener la pandemia y asegurar un acceso digno y seguro a la educación.
Todo esto nos recluyó en las cuatro paredes de nuestro hogar y de nuevo nos vulnera con el aislamiento social y en muchos casos junto a maltratadores. Las cifras de violencia hacia la mujer se incrementaron en un 25% en promedio durante la pandemia.
La respuesta a todo ello ha sido la lucha constante en las calles, en 2019 millones en todo el mundo participamos en huelgas feministas; el movimiento está tomando cada vez más una conciencia claramente anticapitalista y se convierte en una amenaza para el sistema. Una muestra de ello es el papel de vanguardia que han jugado nuestras hermanas de Irán al confrontar al régimen reaccionario de los Mulás y atizar una verdadera insurrección.
La maduración y el avance del movimiento abre un conflicto interno entre el feminismo revolucionario y el feminismo del sistema, reflejando las diferentes clases sociales dentro del movimiento y conforme avanza se convierte en un objetivo del sistema para intentar desactivar su parte más revolucionaria y anticapitalista.
Hay una diferencia irreconciliable entre nosotras: la clase a la que pertenecemos. La historia de nuestro movimiento no tiene nada que ver con una supuesta hermandad de género, por el contrario, la historia nos ha enseñado que hay las que luchan contra “los techos de cristal” para conquistar el privilegio de oprimir al conjunto de la sociedad manteniendo el status quo sólo que desde su punto de vista, atenuando un poco la explotación con medidas paliativas, y las que luchamos por destruir un mundo de desigualdad, discriminación, explotación, opresión y violencia.
Estas últimas sabemos muy bien que en este propósito estamos mucho más cerca de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros compañeros de salón y de la comunidad sexodisidente que de una diputada, empresaria o funcionaria del tipo: Lili Tellez, Martha Sahagún, Denise Dressel, María Asunción Aramburuzabala u Olga Sánchez Cordero, quienes nunca han tenido que sufrir la opresión de clase ni comparten nuestra realidad. Incluso su opresión de género se vive de una forma muy diferente que la de las mujeres trabajadoras.
Las supuestas feministas del sistema, intentan endulzarnos el oído con la sororidad, pero su verdadera intención es pelear por mejorar su posición para oprimir y hacerse más ricas.
No se puede ser feminista si se enfilan con el PAN, como las brujas del mar, y llaman a un día sin nosotras, como si no nos hubieran mantenido calladas e invisibilizadas lo suficiente.
Desde el feminismo revolucionario pensamos todo lo contrario, necesitamos tomar la calle, hacer una huelga política junto con nuestros compañeros de clase para visibilizar nuestra fuerza, combatividad y deseo de cambiar esta sociedad. Tampoco se puede ser feminista, si se financian por empresas como las CEMUJER junto al Frente Nacional por la Familia, cuando combatimos la mercantilización y la estereotipación de nuestros cuerpos y luchamos por nuestro derecho al aborto.
Peor aún, no se pueden decir feministas, ni de izquierda, las que convocan a marcha de mujeres este 11 de marzo reciclando los argumentos podridos de la derecha más conservadora y reaccionaria del tipo: “las mujeres tienen vagina y los hombres tienen pene”, lo demás son “deseos” y “fantasías individuales”, encubriéndolo con un supuesto “Borrado de mujeres”.
Con estos argumentos no hacen más que alimentar el status quo y la idea reduccionista y retrograda de la educación burguesa y religiosa de que sólo hay lugar para la familia hetero, y niegan la diversidad sexual en la naturaleza y en el ser humano, ya demostrada científicamente.
Estas ideas que tratan de separar nuestra batalla del resto de los oprimidos y volverla un tema exclusivo de “mujeres biológicas”–un argumento que además de ser reaccionario refuerza los crímenes de odio– sólo beneficia a nuestras opresoras y opresores, la lucha contra la alianza criminal de patriarcado y capital tenemos que darla de la mano de aquellos que sufren en carne propia sus atrocidades. Se dice que se nos despoja de la nuestra identidad, pero nosotras ante todo pertenecemos a una clase social y en ese sentido buscamos la unidad con nuestros iguales.
Es aún más absurdo que estos argumentos vengan de colectivas lésbicas ¿Qué acaso este sistema, cuyos argumentos ahora replican, no se ha encargado de negarles sistemáticamente derechos?
En la política no existen casualidades, no es casual que este tipo de convocatorias o estos actos comandados por la derecha surjan ahora, cuando las condiciones de existencia de millones de mujeres están tocando fondo, la crisis mundial se recrudece y buscamos una explicación a lo que sucede y una manera de luchar contra ello. La conexión entre este tipo de “feministas” es que intentan disfrazar al enemigo real, intentan confundir y desviar al movimiento hacia chivos expiatorios o, peor aún, hacia hermanxs igual de oprimidxs, o más, que nosotras ¿No es verdad que la comunidad trans es la que tiene la esperanza de vida más baja, de 35 años, en México? ¿Qué no es la población que vive con más crueldad la violencia machista basada en estereotipos de género? ¿Qué no son estas “feministas” y sus argumentos las que alimentan los discursos de odio que cobran la vida de miles cada año?
Lo que compartimos y nos une con la sexodisidencia es más fuerte que la categorización de los órganos sexuales, es una cuestión de vida o muerte, es la urgencia por transformar esta sociedad profundamente desigual y opresora que no nos permite ser lo que somos, que nos encasilla y nos asesina.
Desde Libres y Combativas le damos guerra a este sistema y a sus infiltradas en el movimiento feminista les decimos: ¡Basta de intentar desviar la lucha del enemigo real, basta de hacerle el caldo gordo a nuestros opresores, la lucha feminista no puede fortalecerse a costa de oprimir y discriminar a otrxs!
¡Feminismo no es transfobia! Llamamos a todxs a llenar las calles este 8M y a mantener la convocatoria histórica de una lucha que desde sus orígenes se ha ligado a la perspectiva de clases.
¡No se va caer, lo vamos a tirar!