Después de meses de propaganda vendiendo las bondades de la recuperación, la Gran Recesión, tal como predijimos, presenta señales cada vez más alarmantes. La entrada en ebullición de la economía china, el hundimiento de los emergentes y la caída en picado del precio del petróleo —por citar algunos de los aspectos más relevantes— suponen una vuelta de tuerca de consecuencias incalculables.
En términos globales, el terremoto financiero mundial inducido desde China ha sido de escala 10: desde junio de 2015 hasta finales de diciembre, la capitalización bursátil global se ha reducido un 18%, es decir 12 billones de euros se han evaporado (una cifra equivalente al 15% del PIB mundial). Pero estos datos palidecen al saber que, en los primeros quince días de enero de 2016, ya se han esfumado otros 4 billones de euros y la previsión no hace sino empeorar. Si el derrumbe de las subprime fue la punta del iceberg que anunciaba la Gran Recesión en EEUU y Europa, el seísmo bursátil en China señala la extensión de la crisis de sobreproducción por los vasos comunicantes de su economía, con efectos dramáticos para el resto del mundo.
La economía china: sobreproducción y burbujas especulativas
Como hemos analizado en diferentes materiales, la burocracia maoísta tomó buena nota de la descomposición del estalinismo en la URSS para asegurar la transición a la economía de mercado mediante un acuerdo estratégico consensuado por sus capas dirigentes. Las medidas socialistas de la revolución de 1949 fueron liquidadas progresivamente —tanto el monopolio del comercio exterior como la planificación económica—, mientras la apertura a las inversiones extranjeras y las privatizaciones de empresas y servicios públicos, facilitaban una rápida acumulación de capital. La dirección del PCCh también legisló a favor de la propiedad privada de los medios de producción y el derecho de herencia. Con estas medidas, y en un clima de apoyo o cuando menos neutralidad por parte de las masas de la clase obrera, la burocracia dio los pasos decisivos para transformarse en la nueva burguesía poseedora, apoyándose en las poderosas palancas de la economía estatal y en el monopolio del poder político heredado del periodo estalinista.
Durante más de dos décadas, las fuerzas productivas chinas avanzaron a un ritmo colosal: con tasas de crecimiento anuales superiores a dos dígitos, la inversión productiva, que representaba un 35% del PIB en 2000 y un 44% en 2009, se disparó por encima del 50% en los años posteriores (2010, 2011). En comparación, el consumo interno apenas superó el 30% durante este período. En 30 años, el porcentaje de población urbana ha pasado del 23% al 54%. Según datos de International Cement Review, solo entre 2011 y 2013, el gigante asiático usó más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX. En ese mismo periodo, China llegó a producir el 48% de todo el acero que se fabrica en el mundo, pero en la actualidad, fuentes oficiales reconocen una sobrecapacidad de 280 millones de toneladas anuales.
China catapultó a los países exportadores de materias primas gracias a su demanda voraz, y permitió a los grandes monopolios occidentales invertir sus capitales excedentes con extraordinarios beneficios. Cuando la crisis arreció en el resto del mundo, el gran superávit comercial de China y los sucesivos programas estatales de estímulo ayudaron temporalmente a evitar la caída abrupta de su economía y echar una mano al resto. Según el FMI, entre 2010 y 2015, China aportó el 35% del aumento del PIB mundial. Pero el círculo virtuoso está colapsando. China se topa con los problemas derivados de la gigantesca inversión en bienes de producción, y el régimen duda en eliminar la sobrecapacidad productiva —como se ha hecho en EEUU y Europa a través de despidos masivos, recortes y austeridad— por miedo a un estallido social descontrolado. De hecho, la burguesía se enfrenta a una clase trabajadora que ha protagonizado un gran movimiento huelguista en los dos últimos años, en demanda de mejores condiciones de vida y que ha logrado un crecimiento de los salarios reales en torno al 7,4% 2015.
En definitiva, a pesar de todas las medidas de corte keynesiano adoptadas por el gobierno (un paquete de inversiones estatales de 586.000 millones de dólares en 2008 y otros dos semejantes en años posteriores), China no puede desacoplarse de la dinámica de la economía mundial: En 2015 el PIB chino ha crecido un 6,9%, la cifra más baja de los últimos 25 años, aunque hay economistas occidentales que cuestionan las estadísticas oficiales y no creen que haya aumentado más del 4%). La sobreproducción es una realidad y, al igual que ocurrió en EEUU y Europa, provoca que miles de millones de dólares se desvíen hacia la bolsa y el sector inmobiliario, hinchando la deuda y la burbuja especulativa. La deuda pasó de 7 billones de dólares en el año 2007 a 28 billones de dólares a mediados de 2014, un 282% del PIB, más grande que la de Estados Unidos o Alemania. Y una parte de este apalancamiento se debe al crecimiento descontrolado de la banca en la sombra, shadow banking, que más adelante trataremos.
Una vez que el proceso ha empezado, los indicadores negativos se multiplican: el Banco Central chino (PBOC) ha desvelado que a lo largo de todo 2015 las reservas de divisas se han reducido hasta los tres billones de euros, perdiendo medio billón respecto a 2014. La caída se explica por tres factores: por el retroceso de las exportaciones (1,6% en 2015), por la masiva compra de yuanes desde el Banco Central para evitar una devaluación descontrolada —especialmente desde que comenzaron los crash bursátiles— y por la fuga de capitales que, según estimaciones del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF), supuso en 2015 la salida de 676.000 millones de dólares, el 90% de todos los flujos que abandonaron los mercados emergentes (735.000 millones).
La apuesta por alentar el consumo doméstico para sostener el crecimiento — receta por la que claman los imperialistas norteamericanos y europeos — es todavía un sueño: La renta percapita anual en Shanghái fue de 42.174 yuanes en 2013 (unos 6.000 euros), cuatro veces más que los 9.747 yuanes (1.370 euros) que consiguen de media los habitantes de Tíbet, pero muy lejos de la de EEUU o las principales potencias europeas. A finales de 2014 aún quedaban 70 millones de pobres en China, y la brecha entre la ciudad y el campo se ha agrandado en los últimos 30 años.
En la medida en que el mercado interno no puede resolver los desequilibrios orgánicos de su economía, la burguesía china ha emprendido la devaluación competitiva de su moneda respecto al dólar, un 4% a mediados de agosto y en enero de 2016 otro 1,4%, buscando restaurar la competitividad de sus exportaciones. Pero todas las naciones en dificultades, Rusia, Australia, Brasil, Sudáfrica y muchas más, recurren a ellas, así que sus efectos beneficiosos tenderán a neutralizarse a corto plazo. De hecho, las exportaciones no han aumentado en términos globales y el comercio mundial sigue registrando aumentos muy débiles desde 2013. Dato tras dato, los paralelismos con el crack de 1929 son irresistibles.
A medio plazo, la apuesta fundamental del régimen chino es aumentar sus inversiones de capital en el extranjero y desarrollar una agresiva política imperialista. La Inversión Extranjera Directa (IED) en China prácticamente se iguala con la IED de China en el exterior. Entre las iniciativas adoptadas en los últimos años destacan algunas de gran valor estratégico, como la “nueva ruta de la seda”, una gigantesca red de transporte que conectaría a China con Europa pasando por Asia Central y Oriente Medio, o la construcción de un canal que a través de Nicaragua una el Pacífico y el Atlántico. En esa misma línea está la reciente creación —con el liderazgo de Pekín— del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, que cuenta con la participación de 57 países, muchos de ellos aliados claves de EEUU como Reino Unido, Alemania y Francia. Una institución que no oculta su intención de competir contra el Banco Asiático de Desarrollo (BAD) o el Banco Mundial (BM) bajo control estadounidense.
Un nuevo ciclo dentro de la gran recesión
La desaceleración de la economía china impulsa el derrumbe de las bolsas internacionales, hunde las economías emergentes, y coloca a las potencias industriales ante una perspectiva muy complicada, bloqueando la exportación de sus manufacturas y capitales al gigante asiático. El pantano en el que se mueven los grandes centros del capitalismo mundial es innegable.
En Europa no hay signos de reactivación, sino una persistente recaída en la crisis; y no se trata de la periferia europea, son los países centrales los que muestran un cuadro de agotamiento y retroceso, con tasas de desempleo que aumentan. Según las previsiones del FMI la economía alemana y francesa, tras haber acabado 2015 con un avance estimado del 1,5% y 1,3% respectivamente, crecerán para 2016 un 1,7% y un 1,3%. Las cifras son irrisorias. En conjunto, y según las previsiones del FMI, la economía de la zona euro crecerá para este año un 1,7% después de acabar 2015 con un raquítico 1,5%. El hecho de que el Estado español aparezca encabezando el crecimiento del continente (2,7% para 2016, por debajo del 3,2% de 2015), da la medida de lo que hablamos.
La situación en EEUU es levemente mejor que en Europa, pero las dudas sobre la solidez de su recuperación aumentan cada día. Bajo la administración Obama se ha garantizado dinero barato con tipos de interés próximos al cero, y gastado billones de dólares en las diferentes operaciones de salvamento de la banca y en los programas de Expansión Cuantitativa (EQ en sus siglas en inglés) de la Reserva Federal (FED). Los elevados costes de esta actuación — empezando por el crecimiento de la deuda pública, que a principios de 2015 rondó los 18 billones de dólares, equivalentes al 103% de su PIB— no compensan los resultados. La tan cacareada creación de empleo sigue siendo débil y por debajo de las expectativas creadas. Un mercado laboral precario, esconde un desempleo real muy superior a la tasa oficial del 5% con que cerró 2015.
Según el National Employment Law Project “el crecimiento del empleo sigue estando muy concentrado en industrias con salarios más bajos”. La propia FED admitía en septiembre del año pasado que el ingreso promedio de los hogares de EEUU se redujo un 12% desde 2007 a 2013, una disminución de casi 6.400 dólares al año para la familia media americana. El crecimiento ininterrumpido de la desigualdad y la pobreza ofrecen una panorámica mucho realista del tipo de recuperación económica que atraviesa EEUU que los datos oficiales: según el Census Bureau’s Supplemental Poverty Measure, la mitad de la población norteamericana es pobre o casi pobre, y la ONU apunta a que EEUU tiene la cuarta tasa más alta de pobreza infantil de los 29 países más desarrollados.
En cuanto al corazón de su aparato productivo, los signos no son positivos: la producción industrial cayó un 0,4% en diciembre, y sectores como el manufacturero, el petrolero o el agrícola están acusando la caída de precios. Todo ello lleva a reconocer a la Reserva Federal que la recuperación está siendo “modesta”: en 2015 no sobrepasó el 2,5%, y para 2016 se espera, en el mejor de los casos, repetir el dato. El aspecto central sigue siendo la anémica inversión productiva y la caída de la productividad del trabajo, que, según diferentes fuentes, sigue siendo débil, en torno al 0,6% en 2015, muy lejos de los incrementos de los años cincuenta y sesenta, donde superaba el 2,5% anual.
La caída de China y el desplome del precio del petróleo están golpeando duramente la economía norteamericana en diferentes planos. Los mercados financieros despidieron 2015 con el peor resultado desde el derrumbe de Lehman Brothers, y en los primeros 20 días de 2016 el índice S&P 500 ya ha caído un 6,7%. Pero es en el empleo de la industria norteamericana donde los efectos están siendo más demoledores: la petrolera Chevron anunció el despido de 7.000 trabajadores; Schlumberger, la mayor compañía mundial de servicios petroleros, ha eliminado 20.000 puestos de trabajo; Baker Hugs, otra de las empresas más importantes del sector, prevé la destrucción de otros 10.500, mientras Halliburton sumó otros 9.000. Dentro del sector tecnológico, Hewlett-Packard (HP) informó de sus planes para eliminar entre 25.000 y 30.000 puestos de trabajo. El gigante tecnológico Microsoft despedirá a 7.800 trabajadores, equivalente al 6 % de su plantilla, y la compañía de tarjetas de crédito American Express comunicó la reducción de más de 4.000 empleos, por no hablar de los grandes bancos de Europa y Estados Unidos, que recortaron 100.000 puestos de trabajo en 2015 y esperan decenas de miles más en los próximos meses.
El estancamiento de Japón es otra nota negativa. A pesar de los Abenomics, los mayores paquetes de ayuda estatal de la historia del país, y la barra libre de liquidez (0% en los tipos de interés), se está muy lejos de revertir la dinámica de crisis. Con un crecimiento para 2015 que no superará el 0,6%, el año pasado hubo episodios recesivos entre junio y septiembre (una caída del 0,8%). Para 2016 se prevé un panorama similar, con un avance por debajo del 1%. Las razones de este estancamiento prolongado están completamente ligadas a la marcha de la economía mundial: la caída de la demanda china y el estancamiento de Europa han enfriado la inversión productiva, que volvió a caer en 2015, mientras la productividad del trabajo en Japón, que fue la bandera de su crecimiento exponencial en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, no deja de disminuir.
Capital financiero y capital ficticio
Hay muchos fenómenos que demuestran el caos actual en que se desenvuelve la economía capitalista, su debilidad acusada, y la profundidad de la crisis de sobreproducción que la atenaza.
Por un lado, la tendencia insoslayable a la concentración del capital ante la reducción de la actividad y los mercados. Según datos de Thomson Reuters, en 2015 se batieron todos los récords en el mercado de fusiones y adquisiciones hasta alcanzar los 4,2 billones de dólares (3,97 billones de euros), superando la mayor cota, registrada en 2007 justo antes del estallido de la Gran Recesión. Por otro, el crecimiento exponencial del capital financiero, alimentado por los planes de EQ y el desarrollo de una nueva burbuja especulativa global. En EEUU, Japón y la UE, el chorro inyectado por estas expansiones cuantitativas desde 2008 supera los 12 billones de dólares, una montaña de liquidez que no ha revertido el retroceso de la inversión productiva. El caso de Europa es especialmente lamentable. Con un mercado crediticio en dique seco, el dinero depositado por la banca de la zona euro en el Banco Central Europeo (BCE) sumaba 212.415 millones en la primera semana de enero de 2016, un 8,3% superior al del cierre de 2015. Pero lo más significativo es que los depósitos pagan unas tasa negativa del 0,3% ¡¡Aunque pierdan dinero prefieren tenerlo a buen recaudo!!
Además del ejemplo anterior, una parte fundamental de la liquidez disponible se ha utilizado en la compra de duda soberana de los Estados, un negocio redondo hasta ahora, cuando las tasas de interés que pagan países como Alemania o Suiza son negativas. ¿Qué hacer entonces con tanto dinero? La respuesta es todo un clásico: invertir en operaciones bursátiles y en fondos de alto riesgo, reproduciendo el mismo comportamiento que llevó al crack de 2008. Entre 2008 y 2015, la capitalización del mercado bursátil mundial creció en 48 billones de dólares, sobrepasando en junio del año pasado el total de 73 billones, una cifra sin precedentes en la historia. ¿Como es posible que el mercado de valores casi triplique sus activos mientras la economía real retrocede? Es una auténtica locura, pero tiene su lógica.
La liquidez sólo ha servido para aumentar la deuda de las naciones y facilitar la creación de nuevos canales especulativos que la transforman en capital ficticio gracias a la ingeniería financiera moderna, como pone de ejemplo la llamada banca en la sombra o shadow banking. Calificada como “el sistema de intermediación crediticia conformado por entidades y actividades que están fuera del sistema bancario tradicional” la banca en la sombra engloba el tinglado tan bien conocido en EEUU y Europa a partir del estallido de las hipotecas subprime de 2007: hedge funds, deuda titularizada y bonos de alto riesgo high yield, que según el FSB alcanzaban 36 billones de dólares al cierre de 2014 (14,2 billones de dólares en EEUU y 4,1 en Gran Bretaña, y creciendo como la espuma en China). Si además incluimos los fondos de pensiones, aseguradoras y otras instituciones financieras de capital riesgo, situadas en el perímetro difuso de las actividades de la shadow banking, el monto alcanzaría los 137 billones de dólares. No es extraño que Georges Soros señale que el ambiente actual le recuerda mucho al de 2008.
Los precios de las materias primas y del petróleo colapsan.
El hundimiento de los emergentes
La caída del precio del petróleo tiene efectos catastróficos: arrasa con la estabilidad presupuestaria de los países productores, alimenta el desplome de las bolsas, y agudiza la tendencia recesiva de la economía, destruyendo decenas de miles de empleos en el sector y socavando la inversión mundial en producción y exploración petrolera (una reducción de 150.000 millones de dólares en 2015). Además, según cifras del FMI, la deuda total de las empresas petroleras asciende a 3 billones de dólares, de los que 247.000 millones de dólares corresponden a bonos basura de empresas estadounidenses.
A mediados de enero, el precio del barril Brent, de referencia en Europa, se situó por debajo de los 28 dólares, y existe la opinión de que el desplome puede proseguir en los próximos meses. Las razones son obvias: hay un brutal exceso de oferta ante una demanda mundial que se contrae por la caída de la actividad económica (China es el segundo consumidor mundial de petróleo ), a lo que se suman otros factores, como la guerra en Siria y el enfrentamiento que mantiene Arabia Saudí con Irán. En éste último caso, el régimen de Riad ha respondido con contundencia al levantamiento de las sanciones contra Irán y su vuelta al mercado petrolero. Lejos de reducir la producción, Arabia la ha aumentado inundando Europa y el mundo con crudo barato para defender su cuota de mercado.
Todos los factores fundamentales convergen en un mismo sentido. Las llamadas naciones emergentes (BRICS) Brasil, Rusia, India, Sudáfrica, incluso Turquía, se convirtieron en el santo grial de la recuperación económica mundial, pero la ilusión no ha tardado en esfumarse. Desde 2008, estos países han acumulado una burbuja crediticia de 9,1 billones de dólares (alimentada por los bajos tipos de interés y la emisión de bonos en moneda extranjera por parte de los estados), que ahora es mucho más difícil devolver. Este lastre alimenta una nueva época de recortes y estallidos sociales.
Turquía se ha visto envuelta en la mayor oleada de movilizaciones obreras y juveniles de los últimos treinta años, mientras su economía se deprime. La polarización política y la crisis del régimen, han empujado a Erdogan hacia medidas bonapartistas salvajes, reactivando las prácticas del terrorismo de Estado y guerra sucia de los años setenta para combatir a la izquierda y el movimiento kurdo. Sudáfrica creció en 2015 un modesto 1,3%, pero el desempleo aumentó hasta el 25% y entre la juventud al 35%, según cifras oficiales, aunque otras estadísticas sitúan el paro juvenil por encima del 60%. En este contexto de crisis se han producido encarnizadas luchas obreras, escisiones en el COSATU y un ambiente muy crítico contra la alianza tripartita del ANC, COSATU y SACP (Partido Comunista). La caída de los precios de las materias primas está golpeando duramente a Rusia: En 2015 su PIB ha retrocedido un 3,5%, y las perspectivas para 2016 son escabrosas. Putin ha tenido que meter un recorte del 10% al presupuesto en 2016, pero la sangría será aún mayor considerando que el presupuesto se ha elaborado partiendo del precio del barril de petróleo a 50 dólares. Ya se ha anunciado una nueva oleada de privatizaciones de empresas estatales y el rublo ha experimentado una devaluación severa: de 33 rublos el dólar en enero de 2014, a 78,66 rublos en enero de 2016. En estas condiciones los problemas de financiación y el aumento de la deuda que arrastra Rusia crecen exponencialmente, mientras los capitales huyen del país.
La caída en la depresión es posible
En definitiva, el panorama es desalentador. Economistas liberales como Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, han señalado que “…Las causas que originaron la actual crisis económica no solo no se han corregido sino que han empeorado. Los niveles extremos de deuda implican quiebras al estilo de los años 30 […]”. Los planes permanentes de austeridad y recortes, rebajas salariales y precariedad laboral, hunden la demanda y han aumentado a niveles sin precedentes la desigualdad en todo el mundo. Los avances tecnológicos actuales, Internet y redes sociales, comercio online, la robótica y la microelectrónica, son menos significativos, en términos de aumento de productividad, que los que tuvieron lugar durante la segunda revolución industrial de finales del siglo XIX o tras la Segunda Guerra Mundial.
La economía mundial sigue empantanada en un ciclo recesivo del que es incapaz de salir y un descenso hacia una depresión más profunda es una perspectiva real. La brutal destrucción de fuerzas productivas de estos últimos ocho años, incluyendo una devastación sin precedentes del medio ambiente, señala la decadencia del modo de producción capitalista y marca un punto de inflexión en la historia. Las posibilidades para transformar la sociedad en líneas socialistas son indiscutibles, pero la marcha de los acontecimientos no se decide sólo por la crisis en la base material de la sociedad. Otra vez más, la historia señala la completa madurez para el socialismo que han alcanzado las fuerzas productivas, y también la debilidad (o inmadurez) del factor subjetivo —la ausencia de un partido marxista de masas—. La resolución de esta contradicción es la tarea fundamental de los revolucionarios en los próximos años.
NOTAS
1. Según la web China Labour Bolletin, el año 2015 registró 2.774 protestas, el doble de las 1.379 de 2014.
2. Obviamente los imperialistas estadounidenses no se están quedado con los brazos cruzados ante este desafió y han respondido con el Acuerdo de Asociación Transpacífico, o TPP según sus siglas en inglés, que agrupará a una serie de países (Australia, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur, EEUU y Vietnam) cuyas economías suponen casi el 40% del PIB mundial. Su principal objetivo es asegurar una posición de control sobre las relaciones comerciales en toda la zona del Sudeste Asiático y el Pacífico, frenando las aspiraciones chinas. El presidente Obama lo explicaba perfectamente al declarar que “cuando más del 95% de nuestros potenciales clientes viven fuera de nuestras fronteras no podemos permitir que países como China escriban las reglas de la economía global”. Estados Unidos busca cerrar también otros acuerdos de “libre comercio” con similares objetivos, como en el caso del TTIP en Europa.
3. Esta realidad es la que ha llevado al ex-secretario del Tesoro estadounidense, y ex-asesor de Obama, Larry Summers, a formular su teoría del “estancamiento secular, una forma elegante de reconocer que el capitalismo no puede remostar la crisis y esperar un periodo de auge como en el pasado, sino tasas de crecimiento muy modestas con desempleo crónico.
4. En este sentido es de destacar la decisión de la burguesía estadounidense de recurrir a la producción de crudo utilizando técnicas no convencionales, como el fraking (fracturación hidráulica) para asegurarse el abastecimiento frente al fracaso de sus incursiones en Oriente Medio. Gracias a estas medidas, la producción estadounidense de petróleo aumentó de cinco millones de barriles por día en 2008 a 9,3 millones de barriles en 2015 (lo que ha propiciado el endeudamiento de las petroleras del país).
5. Entre 2009 y 2015, el incremento del consumo de petróleo de China supuso casi la mitad del crecimiento total de la demanda global, cifra que se estima caerá un 30% en 2016.
6. Arabia Saudí no ha dejado de aumentar la producción hasta una media de 10,33 millones de barriles diarios en noviembre de 2015, desatando una verdadera guerra de precios. Un movimiento paralelo a otras iniciativas, como su brutal intervención militar en Yemen, dejando claro a Irán, y a EEUU, que no renuncia a la hegemonía regional. Pero estas maniobras están provocando a su vez convulsiones internas: el déficit presupuestario se elevó a 98.000 millones de dólares en 2015 (16% de su PIB), y ha llevado al gobierno a plantear recortes en los subsidios sociales, en agua y luz.
7. Según el último estudio del Credit Suisse, el 1% de la población mundial, aquellos que tienen un patrimonio valorado de 760.000 dólares (667.000 euros o más), poseen tanto dinero líquido o invertido como el 99% restante de la población mundial.