El 12 de diciembre se celebrarán las terceras elecciones generales en Gran Bretaña en el plazo de cuatro años, una situación insólita que refleja la profundidad de la crisis política e institucional que vive el país. Las encuestas hasta ahora daban una cómoda victoria a Boris Johnson, incluso la mayoría absoluta. Sin embargo, en la última semana la distancia parece haberse recortado, habiendo copado el centro del debate electoral la nefasta situación del Sistema Nacional de Salud (NHS) y el peligro de una mayor privatización y más recortes si ganara Johnson e hiciera efectivo el Acuerdo de Libre Comercio con el Gobierno de los EEUU.

La ventaja de los tories en los sondeos es también fruto de la retirada del Partido del Brexit de Nigel Farage, vencedor de las últimas elecciones europeas. Primero su líder renunció a presentarse, y posteriormente retiraron a sus candidatos en todas las circunscripciones donde pudiera peligrar la victoria del candidato del Partido Conservador. Sin duda se trata de una decisión impuesta por los grandes poderes económicos con el objetivo de no dividir el voto de la derecha y evitar a toda costa una victoria de Corbyn.

La situación es muy volátil fruto de la profunda crisis económica, política y social, y del enorme malestar acumulado durante años en la sociedad. Un malestar que está detrás del programa electoral de Corbyn, el más a la izquierda desde los años 70, que incluye entre otros puntos la reversión de las privatizaciones o la nacionalización de sectores estratégicos de la economía como la energía o el agua. A pesar de esto, la falta de una estrategia de movilización en las calles durante estos agitados meses contra la deriva autoritaria de Johnson y la negativa a llamar a la huelga general —manteniendo junto a las direcciones sindicales la paz social de facto y apostando todo al juego parlamentario— no ha ayuda a impulsar la candidatura de Corbyn.  

Nuevo aplazamiento del Brexit

El primer ministro, Boris Johnson, tras jurar y perjurar que Gran Bretaña estaría fuera de la Unión Europea (UE) el 31 de octubre, tuvo que solicitar una nueva prórroga (la tercera) a la UE, que esta aceptó, postergándose la salida al 31 de enero de 2020. La crisis del Brexit, tras casi cuatro años desde la celebración del referéndum, sigue abierta y no parece que vaya a tener una solución definitiva y estable a corto plazo.

El nuevo acuerdo adoptado por Johnson con la UE ha sido ratificado por el momento por el Parlamento británico, quedando pendientes de aprobación las leyes que deben concretarlo y llevarlo a la práctica. Esta será la primera tarea a abordar por el nuevo parlamento que salga de las elecciones, condicionando probablemente la conformación del nuevo Gobierno. El acuerdo por tanto sigue estando en el aire, y solo ha supuesto ganar algo de tiempo, apostando la solución al desenlace electoral.

Un acuerdo que cuenta además con el rechazo del hasta ahora socio privilegiado de los conservadores, el DUP, los unionistas ultraconservadores de Irlanda del Norte, contrarios a que la frontera efectiva con la UE se sitúe en el Mar del Norte, es decir, entre Irlanda del Norte y el resto de Gran Bretaña, y que por tanto Irlanda del Norte siga en la Unión Aduanera. Una situación que el DUP y los protestantes temen, pues da alas a la idea de la unificación irlandesa, y que en su momento incluso Theresa May rechazó. Boris Johnson ha ido más lejos, ignorando completamente a sus socios del DUP.

Toda esta situación, como hemos explicado en otros artículos, es consecuencia directa de la grave crisis social que padece Gran Bretaña desde hace décadas, y que se agravó con el estallido de la crisis económica y las políticas de austeridad y recortes de los sucesivos gobiernos conservadores. Recientemente, por ejemplo, la Resolution Foundation ha señalado que el crecimiento de los salarios en la última década, entre 2010 y 2020, ha sido el menor en tiempos de paz desde las Guerras Napoleónicas, aumentando cada día más el número de personas que a pesar de tener trabajo son pobres. Diferentes informes señalan que cada vez más familias británicas se ven obligadas recurrir a la ayuda de ONGs para garantizar lo básico, por ejemplo, zapatos para sus hijos. Al mismo tiempo, la brecha entre ricos y pobres no deja de crecer, solamente las mil personas más ricas de Gran Bretaña acumulan 771.000 millones de libras.

Dentro o fuera de la UE capitalista no hay solución a la crisis social británica

Por otro lado, desde el referéndum del Brexit en 2016 la economía británica ha perdido un 2,5% de su PIB y la inversión exterior ha caído en un 15%, demostrando la imposibilidad de desconectar de una economía globalizada y el fracaso del nacionalismo económico. La patronal británica ha señalado que tanto el sector de la manufactura como el de la construcción, es decir, los sectores productivos, se hallan desde hace meses en recesión, con récord de insolvencias desde 2013 y una caída continuada de los pedidos durante los últimos seis meses. Las inversiones futuras en inmuebles de las empresas han descendido también un 44% y las inversiones en maquinaria y plantas industriales para los próximos doce meses, un 34%.

Todo esto se produce en el contexto de guerra comercial y arancelaria del que forma parte el propio Brexit. La burguesía británica se encuentra totalmente dividida, con un sector apostando por la alianza con los EEUU, mientras otro sigue mirando a la UE, especialmente el sector exportador industrial puesto que el 50% de sus productos va a los mercados de la UE. Eso es lo que explica la entrada en la campaña electoral británica de Trump, dedicando furibundos ataques al laborista Jeremy Corbyn y abogando por una alianza entre Nigel Farage (Partido del Brexit) y Boris Johnson (Partido Conservador), que en la práctica ya se ha producido, insistiendo además que el acuerdo con la UE aceptado por Johnson es malo.

El capital norteamericano ve grandes oportunidades de negocio en el mercado británico, y sectores de la burguesía británica ven con buenos ojos la agenda económica ultracapitalista de Trump: privatizaciones, desregulación y bajadas de impuestos para grandes fortunas y multinacionales. Frente a este modelo, lo único que ofrece la Unión Europea son las políticas de austeridad y recortes, llevadas adelante por la burguesía británica de cara a garantizar sus negocios. Tanto fuera como dentro de la UE, bajo el capitalismo no existe alternativa para la clase obrera y la juventud.

Votar a Corbyn y luchar por un programa auténticamente socialista

En este contexto, una victoria electoral de los laboristas encabezados por Corbyn, con el programa electoral más izquierdista en décadas, sería la peor de las noticias tanto para la burguesía británica, como para Trump y la UE. De ahí la campaña unánime de los medios de comunicación tachando el programa laborista como una locura y un peligro. Entre otras cosas, Corbyn está defendiendo la reversión de las privatizaciones y la nacionalización de sectores clave de la economía como los ferrocarriles, el servicio postal, el agua o las principales industrias energéticas. Otro punto fundamental es la defensa de los servicios públicos con un plan de inversiones para la educación pública y el Servicio Nacional de Salud (NHS), en crisis desde hace años. También aboga por la abolición de las tasas universitarias y la eliminación de los contratos de cero horas, contratos precarios extremos donde el empresario solo paga por las horas efectivamente trabajadas. Un programa y una campaña que está señalando a ese puñado de multimillonarios responsables de la grave crisis social que padece el país.

Para que Corbyn pueda llevar a la práctica este programa es decisivo basarse en la movilización en las calles y en la fuerza organizada de la clase trabajadora y la juventud. Durante estos meses de grave crisis institucional, incluyendo el cierre del Parlamento, Corbyn ha cometido el error de dirigirse y pedir el apoyo de los diputados conservadores y liberales, responsables de las políticas de austeridad y de recortes que han sumido a millones en la pobreza y la desesperación. El único apoyo que Corbyn puede esperar es la de la clase trabajadora. Otro importante error es el rechazo al derecho de autodeterminación de Escocia, oponiéndose a la celebración de un segundo referéndum de independencia.

Una victoria de Corbyn supondría un auténtico terremoto. Sin embargo, al día siguiente, tanto la clase dominante británica como la burguesía europea y norteamericana, como ocurrió en Grecia, se pondrían en marcha de cara a aplastar un Gobierno de este tipo. Por eso mismo, no solo hay que preparase para una posible victoria, sino para la batalla a enfrentar al día siguiente de la misma, que solo podrá afrontarse mediante la movilización masiva en las calles de la clase obrera y la juventud para confrontar con los grandes poderes económicos, y contando con el apoyo y la solidaridad del resto de pueblos de Europa.

[1] El sistema electoral británico no elige los diputados en proporción al número total de votos, sino que elige un diputado por cada circunscripción. De esta manera, puede darse el caso de que un partido con más votos en global, pierda las elecciones.

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