El NO irlandés y su significado de clase
A pesar de todos los esfuerzos de la prensa burguesa por intentar minimizar la importancia del rechazo irlandés al Tratado de Lisboa, la crisis en la Unión Europea (UE) es una realidad. Los argumentos al respecto son de lo más variopinto: insisten en que la población irlandesa representa menos de un 1% de los 500 millones de habitantes que integran la UE de los 27; nos recuerdan constantemente que ya hay catorce países miembros que han ratificado dicho Tratado en sus parlamentos; incluso ya están discutiendo diferentes artimañas legales para sortear este contratiempo: una nueva consulta sobre el mismo tema, como ya hicieron con el Tratado de Niza en 2001, o que no sea necesario la unanimidad de todos los países miembros de la Unión para su ratificación. ¿Por qué tanta justificación si la cosa está tan clara? Porque los resultados en Irlanda, como ya ocurrió en 2005 en Francia y Holanda a propósito del referéndum de la Constitución europea, expresan el rechazo rotundo de la clase obrera a los planes de la burguesía.
El NO irlandés y su significado de clase
A pesar de todos los esfuerzos de la prensa burguesa por intentar minimizar la importancia del rechazo irlandés al Tratado de Lisboa, la crisis en la Unión Europea (UE) es una realidad. Los argumentos al respecto son de lo más variopinto: insisten en que la población irlandesa representa menos de un 1% de los 500 millones de habitantes que integran la UE de los 27; nos recuerdan constantemente que ya hay catorce países miembros que han ratificado dicho Tratado en sus parlamentos; incluso ya están discutiendo diferentes artimañas legales para sortear este contratiempo: una nueva consulta sobre el mismo tema, como ya hicieron con el Tratado de Niza en 2001, o que no sea necesario la unanimidad de todos los países miembros de la Unión para su ratificación. ¿Por qué tanta justificación si la cosa está tan clara? Porque los resultados en Irlanda, como ya ocurrió en 2005 en Francia y Holanda a propósito del referéndum de la Constitución europea, expresan el rechazo rotundo de la clase obrera a los planes de la burguesía.1
Una vez más se ha vuelto a poner de relieve que la imagen de una Europa unida para extender la prosperidad y la democracia, cuidadosamente construida durante años, saltó por los aires hace tiempo. Millones de trabajadores comprenden ya que tras las siglas de la UE se esconde el aumento de la jornada laboral, retrocesos en derechos democráticos, privatizaciones, recortes de las prestaciones sociales, etc. En definitiva, un ataque sincronizado de las diferentes burguesías nacionales europeas contra las conquistas arrancadas por el movimiento obrero durante el boom de la posguerra. Tan es así, que a pesar de la práctica unanimidad en la defensa del Tratado que han demostrado los dirigentes políticos irlandeses, los trabajadores, guiándose por un acertado instinto de clase, se han abierto paso entre la densa bruma ideológica propagada a través de los medios de comunicación de masas.
Las cifras son contundentes. El No, que consiguió el 53,4% de los votos, sólo fue defendido desde el Parlamento por el Sinn Féin, partido que cuenta con sólo un 3% de representación -cinco diputados de un total de 166-.
Las dificultades de la socialdemocracia para vender el proyecto europeo
Este resultado no sólo supone un rechazo a los representantes políticos de la derecha, sino también una crítica demoledora a la política del Partido Laborista, los Verdes y de los sindicatos más importantes. Estamos ante un hecho enormemente preocupante para la burguesía: la disposición de los representantes políticos y sindicales mayoritarios de la clase obrera a colaborar con sus planes no garantiza de forma automática la misma colaboración por parte de los trabajadores.
Lo cierto es que lo sucedido con los dirigentes laboristas irlandeses no es una excepción. La Constitución europea, predecesora del Tratado de Lisboa, fue defendida con entusiasmo desde las direcciones del Partido Laborista Británico, el PSOE, el SPD alemán, el PS portugués o la Confederación Europea de Sindicatos (CES). Semejante predisposición europeísta no evitó el No de los trabajadores franceses y holandeses a los planes de la UE hace ahora tres años. La contundencia del golpe recibido, que se quiso contrarrestar con la victoria del Sí en el Estado español, ha quedado patente en el miedo a nuevas derrotas. La ratificación del Tratado de Lisboa no se producirá a través de referendos sino por la vía parlamentaria en al menos 23 de los 27 países afectados, incluyendo esta vez el Estado español, donde el Congreso de los Diputados decidió descartar una consulta popular. Los estadistas europeos, incluidos los líderes del PSOE, tienen muchas reticencias a ejercer la democracia, cuando los resultados pueden ser adversos.
Ante esta ofensiva de desmantelamiento sistemático de la sanidad y la educación públicas; de desregulación salvaje del mercado de trabajo; de explotación despiadada de los trabajadores inmigrantes y de empeoramiento de las condiciones laborales del conjunto de la clase obrera europea, los dirigentes socialdemócratas no sólo no responden sino que no tienen reparo alguno en hacer el trabajo sucio del capital. Ya sea desde el gobierno, como es el caso del laborismo británico y los partidos socialistas en el Estado español y Portugal; a través de la colaboración abierta con la derecha como el SPD en Alemania, o allanando la victoria parlamentaria de la reacción como en Francia y Grecia, la socialdemocracia se ha comprometido a fondo en esta ofensiva contra los trabajadores disfrazada de "proyecto europeísta". Precisamente por ello, es aún más meritorio y destacable cómo el movimiento obrero extrae conclusiones y presenta batalla.
Hay que prepararse, los combates más duros están por llegar
No podemos olvidar que el No irlandés se produce tras diez años de extraordinario crecimiento de su economía. Entre 2001 y 2007 el incremento medio de su PIB fue del 5%, etapa a su vez precedida por tasas de crecimiento promedio del 9% entre 1996 y 2000. Sin embargo, es necesario mirar estas cifras macroeconómicas a través de los ojos de la clase obrera, es decir, de las jornadas laborales extenuantes, de las hipotecas que consumen una parte decisiva de los ingresos familiares, de la coexistencia de beneficios insultantes para banqueros y empresarios mientras cada vez es más difícil llegar a fin de mes. Hay un dato que resume a la perfección este hecho: la participación de los salarios en la renta nacional de la UE de los 15 pasó del 67% en 1982 al 58% en 2005.
La presión del capitalismo sobre la espalda de la clase obrera hace tiempo ya que se está volviendo insoportable. Ahí encontramos gran parte de la explicación al no irlandés, a la movilización de 200.000 trabajadores el pasado julio en Lisboa contra una reforma destinada a facilitar el despido, a las tres huelgas generales en Grecia, a la perseverancia en la lucha de los trabajadores franceses, a la huelga del sector público que protagonizaron 100.000 trabajadores daneses en marzo, a la lucha de los trabajadores de autobuses, metro y tranvía de Berlín ...
Muchos se han preguntado sobre el escaso sentido de la oportunidad demostrado por los dirigentes europeos al hacer coincidir el referéndum irlandés con la aprobación de la directiva sobre jornada de 60 y 65 horas semanales. Dejando de lado la perspicacia de estos señores, no es en absoluto casualidad que este debate irrumpa ahora en la UE. No debemos perder de vista que todos los ataques y recortes aplicados hasta el momento se han producido en un contexto de crecimiento de la economía mundial. Pero esa coyuntura de la economía forma parte ya del pasado.
El presente está marcado por la recesión, que no puede más que alimentar la actitud ofensiva de la burguesía. En torno a esta nueva embestida del capitalismo europeo, se concentran las características fundamentales de las futuras batallas que se desarrollarán entre las clases. En primer lugar indica que la crisis es de tal gravedad que las medidas para combatirla serán de una profundidad que cambiarán el panorama laboral que hemos conocido durante años. En segundo, nos demuestra que la burguesía europea tiene un plan y está dispuesta a llegar hasta el final. Una tercera evidencia es que los dirigentes reformistas de los sindicatos no están preparados para afrontar esta batalla, como demuestran las lacrimógenas a la vez que ineficaces peticiones de la CES a los eurodiputados para que voten en contra. Pero la conclusión más importante es que la clase obrera europea está demostrando fuerza y combatividad más que de sobra. Su principal debilidad se encuentra en su dirección política y sindical. Ahí está la tarea, el punto sobre el que los activistas tenemos que actuar: construir una alternativa genuinamente revolucionaria para derrotar esta nueva ofensiva del capital.
1. El 30 de junio El País publicó los resultados de un estudio de opinión elaborado por la Comisión Europea (Eurobarómetro Flash 245): "Por un lado, el Sí se impuso claramente entre los mayores de 55 años (25 puntos de diferencia), profesionales y empresarios (20 puntos de diferencia)... Al otro lado, el No ganó abrumadoramente (¡por la increíble cifra de 50 puntos!) entre los trabajadores manuales...".