Desde que el socialismo científico estableció su cuerpo teórico, sus críticos han clamado hasta el día de hoy contra el supuesto desprecio de los marxistas hacia las reformas. Esta objeción, qué se utiliza para acusar a los revolucionarios de radicales, utópicos y poco prácticos, es una burda tergiversación. Los marxistas jamás rechazan la lucha por las mejoras parciales en las condiciones de vida de trabajo de las masas oprimidas o por reformas políticas que amplían los derechos democráticos. ¿De qué manera la clase obrera iba a ganar confianza en su capacidad y en su fuerza sino a través de las batallas cotidianas de la lucha de clases?

No obstante, a diferencia de los reformistas, los marxistas siempre explican la realidad con absoluta franqueza a los trabajadores. En primer lugar, las conquistas sociales son el producto de la movilización, en muchos casos de una lucha revolucionaria y no la consecuencia de la habilidad negociadora de los mandos sindicales o de sus señorías parlamentarias. No se puede arrancar en la mesa de negociación lo que no se conquista en la calle a través de la acción. Pero hay más. Los marxistas entendemos la pelea por estas mejorar como parte de otra más amplia por la emancipación completa de los trabajadores, o lo que es lo mismo por la transformación socialista de la sociedad. Aprovechamos las victorias y los avances para elevar la confianza de la clase en sus propias fuerzas.

rosa02A diferencia de los reformistas, los revolucionarios no debemos engañarnos sobre el carácter temporal de esas concesiones: la clase dominante buscará eliminarlas a la mínima oportunidad que tenga. Y es obvio que oportunidades habrá, pues la correlación de fuerzas no se puede mantener indefinidamente a favor del proletariado. Los reformistas, se imaginan que es a través de las comisiones, de los “controles” y los acuerdos como se mejorara progresivamente la situación de los obreros hasta llegar felizmente a convencer a la burguesía de que un capitalismo más humano es mejor e incluso más rentable para sus intereses. Pero la experiencia se ha encargado de refutar este cuento de hadas.

El Estado actual no es la sociedad que representa a la clase obrera ascendente, sino el representante de la sociedad capitalista, es decir, es un estado de clase. Por este motivo, las reformas sociales que el Estado acomete no son medidas de control social, sino medidas de control de la organización de clase del capital sobre el proceso de producción capitalista. Es decir, las reformas sociales encontraran sus límites naturales en el interés del capital.

Quien se pronuncie por el camino reformista, en lugar de, y en contraposición a la conquista del poder político y a la revolución social, no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua. De este modo, no busca la realización del socialismo, sino la reforma del capitalismo, no busca la supresión del sistema del trabajo asalariado, sino la disminución de la explotación. En resumen, no busca la supresión del capitalismo, sino la atenuación de sus abusos (…)

Pero incluso esa atenuación de las contradicciones del capitalismo que los reformistas creen posible, resulta imposible. El capitalismo se caracteriza por la anarquía de la producción. Su objetivo no es satisfacer necesidades sociales sino la acumulación de beneficios por cada capitalista. Por eso todos los intentos de regularlo, controlarlo o transformarlo paulatinamente han acabado en fracaso: en crisis, victorias contrarrevolucionarias (ya sea por métodos violentos o electorales –que finalmente acaban suponiendo también violencia o represión para la clase obrera). Finalmente, el punto de vista del socialismo científico (marxismo) acaba revelándose el único realista, y el verdadero utopismo es el de quienes siguen creyendo posible convertir al tigre del capitalismo en una inofensiva mascota vegetariana.

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la necesidad de la conquista del poder proletario siempre estuvo fuera de toda duda para Marx y Engels. Quedó reservado para los reformistas el honor de considerar el gallinero del parlamentarismo burgués como el órgano destinado a realizar el cambio social más importante de la historia: la transformación de la sociedad capitalista en otra socialista. “La reforma y la revolución –escribe Rosa Luxemburgo- no son distintos métodos de progreso histórico que puedan elegirse libremente en el mostrador de la historia, como cuando se eligen salchichas calientes o frías. En la historia de las clases, la revolución es el acto político creador, mientras la legislación (la reforma) sólo expresa la pervivencia política de una sociedad.

Es absolutamente falso considerar las reformas como una revolución ampliada y, a su vez, la revolución como una serie de reformas concentradas. La reforma y la revolución no se distinguen por su duración, sino por su esencia. Todo el secreto de los cambios históricos a través de la utilización del poder político reside precisamente en la transformación de cambios meramente cuantitativos en una cualidad nueva; dicho más concretamente, en la transición de un periodo histórico –un orden social- a otro.

 

* El presente artículo es un extracto de "Rosa Luxemburgo", publicado en nuestra revista teórica Marxismo Hoy, No. 21.


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