El único camino
La decadencia del capitalismo promete ser todavía más turbulenta, dramática y sangrienta que su ascenso. El capitalismo alemán no será seguramente ninguna excepción. Si su agonía se prolonga demasiado, la culpa reside —debemos de decir la verdad— en los partidos del proletariado.
El capitalismo alemán apareció tarde en escena, y fue privado de los privilegios del primogénito. El desarrollo de Rusia la situó en algún lugar entre Inglaterra y la India; Alemania, en un esquema semejante, tendría que ocupar el lugar entre Inglaterra y Rusia, no obstante sin las enormes colonias ultramarinas de Gran Bretaña ni las "colonias interiores" de la Rusia zarista. Alemania, comprimida en el corazón de Europa, se vio enfrentada —en una época en que el mundo entero ya había sido repartido— a la necesidad de conquistar mercados exteriores y de volver a repartir colonias que ya habían sido repartidas.
El capitalismo alemán no estuvo destinado a nadar contra corriente, a entregarse al libre juego de las fuerzas. Sólo Gran Bretaña pudo permitirse este lujo, y sólo durante un período histórico limitado, que ha finalizado recientemente ante nuestros ojos. El capitalismo alemán no pudo siquiera permitirse el "sentido de la moderación" del capitalismo francés, atrincherado dentro de sus límites y provisto además de ricas posesiones coloniales como reserva.
La burguesía alemana, oportunista de pies a cabeza en el terreno de la política interior, tuvo que elevarse al colmo de la audacia y de la ligereza en el de la economía y la política mundial; tuvo que expandir inconmensurablemente su producción para alcanzar a las naciones más antiguas, blandir la espada y lanzarse a la guerra. La extrema racionalización de la industria alemana después de la guerra resultó asimismo de la necesidad de superar las condiciones desfavorables de retraso histórico, de situación geográfica y de derrota militar.
Si los males económicos de nuestra época son resultado, en último análisis, del hecho de que las fuerzas productivas de la humanidad son incompatibles con la propiedad privada de los medios de producción así como con las fronteras nacionales, el capitalismo alemán está atravesando las convulsiones más dolorosas precisamente porque es el capitalismo más moderno, más avanzado y más dinámico del continente europeo.
Los médicos del capitalismo alemán se dividen en tres escuelas: liberalismo, economía planificada y autarquía.
El liberalismo querría restaurar las leyes "naturales" del mercado. Pero el infeliz destino político del liberalismo solamente refleja el hecho de que el capitalismo alemán nunca pudo basarse en el manchesterismo2, sino que fue, a través del proteccionismo, hasta los trusts y los monopolios. La economía alemana no puede ser devuelta a un pasado "saludable" que nunca existió.
El "nacionalsocialismo" promete revisar a su manera la labor de Versalles, es decir, llevar más lejos la ofensiva del imperialismo de los Hohenzollern. Al mismo tiempo, quiere llevar a Alemania a la autarquía, es decir, al camino del localismo y de la restricción voluntaria. El rugido del león oculta en este caso la sicología del perro azotado. Adaptar el capitalismo alemán a sus fronteras nacionales es casi lo mismo que curar a un enfermo cortándole la mano derecha, el pie izquierdo y parte de su cráneo.
Curar al capitalismo por medio de la economía planificada significaría eliminar la competencia. En tal caso, debemos empezar por la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Los reformadores burocrático-profesorales no se atreven ni a pensarlo. La economía alemana es, menos que nada, puramente alemana: es un elemento integrante de la economía mundial. Un plan alemán sólo es concebible en la perspectiva de un plan económico internacional. Un sistema planificado en el interior de las estrechas fronteras nacionales significaría el abandono de la economía mundial, es decir, el intento de regresar al sistema de la autarquía.
Estos tres sistemas, con sus disensiones mutuas, en realidad se parecen en cuanto que todos están encerrados dentro del círculo vicioso del utopismo reaccionario. Lo que ha de salvarse no es el capitalismo alemán, sino Alemania de su capitalismo
En los años de la crisis, la burguesía alemana, o al menos sus teóricos, han pronunciado discursos de arrepentimiento; sí, habían llevado una política demasiado arriesgada, habían recurrido con mucha ligereza a la ayuda de créditos extranjeros, habían empujado demasiado rápidamente la modernización del equipamiento fabril, etc. En el futuro, ¡habrá que ser más cuidadosos! En realidad, sin embargo, a medida que se manifiesta el programa de Von Papen y la actitud del capital financiero hacia él, los dirigentes de la burguesía alemana se inclinan hoy más que nunca al aventurerismo económico.
A los primeros signos de reactivación industrial, el capitalismo alemán se mostrará tal y como su pasado histórico lo ha conformado, y no como les gustaría configurarlo a los moralistas liberales. Los empresarios, ávidos de beneficios, harán subir de nuevo la presión del vapor sin prestar atención al manómetro. La persecución de los créditos extranjeros volverá a tomar un carácter febril. ¿Son escasas las posibilidades de expansión? Tanto más necesario el monopolizarlas. El mundo aterrorizado verá de nuevo el cuadro del período precedente, pero en forma de convulsiones todavía más violentas. Al mismo tiempo, el renacimiento del militarismo alemán avanzará como si los años 1914-1918 nunca hubiesen existido. La burguesía alemana vuelve a situar a los barones del Este del Elba a la cabeza de la nación. Bajo los auspicios bonapartistas, están aún más inclinados a arriesgar la cabeza de la reacción que bajo los de la monarquía legítima.
En sus momentos lúcidos, los dirigentes de la socialdemocracia alemana deben preguntarse por qué milagro su partido, después de todo el daño que ha hecho, todavía dirige a millones de obreros. Ciertamente, ha de darse una gran importancia al conservadurismo innato a toda organización de masas. Varias generaciones del proletariado han pasado por la socialdemocracia como escuela política; ello ha creado una gran tradición. Sin embargo, ésa no es la razón principal de la vitalidad del reformismo. Los obreros no pueden abandonar simplemente la socialdemocracia, a pesar de todos los crímenes de ese partido; deben poder reemplazarlo por otro partido. Entretanto, el Partido Comunista alemán, en la persona de sus dirigentes, ha hecho todo lo que estaba a su alcance para alejar a las masas o al menos para impedirles que se agrupasen alrededor del Partido Comunista.
La política de capitulación de Stalin-Brandler en el año 1923; el zigzag ultraizquierdista de Maslow-Ruth Fischer, Thaelmann en 1924-1925; el arrastramiento oportunista ante la socialdemocracia en 1926-1928; el aventurerismo del "tercer período" en 1928-1930; la teoría y práctica del "socialfascismo" y de la "liberación nacional" en 1930-1932, ésas son las partidas de la factura. El total da: Hindenburg-Von Papen-Schleicher y Compañía.
Por el camino capitalista, no hay ninguna salida para el pueblo alemán. En eso reside la fuente de fortaleza más importante del Partido Comunista. El ejemplo de la Unión Soviética muestra mediante la experiencia que hay una salida por el camino socialista. En eso reside la segunda fuente de fortaleza del Partido Comunista.
Pero, gracias a las condiciones de desarrollo del Estado proletario aislado, allí ha tomado la dirección de la Unión Soviética una burocracia nacional-oportunista, que no cree en la revolución mundial, que defiende su independencia de la revolución mundial y mantiene a la vez una dominación ilimitada sobre la Internacional Comunista. Y esa es en la actualidad la mayor desgracia para el proletariado alemán e internacional.
La situación en Alemania está hecha como a propósito para posibilitar al Partido Comunista el ganar a la mayoría de los obreros en un corto espacio de tiempo. El Partido Comunista debe comprender solamente que sin embargo, en la actualidad, representa a la minoría del proletariado, y debe caminar firmemente por el camino de la táctica de frente único. En su lugar, el Partido Comunista ha hecho suya una táctica que puede resumirse en las siguientes palabras: no dar a los obreros alemanes la posibilidad de llevar adelante luchas económicas ni de presentar resistencia al fascismo, ni de empuñar la herramienta de la huelga general, ni de crear soviets; antes, que el proletariado mundial reconozca por adelantado la dirección del Partido Comunista. La tarea política se convierte en un ultimátum.
¿De dónde pudo haber provenido este destructivo método? La respuesta a ello está en la política de la fracción estalinista en la Unión Soviética. Allí, el aparato ha convertido la dirección política en una autoridad administrativa. Al negarse a permitir que los obreros discutan, o critiquen, o voten, la burocracia estalinista no les habla en otro lenguaje que en el del ultimátum. La política de Thaelmann es un intento de traducir el estalinismo a un mal alemán. Pero la diferencia consiste en que la burocracia de la URSS tiene a disposición de su política de mando el poder estatal, que recibió de las manos de la revolución de Octubre. Thaelmann, por el contrario, sólo tiene para reforzar sus ultimátums la autoridad formal de la Unión Soviética. Esta es una gran fuente de ayuda moral, pero, bajo las condiciones dadas, sólo basta para cerrar la boca de los obreros comunistas, pero no para ganarse a los obreros socialdemócratas. Sin embargo, el problema de la revolución alemana se reduce ahora a esta última tarea.
Siguiendo las obras anteriores del autor dedicadas a la política del proletariado alemán, este panfleto intenta investigar las cuestiones de la política revolucionaria alemana en una nueva fase.
1. Bonapartismo y fascismo
Tratemos de analizar brevemente qué ha ocurrido y dónde nos encontramos.
Gracias a la socialdemocracia, el gobierno Brürning dispuso del apoyo parlamentario para gobernar con la ayuda de los decretos de emergencia. Los dirigentes socialdemócratas dijeron: "De esta forma bloquearemos el camino del fascismo al poder". La burocracia estalinista dijo: "No, el fascismo ya ha triunfado; el régimen de Brürning es el fascismo". Ambas afirmaciones eran falsas. Los socialdemócratas hicieron pasar una retirada pasiva ante el fascismo, como la lucha contra el fascismo. Los estalinistas presentaron el asunto como si la victoria del fascismo ya hubiese ocurrido. La fuerza de combate del proletariado fue minada por ambos lados y se facilitó y aproximó el triunfo del enemigo.
En su tiempo, caracterizamos al gobierno Brürning como bonapartismo ("una caricatura de bonapartismo"), es decir, como un régimen de dictadura político-militar. En el momento en que la lucha de dos estratos sociales —los que tienen y los que no tienen, los explotadores y los explotados— alcanza su tensión más elevada, se han creado las condiciones para la dominación de la burocracia, la policía y la tropa. El gobierno se vuelve "independiente" de la sociedad. Recordemos una vez más: si se clavan simétricamente dos horquillas en un corcho, éste puede guardar el equilibrio incluso sobre la cabeza de un alfiler. Ése es precisamente el esquema del bonapartismo. Podemos tener por seguro que semejante gobierno no deja de ser el empleado de los propietarios. Sin embargo, el empleado se sitúa sobre la espalda del amo, le restriega el pescuezo en carne viva y no titubea, a veces, en limpiarse los zapatos en su cara.
Puede haberse dado por sentado que Brürning proseguiría hasta la solución final. Sin embargo, en el transcurso de los acontecimientos, se ha añadido otro eslabón: el gobierno Von Papen. Para ser exactos, deberíamos hacer una rectificación en nuestra anterior caracterización: el gobierno Brürning era un gobierno pre-bonapartista. Brürning era solamente un precursor. En una forma perfecta, el bonapartismo entró en escena con el gobierno Von Papen-Schleicher.
¿En qué consiste la diferencia? Brürning aseguraba que no conocía mayor felicidad que "servir" a Hindenburg y al párrafo 48. Hitler "apoyaba" con su puño el flanco derecho de Brürning. Pero, con el codo izquierdo, Brürning descansaba sobre el hombro de Wels. En el Reichstag, Brürning encontró una mayoría que le eximía de contar con el Reichstag.
Cuanto más crecía la independencia de Brürning respecto al parlamento, más independientes se sentían las cumbres de la burocracia con respecto a Brürning y a los grupos políticos que se hallaban tras él. Finalmente, sólo faltaba romper los lazos con el Reichstag. El gobierno Von Papen surgió de una concepción burocrática inmaculada. Con el codo derecho, descansa sobre el hombro de Hitler. Con el puño de la policía, se protege del proletariado por la izquierda. En eso residen el secreto de su "estabilidad", es decir, de que no se hunda en el momento mismo de su formación.
El gobierno Brürning asumía un carácter clerical-burocrático-policiaco. La Reichswher todavía permanecía en reserva. El "Frente de Hierro" servía como un apoyo directo del orden. La esencia del golpe de Estado de Hindenburg-Von Papen consiste precisamente en eliminar su dependencia del "Frente de Hierro". Los generales pasaron automáticamente al primer lugar.
Los dirigentes socialdemócratas quedaron como unos inocentones totales. No podía ser de otra manera en un período de crisis social. Esos intrigantes pequeñoburgueses parecen inteligentes sólo en aquellas condiciones en que la inteligencia no es necesaria. Ahora, se tapan la cabeza por la noche, sudan, y esperan un milagro: tal vez al final podamos todavía no sólo salvar nuestras cabezas, sino también el mobiliario y los pequeños ahorros. Pero ya no habrá más milagros...
Desgraciadamente, sin embargo, el Partido Comunista también ha sido tomado totalmente por sorpresa por los acontecimientos. La burocracia estalinista fue incapaz de prever nada. Ahora, Thaelmann, Remmele y otros hablan a cada instante del "golpe de Estado del 20 de julio". ¿Cómo ha sido eso? Al principio, afirmaban que el fascismo ya había llegado y que sólo los "trotskistas contrarrevolucionarios" podían hablar de ello como algo futuro. Ahora resulta que para pasar de Brürning a Von Papen —por el momento no a Hitler, sino sólo a Von Papen— fue necesario todo un "golpe de Estado". Sin embargo, el contenido de clase de Severing, Brürning y Hitler, según nos habían enseñado esos sabios, es "uno y el mismo". Entonces, ¿de qué y para qué el golpe de Estado?
Pero la confusión no acaba aquí. Incluso aunque la diferencia entre fascismo y bonapartismo esté ahora lo suficientemente clara, Thaelmann, Remmele y demás hablan del golpe de Estado fascista del 20 de julio. Al mismo tiempo, alertan a los obreros contra el peligro inminente de un derrocamiento hitleriano, es decir, igualmente fascista. Por último, se caracteriza a la socialdemocracia, precisamente igual que antes, como socialfascista. De esta forma, los acontecimientos que se suceden se reducen a que diferentes clases de fascismo tomen el poder una de otra con la ayuda de golpes de Estado "fascistas". ¿No está claro que toda la teoría estalinista fue elaborada sólo con el fin de agarrotar el cerebro humano?
Cuanto menos preparados estaban los obreros, más destinada estaba la llegada del gobierno Von Papen a producir la impresión de fortaleza: ignorancia completa de los partidos, nuevos decretos de emergencia, disolución del Reichstag, represalias, estado de sitio en la capital, abolición de la "democracia" prusiana. ¡Y con qué facilidad! A un león se le mata de un disparo, a la pulga se la aplasta entre las uñas; con los ministros socialdemócratas se acaba de un papirotazo.
No obstante, a pesar de la apariencia de fuerzas concentradas, el gobierno Von Papen como tal es más débil todavía que su predecesor. El régimen bonapartista puede lograr un carácter comparativamente estable y duradero sólo en el caso de que ponga fin a una época revolucionaria; cuando la relación de fuerzas ya ha sido puesta a prueba en batallas; cuando las clases revolucionarias ya están agotadas, pero las clases poseedoras aún no se han librado del terror: ¿no traerá mañana nuevas convulsiones? Sin esta condición básica, es decir, sin un agotamiento anterior de las energías de las masas en combates, el régimen bonapartista no está en posición de avanzar.
A través del gobierno Von Papen, los barones, los magnates del capital y los banqueros han realizado un intento de salvaguardar sus intereses mediante la policía y el ejército regular. La idea de entregar todo el poder a Hitler, que se apoya en las bandas voraces y desbocadas de la pequeña burguesía, está lejos de agradarles. Ellos, por supuesto, no dudan de que, a la larga, Hitler será un instrumento sumiso de su dominación. Sin embargo, esto es inseparable de convulsiones, del riesgo de una guerra civil larga y fatigosa y de gastos enormes. El fascismo, sin duda, como muestra el ejemplo italiano, conduce, al final, a una dictadura burocrático-militar de tipo bonapartista. Pero para eso se requieren una serie de años aun en el caso de una victoria total: un plazo aún más largo en Alemania que en Italia. Está claro que las clases poseedoras preferirían un camino más económico, es decir, el camino de Schleicher y no el de Hitler, por no hablar de que el mismo Schleicher lo prefiere de esa forma.
El que la base para la existencia del gobierno Von Papen radique en la neutralización de los campos irreconciliables no significa en modo alguno, desde luego, que las fuerzas del proletariado revolucionario y de la pequeña burguesía reaccionaria pesen lo mismo en la balanza de la historia. Toda la cuestión se desplaza aquí al terreno de la política. Mediante el mecanismo del Frente de Hierro, la socialdemocracia paraliza al proletariado. Con la política de ultimátums insensatos, la burocracia estalinista bloquea a los obreros el camino revolucionario. Con una correcta dirección del proletariado, el fascismo sería exterminado sin dificultad y ni una rendija quedaría abierta para el bonapartismo. Desgraciadamente, ésa no es la situación. La fortaleza paralizada del proletariado ha adoptado la forma engañosa de la "fortaleza" de la camarilla bonapartista. En eso reside la fórmula política de la actualidad.
El gobierno Von Papen es el punto invisible de intersección de grandes fuerzas históricas. Su peso independiente es casi nulo. Por tanto, no puede hacer otra cosa que sentir pánico de sus propias gesticulaciones y tener vértigo del vacío que le rodea por todas partes. Así, y sólo así, puede explicarse que en los actos del gobierno haya habido hasta hoy dos partes de timidez por una de audacia. En Prusia, es decir, con la socialdemocracia, el gobierno jugaba a ganar: sabía que esos señores no ofrecerían resistencia. Pero después de haber disuelto el Reichstag, anunció nuevas elecciones y no se atrevió a posponerlas. Tras proclamar la ley marcial, se hartó de explicar: esto es sólo para facilitar la capitulación sin lucha de los dirigentes socialdemócratas.
Sin embargo ¿no hay una Reichswher? No somos dados a olvidarlo. Engels definía el Estado como organismos de hombres armados, con accesorios materiales en forma de prisiones, etc. Con respecto al actual poder gubernamental, incluso puede decirse que sólo la Reichswher existe realmente. Pero la Reichswher no parece de ninguna manera un instrumento sumiso y fiable en las manos del grupo de personas a cuya cabeza se encuentra Von Papen. En realidad, el gobierno es más bien una especie de comisión política de la Reichswher.
Pero a pesar de toda su preponderancia sobre el gobierno, la Reichswher no puede sin embargo pretender ningún papel político independiente. Cien mil soldados, no importa cuán cohesivos y aguerridos puedan ser (lo que todavía falta por probar), no pueden mandar a una nación de sesenta y cinco millones, desgarrada por los más profundos antagonismos sociales. La Reichswher solamente representa un elemento en la acción de las fuerzas, y no el decisivo.
A su manera, el nuevo Reichstag refleja mucho mejor la situación política del país que ha llevado al experimento bonapartista. El parlamento sin una mayoría, con alas irreconciliables, ofrece un argumento obvio e irrefutable a favor de la dictadura. Una vez más, los límites de la democracia aparecen en toda su evidencia. Allí donde se trata de las bases mismas de la sociedad, la aritmética parlamentaria no es la que decide. Lo que decide es la lucha.
No intentaremos opinar desde lejos qué camino seguirán en los próximos días los esfuerzos para formar gobierno. Nuestras hipótesis llegarían de cualquier forma tarde, y además, no son las posibles formas y combinaciones transitorias las que resuelven el problema. Un bloque del ala derecha con el centro significaría la "legalización" de la toma del poder por los nacionalsocialistas, es decir, la cobertura más apropiada para el golpe de Estado fascista. Qué relaciones se desarrollarán al principio entre Hitler, Schleicher y los dirigentes del centro es más importante para ellos que para el pueblo alemán. Políticamente, todas las combinaciones pensables con Hitler significan la disolución de la burocracia, los tribunales, la policía y el ejército en el interior del fascismo.
Si se admite que el centro no aceptará una coalición en la que tendría que pagar con la ruptura con sus propios obreros el papel de freno a la locomotora de Hitler; en ese caso sólo queda abierto el camino extraparlamentario. Una combinación sin el centro garantizaría más fácil y rápidamente el predominio de los nacionalsocialistas. Si éstos no se unen inmediatamente con Von Papen y al mismo tiempo pasan de inmediato al asalto, el carácter bonapartista del gobierno se manifestará más agudamente: Schleicher tendría sus "cien días"... sin los años napoleónicos anteriores.
Cien días —no, estamos calculando demasiado generosamente—. La Reichswher no decide. Schleicher no basta. La dictadura extraparlamentaria de los junkers y los magnates del capital financiero sólo puede garantizarse mediante una guerra civil fatigosa e implacable. ¿Podrá Hitler realizar esta tarea? Eso no sólo depende de la mala voluntad del fascismo, sino también de la voluntad revolucionaria del proletariado.
2. Burguesía, pequeña burguesía y proletariado
Todo análisis serio de la situación política debe tomar como punto de partida las relaciones mutuas entre las tres clases: la burguesía, la pequeña burguesía (incluido el campesinado) y el proletariado.
La gran burguesía, económicamente poderosa, constituye, por sí misma, una ínfima minoría de la nación. Para imponer su dominación, debe hacer cumplir una determinada relación mutua con la pequeña burguesía y, por su mediación, con el proletariado.
Para comprender la dialéctica de esas interrelaciones, debemos distinguir tres fases históricas: el comienzo del desarrollo capitalista, en que la burguesía precisaba métodos revolucionarios para resolver sus tareas; el período de florecimiento y madurez del régimen capitalista, en que la burguesía dotó su dominación con formas democráticas, ordenadas, pacíficas, conservadoras; por último, la decadencia del capitalismo, en que la burguesía está obligada a recurrir a los métodos de la guerra civil contra el proletariado para proteger su derecho a la explotación.
Los programas políticos característicos de esas tres fases, jacobinismo, democracia reformista (incluida la socialdemocracia) y fascismo, son esencialmente programas de corrientes pequeñoburguesas. Sólo este dato, más que ninguna otra cosa, muestra qué enorme —más aún, qué decisiva— importancia tiene la autodeterminación de las masas pequeñoburguesas del pueblo para todo el destino de la sociedad burguesa.
Sin embargo, la relación entre la burguesía y su base social fundamental, la pequeña burguesía, no descansa de ningún modo en la confianza recíproca y en la colaboración pacífica. El grueso de la pequeña burguesía es una clase explotada y oprimida. Mira a la burguesía con envidia y, a menudo, con odio. La burguesía, por su parte, aun cuando utiliza el apoyo de la pequeña burguesía, desconfía de ella, pues teme, con razón, su tendencia a derribar las barreras impuestas desde arriba.
Aun cuando estaban arreglando y despejando el camino al desarrollo burgués, los jacobinos chocaron a cada paso con la burguesía. La sirvieron en un lucha intransigente contra ella. Después de realizar su limitado papel histórico, los jacobinos cayeron, pues la dominación del capital estaba predeterminada.
Para toda una serie de fases, la burguesía afirmó su poder bajo la forma de la democracia parlamentaria. Pero de nuevo, no pacífica ni voluntariamente. La burguesía temía mortalmente el sufragio universal. Pero a la larga, con la ayuda de una combinación de represión y concesiones, con la amenaza del hambre unida a las reformas, consiguió subordinar en el marco de la democracia formal no sólo a la vieja pequeña burguesía, sino, en gran medida, también al proletariado, por medio de la nueva pequeña burguesía, la burocracia obrera. En agosto de 1914, la burguesía imperialista pudo, por medio de la democracia parlamentaria, llevar a millones de obreros y campesinos a la carnicería.
Pero precisamente con la guerra empieza la clara decadencia del capitalismo y, sobre todo, de su forma democrática de dominación. En adelante ya no se trata de nuevas reformas y limosnas, sino de reducir y suprimir las antiguas. Con ello, la burguesía entra en conflicto no sólo con las instituciones de la democracia proletaria (sindicatos y partidos políticos), sino también con la democracia parlamentaria, en cuyo marco surgieron las organizaciones obreras. De ahí, la campaña contra el "marxismo", por un lado, y contra el parlamentarismo democrático por el otro.
Pero igual que las cumbres de la burguesía liberal fueron incapaces en su época, sólo con su propia fuerza, de desprenderse del feudalismo, la monarquía y la iglesia, así los magnates del capital financiero son incapaces, sólo con su fuerza, de enfrentarse con el proletariado. Necesitan el apoyo de la pequeña burguesía. Para este fin, debe ser ganada, puesta en pie, movilizada y armada. Pero este método tiene sus riesgos. Aun cuando utiliza el fascismo, la burguesía no obstante le teme. Pilsudski fue obligado en mayo de 1926 a salvar la sociedad burguesa mediante un golpe de Estado dirigido contra los partidos tradicionales de la burguesía polaca. La cosa llegó tan lejos, que el dirigente oficial del Partido Comunista polaco, Warslti, que pasó de Rosa Luxemburgo a Stalin, y no a Lenin, tomó el golpe de Estado de Pilsudski como el camino de la "dictadura democrática revolucionaria" y llamó a los obreros a apoyar a Pilsudski.
En la sesión de la comisión polaca del comité ejecutivo de la Comintern del 2 de julio de 1926, el autor de estas líneas dijo sobre los acontecimientos de Polonia:
"(...) el movimiento que [Pilsudski] encabezó era pequeñoburgués, una forma ‘plebeya’ de resolver los acuciantes problemas de la sociedad capitalista en proceso de decadencia y destrucción. Se trata de un paralelo directo con el fascismo italiano...
"Esas dos corrientes tienen indudablemente rasgos comunes: sus tropas de choque se reclutan... entre la pequeña burguesía; tanto Pilsudski como Mussolini emplearon medios extraparlamentarios, claramente violentos, métodos de guerra civil; ambos se proponían salvar a la sociedad burguesa, no echarla abajo. Tras poner en pie a las masas pequeñoburguesas, ambos chocaron abiertamente con la gran burguesía después de llegar al poder. Involuntariamente, una generalización histórica viene a la mente: forzoso es recordar la definición de Marx del jacobinismo como una forma plebeya de enfrentarse con los enemigos feudales de la burguesía. Eso fue en la época del auge de la burguesía. Hay que decir que ahora, en la época de la decadencia de la sociedad burguesa, la burguesía necesita de nuevo una forma ‘plebeya’ de resolver sus problemas, que ya no son progresivos, sino, más bien, completamente reaccionarios. En este sentido, pues, el fascismo esconde una caricatura reaccionaria del jacobinismo.
"La burguesía decadente es incapaz de mantenerse en el poder con los métodos y medios creados por ella misma: el Estado parlamentario. Necesita el fascismo como instrumento de autodefensa, al menos en los momentos más críticos. A la burguesía no le gusta la forma ‘plebeya’ de resolver sus problemas. Tuvo una actitud extremadamente hostil hacia el jacobinismo, que despejó en sangre el camino para el desarrollo de la sociedad burguesa. Los fascistas están infinitamente más cerca de la burguesía decadente que los jacobinos de la burguesía ascendente. Pero a la burguesía aposentada no le gusta tampoco la forma fascista de resolver sus problemas, pues los choques y disturbios, aunque en interés de la sociedad burguesa, también implican riesgos para ella. Este es el origen del antagonismo entre el fascismo y los partidos tradicionales de la burguesia...
"A la gran burguesía le disgusta este método, casi igual que a un hombre con la mandíbula tumefacta le disgusta que le limpien los dientes. Los círculos respetables de la sociedad burguesa veían con odio los servicios del dentista Pilsudski, pero al final cedieron ante lo inevitable, ciertamente con amenazas de resistencia y porfiando y regateando el precio. ¡Y he aquí al ídolo de ayer de la pequeña burguesía convertido en gendarme del capital!"3.
A este intento de definir el lugar histórico del fascismo como sustituto político de la socialdemocracia, se le contrapuso la teoría del socialfascismo. Al principio, podía parecer una estupidez presuntuosa y desagradable, pero inofensiva. Los acontecimientos subsiguientes han mostrado qué perniciosa influencia ejerció de hecho la teoría estalinista sobre todo el desarrollo de la Internacional Comunista4.
¿Se deduce del papel histórico del jacobinismo, de la democracia y del fascismo que la pequeña burguesía está condenada a seguir siendo un instrumento en manos del capital hasta el final de sus días? Si fuera así, la dictadura del proletariado sería imposible en una serie de países en que la pequeña burguesía constituye la mayoría de la nación; y más aún, la haría extremadamente difícil en otros países en que la pequeña burguesía representa una importante minoría. Afortunadamente, no es así. La experiencia de la Comuna de París mostró por primera vez, al menos en los limites de una ciudad, igual que la experiencia de la Revolución de Octubre lo ha mostrado después a una escala mucho mayor y durante un período incomparablemente más largo, que la alianza de la pequeña burguesía y la gran burguesía no es indisoluble. Puesto que la pequeña burguesía es incapaz de una política independiente (también por eso la "dictadura democrática" pequeñoburguesa es irrealizable) no le queda más que optar entre la burguesía y el proletariado.
En la época de ascenso, del crecimiento y florecimiento del capitalismo, la pequeña burguesía, a pesar de agudas explosiones de descontento, marchó por lo general obedientemente en el aparejo capitalista. No podía hacer otra cosa. Pero bajo las condiciones de desintegración capitalista y el atolladero de la situación económica, la pequeña burguesía procura, intenta y se esfuerza por liberarse de las ataduras de los antiguos amos y dirigentes de la sociedad. Es totalmente capaz de unir su destino al del proletariado. Para eso sólo se necesita una cosa: la pequeña burguesía debe adquirir confianza en la capacidad del proletariado de llevar a la sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirar esa confianza por su fortaleza, por la firmeza de sus acciones, por una hábil ofensiva contra el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria.
Pero ¡ay si el partido revolucionario no está a la altura de la situación! La lucha diaria del proletariado agudiza la inestabilidad de la sociedad burguesa. Las huelgas y los disturbios políticos agravan la situación económica del país. La pequeña burguesía podría resignarse temporalmente a privaciones crecientes si a través de su experiencia llega a la convicción de que el proletariado está en condiciones de llevarla por un nuevo camino. Pero si el partido revolucionario, a pesar de que la lucha de clases se acentúa incesantemente, se muestra una y otra vez incapaz de unificar a la clase obrera tras él, si vacila, se vuelve confuso, se contradice, entonces la pequeña burguesía pierde la paciencia y empieza a considerar a los obreros revolucionarios como los responsables de su propia miseria. Todos los partidos burgueses, incluida la socialdemocracia, piensan en ello. Cuando la crisis social asume una agudeza intolerable, aparece en escena un determinado partido con el objetivo declarado de agitar a la pequeña burguesía hacia un blanco de ira, y de dirigir su odio y su desesperación contra el proletariado. En Alemania, esta función histórica la realiza el nacionalsocialismo, amplia corriente cuya ideología está formada por todos los tufos pútridos de la sociedad burguesa en descomposición.
La responsabilidad política fundamental del crecimiento del fascismo recae, por supuesto, en los hombros de la socialdemocracia. Desde la guerra imperialista, la labor de este partido se ha reducido a desarraigar de la conciencia del proletariado la idea de una política independiente, para inculcarle la creencia en la eternidad del capitalismo, y para hacerlo arrodillar una y otra vez ante la burguesía decadente. La pequeña burguesía puede seguir a los obreros sólo si ve en él al nuevo señor. La socialdemocracia enseña al obrero a ser un lacayo. La pequeña burguesía no seguirá a un lacayo. La política del reformismo priva al proletariado de la posibilidad de dirigir a las masas plebeyas de la pequeña burguesía y, por tanto, convierte a esta última en carne de cañón para el fascismo.
La cuestión política, sin embargo, no se salda para nosotros con la responsabilidad de la socialdemocracia. Desde el comienzo de la guerra, denunciamos a este partido como la agencia de la burguesía imperialista en las filas del proletariado. De esta nueva orientación de los marxistas revolucionarios surgió la Tercera Internacional. Su tarea consistió en unificar al proletariado bajo la bandera de la revolución y, por tanto, de garantizarle la influencia dirigente sobre las masas oprimidas de la pequeña burguesía de las ciudades y del campo.
El período de posguerra, en Alemania más que en ninguna otra parte, fue una época de desesperanza económica y de guerra civil. Las condiciones internacionales así como las interiores empujaron imperiosamente al país por el camino del socialismo. Cada paso de la socialdemocracia descubría su decadencia y su impotencia, el significado reaccionario de su política, la vanalidad de sus dirigentes. ¿Qué otras condiciones se necesitaban para el desarrollo del Partido Comunista? Y sin embargo, tras los primeros años de éxitos significativos, el comunismo alemán entró en un período de vacilaciones, de zigzags, de virajes alternativos hacia el oportunismo y hacia el aventurerismo. La burocracia centrista ha debilitado sistemáticamente a la vanguardia proletaria y le ha quitado al proletariado en su conjunto la posibilidad de dirigir tras él a las masas oprimidas de la pequeña burguesía. La burocracia estalinista carga con la responsabilidad directa e inmediata por el crecimiento del fascismo ante la vanguardia proletaria.
3. ¿Alianza de la socialdemocracia con el fascismo o lucha entre ellos?
Comprender la interrelación de las clases en forma de esquema, fijado de una vez por todas, es relativamente sencillo. La valoración de las relaciones concretas entre las clases en cada situación dada es infinitamente más difícil.
La gran burguesía alemana actualmente vacila, situación que la burguesía, en general, experimenta muy raramente. Una parte se ha convencido definitivamente de la inevitabilidad del camino fascista y le gustaría acelerar la operación. La otra parte espera hacerse dueña de la situación con la ayuda de una dictadura policiaca-militar bonapartista. Nadie en este campo desea volver a la "democracia" de Weimar.
La pequeña burguesía está dividida. El nacionalsocialismo, que ha reunido bajo su bandera a la mayoría abrumadora de las clases intermedias, quiere tomar en sus manos todo el poder. El ala democrática de la pequeña burguesía, que todavía tiene tras de sí a millones de obreros, quiere volver a la democracia según el modelo ebertiano. Entre tanto, se prepara para apoyar la dictadura bonapartista, al menos pasivamente. Los cálculos de la socialdemocracia son los siguientes: bajo la presión de los nazis, el gobierno Von Papen-Schleicher se verá obligado a establecer un equilibrio reforzando su ala izquierda; a todo esto, tal vez amaine la crisis; la pequeña burguesía quizá se tranquilice; la burguesía tal vez disminuya su frenética presión sobre la clase obrera; y, con la ayuda de dios, todo volverá a estar de nuevo en orden.
La camarilla bonapartista no quiere, efectivamente, la victoria total del fascismo. No se opondría, de ningún modo, a explotar el apoyo de la socialdemocracia dentro de ciertos límites. Pero para ello, tendría que "tolerar" las organizaciones obreras, lo cual sólo es concebible si, al menos hasta cierto punto, se permite la existencia legal del Partido Comunista. Sin embargo, el apoyo de la socialdemocracia a la dictadura militar empujaría irresistiblemente a los obreros a las filas del comunismo. Buscando una forma de apoyo frente a la peste parda, el gobierno se convertiría muy pronto en el blanco de los golpes de los diablos rojos.
La prensa comunista oficial afirma que la tolerancia de Brürning por la socialdemocracia facilitó el camino a Von Papen, y que la semitolerancia de Von Papen acelerará la llegada de Hitler. Eso es totalmente correcto. Dentro de estos límites, no hay diferencias de opinión entre nosotros y los estalinistas. Pero esto significa precisamente que en épocas de crisis social la política del reformismo no sólo se vuelve contra las masas, sino también contra el reformismo. En este proceso, acaba de llegar el momento crítico.
Hitler tolera a Schleicher. La socialdemocracia no se opone a Von Papen. Si esta situación pudiera consolidarse realmente durante un largo período de tiempo, la socialdemocracia se convertiría en el ala izquierda del bonapartismo, y dejaría al fascismo el papel de ala derecha. Teóricamente, no está desde luego excluido que la actual crisis sin precedentes del capitalismo alemán no lleve a una solución concluyente, es decir, que no acabe ni con la victoria del proletariado ni con el triunfo de la contrarrevolución fascista. Si el Partido Comunista prosigue su política de ultimátums estúpidos y por tanto salva a la socialdemocracia del hundimiento inevitable; si Hitler no se decide en el futuro inmediato, a dar un golpe de Estado y de esta forma inicia la desintegración inevitable dentro de sus propias filas; si la coyuntura económica conoce un ascenso antes de que caiga Schleicher; entonces la combinación bonapartista del párrafo 48 de la Constitución de Weimar, de la Reichswher, de la socialdemocracia semiopositora y del semiopositor fascismo, tal vez podría mantenerse (hasta un nuevo estallido, que, en cualquier caso, debe esperarse).
Pero sobre la marcha, estamos todavía lejos de semejante feliz cumplimiento de las condiciones que constituyen el tema de los sueños despiertos de la socialdemocracia. Tal cosa no está en modo alguno asegurada. Incluso los estalinistas difícilmente creen en la durabilidad o en la fuerza de resistencia del régimen Von Papen-Schleicher. Todos los indicios apuntan a la ruptura del triángulo Wels-Schleicher-Hitler incluso antes de que tome forma.
Pero ¿tal vez será sustituido por una combinación Hitler-Weis? Según Stalin, son "gemelos, no antípodas". Admitamos que la socialdemocracia, sin temer a sus propios obreros, quisiera vender su tolerancia a Hitler. Pero Hitler no necesita esta mercancompañía: no necesita la tolerancia, sino la abolición de la socialdemocracia. El gobierno Hitler sólo puede realizar su tarea aplastando la resistencia del proletariado y eliminando todos los posibles órganos de su resistencia. En eso reside el papel histórico del fascismo.
Los estalinistas se limitan a una valoración puramente sicológica, o más exactamente, puramente moral de los pequeñoburgueses cobardes y mezquinos que dirigen la socialdemocracia. ¿Podemos admitir realmente que esos inveterados traidores se apartarán de la burguesía y se enfrentarán a ella? Semejante método idealista tiene muy poco en común con el marxismo, que parte no de lo que la gente piensa de sí misma o de lo que desea, sino de las condiciones en que se encuentran y de los cambios que sufren esas condiciones.
La socialdemocracia apoya el régimen burgués, no por los beneficios de los magnates del carbón o del acero, sino a causa de las ventajas que puede obtener como partido, en la forma de su poderoso y numerosísimo aparato. Podemos tener por seguro que el fascismo no amenaza en forma alguna al régimen burgués, para cuya defensa existe la socialdemocracia. Pero el fascismo pone en peligro el papel que cumple la socialdemocracia en el régimen burgués y la renta que obtiene de jugar su papel. Aunque los estalinistas olviden este aspecto del asunto, la socialdemocracia no pierde de vista ni por un momento el peligro mortal con que la amenaza una victoria del fascismo, no a la burguesía, sino a la socialdemocracia.
Hará unos tres años, cuando señalamos que el punto de partida de la próxima crisis política en Austria y Alemania se basaría con toda probabilidad en la incompatibilidad de la socialdemocracia y el fascismo; cuando, sobre esta base, rechazamos la teoría del socialfascismo, que no desvelaba, sino que ocultaba el conflicto que se avecinaba; cuando llamamos la atención sobre la posibilidad de que la socialdemocracia, lo mismo que una parte importante de su aparato, se vería obligada por la marcha de los acontecimientos a luchar contra el fascismo y que éste sería un punto de partida favorable para el Partido Comunista para una ofensiva posterior, un gran número de comunistas —no sólo de funcionarios a sueldo, sino incluso de revolucionarios verdaderamente honestos— nos acusaron de... "idealizar" a la socialdemocracia. Sólo quedaba encogerse de hombros. Es difícil discutir con gente cuyo pensamiento se detiene donde para un marxista el problema no hace más que empezar.
En conversaciones, he citado a menudo el ejemplo siguiente: la burguesía judía en la Rusia zarista representaba una parte extremadamente asustada y desmoralizada de toda la burguesía rusa. Y sin embargo, en la medida en que los progromos de las Centurias Negras, dirigidos principalmente contra los judíos pobres, también golpeaban a la burguesía, ésta se vio obligada a autodefenderse. Sin duda, tampoco mostró ningún coraje destacable en este terreno. Pero debido al peligro que pendía sobre sus cabezas, la burguesía judía liberal, por ejemplo, recogió sumas considerables para armar a los estudiantes y obreros revolucionarios. De esta manera, se llegó a un acuerdo práctico temporal entre los obreros más revolucionarios, dispuestos a luchar pistola en mano, y el grupo más asustado de la burguesía, que estaba en un aprieto.
El año pasado escribí que en la lucha contra el fascismo, los comunistas debían estar listos para llegar a un acuerdo práctico no sólo con el diablo y con su abuela, sino incluso con Grzesinsky. Esta frase corrió por toda la prensa estalinista mundial. ¿Se necesitaba mejor prueba del "social-fascismo" de la Oposición de Izquierda? Muchos camaradas me habían advertido de antemano: "Van a tomarla con esta frase". Yo les contesté: "Esta frase ha sido escrita así para que la tomen con ella. Qué se agarren a este hierro ardiendo y se quemen los dedos. Los imbéciles deben de aprender su lección".
El curso de la lucha ha llevado a Von Papen a hacer que Grzesinsky conozca la cárcel. ¿Fue consecuencia este episodio de la teoría del socialfascismo y de las previsiones de la burocracia estalinista? No, sucedió en completa contradicción con ellas. Nuestra valoración de la situación, sin embargo, tenía presente semejante eventualidad y le había señalado un lugar determinado.
Pero la socialdemocracia, también en esta ocasión, rehuyó el combate, objetarán algunos estalinistas. Sí, lo rehuyó. Quien espere que la socialdemocracia vaya más allá de los argumentos de sus dirigentes, y dé comienzo a la lucha de forma independiente, y eso en condiciones en que incluso el Partido Comunista se mostró incapaz de luchar, tiene que esperar naturalmente un chasco. Nosotros no esperamos tales milagros. Por eso nosotros no podíamos mostrarnos expuestos a ningón "chasco" sobre la socialdemocracia.
Grzesinsky no se ha transformado en un tigre revolucionario; eso lo podemos garantizar gustosamente. Sin embargo, hay una gran diferencia entre una situación en que Grzesinsky, aposentado en su fortaleza, envía destacamentos de la policía para salvaguardar la "democracia" contra los obreros revolucionarios, y una situación en que el salvador bonapartista del capitalismo mete al mismo Grzesinsky en la cárcel, ¿no? ¿Y no vamos a tener en cuenta políticamente esta diferencia? ¿No vamos a sacar provecho de ella?
Volvamos al ejemplo citado antes: no es difícil entender la diferencia entre un fabricante judío que da un golpecito al policía zarista por aporrear a los huelguistas y el mismo fabricante que pasa dinero a los huelguistas de ayer para obtener armas contra los progromistas. El burgués sigue siendo un burgués. Pero del cambio en la situación resulta un cambio en las relaciones. Los bolcheviques dirigieron la huelga contra el fabricante. Más tarde, tomaron del mismo fabricante el dinero para la lucha contra los progromos. Eso, naturalmente, no impidió que los obreros, cuando llegó su hora, volvieran sus armas contra la burguesía.
¿Significa todo lo que se ha dicho que la socialdemocracia en su conjunto luchará contra el fascismo? A esto respondemos: parte de los funcionarios socialdemócratas se pasará indudablemente a los fascistas; un sector considerable gateará bajo la cama a la hora del peligro. Tampoco todas las masas obreras lucharán. Es completamente imposible prever de antemano qué parte de los obreros socialdemócratas será arrastrada a la lucha y cuándo, y qué parte del aparato arrastrarán con ellos. Eso depende de muchas circunstancias, entre ellas la posición del Partido Comunista. La política del frente único tiene como misión separar a aquellos que quieren luchar de quienes no quieren; impulsar hacia adelante a quienes vacilan; y, por ultimo, comprometer a los dirigentes capituladores a los ojos de los obreros, para consolidar su capacidad de lucha.
¡Cuánto tiempo se ha perdido sin finalidad, sin sentido, vergonzosamente! ¡Cuánto se podía haber conseguido, incluso sólo en los dos últimos años! ¿No estaba claro de antemano que el capital monopolista y su ejército fascista empujarían a la socialdemocracia a puñetazos y porrazos al camino de la oposición y la autodefensa? Esta previsión se tenía que haber expuesto ante toda la clase obrera, se tenía que haber tomado la iniciativa a favor del frente único, y teníamos que haber conservado en nuestras manos esta iniciativa en cada nueva fase. No era necesario gritar ni desgañitarse; era posible jugar sencillamente con mano firme. Habría bastado con formular con claridad y precisión la inevitabilidad de cada nuevo paso del enemigo y levantar un programa práctico de frente único, sin exageraciones ni regateos, pero también sin debilidad ni concesiones. ¡Qué arriba estaría el Partido Comunista si hubiese asimilado el abecé de la política leninista y la hubiese aplicado con la necesaria perseverancia!
4. Los veintiún errores de Thaelmann
A mediados de julio apareció un folleto con las respuestas de Thaelmann a veintiuna preguntas de obreros socialdemócratas sobre cómo se podía crear el "frente único rojo". El folleto empieza con las palabras: "Poderosamente, ¡el frente único antifascista avanza! "
El 20 de julio el Partido Comunista llamaba a los obreros a manifestarse en una huelga política. El llamamiento no encontró respuesta. De esta forma, en cinco días se reveló el trágico abismo entre la retórica burocrática y la realidad política.
El partido obtuvo 5,3 millones de votos en las elecciones de julio de 1931. Pregonando públicamente este resultado como una enorme victoria, el partido demostró hasta qué punto las derrotas han rebajado sus pretensiones y esperanzas. En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el 13 de marzo, el partido obtuvo casi 5 millones de votos. En el curso de cuatro meses y medio —¡y qué meses!— ganó por tanto escasamente 300.000 votos. La prensa comunista repitió centenares de veces en marzo que el número de votos habría sido incomparablemente mayor si se hubiese tratado de unas elecciones al Reichstag: en unas elecciones presidenciales, centenares de miles de simpatizantes consideraban superfluo perder el tiempo en una demostración "platónica". Si se toma en consideración este comentario de marzo —y lo merece— se deduce que el partido no ha crecido en absoluto durante los últimos cuatro meses y medio.
En abril, la socialdemocracia eligió a Hindenburg, quien, después de ello, llevó a cabo un golpe de Estado dirigido directamente contra ella. Se podría pensar que este solo hecho debería haber bastado para estremecer el edificio del reformismo hasta sus mismos cimientos. Añadamos a esto la agravación posterior de la crisis con sus aterradoras consecuencias. Por último, el 20 de julio, once días antes de las elecciones, la socialdemocracia se apartó con el rabo entre las piernas ante el golpe de Estado del presidente federal que había elegido. En tales períodos, los partidos revolucionarios crecen febrilmente. Cualquier cosa que la socialdemocracia, clavada por un clavo de acero, emprenda, debe arrojar a los obreros hacia la izquierda. Pero en lugar de avanzar a zancadas con botas de siete leguas, el comunismo hace tiempo que vacila, está a la retirada y después de cada paso adelante da medio paso hacia atrás. Alegrarse de una victoria sólo porque el Partido Comunista no perdió votos el 31 de julio es perder por completo el sentido de la realidad.
Para entender por qué y cómo el partido revolucionario se condena a una impotencia envilecedora en condiciones políticas excepcionalmente favorables hay que leer las respuestas de Thaelman a los obreros socialdemócratas. Labor aburrida e ingrata, pero que puede ilustrar sobre lo que ocurre en la cabeza de los dirigentes estalinistas.
A la pregunta "¿Cómo valoran los comunistas el carácter del gobierno Von Papen?" Thaelmann da varias respuestas mutuamente contradictorias. Empieza refiriéndose al "peligro del establecimiento inmediato de la dictadura fascista". ¿Se deduce entonces que todavía no existe? Habla de forma totalmente correcta de los miembros del gobierno como "representantes del capital de los truts, de los generales y de los junkers". Un minuto después dice sobre el mismo gobierno: "este gabinete fascista", y concluye su respuesta con la afirmación de que "el gobierno Von Papen... se ha fijado el objetivo de establecer de inmediato la dictadura fascista".
Prescindiendo de las diferencias políticas y sociales entre el bonapartismo, es decir, el régimen de "paz civil" basado en una dictadura policíaco-militar, y el fascismo, o sea, el régimen de guerra civil abierta contra el proletariado, Thaelmann se priva por adelantado de la posibilidad de comprender qué ocurre ante sus propios ojos. Si el gabinete de Von Papen es un gabinete fascista, entonces, ¿de qué "peligro" fascista habla? Si los obreros creen a Thaelmann cuando dice que Von Papen se ha fijado el objetivo (!) de establecer la dictadura fascista, entonces el probable conflicto entre Hitler y Von Papen-Schleicher cogerá al partido desprevenido, igual que ocurrió en su momento con el conflicto entre Von Papen y Otto Braun.
A la pregunta "¿Es sincero el Partido Comunista respecto al frente único?" Thaelmann responde naturalmente con una afirmación, y como prueba se refiere al hecho de que los comunistas no se presentaron con sombrero en mano a Hindenburg y Von Papen. "No, nosotros planteamos el problema de la lucha, de la lucha contra todo el sistema, contra el capitalismo. Y aquí reside el meollo de la sinceridad de nuestro frente único".
Thaelmann no comprende evidentemente de qué se trata. Los obreros socialdemócratas siguen siendo socialdemócratas precisamente porque todavía creen en el camino gradual, reformista, de la transformación del capitalismo en socialismo. Puesto que no saben que los comunistas están por el derrocamiento revolucionario del capitalismo, los obreros socialdemócratas preguntan: "¿Nos proponéis sinceramente el frente único?". Y a esto, Thaelmann responde: "Naturalmente, sinceramente, para nosotros es cuestión de derrocar todo el sistema capitalista".
Por supuesto que nosotros no soñamos con ocultar nada de los obreros socialdemócratas. Sin embargo, hay que saber la medida de las cosas y conservar las proporciones políticas. Un propagandista hábil habría contestado: "Vosotros lo apostáis todo a la democracia; nosotros creemos que el único camino está en la revolución. Sin embargo, no podemos ni queremos hacer la revolución sin vosotros. Hitler es ahora el enemigo común. Después de vencerle, haremos el balance juntos y veremos a dónde lleva efectivamente el camino".
El auditorio del folleto de Thaelmann —tan particular como pueda parecerlo a primera vista— escucha con indulgencia al orador e incluso coinciden con él en varias ocasiones. El secreto de su indulgencia, sin embargo, reside en que los interlocutores de Thaelmann en la conversación no sólo pertenecen a la "Acción Antifascista", sino que también llaman a votar al Partido Comunista. Son antiguos socialdemócratas que se han pasado al comunismo. Semejantes reclutas sólo pueden ser bienvenidos. Pero lo decepcionante de todo el asunto es que una conversación con obreros que han roto con la socialdemocracia se venda engañosamente como una conversación con las masas socialdemócratas. Esta barata mascarada es muy característica de toda la política actual de Thaelmann y compañía.
De cualquier forma, los antiguos socialdemócratas plantearon cuestiones que en la actualidad inquietan a las masas socialdemócratas. "¿Es la "Acción Antifascista" una organización frente o se trata del Partido Comunista?", preguntan. Thaelmann responde: "¡No!" ¿La prueba? La "Acción Antifascista" "no es una organización, sino un movimiento de masas". Como si no fuera precisamente la tarea del Partido Comunista organizar el movimiento de masas. Todavía mejor es el segundo argumento: la "Acción Antifascista" es apartidista puesto que se dirige contra el Estado capitalista: "Karl Marx, al tratar de las lecciones de la Comuna de París, ya situó en primer plano, con toda agudeza, como la tarea de la clase obrera la cuestión de destruir el aparato estatal burgués". ¡Oh, desdichada cita! Porque lo que los socialdemócratas quieren, prescindiendo de Marx, es perfeccionar el Estado burgués, pero no destruirlo. Ellos no son comunistas, sino reformistas. A pesar de sus intenciones, Thaelmann prueba justamente lo que quería refutar: el carácter partidista de la "Acción Antifascista".
El dirigente oficial del Partido Comunista no comprende obviamente ni la situación ni el pensamiento político de los obreros socialdemócratas. No comprende para qué sirve el frente único. Con cada una de sus frases, da armas a los dirigentes reformistas y arroja hacia ellos a los obreros socialdemócratas.
La imposibilidad de toda clase de acción común con la socialdemocracia es demostrada por Thaelmann de la siguiente manera: "A este respecto, nosotros [?] debemos reconocer claramente que la socialdemocracia, aun cuando hoy remeda un simulacro de oposición, en ningún momento renunciará a sus proyectos de coalición ni a sus pactos con la burguesía fascista". Incluso si eso fuese cierto, seguiría siendo cuestión no obstante de demostrárselo a los obreros socialdemócratas a través de la experiencia. Sin embargo, es esencialmente erróneo. Si los dirigentes socialdemócratas no quieren abandonar los pactos con la burguesía, la burguesía fascista, sin embargo, abandona sus pactos con la socialdemocracia. Y este hecho puede volverse decisivo para el destino de la socialdemocracia. En el paso del poder de Von Papen a Hitler, la burguesía no podrá de ningún modo perdonar a la socialdemocracia. La guerra civil tiene sus leyes. El reino del terror fascista sólo podrá significar el aniquilamiento de la socialdemocracia. Mussolini empezó precisamente por ahí, de manera que pudiera aplastar con el mayor desenfreno a los obreros revolucionarios. En todo caso, los "socialfascistas" aprecian su piel. La política comunista de frente único debe partir en la actualidad del interés de la socialdemocracia por su propio pellejo. Esa será la política más realista y, al mismo tiempo, la de consecuencias más revolucionarias.
Pero si la socialdemocracia no se separa "en ningún momento" de la burguesía fascista (aunque Matteoti "se separó" de Mussolini), ¿no tienen que abandonar su partido los obreros socialdemócratas que quieren formar parte de la "Acción Antifascista"? He ahí una pregunta. A ello Thaelmann responde: "Para nosotros, comunistas, es indudable que los obreros socialdemócratas o miembros del Reichsbanner pueden formar parte de la "Acción Antifascista" sin tener que abandonar su partido". Y para mostrarse libre de sectarismo, Thaelmann añade: "Si os incorporáis a millones, en un frente cerrado, os acogeremos con alegría, aunque todavía exista una falta de claridad en vuestras cabezas, según nuestra opinión, sobre ciertas cuestiones de la apreciación del Partido Socialdemócrata de Alemania". ¡Doradas palabras! Consideramos a vuestro partido como fascista, vosotros lo consideráis democrático, pero no discutamos sobre cuestiones insignificantes. Basta con que vengáis "a millones", sin abandonar vuestro partido fascista. "La falta de claridad sobre ciertas cuestiones" no puede constituir un obstáculo. Pero, ¡ay!, la falta de claridad en las cabezas de los burócratas todopoderosos es un obstáculo a cada momento.
Para profundizar en la cuestión, Thaelmann sigue diciendo: "Nosotros no planteamos la cuestión entre partidos, sino sobre una base de clase". Igual que Seidewitz, Thaelmann está dispuesto a renunciar a los intereses del partido en nombre de los intereses de la clase. La desgracia reside en que para un marxista no puede haber semejante contraste. Si su programa no fuese la formulación científica de los intereses de la clase obrera, el partido no valdría un céntimo.
Tan sólo que, junto al craso error de principio, las palabras de Thaelmann también contienen un absurdo práctico. ¿Cómo es posible no plantear la cuestión de las relaciones entre los partidos cuando es ahí precisamente donde reside la verdadera esencia de la cuestión? Millones de obreros siguen a la socialdemocracia. Otros millones, al Partido Comunista. A los obreros socialdemócratas que preguntan cómo llegar en la actualidad a acciones comunes contra el fascismo entre vuestro partido y el nuestro, Thaelmann responde: "Sobre una base de clase, y no de partido" incorporaos a nosotros por millones. ¿No es ésta la más miserable ampulosidad?
"Nosotros, comunistas", sigue Thaelmann, "no queremos la unidad a cualquier precio". "No podemos, en interés de la unidad con la socialdemocracia, repudiar el contenido de clase de nuestra política... ni renunciar a las huelgas, a las luchas de los parados, a las acciones de los arrendatarios ni a la defensa revolucionaria de las masas". El acuerdo sobre acciones prácticas determinadas es mal interpretado como una absurda unidad con la socialdemocracia. De la necesidad del asalto revolucionario final del mañana, se deduce la inadmisibilidad en el presente de huelgas comunes o acciones de autodefensa. Quienquiera que pueda ver alguna rima o razón en las ideas de Thaelmann se merece un premio.
Los oyentes de Thaelmann insisten: "¿Es posible una alianza del KPD y el SPD en la lucha contra el gobierno Von Papen y contra el fascismo?" Thaelmann cita dos o tres hechos como evidencia de que la socialdemocracia no lucha contra el fascismo y concluye: "Todo camarada del SPD dirá que tenemos razón al decir que una alianza entre el KPD y el SPD es imposible sobre la base de esos hechos y también por razones de principio [¡!]". De nuevo el burócrata da por sentado lo que tendría que demostrar. El ultimatismo adquiere un carácter particularmente ridículo cuando Thaelmann responde a la pregunta sobre el frente único con organizaciones que abarcan a millones de obreros. Los socialdemócratas deben reconocer que es imposible un acuerdo con su partido porque es fascista. ¿Puede prestarse mejor servicio a Wels y Leipart?
"Nosotros, comunistas, que rechazamos todo acuerdo con los dirigentes del SPD... afirmamos incansablemente que estamos dispuestos en cualquier momento a la lucha antifascista con los camaradas socialdemócratas y de la Reichsbanner verdaderamente combativos y con las organizaciones combativas de base [?]". ¿Dónde acaban las organizaciones de base? ¿Y qué hacer si las organizaciones de base se someten a la disciplina de las superiores y proponen que las negociaciones empiecen con éstas últimas? Por último, entre las organizaciones de base y las superiores hay niveles intermedios. ¿Puede predecirse por dónde pasará la línea divisoria entre quienes quieren luchar y quienes eluden la lucha? Esto sólo puede determinarse en la acción, y no con valoraciones a priori. ¿Qué sentido tiene atarse uno mismo de pies y manos?
En Die Rote Fahne del 29 de julio, en una información de un mítin de la Reichsbanner, se citan las notables palabras de un dirigente de sección socialdemócrata: "En las masas existe la voluntad de un frente único antifascista. Si los dirigentes dejan de tenerlo en cuenta, yo me uniré al frente único por encima de sus cabezas". El periódico comunista reproduce estas palabras sin ningún comentario. Sin embargo, contiene la clave de toda la táctica del frente único. El socialdemócrata quiere luchar contra los fascistas junto a los comunistas. Pero ya duda sobre la buena voluntad de sus dirigentes. Si los dirigentes se niegan, dice, entonces pasaré por encima de sus cabezas. Pueden contarse por decenas, por centenares, por miles, por millones, los socialdemócratas que se encuentran en el mismo estado de ánimo. La tarea del Partido Comunista es mostrarles en realidad si los dirigentes socialdemócratas quieren luchar o no. Esto sólo puede demostrarse mediante la experiencia, una experiencia nueva, reciente, en una situación nueva. Esta experiencia no se adquirirá de golpe. Los dirigentes socialdemócratas tienen que ser sometidos a prueba: en la fábrica y el taller, en la ciudad y en el campo, en toda la nación, en el presente y en el futuro. Debemos de repetir nuestra propuesta presentada de una forma nueva, desde un ángulo nuevo, adaptada a una situación nueva.
Pero Thaelmann no tiene nada de ello. Sobre la base de las "diferencias de principio cuya existencia hemos mostrado entre el KPD y el SPD, rechazamos las negociaciones en la cumbre con el SPD". Este quebradizo argumento es repetido por Thaelmann varias veces. Pero si no hubiese "antagonismos de principio" no habría dos partidos. Y si no hubieran dos partidos no se plantearía la c