El pasado marzo escribimos que “sectores profesionales vinculados a la logística y a los transportes” podrían “estrangular al capital con una huelga (…) en la circulación de mercancías, materias primas o fuerza de trabajo”, y que la legislación antihuelga sería utilizada mucho más fácilmente contra una huelga de este tipo tras su utilización contra los enfermeros.

La huelga de los transportistas de mercancías peligrosas demostró justo eso. Un consorcio de patronos como la ANTRAM se vio forzado a aumentar el salario base de los transportistas a 1.400 euros. El capital fue, en la práctica, estrangulado y el gobierno sufrió una sacudida declarando “emergencia energética” y poniendo en marcha, por segunda vez en tres meses, una requisición civil.

Ha sido un episodio más de la reorganización de las clases en Portugal, que está acompañando a una reorganización internacional. Desde 2017 han surgido 24 nuevos sindicatos en Portugal, entre ellos el Sindicato de Transportistas de Mercancías Peligrosas. Dos se han adherido a la UGT y ninguno a la CGTPIN.

Es innegable que una capa de la clase trabajadora está buscando métodos eficaces en la lucha contra la patronal y, en este proceso, está saltando por encima de sus direcciones. Como no podía ser de otra manera, la CGTP, la mayor, la más importante y la que se encuentra más a la izquierda de las dos centrales sindicales del país, ha sufrido un golpe mayor, por su política de colaboración de clases, que la UGT, ya conocida como la central amarilla, de los patronos y del PS.

La crisis de la CGTP lleva causando estragos desde los años 80, cuando renunció a dar una lucha consecuente contra la ofensiva contrarrevolucionaria que desmanteló la estructura productiva en Portugal, causó el despido de miles de obreros, privatizó empresas nacionalizadas en 19741975 e indemnizó a la burguesía por las molestias causadas en la revolución. Todo esto como condición para la adhesión del país a la Comunidad Económica Europea (futura Unión Europea). Las consecuencias son visibles en la bajada de la tasa de sindicalización un indicador de la organización de la clase hoy por debajo del 15% en el sector público y del 10% en el privado.

La fase actual, sin embargo, es cualitativamente diferente. El proceso de descomposición de las burocracias se ha acelerado con la política adoptada ante este gobierno, y el resultado ha sido la pérdida de posiciones del PCP en beneficio del PS dentro de la CGTP. Al mismo tiempo, la sangría de afiliados ha alcanzado niveles tan altos que está provocando choques fratricidas dentro de la confederación, con las direcciones más mezquinas y burocráticas de un mismo sector pelándose por los afiliados.

Esta descomposición es lo que explica los discursos detestables contra los fondos de huelga, la complicidad vergonzosa ante el mayor ataque al derecho a huelga desde la Revolución, así como los rumores y calumnias que difunden contra los sindicatos independientes. Sí, una minúscula parte de los nuevos sindicatos está influenciada por fuerzas de la derecha. Después de décadas en la que la CGTP traicionó la confianza de los trabajadores, abandonó sectores enteros a la precariedad, cambió los métodos de la lucha de clases por el apoyo jurídico y alentó las ilusiones en la democracia burguesa y en los “intereses nacionales”, ¿cómo sorprenderse ante la facilidad de la derecha para influir, por ejemplo, en los enfermeros?

Sin embargo, las victorias de la derecha son pírricas. La clase trabajadora está girando a la izquierda, y ninguna de las aventuras del PSD o del CDS ha tenido, hasta ahora, ningún resultado real para estos partidos. La amenaza de aprobación del recuento integral de los años de servicio de los profesores fue la última gran maniobra, y acabó con una retirada humillante de la derecha.

En la izquierda, la efímera “crisis de gobierno”, también está sacando a la luz fisuras. La inmensa presión de los profesores empujó a la dirección de la FENPROF que los había traicionado en 2008 en la lucha contra Sócrates– a organizar movilizaciones masivas durante casi 2 años sin recular en su reivindicación central. En este proceso las bases provocaron el choque entre la burocracia sindical y la burocracia del PCP, interesada solamente en un acuerdo que garantizase la estabilidad del gobierno.

Tras el previsible retroceso de la derecha, Mario Nogueira, dirigente de la FENPROF, declaró a la prensa que estaba considerando desafiliarse del PCP. Un número creciente de dirigentes sindicales está empezando a cuestionar la conveniencia del compromiso con un partido como el PCP. No es difícil prever situaciones similares en el SEP (enfermeros) y en otros sindicatos de la CGTP que se vean en medio de exigencias mayores de las que el PCP puede proporcionar en su alianza actual con el PS.

Si después de las legislativas de octubre la “geringonça” se mantuviese o profundizase con la integración de la izquierda en el gobierno, el PCP podría perder irremediablemente el control sobre la CGTP, de la misma manera que el PC francés  y el PC español lo perdieron sobre la CGT y las CCOO, respectivamente. Esto supondría un duro golpe para el partido.

Ahora bien, el Bloco de Esquerdas, que nunca ha desarrollado raíces sindicales, tampoco escapa a este proceso. Desde 2015 hemos explicado que las consecuencias de la política de conciliación de clases resultarían fatales para la izquierda con la llegada de la nueva crisis. Presupuestos del Estado con reducción de la inversión pública, un nuevo paquete laboral de precarización, la bajada del salario real, la liberalización del mercado inmobiliario y la subida galopante de los alquileres, en un breve periodo de crecimiento económico, solo pueden llevar a capas cada vez más amplias de la clase trabajadora a incorporarse a la lucha. Las direcciones del PCP y del BE, manteniendo la política de conciliación de clases en la próxima oleada de luchas, cometerán un suicidio político.

La conciencia del proletariado está dando saltos bruscos. El método de la huelga general e, incluso, internacional, el internacionalismo, el feminismo, la solidaridad entre pueblos y sectores oprimidos, son ideas vivas y que crecen entre la juventud. La búsqueda de ideas revolucionarias es inmensa entre la juventud trabajadora. A los revolucionarios corresponde la tarea de llevar estas ideas a los movimientos, de proponer un programa de unificación de las luchas a escala nacional e internacional: ¡un programa socialista!


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