¡Basta de subordinación a la socialdemocracia, hay que pasar a la oposición con un programa de izquierdas consecuente!

Los dirigentes de Podemos tienen el empeño estratégico de formar parte de un futuro Gobierno de coalición con el PSOE de Pedro Sánchez. Para intentar hacerlo realidad están dando pasos asombrosos, abandonando planteamientos programáticos que fueron sus señas de identidad cuando irrumpieron con fuerza en las elecciones europeas de 2014, y anteponer las “cuestiones de Estado” a la defensa de los derechos democráticos y sociales que han sido atacados con dureza en estos años. La última de estas cesiones es de calado: renuncian definitivamente a defender el legítimo derecho a decidir del pueblo catalán (derecho a la autodeterminación), alineándose sin reservas con los defensores del 155, la represión, el encarcelamiento de los dirigentes independentistas y el juicio farsa orquestado contra ellos.

En declaraciones públicas, los portavoces de Unidas Podemos prometen lealtad a un Gobierno encabezado por el PSOE e insisten en no cuestionarlo desde dentro. “Asumimos que nos exijan que tiene que haber garantías y que no puede haber oposición al Gobierno con Catalunya o la política exterior (…) estamos dispuestos a asumir la estrategia del PSOE en asuntos de Estado tan sensibles como Catalunya o la política exterior”. (El País, 8-7-19). 

No sólo firman un cheque en blanco al aparato del Estado neofranquista en contra del movimiento por la república catalana, los dirigentes de Podemos están dispuestos a avalar al PSOE cuando dobla la cabeza ante el imperialismo norteamericano, apoyando al golpista Guaidó en Venezuela, y cerrarán la boca ante las buenas relaciones que el Gobierno de Sánchez mantiene con los regímenes de Arabia Saudí y Marruecos, campeones en atrocidades y violaciones de los derechos humanos contra sus pueblos y muchos otros.

Este respaldo a las políticas de un PSOE que no ha roto ningún amarre con el programa de la austeridad, tiene otras consecuencias de alcance como blanquear la agenda que comparten con el resto de mandatarios de la UE para levantar un muro legal y policial contra decenas de miles de refugiados e inmigrantes que luchan desesperadamente por acceder a Europa, y que son arrojados a una muerte segura en el mar mediterráneo.

La dirección de la formación morada sigue alejándose de su base social con botas de siete leguas, renunciando a cualquier planteamiento que pueda servir para revertir los graves recortes sociales y en derechos que hemos sufrido, y dando la espalda de la forma más lamentable (por unos sillones en el Consejo de Ministros) a lo que supuso el movimiento 15M, las grandes Marchas de la Dignidad, las huelgas generales o las grandes movilizaciones sociales, desde el 8M a la lucha de los pensionistas.

Intoxicados de cretinismo parlamentario, abandonan la lucha de clases y se instalan cómodamente en el juego parlamentario hasta hacerse indistinguibles de la socialdemocracia tradicional, de sus valores y prácticas. Un desastre que tiene razones y causas ideológicas: su desdén aristocrático hacia el programa del marxismo y de la transformación socialista, los ha conducido a mimetizarse con los que han actuado durante décadas como sólidos pilares del régimen del 78 y de la economía de mercado, y los convertirá, de imponerse definitivamente este rumbo, en cómplices de las contrarreformas, de los recortes sociales y de los ataques a los derechos democráticos.

¿Esta es la forma de garantizar un Gobierno que lleve a cabo una política de izquierdas?

En este periodo histórico de crisis orgánica del capitalismo, este travestismo se quedará en nada: un reformismo sin reformas frustrante e impotente frente a los grandes poderes económicos.

A Pablo Iglesias se le supone inteligencia y una cierta habilidad. Pero cuando afirma que con ministros en el Gobierno de Sánchez Podemos podrá garantizar una política de izquierdas y que su presión en las deliberaciones evitará que el Ejecutivo ceda a las presiones que este recibirá del aparato del Estado, de los grandes empresarios, la gran banca, las instituciones europeas y el FMI, parece que no ha aprendido nada de la experiencia histórica. ¡Y este planteamiento utópico lo hace mientras justifica sus cesiones a las exigencias del PSOE, escudándose en la debilidad parlamentaria de Podemos!

Si Pablo Iglesias considera débil la posición negociadora de Podemos, ¿por qué razón su entrada en el Gobierno del PSOE obligaría a Pedro Sánchez y sus ministros “socialistas” a hacer una política en defensa de los intereses de los trabajadores y a enfrentarse a las pretensiones de los capitalistas? El argumento esgrimido por la dirección de Podemos para justificar esta nueva renuncia es absurdo y absolutamente falso.

Desde la dirección del partido socialista, con Pedro Sánchez al frente, se han marcado un objetivo prioritario: conseguir un Gobierno estable y lo suficientemente sólido para poder llevar a la práctica la política que los grandes banqueros y empresarios necesitan para seguir incrementando sus beneficios, y todo ello en un periodo de perspectivas recesivas.

La gestión realizada por el Ejecutivo “socialista” constituido tras la moción de censura que hizo caer al Gobierno de Rajoy, no deja lugar a dudas. Más allá de poses feministas, gestos, palabras y de vacías declaraciones de intenciones, la realidad ha sido que, en los aspectos centrales, la política del Gobierno de Pedro Sánchez ha sido una continuación de la llevada a cabo por el PP.

Después de las últimas elecciones generales, el PSOE ha mostrado de forma clara que esta es la línea que va a seguir aplicando. La ministra de Economía en funciones, Nadia Calviño, afirmó el pasado 30 de mayo (y esta vez definitivamente) que el Gobierno del PSOE no va a derogar la reforma laboral. Así mismo la “Ley Mordaza” también seguirá en vigor, como sigue la LOMCE y las contrarreformas de las pensiones. Lo mismo se puede decir de la sentencia escandalosa del Supremo que impide la exhumación de la momia de Franco. ¿Qué ha hecho Pedro Sánchez frente a esto? Absolutamente nada, acatar respetuosamente la decisión franquista del tribunal.

¿Acaso un futuro Gobierno del PSOE dudará en aplicar la política de recortes (Bruselas exige al Estado español un ajuste presupuestario de 15.000 millones de euros en dos años) y de contrarreformas estructurales que demandan los capitalistas y sus instituciones económicas (UE, FMI, etc.)? Por supuesto que no. No lo han hecho nunca anteriormente y no han prometido ninguna rectificación al respecto, por eso están completamente decididos a buscar el apoyo de formaciones como Ciudadanos cuando sea necesario.

Entonces ¿Por qué medio milagroso dos o tres ministros de Podemos van a cambiar la voluntad de la mayoría del Gabinete de Sánchez cuando llegue la hora de la verdad y haya que hacer las cosas que la UE y los grandes poderes empresariales exigirán?

Aquí hay que responder a un equívoco que la propaganda capitalista siempre ha tratado de ocultar. Los asuntos esenciales en la política burguesa no se deciden en los Gobiernos. Estos tan sólo les dan la forma legal de decretos y leyes y los ponen a votación en el Parlamento. Las decisiones trascendentales se toman en otro tipo de consejos de “gobierno”; en las juntas de administración de la banca y las multinacionales, de los grandes fondos de inversión, de los Estados Mayores, que cuentan con miles de vínculos, visibles e invisibles, que les permiten acceder con rapidez a las mesas de los ministros para que sus demandas sean cumplidas puntualmente. Sólo la lucha de clases puede interferir en estos planes. Pero eso no depende de la habilidad oratoria manifestada en torno a una mesa de madera pulida en el Palacio de Moncloa, sino de la capacidad de movilización social, de la clase obrera y de la juventud, para quebrarlos, Esta es la única fuerza motriz real para lograr un cambio social profundo y acabar con la opresión del “libre mercado” y sus instituciones.

Solo la movilización de millones de trabajadores podrá imponer una política de izquierdas

Ninguna transformación social profunda, ni siquiera ninguna reforma importante, ha sido posible sin la movilización de la clase trabajadora y de la juventud en la calle, sin una lucha directa contra la burguesía, y sus servidores, que siempre se resistirán a cualquier cambio que ponga en entredicho sus privilegios y su poder.

La única manera de obligar al PSOE a aplicar una política de izquierdas o, en caso de no hacerlo, desenmascararlo ante la población y su base social como falsos progresistas y embaucadores profesionales, sería poniendo sobre la mesa un programa que recogiese las aspiraciones básicas de millones de votantes de la izquierda:

-       Derogación inmediata de todas las leyes reaccionarias aprobadas por el PP (reforma laboral, de pensiones, ley Mordaza, LOMCE…) y reversión de todos los recortes sociales.

-       Devolución inmediata por parte de la Banca de los más de 60.000 millones de euros regalados por el Estado.

-       Incremento drástico de las partidas de sanidad y educación públicas en los próximos presupuestos.

-       Prohibición por ley de los desahucios y un plan de choque para crear en cuatro años un parque público de dos millones de viviendas con alquileres sociales asequibles.

-       Nacionalización inmediata de las grandes empresas eléctricas y de la energía para acabar con la pobreza energética y defender el medio ambiente

-       Incremento del SMI y de la pensión mínima a 1.200 euros.

-       Depuración de fascistas del aparato del Estado, policía, ejército y judicatura. Por la reparación política, social y económica de las víctimas del franquismo.

-        Luchar con medios materiales y humanos suficientes contra la violencia machista y la justicia patriarcal.

-       Reconocimiento del derecho a la autodeterminación y anulación del juicio a los presos políticos catalanes.

Este programa es el que debería defender públicamente Pablo Iglesias y la dirección de Podemos, y llamar a la movilización social más amplia y contundente para hacerlo realidad. Pero en cambio lo que tenemos todos los días es un lamentable espectáculo para mendigar carteras ministeriales.

Podemos en su día concentró la atención del conjunto de la izquierda, de cientos de miles de jóvenes, de militantes con años de lucha a sus espaldas y otros muchos que se acababan de incorporar a la actividad política al calor de la rebelión social tras el 15M. Las expectativas en Podemos se desbordaron porque millones lo consideraban como el instrumento más útil para asestar un golpe decisivo al PP y a una socialdemocracia en declive y cómplice de las contrarreformas. Aspectos del programa con el que Podemos concurrió a las elecciones europeas de 2014 (no reconocimiento de la deuda, fin a los desahucios, renta básica garantizada para toda la población, fin de los recortes, etc.), alimentaron ese entusiasmo.

El factor fundamental que propició el ascenso meteórico de Podemos fue la deslegitimación de todo el entramado institucional de la burguesía, y las ansias de una salida revolucionaria frente la crisis económica, social y política, que reclamaba una gran mayoría de los trabajadores, la juventud y las capas medias empobrecidas. Podemos recogió parte de ese ambiente de rebelión, entusiasmó a millones de personas e hizo que saltaran todas las alarmas en los despachos de los consejos de administración de las grandes empresas, los verdaderos dueños del país.

Lamentablemente la política de Podemos ha ido alejándose paulatinamente de las aspiraciones de esa rebelión social que le dio cuerpo, fuerza y entidad.

La conclusión es clara, si la idea no es transformar el capitalismo de arriba abajo, no es acabar con este sistema injusto apoyándonos en la movilización y en la participación democrática de la mayoría de la población, sino sólo gestionarlo, gestionarlo mejor que otros se supone, la adaptación al sistema, igual que ha ocurrido en tantos casos de la historia, es inevitable.

Solo hay una forma de evitar ser devorado por esta dinámica disolvente: defender y luchar por hacer realidad el programa de la transformación socialista de la sociedad.

Las lecciones de este periodo son claras. No podremos asaltar los cielos cambiando las calles por los despachos, o renunciando a combatir a la “casta” asumiendo los planteamientos del régimen del 78 y su Constitución. Para transformar la sociedad necesitamos una izquierda combativa y revolucionaria. No hay otro camino.

¡Únete a Izquierda Revolucionaria!


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