La chispa que ha vuelto a prenderlo todo ha sido el último ataque del Gobierno de Macron al sistema de pensiones, que pretende igualar a la baja los 42 sistemas existentes. La respuesta de los trabajadores del transporte público, uno de los sectores más perjudicados, no se hizo esperar: declararon una huelga el 13 de septiembre que consiguió cerrar 10 de las 16 líneas del metro de París. El seguimiento fue masivo, llegando a producirse 285 kilómetros de atascos en los accesos a la capital.

Las declaraciones de Macron y su primer ministro, Édouard Philippe, tras la exitosa jornada de huelga fueron un buen indicativo del golpe recibido: aseguraban que la reforma se haría “de forma progresiva y dialogada”, en contraste con el desprecio utilizado por Macron unos días antes cuando afirmaba: “No cederé en nada ni a los vagos, ni a los cínicos, ni a los extremos”.

Se prepara un otoño caliente

Esta huelga ha reactivado la movilización. El 20 de septiembre se celebraba una gran manifestación en la que confluyeron activistas medioambientales, chalecos amarillos y trabajadores en defensa de unas pensiones dignas. La preocupación ante dos sábados consecutivos de movilizaciones de masas empujó al Ejecutivo a desplazar 7.500 policías para intentar cortar de raíz por medio de la represión esta escalada de la lucha, dejando como resultado 145 detenidos.

Hace menos de un año asistíamos al levantamiento de los chalecos amarillos: fue el cauce por el que la clase trabajadora y las capas medias empobrecidas y golpeadas por la crisis mostraron su rabia. El Gobierno francés puso una limitación del 30% de la fiscalidad sobre el capital y eliminó el impuesto de solidaridad a la fortuna (ISF). Semejantes regalos a los capitalistas iban acompañados de declaraciones que planteaban que para evitar el déficit presupuestario sería necesario “trabajar más”. A este cóctel hay que añadir la subida del 50% en los alquileres que las familias trabajado­ras han sufrido entre 2005 y 2015, el aumento de la precariedad laboral y la congelación de las pensiones. El enorme descontento ante este panorama ha sido lo que, durante todo un año, ha alimentado y extendido esta lucha por toda Francia, dejando jornadas como la de la huelga general que CGT se vio obligada a convocar el pasado 5 de febrero, que paralizó el país y confluyó con los chalecos amarillos.

En sintonía con el resto de Europa, la economía francesa está estancada. El crecimiento raquítico (0,3%) de los dos primeros trimestres del año o el descenso del consumo en los hogares lo reflejan. A estos indicadores hay que sumar una deuda pública que roza prácticamente el 100% del PIB (30 puntos más que hace una década), lastrando aún más la economía. En este contexto, el ataque a las pensiones es tan solo la punta del iceberg. Macron está obligado a acometer y profundizar recortes y ataques a las condiciones de vida de jóvenes, trabajadores y pensionistas.

Unificar todas las luchas en una huelga general. ¡Abajo la reforma de las pensiones!

A mediados de septiembre más de 20.000 abogados y trabajadores de la sanidad se manifestaban en París contra la reforma de las pensiones. Estos últimos se han convertido en referencia de lucha y expresión del malestar generalizado en todo el sector público por la degradación de sus condiciones. Solo en los últimos seis meses 249 servicios de urgencias han hecho huelga a lo largo del país. Los bomberos llevan ya tres meses en huelga.

Y es que el otoño se presenta caliente. Más movilizaciones han sido convocadas en octubre por parte de todos los sindicatos de policías, algo que no ocurría desde hace 15 años. Pilotos y asistentes de vuelos han anunciado protestas también para este mes. La CGT, el principal sindicato, está convocando muchas de estas movilizaciones debido a la enorme presión desde abajo. Sin embargo, es necesario unificar a todos los sectores en una huelga general que aglutine la fuerza del conjunto de la clase trabajadora, de los chalecos amarillos y de todos los colectivos que quieren plantar cara a esta ofensiva.


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