Tras la debacle electoral de la izquierda gubernamental el pasado 28 de mayo en el Estado Español, asistimos a un nuevo salto en la ofensiva de la reacción. La constitución de más de 140 ayuntamientos y Gobiernos autonómicos entre Vox y el PP, confirmando que aquí no hay cordones sanitarios que valgan, ha tenido un único eje: guerra abierta contra el activismo de izquierda, el movimiento feminista y LGTBI, contra el independentismo y el ecologismo anticapitalista.
La ultraderecha y la derecha extrema afilan los cuchillos completamente envalentonados pensando ya en su triunfo del 23J, dispuestos a ir a por todas.
Después de tres años de Gobierno de coalición PSOE-UP, las fuerzas políticas de la reacción levantan la cabeza y lo hacen reivindicando el programa clásico del fascismo hispano con una base de masas, el mismo que agitó la CEDA de Gil Robles en los años 30 y que fue apropiado por la dictadura franquista: la unidad sagrada de la Patria y el nacionalismo españolista más rabioso, la defensa de la propiedad y el orden capitalista, la religión católica y la familia de bien.
Por supuesto, este programa se adapta a las condiciones del siglo XXI, y uno de sus primeros objetivos a batir es el movimiento feminista, anticapitalista y de clase, que en estos años ha puesto en cuestión uno de los pilares fundamentales del régimen del 78: la violencia machista y la justicia patriarcal. Acabar con el derecho a decidir de Catalunya, Euskal Herria o Galiza sofocando la cuestión nacional manu militari, recurriendo a la violencia policial, a las sentencias ejemplarizantes y la cárcel, sin descartar la ilegalización de partidos de la izquierda independentista. Otorgando barra libre a la explotación laboral, perpetuando la precariedad y los bajos salarios, en suma, haciendo todo lo que hay que hacer para que su base social de pequeños y medianos empresarios tenga oportunidad de acumular y progresar.
Pero sobre todo, el objetivo es descargar un golpe tremendo a la moral de la clase obrera noqueando a sus sectores más avanzados, para imponer una agenda aún más dura de recortes, privatizaciones y represión. Para la derecha y la extrema derecha gobernar en este momento significa apoyarse en el aparato estatal y en la legislación del 78 para socavar los derechos democráticos y consolidar las tendencias autoritarias del régimen político. En eso también coinciden con el programa cedista de 1933.
Sed de venganza
Esta sed de venganza tiene un origen claro, y es el temor que ha experimentado la clase dominante ante una rebelión social sin precedentes desde la Transición y que llenó las calles con millones luchando entre 2011 y 2017. Ahora, como siempre ocurre tras los momentos álgidos de la lucha de clases, los escribanos a sueldo que construyen el relato oficial niegan lo ocurrido. Pero nosotros debemos rescatar y no olvidar lo que realmente sucedió en aquellos años.
El movimiento del 15M, las huelgas generales, las marchas de la dignidad, las mareas en defensa de la sanidad y la educación públicas, el levantamiento del pueblo catalán por la republica… y posteriormente las movilizaciones multitudinarias del feminismo de izquierdas y de la marea pensionista, supusieron un cataclismo político. El empuje de millones, por abajo, desbordando las estructuras políticas y sindicales de una izquierda pactista y sumisa, hicieron saltar el bipartidismo, empujaron a la abdicación de Juan Carlos I y colocaron contra las cuerdas al Régimen del 78. La clase obrera, el feminismo, la juventud o los movimientos sociales han demostrado una y otra vez su enorme fuerza y su capacidad para poder transformar radicalmente la situación política mediante la lucha de masas, la acción directa y la organización. Esto es algo que no debemos ni podemos olvidar.
Sin embargo, este tsunami de cambio, sobre el que se alzó Podemos, y que le permitió convertirse en pocos meses en una fuerza colosal que disputaba la hegemonía del PSOE en la izquierda, y a esa burocracia acomodada que poblaba los despachos de CCOO y UGT, y que ahora aplaude entusiasmada las puñaladas de Yolanda Díaz, ha dado paso a una ola reaccionaria que amenaza con situar en La Moncloa a un Gobierno de extrema derecha. ¿Cómo ha podido ocurrir esto? Y sobre todo, ¿cómo podemos revertir esta situación y enfrentar esta amenaza?
El Gobierno PSOE-UP no ha gobernado para la clase obrera
Miles de activistas y militantes de la izquierda combativa y de los movimientos sociales contemplan alarmados esta creciente deriva reaccionaria, que entre otras cosas les pone en el punto de mira. Pero desgraciadamente, desde la izquierda gubernamental y parlamentaria, y desde el propio Podemos, no se está dando ningún tipo de explicación sobre las causas profundas de este cambio, sembrando la desorientación y la desmoralización entre amplias capas de la izquierda militante.
Seguir insistiendo en lo logros del Gobierno PSOE-UP, y señalar que todo se reduce a un problema de cómo se han transmitido a la opinión pública estos logros, o a que la derecha domina los medios de comunicación y por tanto determina el paradigma ideológico o cultural, obvia el aspecto central, y es que la acción de este Gobierno, y sí, ¡su propaganda!, ha chocado con la realidad que viven día a día millones de trabajadores y trabajadoras, y de jóvenes. El hecho de que la patronal haya pedido al PP, si llega al Gobierno, que mantenga la reforma laboral de Yolanda Díaz, es una buena prueba de ello. ¿Por qué lo hace si es tan beneficiosa para las y los trabajadores? ¿No será que la reforma ha sido un auténtico regalo para los empresarios? Es obvio.
Seamos claros. Este Gobierno, en el que Podemos iba a empujar a la izquierda al PSOE, y que generó ilusión y esperanza entre sectores muy importantes de la clase obrera, ha terminado provocando una enorme decepción. Y lo ha hecho porque sus políticas fundamentales no han transformado ni mejorado las condiciones de vida de millones de familias trabajadoras, y porque en aspectos importantes incluso se han reproducido, principalmente por el PSOE pero con el silencio o consentimiento de facto de sus socios de Podemos, IU y del PCE, políticas propias de la reacción.
Así, se ha disparado la desigualdad y la pobreza, como indican todos los informes de Oxfam o Caritas; se ha seguido profundizando la precariedad laboral y han continuado hundiéndose los salarios mientras las espiral inflacionaria hace que ir al mercado a comprar se convierta en un calvario; el acceso a la vivienda sigue siendo imposible para una parte creciente de la población y la ley aprobada no servirá para crear vivienda pública, parar los desahucios o acabar con la especulación inmobiliaria; la sanidad, la educación y los servicios públicos se han seguido degradando y privatizando; se han justificado y encubierto matanzas contra nuestros hermanos inmigrantes como la de Melilla; se ha mantenido la Ley Mordaza del PP, agudizándose la represión contra la juventud activista y el sindicalismo combativo; se ha traicionado al pueblo saharaui y se ha defendido y justificado la guerra imperialista en Ucrania, el envío de armas al gobierno ultraderechista de Zelenski, obedeciendo servilmente los dictados del imperialismo norteamericano y la OTAN. Y todo al tiempo que la patronal, los grandes empresarios, la industria armamentística y el Ibex35, obtienen beneficios récord trimestre tras trimestre.
Las alabanzas a la economía española por parte de las instituciones financieras internacionales o por parte de la UE, artífices de las políticas de austeridad, de las que tanto presumen Pedro Sánchez o Yolanda Díaz, reflejan que las cosas se están haciendo muy bien ¡pero para los bancos y los grandes monopolios capitalistas! No es casualidad que la prima de riesgo española este por debajo de los 100 puntos, y que los estrategas financieros aconsejen comprar deuda española. En este contexto de estabilidad, beneficios récord para los empresarios y paz social, ¿cómo no va avanzar la derecha y la reacción?
Lecciones del pasado. El látigo de la contrarrevolución
Para rearmarnos políticamente y poder enfrentar el duro periodo de la lucha de clases que tenemos por delante, es necesario en primer lugar mirar la realidad de frente, y señalar con honestidad lo que ha ocurrido, sin adornos ni diplomacia. Y la realidad es que se ha vuelto a demostrar, en el terreno de la práctica, que participar en un Gobierno como socio minoritario de la socialdemocracia, y hacerlo además con el afán de colaborar con la patronal y el gran capital, renunciando la movilización social... termina cambiando la correlación de fuerzas, ¡pero en favor de la derecha y la reacción! Eso es lo que han conseguido los dirigentes de Podemos y el PCE participando en este Gobierno y avalando sus políticas capitalistas. Un error en el que persisten.
Esta deriva, sin embargo, no es ninguna novedad, y se ha producido en otros momentos de la historia. Así ocurrió, por ejemplo, durante la Segunda República. También en aquel momento la caída de Alfonso XIII y la proclamación de la República fue consecuencia de una potente lucha de masas que adquirió un carácter revolucionario, y también dio lugar a un Gobierno con presencia por primera vez de ministros socialistas, un Gobierno republicano de izquierdas que despertó grandes esperanzas.
Sin embargo, ese Gobierno tampoco quiso romper con los marcos del capitalismo, respetó la propiedad privada de terratenientes y capitalistas, mantuvo el poder de la Iglesia Católica, no depuró un aparato del Estado y un ejército lleno de reaccionarios, se negó a reconocer el derecho de autodeterminación para las nacionalidades oprimidas y la independencia de las plazas coloniales, y reprimió con la Ley Mordaza de aquel momento, la Ley de defensa de la República, huelgas obreras e insurrecciones campesinas. Fruto de ello, dos años después, la reacción fascista, la CEDA, ganaba las elecciones y poco después entraba en el Gobierno de la República.
Pero esta dura contrarrevolución, que intento aplastar al movimiento obrero, dio lugar a la comuna asturiana de Octubre del 34, impulso la conciencia de millones de trabajadores y jornaleros, y abrió un nuevo periodo de la revolución socialista: millones trataron de acabar con una opresión secular “tomando el cielo por asalto”. Aunque la historia nunca se repite mecánicamente, es importante tener en cuenta este tipo de experiencias de cara a prepararnos para el futuro y no repetir los mismos errores que condujeron a derrotas muy duras.
Organizarnos y recuperar las calles para cambiar la correlación de fuerzas
Las perspectivas electorales son cada día que pasa más sombrías para la izquierda gubernamental y parlamentarista. Y es normal con un Pedro Sánchez que ahora reniega del feminismo y se hace eco del cuñadismo machista más reaccionario, o con una Yolanda Díaz que nos promete sonrisas y luchar “contra la pobreza del tiempo”, ya que la pobreza real, de carne y hueso, de los barrios obreros, de la precariedad más extrema, puede ser excesivo para la patronal y el sacrosanto dialogo social. Por eso mismo, necesitamos rearmar una izquierda de combate, militante, y sí, revolucionaria, que confronte con la derecha y con la patronal mediante la lucha. ¡Solo así podremos recuperar el terreno perdido!
Los comunistas revolucionarios no despreciamos las elecciones, pero entendemos que ninguna transformación social profunda vendrá de un Parlamento o de un Gobierno que acepte las reglas capitalistas. Tal y como explico Marx en el Manifiesto Comunista, “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. Y aunque resulte duro decirlo, esto es lo que ha quedado en evidencia durante este Gobierno de coalición.
Aquellos que decían que lo importante era llegar al Gobierno y poder controlar el BOE para cambiar la vida de la gente se equivocaban y por eso han fracasado. Si la derecha llega a La Moncloa su ofensiva contra el movimiento obrero y la juventud, contra el feminismo y la comunidad LGTBI, y contra los derechos democráticos será brutal, y de nada servirán todas las posiciones parlamentarias e institucionales para frenarles. Por eso la primera tarea, después de comprender lo que está ocurriendo, es organizarnos, volver con contundencia a las calles, y romper con esa paz social artificial impuesta por arriba por los dirigentes de CCOO y UGT y de la izquierda reformista.
Necesitamos un sindicalismo de combate, un feminismo de clase y revolucionario, y un antifascismo que ponga en cuestión el sistema capitalista. Y esto solo es posible con un programa que abogue por el socialismo y que defienda sin complejos la necesidad de tocar la propiedad capitalista, de expropiar a los grandes monopolios y a la banca. Este es el único medio realista para movilizar los colosales recursos de la sociedad controlados ahora por una minoría, y dedicarlos a resolver los acuciantes problemas de la inmensa mayoría. Esta es la única opción si queremos revertir una catástrofe climática cada vez más crítica que puede borrarnos del mapa como especie. Solo una economía planificada democráticamente, donde primen los intereses colectivos, puede enfrentar las graves amenazas que tenemos por delante.
En Izquierda Revolucionaria construimos e impulsamos un partido revolucionario que tenga raíces sólidas en el movimiento obrero y la juventud, en los sindicatos combativos y los movimientos sociales. En estos años hemos levantado organizaciones con probada capacidad de lucha como el Sindicato de Estudiantes y Libres y Combativas, y jugado un papel de primer orden en muchos de los conflictos obreros más relevantes y las movilizaciones de masas del movimiento juvenil y feminista. Tenemos plena confianza en nuestra clase, que ha luchado, lucha y luchará, pero que necesita una dirección a la altura de los retos históricos que enfrentamos.
Es la hora de dar un paso al frente, es la hora de la organización. ¡Únete a Izquierda Revolucionaria! ¡Socialismo o barbarie!