Dentro de dos meses se cumplirán tres años de guerra en Ucrania. A pesar de toda la propaganda occidental, la realidad es concluyente: el imperialismo occidental, con Washington a la cabeza, no ha podido doblegar a Rusia.

Convertido en una bestia herida, EEUU se revuelve contra su propia decadencia. África, Taiwán, Corea del Sur, Oriente Medio… Allá donde intenta resistirse azuza la inestabilidad y el caos. La retirada de Afganistán fue un duro golpe para Washington. El mundo entero pudo ver en directo una imagen muy gráfica del declive de la superpotencia. La pesadilla que enfrenta ahora es aún mayor: una derrota en Ucrania con unas consecuencias incalculables en el desarrollo de la pugna por la hegemonía mundial.

Situación en el campo de batalla

En el frente puramente militar los avances de Rusia han tomado impulso. Aunque Ucrania mantiene aún una porción del territorio que ocupó en Kursk, este se ve reducido día a día. Más importante aún, Washington y Kiev comprometieron parte de sus mejores tropas y vehículos en esa incursión. Algo que no ha servido para mantener el territorio en Kursk, pero que ha debilitado claramente sus posiciones a lo largo de la línea del frente en Ucrania.

Los mapas e informes muestran que los avances rusos en todo el frente del Donbás se han acelerado precisamente desde septiembre. En octubre conquistaron Vuhledar, ahora están a punto de tomar Kurájove e intensifican la presión sobre otras localidades importantes para la defensa ucraniana, como Velyka Novosilka. Todo ello con Pokrovsk en el punto de mira, un importante nodo del sistema defensivo ucraniano, del que algunos informes los sitúan ya a solo tres kilómetros.

Nadie se acuerda ya del famoso “Plan de la Victoria” presentado con más pena que gloria por Zelenski después del verano. Pero la derrota de Kiev y Washington no solo es un hecho en las trincheras.

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Convertido en una bestia herida, EEUU se revuelve contra su propia decadencia. Ahora enfrenta una derrota en Ucrania con unas consecuencias incalculables en el desarrollo de la pugna por la hegemonía mundial. 

Ucrania se asoma al abismo

La situación de Ucrania es sencillamente desastrosa. Para empezar, no está claro el número de habitantes que tiene en la actualidad. Hay un baile de cifras alimentado por el secretismo del Gobierno. La población de antes de la guerra estaba entre los 36 y los 44 millones (de 52 que había en 1991). Algunas estimaciones sitúan ahora esa cifra en unos 28 millones, después de la salida de más de 10 millones de personas, y los informes en la prensa burguesa coinciden en que cada vez menos de esos 10 millones tienen intención de volver.

Según el Financial Times, unos 800.000 hombres ucranianos en edad militar han “pasado a la clandestinidad” en la propia Ucrania, cambiando de domicilio, no saliendo a la calle o trabajando en negro para eludir la movilización.

Washington ha presionado repetidamente a Zelenski para que baje la edad de reclutamiento de los 25 años actuales a los 18. Están empeñados en combatir “hasta el último ucraniano”. Evidentemente, Zelenski no lo tiene tan claro; en este aspecto se impone de nuevo la realidad. También el Financial Times informa de que en 2024 la Fiscalía General de Ucrania ha abierto unos 60.000 expedientes por deserción, casi el doble de los tramitados en 2022 y 2023 juntos. Según dicho periódico, “la falta de claridad sobre el final de la guerra y la precariedad de las condiciones de vida han hecho que muchos abandonen sus posiciones”.

La media de edad de los soldados es de 45 años, y entre el 50 y el 70% de los nuevos reclutas sobreviven solo dos días en el frente. Los informes sobre su desempeño son muy sombríos, hablan de abandono de posiciones, de una instrucción muy deficiente que se traduce en reclutas paralizados al primer choque, que no disparan ni ejecutan maniobras básicas… Hace ya más de un año diferentes reportajes en la prensa burguesa lo explicaban muy bien: “los voluntarios motivados de los primeros meses de guerra ya se alistaron, los reclutados a la fuerza de ahora no tienen nada que ver con aquellos”.

Después de vaciar los arsenales europeos y buena parte de los estadounidenses, el problema ya no es solo enviar más armas, sino que cada vez hay menos manos dispuestas a empuñarlas. Enviar al matadero a jóvenes de entre 18 y 25 años no resolverá la situación en el frente y, por el contrario, sí agravará la crisis demográfica que empieza a adquirir una dimensión existencial para el futuro del Estado ucraniano, o de lo que quede de él.

A la vez, el rechazo a los reclutadores se hace cada vez más público en las calles ucranianas, transformándose en abierta hostilidad. Se multiplican los vídeos en redes sociales que muestran a la población enfrentándose a esos militares, y desde el verano se han repetido incidentes en que son quemados por la noche los vehículos que utilizan.

Ucrania puede seguir lanzando ataques puntuales más o menos espectaculares para intentar levantar la moral pero no pasan de propaganda. Los esperados ataques con los famosos misiles ATACMS, las operaciones de sabotaje en territorio ruso o el envío de algunos drones contra Moscú no van a cambiar el curso de la guerra. O hay un acuerdo pactado o Ucrania se enfrentará a la perspectiva de un colapso interno.

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En el ejército ucraniano crecen las deserciones. Entre el 50 y el 70% de los nuevos reclutas sobreviven solo dos días en el frente. El rechazo a los reclutadores se hace cada vez más público en las calles ucranianas, transformándose en abierta hostilidad. 

Divisiones e incertidumbre en Occidente

Trump prometió resolver con Putin la guerra de Ucrania “en 24 horas”. De momento ha nombrado a Keith Kellogg como enviado especial para Ucrania y Rusia. Este general retirado forma parte del núcleo duro de Trump y fue coautor este año de un documento titulado Estados Unidos primero, Rusia y Ucrania después. En él propone ceder a Rusia los territorios ucranianos ocupados y que Ucrania quede fuera de la OTAN. A cambio continuaría el envío de armas a Kiev para neutralizar la amenaza de Moscú.

Poner esto en práctica significaría reconocer de una manera clara la victoria de Rusia, y eso está por ver. Pero lo que es evidente es que Trump y el imperialismo estadounidense se enfrenta a buscar una salida lo menos humillante posible. Lo necesita para apuntalar su posición internacional y también para mantener la autoridad ante su base social. Del mismo modo que Biden tuvo que pagar la factura de la retirada en Afganistán, Trump tendrá que pagar la factura de la derrota en Ucrania.

No solo EEUU quiere resolver la guerra de Ucrania. La política de Washington ha tenido profundas consecuencias en Europa, económicas y políticas. Han hundido la economía alemana y provocado una división en la clase dominante europea. Las presiones para llegar a un acuerdo crecen por todo el continente.

El Gobierno alemán ha saltado por los aires antes de terminar su primer mandato. Las elecciones pueden saldarse con una importante subida de las posiciones contra Washington y a favor de un acuerdo, que abandera la extrema derecha. En Italia, Meloni realizó este verano una visita de cinco días a Beijing para recomponer las relaciones tras su abandono de la Ruta de la Seda hace ahora un año.

Esta es una cara de la moneda. La otra es que, a pesar de las consecuencias del seguimiento ciego a Washington, el vasallaje más lamentable de los dirigentes europeos continúa. El pasado 19 de noviembre los ministros de Asuntos Exteriores de España, Alemania, Francia, Italia, Polonia y el Reino Unido emitieron un comunicado conjunto, un texto lleno de retórica belicista que básicamente llama a prepararse para la guerra para disuadir a Putin. Una maniobra a la que nos tienen acostumbrados los lacayos más cercanos a Washington, pero a la que no han dudado en sumarse los Gobiernos de Scholz, Macron o Pedro Sánchez.

Mientras tanto, en toda Europa del Este estamos asistiendo a un proceso que la propaganda de la prensa burguesa intenta ocultar bajo la etiqueta de la “desinformación y la guerra híbrida” rusa. El número de países que vuelven a virar hacia Moscú no deja de crecer. Primero fue Hungría, luego Eslovaquia y Serbia. La ola ha llegado a Georgia y Rumanía, donde se percibe claramente la mano de Washington en los esfuerzos para que no culmine el triunfo electoral de candidatos pro Moscú. En el primer caso, con unas protestas en la calle que recuerdan al Maidán ucraniano de 2013-14 y, en el segundo, anulando directamente el resultado de la primera vuelta electoral.

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La política de EEUU hacia Ucrania ha tenido profundas consecuencias en Europa. Han hundido la economía alemana y provocado una división en la clase dominante europea. Las presiones para llegar a un acuerdo crecen por todo el continente. 

¿Cómo emerge Rusia de la guerra?

Al imperialismo estadounidense le ha salido muy mal la jugada de la guerra contra Rusia. El objetivo de Biden con su política de máxima presión y provocación era debilitar y aislar a Rusia —y a China— y mantener su control de Europa. Tres años después, esa política se ha revelado como un fracaso total.

Rusia no solo no sale más debilitada, sino más fortalecida, interna y externamente. Ya no es el salvaje oeste que fue en la última década del siglo pasado. La naturaleza del régimen es hoy más clara: un capitalismo de Estado más fuerte, que ha aprendido de dos décadas de desastre económico. Más importante aún, se ha basado en la experiencia de China de los últimos veinte años, y ha alcanzado un acuerdo estratégico con Beijing, que ha jugado un papel clave en esta recomposición.

El comercio entre China y Rusia alcanzó un récord de 240.000 millones de dólares en 2023, un aumento de más del 64% desde 2021, antes de la invasión rusa de Ucrania. El objetivo que tenían era llegar a los 200.000 millones en 2024. Más de la mitad de las importaciones rusas vienen de China, el doble que antes de la pandemia. Moscú ha establecido sólidas cadenas de suministro con Beijing, que son claves tanto para sostener la economía de guerra como para mantener la estabilidad.

La propia economía de guerra que ha levantado Moscú ha sido un elemento organizador. Este orden se ha traducido en la capacidad para soportar las sanciones impuestas por Washington y Bruselas. El primer año de guerra, los pronósticos apocalípticos de Occidente afirmaban que la economía rusa se desplomaría un 10%. Finalmente la caída se redujo a un 2,1%. En 2023 creció un 3,6% y este año se espera un crecimiento del 3,3% —frente a un 0,8% en la zona euro, por ejemplo—. Para colmo, este verano el Banco Mundial incluyó a Rusia en el grupo de economías de altos ingresos.

La tasa de paro se encuentra en un mínimo histórico del 2,3%, con la ocupación en cifras récord a causa de la guerra, por el aumento de la producción industrial por un lado y la menor mano de obra por otro. A pesar de que la inflación ha oscilado entre el 4% y el 10%, los salarios reales —excluyendo la inflación— han aumentado un 33,2% en seis años. Lejos de los años de recesión y estancamiento económico que pronosticaba la propaganda occidental, esta es la base material para que Putin mantenga una aprobación del 80% en las encuestas.

En el exterior, Rusia es un poder imperialista con más proyección que antes de la guerra. Antiguos aliados de primer orden de Washington están hoy alineados con los intereses de Moscú y Beijing o han resultado claves en el esfuerzo de guerra ruso: Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, India, Pakistán, Brasil, etc.

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Washington usará el golpe a Moscú que supone la caída de Al-Assad, en las negociaciones sobre Ucrania. Pero incluso contando con las dificultades que le puede causar a Rusia con sus maniobras en el avispero sirio, EEUU sale perdiendo. 

Negociaciones en el horizonte

Estamos asistiendo a un punto de inflexión histórico. No está escrito cómo se va a desarrollar todo. EEUU no quiere reconocer la derrota en Ucrania, pero las reservas que le permitían resistirse se están agotando, mientras que los elementos que empujan a algún tipo de acuerdo se multiplican. Aún no está claro en qué se concretará la agenda de Trump. No hay que olvidar, por ejemplo, que el acuerdo con los talibanes para salir de Afganistán se produjo bajo su anterior Gobierno.

No se puede establecer una perspectiva acabada de las líneas en que se desarrollen las futuras negociaciones, ni lo que puedan sostenerse en el tiempo los futuros acuerdos. Lo que ocurra las próximas semanas y meses en Siria, aliado clave en Oriente Medio para Putin, también afectará. Es obvio que Washington usará este golpe a Moscú en las negociaciones sobre Ucrania. Pero incluso contando con las dificultades que le puede causar a Rusia con sus maniobras en el avispero sirio, Washington sale perdiendo. En las inevitables negociaciones en Ucrania, puede que la caída de Al-Assad en Siria haga menos humillante la derrota para EEUU, pero los duros reveses que el imperialismo norteamericano acumula, no solo en Ucrania, subrayan su profunda decadencia.


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