¡Hay que echarle, pero solo será posible mediante la lucha en las calles y la huelga general!

El pasado 4 de diciembre, una moción de censura, presentada por los grupos parlamentarios de la izquierda, tumbaba al Gobierno Barnier apenas tres meses después de su constitución. La imposibilidad del Ejecutivo de aprobar en el Parlamento sus presupuestos antisociales para 2025, y su intención de aprobarlos por decreto recurriendo una vez más al artículo 49.3 de la Constitución, precipitó la moción, que fue apoyada con un discurso nacionalista y demagógico por la extrema derecha.

La victoria del Nuevo Frente Popular en las elecciones legislativas[1], unido al golpe de Estado institucional perpetrado por Macron en septiembre[2], han acelerado las contradicciones: un Gobierno extremadamente débil y en manos de la extrema derecha y una situación parlamentaria endiablada. Y todo en medio de una situación económica desastrosa y de una lucha de clases feroz.

El Gobierno Barnier, el más efímero de toda la V República, es el primero en caer mediante una moción de censura desde el de Georges Pompidou en 1962. Hay que remontarse hasta mayo de 1958 para encontrar un Gobierno más fugaz. De hecho, el año 2024 se cerrará habiendo visto pasar por Matignon 4 primeros ministros diferentes, algo que no sucedía desde 1948.

Ahora Macron, tras entablar negociaciones con una parte de la izquierda, -el PS, Los Verdes y el PCF-, que se han mostrado dispuestos a apoyar un nuevo Gobierno, incluso sin un primer ministro de izquierdas, renunciando a la inmediata derogación de la contrarreforma de las pensiones, reivindicación central del Nuevo Frente Popular, ha decidido volver a nombrar primer ministro a François Bayrou, del partido de centro liberal Movimiento Democrático (MoDem).

Como siempre, en momentos de dificultades, pueden contar con la socialdemocracia tradicional para tratar de garantizar la supervivencia de Macron y de la V República francesa.

Como están planteando con claridad, necesitan un Gobierno transversal excluyendo al RN y, por supuesto, a la Francia Insumisa y a Mélenchon. Sin embargo, como ya se ha demostrado, el mantra de la exclusión de la extrema derecha es pura propaganda. La conformación del Gobierno de Barnier, bajo la tutela de Le Pen, ha puesto en evidencia que el único cordón sanitario realmente existente es contra la izquierda de la FI y Mélenchon, y contra el movimiento de masas en las calles. Bayrou es un viejo conocido de la política francesa, que ya fue ministro de Justicia con Macron, puesto del que tuvo que dimitir tras un escándalo de corrupción, y ministro de Educación en dos Gobiernos de la derecha.

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El PS, Los Verdes y el PCF, se han mostrado dispuestos a apoyar un nuevo Gobierno. Como siempre, en momentos de dificultades, la socialdemocracia tradicional y sus semejantes dispuestos a tratar de garantizar la estabilidad del régimen burgués. 

La clase dominante francesa enfrenta un panorama desolador

Pese a que los medios capitalistas se empeñan en señalar que el problema es que legalmente no se pueden convocar unas nuevas elecciones legislativas hasta julio, no es este el quid de la cuestión. Lo que preocupa realmente a la burguesía, y a sus representantes políticos, es la polarización social extrema que se vive en el Estado francés. Unas elecciones legislativas no resolverían nada, profundizando esta polarización, triturando al "centro político" y otorgando más fuerza a la FI por un lado y a RN por otro.

Una situación con cada vez más paralelismos a la de los años 30 en la que, como señalaba Trotsky, ningún Parlamento “puede conciliar las contradicciones de clase y asegurar la marcha pacífica de los acontecimientos”[3]. Este es el aspecto clave de la situación que cualquier activista o revolucionario debe entender.

La economía francesa necesitaba urgentemente la aprobación de unos presupuestos para reducir el déficit público, que cerrará 2024 en un 6,1%, más del doble de lo permitido por las instituciones europeas y muy por encima del 3% de la zona euro. El pasado jueves 5, tras la caída de Barnier, Macron anunciaba la prórroga de los presupuestos de 2024, lo que evitará el default, pero no contendrá el déficit ni contentará a la burguesía francesa o a Bruselas.

Los presupuestos presentados por Barnier incluían una subida drástica de impuestos, un encarecimiento del precio de la luz, recortes salvajes en los servicios públicos y una congelación de las pensiones. El Gobierno saliente pretendía, con su aprobación, un ahorro de 60.000 millones de euros, que aun así serían insuficientes, con una previsión de déficit tras dicho ahorro del 5,1%.

Tras el anuncio el lunes 2 de que la moción de censura triunfaría y el Gobierno caería, la prima de riesgo francesa se disparó y llegó a situarse en los 90 puntos, la cifra más elevada desde el año 2012, superando a las primas de riesgo del Estado español o de Grecia. Desde las elecciones europeas, la prima de riesgo francesa se ha disparado casi 40 puntos.

Las previsiones de crecimiento del país resultan ridículas: un 1,1% en 2024 y un raquítico 0,8% en 2025. El declive de la economía francesa y su pérdida de pujanza en el panorama internacional inquietan, y mucho, a la clase dominante.

El reciente anuncio de la salida de las tropas francesas de Chad o Senegal, que se suma al de Níger, Malí o Burkina Faso, pone en evidencia el irreversible declive del imperialismo francés en el África Subsahariana. La entrada de capitales chinos y rusos, y los acuerdos militares de estos nuevos Gobiernos con Moscú, les han puesto contra las cuerdas.

A pesar de esto, el gasto militar no deja de aumentar. En el periodo 2024-2030, el presupuesto de defensa alcanzará los 413.000 millones de euros, un 30% más que el sexenio anterior. Una cantidad sin precedentes desde la Guerra de Argelia, que contrasta con los constantes recortes sociales.

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El reciente anuncio de la salida de las tropas francesas de Chad o Senegal, que se suma al de Níger, Malí o Burkina Faso, pone en evidencia el irreversible declive del imperialismo francés en el África Subsahariana. 

Una Francia ingobernable azotada por la lucha de clases

La figura del propio Macron está seriamente en entredicho y la caída del Gobierno ha sido otro importante jalón en su pérdida de popularidad. Según una encuesta reciente, elaborada por BFM Elabe (un medio derechista), el 63% de la población pensaba que era Macron el que debería dimitir si la moción de censura contra Barnier triunfaba.

El auténtico giro autoritario emprendido por Macron en los últimos años no es ninguna casualidad: la lucha de clases que está viviendo el país galo no tiene precedentes desde mayo del 68. Las movilizaciones contra la reforma del Código del Trabajo de Hollande, el Nuit Débout, los chalecos amarillos, la rebelión obrera contra la contrarreforma de las pensiones de Macron-Borne, las movilizaciones antirracistas y contra la brutalidad policial en los suburbios en París, o las grandes manifestaciones en solidaridad con el pueblo palestino, son sólo algunos ejemplos.

Pese a haberse empleado con saña contra todas estas luchas, ni Macron y su represión salvaje ni los discursos racistas y xenófobos de la ultraderecha han logrado parar el movimiento en las calles. Hemos visto episodios de represión policial completamente brutales, detenciones masivas, la aplicación de medidas de excepción, la ilegalización incluso de colectivos ecologistas, y toda una pléyade de ataques a las libertades democráticas y sindicales sin precedentes desde la bárbara represión sobre el movimiento contra la guerra en Argelia en los años 60.

El recurso al artículo 49.3 de la Constitución para poder aprobar leyes por decreto saltándose a la Asamblea Nacional ha sido cada vez más frecuente bajo la presidencia de Macron, reflejando el giro bonapartista y autoritario del Estado francés. El propio aparato del Estado, como en todo el mundo, gira cada vez más hacia la extrema derecha, tal y como desveló una carta de cientos de militares y exmilitares señalando la necesidad de implantar un régimen dictatorial. Pese a todo esto, el movimiento obrero y la juventud están plantando cara y no han dicho aún su última palabra.

Los resultados electorales de las últimas legislativas sacudieron el tablero político de arriba abajo. Cuando todo parecía abocado a una victoria contundente del RN y a la aplicación de una agenda ultrarreaccionaria, chovinista y racista, millones de trabajadores y jóvenes echaron por tierra esa posibilidad, utilizando la papeleta del NFP.

El blanqueamiento por parte de los medios de comunicación capitalistas de Le Pen y el RN, en línea con lo que hace la UE, también se está profundizando. Una buena demostración de que la burguesía no solo no hace ascos a la extrema derecha, sino que importantes sectores de las misma cada vez se sienten más representados por ella.

Aunque la mejor alternativa para la burguesía y para Macron sería plantear un nuevo primer ministro aún más próximo a Le Pen, impulsando gran parte de programa chovinista y racista de la extrema derecha, temen las consecuencias de este proceso en la lucha de clases, especialmente en un país de grandes tradiciones revolucionarias como Francia.

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Pese a haberse empleado con saña contra todas estas luchas, ni Macron y su represión salvaje ni los discursos racistas y xenófobos de la ultraderecha han logrado parar el movimiento en las calles. 

Tumbar a Macron y las políticas capitalistas con la huelga general

A la mañana siguiente del triunfo de la moción de censura, miles de estudiantes se movilizaron en huelgas, manifestaciones y piquetes por toda Francia, con una consigna clara: ayer fue Barnier, hoy será Macron. Una movilización que confluyó con una huelga general en el sector público contra nuevos recortes, en las bajas laborales y contra el profesorado, que paralizó el sector educativo y tuvo un importante seguimiento en muchos otros.

Estas primeras movilizaciones muestran el ambiente que existe en las calles, la confianza del movimiento en sus propias fuerzas, tras la derrota de la ultraderecha en julio, y cuál es el camino a seguir: redoblar la presión contra el bonaparte reaccionario Macron, sometiéndole a una auténtica moción de censura social en las calles, y demostrando por la vía de los hechos que enfrentarán Le Pen y Bardella si llegan a Matignon.

El nuevo Gobierno de  Bayrou, acordado entre bambalinas con el PS y Los Verdes, tras dinamitar el Nuevo Frente Popular, será extremadamente débil. Es evidente que socialistas y ecologistas, aunque no entre con ministros en el Ejecutivo, e incluso aunque lo critiquen de cara a la galería, harán todo lo posible por respaldarlo parlamentariamente permitiéndole ganar tiempo a Macron.

El Gobierno de Basyrou estará sometido a enormes presiones. Por un lado, el acoso de la extrema derecha, que se frota las manos ante una posible llegada de Le Pen a la presidencia en 2027 tras las victorias de Milei o Trump y, por otro lado, enfrentándose a una contestación social tremenda ante los ataques que, sí o sí, exigen los grandes capitalistas franceses y Bruselas.

En este contexto la FI y Mélenchon, que son los únicos que están insistiendo en que la única salida es tumbar a Macron, tienen una gran oportunidad. Pero para aprovecharla es necesario sacar las lecciones de las batallas de estos años, y especialmente de la rebelión social desatada contra la contrarreforma de las pensiones. Unas lecciones que deben empezar por entender que no se podrá tumbar a Macron, y frenar a la ultraderecha de Le Pen, ni a través de la acción parlamentaria, ni reivindicando los valores republicanos o la bandera francesa.

Lo que se necesita es impulsar con contundencia la lucha en las calles, como han hecho ahora los insumisos en el frente estudiantil, pero extendiendo esta batalla al movimiento obrero. Las condiciones para una huelga general que tumbe a Macron y cumpla inmediatamente con las reivindicaciones del Nuevo Frente Popular, especialmente la derogación de la odiosa contrarreforma de las pensiones, existen.

Pero para ello hay que señalar con claridad también la responsabilidad de los dirigentes de la CGT, que mantienen un silencio atronador en esta coyuntura, y basarse en esta lucha en los miles de delegados y activistas que protagonizaron la formidable rebelión de 2023 y que son muy críticos con sus propias direcciones sindicales.

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El Gobierno de Basyrou estará sometido a enormes presiones. Por un lado, el acoso de la extrema derecha, por otro lado, enfrentándose a una contestación social tremenda ante los ataques que exigen los grandes capitalistas franceses y Bruselas. 

La FI tuvo una gran oportunidad para tumbar dicha contrarreforma y acabar con Macron, dando un duro golpe a Le Pen y RN, que en las elecciones se comprometieron a mantener la contrarreforma demostrando sus firmes vínculos con la burguesía. Pero en el momento decisivo se plegaron a los dirigentes sindicales, que frenaron la lucha dando de nuevo oxígeno a Macron.

El capitalismo francés atraviesa un periodo de decadencia sin precedentes, golpeado duramente en la escena internacional. Es el momento de redoblar la movilización en las calles hasta que caiga Macron y sus políticas criminales, golpeando a Le Pen y su demagogia de extrema derecha, y reivindicando una alternativa revolucionaria que luche por una VI República socialista, obrera e internacionalista, que expropie a los grandes capitalistas franceses en beneficio de la clase trabajadora y los oprimidos.

Notas:

[1]La clase obrera y la juventud francesa descargan un golpe demoledor ¡Le Pen sufre una derrota humillante!

[2]Macron perpetra un auténtico golpe y nombra un primer ministro a la medida de Le Pen ¡Una democracia que no lo es!

[3]León Trotsky,  ¿A dónde va Francia? Los comunistas y la lucha contra el fascismo, FFE 2024.


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