Los medios de comunicación y defensores del capitalismo no han escatimado elogios hacia Margaret Thatcher. El gobierno británico declaró un día de luto nacional y su funeral recibió honores de jefe de Estado. Esta reacción de la clase dominante no es casualidad, al fin y al cabo, no sólo despedían a uno de los suyos, también decían adiós a una representante del capitalismo que durante su mandato llevó a cabo una despiadada guerra de clase contra los trabajadores británicos. Junto a Reagan en EEUU, iniciaron la política actual de austeridad, recortes y ataques a los derechos laborales y sindicales de los trabajadores. El sentimiento de muchos trabajadores británicos fue radicalmente diferente, con escenas de júbilo y celebraciones en las calles de muchas ciudades, identificando a Thatcher como lo que era: una de las personas más odiadas de Gran Bretaña y una enemiga acérrima de la clase obrera. Resulta escandaloso cómo han ocultado su amistad y apoyo a Pinochet, su defensa del régimen sudafricano del apartheid, la guerra de Las Malvinas, lanzada en uno de sus momentos de más baja popularidad, utilizada para azuzar el chovinismo y desviar la atención de los problemas internos, una guerra que costó la vida de 900 personas. Y, por supuesto, su responsabilidad directa en la muerte en 1981 de Bobby Sands y otros presos republicanos irlandeses en huelga de hambre para defender sus derechos  en las prisiones británicas.

La huelga minera de 1984-85

Thatcher llegó a la dirección del Partido Conservador en 1975. No era una figura desconocida en la escena política, había sido ministra de Educación con el gobierno de Edward Heat y se la llegó a conocer popularmente como: “Thatcher, ladrona de leche”, por quitar el vaso de leche que se daba en las escuelas. En 1979 es elegida primer ministro.
En los años 1984 y 1985 se enfrentó a la huelga minera que paralizó el sector. Los mineros jugaron un papel decisivo en la caída del anterior gobierno tory en 1974, que fue el punto culminante de una oleada de protestas obreras que sacudió los cimientos del país a principios de esa década. La huelga minera de 1984 fue utilizada por la clase dominante, con Thatcher al frente, para ajustar cuentas con el movimiento obrero. Sin apenas oposición de la dirección laborista y del TUC, la huelga minera acabó en derrota, entonces la clase dominante lanzó una ofensiva sin precedentes contra los derechos de la clase obrera, entre otras medidas, la restricción e incluso prohibición en algunos casos del derecho a huelga. La represión de la huelga minera fue salvaje: 20.000 mineros heridos, 13.000 detenidos y dos muertos en los piquetes. La decadencia y el final de Thatcher llegó a finales de los ochenta, cuando intentó imponer el impuesto conocido como poll tax, que desencadenó uno de los mayores movimientos de desobediencia civil de la historia, con protestas masivas por todo el país y con 18 millones de personas que se negaron a pagar dicho impuesto

Un legado económico desastroso

En el terreno económico, a pesar de todas las alabanzas de los apologistas del sistema, su gestión fue desastrosa. Gran Bretaña, que en su época de esplendor era considera el “taller del mundo”, pasó a convertirse en un importador neto de manufacturas, algo que no sucedía desde antes de la Revolución Industrial. Sólo hasta 1983 se había destruido el 30% de la manufactura. El desempleo se disparó, en 1986 alcanzó la cifra de 3,3 millones. A finales de los años ochenta 12,2 millones de británicos vivían en la pobreza, la brecha entre el 20% más rico y el 20% más pobre aumentó un 60% en esa década. La consecuencia de su política de desregulación de la City londinense y la banca la hemos visto en la actual crisis financiera.


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