Los trabajadores y jóvenes turcos están escribiendo impresionantes páginas de lucha, determinación y heroísmo. Millones de personas, por todo el territorio, han desafiado al Gobierno burgués del ultraliberal e islamista Erdogan en lo que sin duda es la mayor movilización de masas de los últimos cuarenta años. Manifestaciones de cientos de miles, dos huelgas generales, y una represión que se ha saldado con más de 4.000 detenidos, más de 7.000 heridos y cinco muertos han desnudado el carácter reaccionario de un régimen presentado por los imperialistas como un ejemplo de “islamismo y modernidad”. La juventud y el movimiento obrero turco reatan los lazos con sus propias tradiciones, se incorporan a la corriente mundial de lucha contra la crisis capitalista, y avanzan hacia la revolución.

Lo que empezó siendo una protesta, el 28 de mayo, contra la desaparición del Parque Gezi de Estambul (y su sustitución por una mezquita, un cuartel y un centro comercial) y la remodelación de la Plaza Taksim, se convirtió rápidamente en un movimiento mucho más amplio. Para entender cómo una protesta vecinal se transforma en una lucha que arrastra consigo a millones de personas es imprescindible entender a su vez dos elementos. Por un lado, el malestar acumulado durante la última década contra la política de Erdogan (que ya se expresó el último Primero de Mayo, con 125.000 manifestantes en Estambul). Por otro, la utilización indiscriminada, salvaje, de la represión policial, intentando desalojar el Parque Gezi y Taksim desde el 31 de mayo. La política ultrarrepresiva de Erdogan, al aplicarse contra las masas en acción, en lugar de intimidar tuvo el efecto de recrudecer la rabia de la población y extender la solidaridad.
La masividad de la lucha y su extensión por todo el territorio turco, el ánimo y la resistencia frente a la policía,  la rápida implicación del movimiento obrero organizado, la unidad en la calle de turcos y kurdos, de suníes y alevíes, de hombres y mujeres, y la superación de prejuicios nacionales, religiosos o machistas, marcan la importancia de estos acontecimientos. Esta explosión social representa un punto de inflexión, el inicio de un proceso de lucha de las masas que tiende a cuestionar no sólo al Gobierno islamista, sino al régimen burgués turco y al propio capitalismo.

La clase obrera organizada en acción

El domingo 2 de junio un millón de personas se echó a las calles por todo Estambul, y cientos de miles más lo hicieron por todo el territorio. Los sindicatos de clase DISK (Confederación de Sindicatos Revolucionarios, vinculada históricamente al Partido Comunista) y KESK (Confederación de Sindicatos de Trabajadores Públicos), que suman 700.000 afiliados, convocaron una jornada de huelga los días 4, 5 y 6 de junio. A pesar de la escasez de tiempo, del silencio sobre la convocatoria en los medios de comunicación, y de su ilegalidad, cientos de miles de trabajadores organizados se sumaron a los manifestantes al grito de “Taksim resiste, llegan los trabajadores”, “huelga general, resistencia general” y “hombro con hombro contra el fascismo”. A las reivindicaciones laborales se sumaban las de dimisión del Gobierno, libertad de los detenidos y depuración de la policía. La convocatoria tuvo amplio seguimiento incluso en barrios considerados feudos de Erdogan.
Ante la evidencia de que la represión no paraba la movilización, un sector del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) que lidera Erdogan, encabezado por el presidente de la República Abdulá Gul, intentó presentar una oferta conciliadora. Aprovechando un viaje de Erdogan al Magreb, el primer ministro en funciones, Bulent Arinz, llegó incluso a pedir perdón a los heridos, a admitir “excesos” policiales y a considerar legítima la reivindicación de salvar el parque Gezi. Pero esta maniobra, realizada el primer día de huelga para intentar limitar el alcance de la lucha, no sirvió de nada. Por otro lado, Erdogan, desde el exterior y una vez de vuelta, acusó a los manifestantes de dejarse manipular por la extrema izquierda y grupos terroristas, y por potencias extranjeras.
Aun así, ante la fuerza y persistencia del movimiento en las calles y con la única intención de ocultar su plan de derrotar la lucha, Erdogan mantuvo varias reuniones con Solidaridad Taksim (plataforma en la que se integran casi doscientas organizaciones y colectivos, incluyendo a sindicatos). En la última reunión, el viernes 14, les conminó a abandonar el parque Gezi y Taksim en veinticuatro horas a cambio de estudiar la salvación de esa zona verde. Los acampados rechazaron el ultimátum.
El sábado 15 el aparato estatal se movilizó para llevar a decenas de miles de personas, de los estratos más atrasados de la sociedad, a Estambul, a aclamar a Erdogan. La contrarrevolución tiene su ejército y su retaguardia, aunque la revolución también, y es mil veces más numeroso… Grupos de lúmpenes armados con palos se dirigieron hacia Taksim para aporrear a los que protestaban. Poco después, e incumpliendo el plazo dado por él mismo, Erdogan envió a la policía a recuperar la plaza, y posteriormente Gezi, a cualquier costa. Los policías atacaron con balas de goma, botes de humo (en estas semanas se han disparado ni más ni menos que 130.000), bombas de sonido y agua a presión, combinada con lo que según el ministro del Interior es “una solución médica” y que, según todos los indicios, es gas pimienta. Al precio de cientos de heridos, el Estado turco reconquistó los lugares emblema de la lucha. Sin embargo, la reacción popular fue extraordinaria.
Para evitar que la gente tomara de nuevo la plaza la policía cortó las calles de acceso al centro de la ciudad en todos los barrios. Los puentes que comunican la parte asiática con la europea de Estambul por el estrecho del Bósforo, fueron cortados, el servicio de barcos fue suspendido. Pero no pudieron impedir que una enorme masa de millones de manifestantes, de un barrio a otro, de una ciudad a otra, el sábado, el domingo y el lunes, salieran a desafiar la represión y exigir la caída del gobierno. Según la prensa turca, fueron diez millones de turcos los que gritaron “¡Erdogan, dictador, vete ya!”, “Revuelta, revolución, libertad”, “¡No pasarán!”, y consignas similares. Esta respuesta a la represión culminó el lunes 17 con una masiva huelga general convocada por DISK y KESK. 
Cientos de militantes de izquierda están siendo detenidos en sus domicilios o lugares de trabajo. La presión es tal que seis policías se han suicidado desde el inicio de las protestas, siendo muchos más los que desobedecen las órdenes. Erdogan ha amenazado con utilizar el Ejército, aunque dada la situación, esto podría abrir brechas en su seno.

Una ‘década prodigiosa’… para los capitalistas turcos

Puede parecer paradójico que se esté produciendo una explosión social de tal calibre en un país que en los últimos lustros ha tenido un crecimiento económico muy fuerte. De hecho, los medios de comunicación hablan de la década prodigiosa, refiriéndose a los diez años que lleva Erdogan en el Gobierno. Pero, ¿qué naturaleza y qué consecuencias para las masas  ha tenido el “milagro económico” turco?
En el año 2000 hubo una retirada masiva de capitales extranjeros que tiró a la baja el precio de la lira turca. Esta devaluación empobreció a las masas y llevó al colapso a numerosos bancos, que fueron “rescatados” por el Estado turco (gastando el equivalente ¡al 40% del PIB!). El Gobierno del AKP, surgido de las elecciones de 2002, llegó a un acuerdo con el FMI: aumento de tipos de interés para atraer financiación extranjera, privatizaciones y liberalización de precios, reforma laboral y drástico recorte en el gasto social. En esta década se anuncian o toman medidas de privatización en todos los sectores. Se ha liquidado ya la participación pública en doscientas empresas, y todo esto en beneficio de las multinacionales y de un reducido grupo de capitalistas turcos.
El crecimiento económico que comenzó en 2002 (4,6% de media, hasta 2011), sólo interrumpido en 2009 (-4,8%), lejos de significar una mejora en las condiciones de vida de la mayoría, ha introducido una mayor desigualdad social. En ese periodo apenas varió el porcentaje de población bajo la línea de pobreza (del 18 al 17%), mientras el desempleo —datos oficiales— se ha doblado (del 5 al 10%); en estos momentos, si contamos los trabajadores que ya no buscan empleo, el paro está en el 19%. Según algunas fuentes, el paro juvenil es del 30%. En el mismo periodo el salario mínimo se redujo, se legalizaron los contratos sin seguridad social, el salario real industrial bajó ¡un 25%! Un dato significativo es que en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU Turquía ocupa el puesto 63, superado por países como Jamaica, Mongolia, Jordania…
Paralelamente al crecimiento económico se inició una burbuja inmobiliaria que significó una agresión directa a millones de turcos. Los miles de campesinos que huyen de la crisis de la agricultura se hacinan en los arrabales de Estambul o Ankara, sin posibilidad de acceder a una vivienda cada vez más cara. La inicial ocupación del Parque Gezi está relacionada con el malestar de los vecinos del centro histórico de Estambul ante las ambiciones de las constructoras, golosas ante cualquier zona verde susceptible de especulación.
Como ya ha ocurrido en Brasil, inevitablemente el ciclo del crecimiento económico turco llegará a su fin arrastrado por la situación depresiva de la economía europea y la ralentización de la economía mundial, lo que incidirá en una mayor agudización de la lucha de clases y en un estrechamiento aún mayor del margen de maniobra del régimen.

Las tradiciones de la clase obrera turca

La clase obrera turca tiene grandes tradiciones. Desde finales de los años 60 se produjo un auge de la lucha obrera y de masas. Un hito fue la masacre de la manifestación del 1 de Mayo de 1977, con 34 manifestantes asesinados por pistoleros policiales y de la extrema derecha (Los Lobos Grises), vinculados a la red anticomunista Gladio de la OTAN. Precisamente fue en la Plaza Taksim, escenario de todos los Primeros de Mayo, y que era ya un símbolo de lucha antes de los actuales acontecimientos. El golpe de Estado de 1980 fue quizás el más salvaje de la turbulenta vida de la República turca; con el fin de arrasar la confianza de la clase obrera, los militares ilegalizaron las huelgas, asesinaron a numerosos sindicalistas y militantes de la izquierda, detuvieron y torturaron a 600.000 activistas, prohibieron 20.000 asociaciones, y empujaron al exilio a 50.000.
Una lucha importante, por la reacción que suscitó en toda la clase obrera, fue la emprendida contra la privatización de TEKEL, en 2009. Los primeros compases hacia la privatización de este conglomerado de 48 fábricas en 32 ciudades y de 12.000 trabajadores se dan en los 90, en conjunción con el FMI. Una parte importante del pastel fue adquirida por la multinacional British Tobacco en 2008. Para facilitar la venta, el Gobierno decidió aplicar al conjunto de obreros de la antigua TEKEL el estatuto 4-C, que implica su conversión en eventuales (y una reducción salarial del 33%), además de perdonar las deudas de la empresa con Hacienda y los bancos públicos. Miles de trabajadores de todo el país llegaron a Ankara en diciembre de 2009 y acamparon con el apoyo de los vecinos (que les proporcionaron el material necesario). La solidaridad obrera con esta lucha fue masiva. Sectores como los ferroviarios y los bomberos de Estambul estuvieron en conflicto y se solidarizaron con TEKEL. El sindicato KESK convocó huelgas parciales (cada día, un sector) entre los trabajadores públicos. En enero de 2010, al vigesimocuarto día, el 99,6% de los acampados decidió mantener la protesta. La idea de la huelga general estaba asumida como el necesario paso para avanzar. Desgraciadamente, sus llamamientos a las direcciones sindicales de DISK y KESK no fueron atendidos.

Turcos y kurdos, juntos en la lucha

Uno de los valores más revolucionarios de la lucha —especialmente en esta época de crisis estructural del capitalismo— es el cuestionamiento de las ideas introducidas desde el Estado burgués a través de sus medios de comunicación, la educación, la familia o las iglesias. Y en este sentido el actual proceso de movilizaciones es extremadamente importante. En especial con respecto a la cuestión kurda.
Miles de kurdos y turcos han convivido en Taksim y el Parque Gezi, han luchado juntos, han sido reprimidos juntos… Tienen el mismo enemigo. Desde la creación del Estado turco, y especialmente desde el surgimiento de la guerrilla kurda, el poder burgués ha promovido por todos los medios la división entre los trabajadores. Un chovinismo gran turco afecta a todas las formaciones políticas del sistema, desde el AKP en el gobierno, al Partido Republicano del Pueblo (CHP) que se presenta como valedor de la herencia de Kemal Ataturk (fundador del Estado), como, por supuesto, la extrema derecha del Partido de Acción Nacional (los reconvertidos Lobos Grises). Intentando aislar a los activistas de las masas, el Estado turco intenta criminalizarlos acusándoles de connivencia con los guerrilleros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Cualquier militante que sea partidario de los derechos democráticos del pueblo kurdo puede ser encarcelado por “complicidad con el terrorismo”.
Las negociaciones actuales de Erdogan con Ocalan, líder encarcelado del PKK, no contradicen la tradicional política antikurda del Estado turco: ocho mil kurdos se pudren en las cárceles, incluyendo a nueve diputados del parlamento actual —por el Partido por la Paz y la Democracia, BDP, nacionalista kurdo—. Sin embargo, el AKP es consciente de que la represión ha fracasado a la hora de eliminar la resistencia kurda. Por otra parte, el AKP quiere aprovechar la debilidad de la dirección del PKK (que renunció al “marxismo-leninismo” y a la consigna de la independencia). El PKK teóricamente ha renunciado a la lucha armada y, según sus fuentes, ha retirado el 80% de sus efectivos al Kurdistán iraquí. Mientras la guerrilla está en retirada, el movimiento de las masas kurdas está en auge, y precisamente éste —y más si continúa en la senda de fusionarse con el movimiento general de los trabajadores turcos— es el auténtico enemigo del Estado turco. 
La extrema opresión del pueblo kurdo, cuyos pueblos y ciudades se encuentra ocupados por el ejército turco (han desplazado, según datos oficiales, a 400.000 kurdos y evacuado tres mil pueblos para controlar mejor a la población), y cuya lengua es reprimida administrativamente y en las escuelas, sólo puede ser contrarrestada con la máxima unidad. Los trabajadores kurdos y turcos tienen los mismos intereses, y su liberación vendrá de la defensa de un programa revolucionario común que luche por el derrocamiento del régimen burgués y el establecimiento de un Estado socialista en el que los kurdos puedan ejercer efectivamente su derecho a la autodeterminación.
La explosión actual también ayuda a superar las divisiones, fomentadas históricamente, entre turcos sunitas y alevíes, divisiones que Erdogan pretende subrayar para crearse una base social mayor. Los alevíes son una minoría religiosa importante (alrededor de un 20% de la población), con una concepción del Islam mucho menos estricta en las formas y que ha sido históricamente víctima de pogromos y discriminación.

Política islamizadora e imperialista de Erdogan

A la política antiobrera y represiva de Erdogan hay que sumar sus intentos de aumentar el peso de la religión en una sociedad históricamente laica. La presión social para que la mujer se dedique sobre todo a la maternidad, la impunidad del maltrato machista, la prohibición cada vez más osada de comportamientos “poco islámicos” (el Ayuntamiento de Estambul hizo una campaña publicitaria animando a no besarse en público), la imposición a los alevíes de normas suníes, el control de las redes sociales (se ha anunciado una ley en este sentido)… obviamente provoca una rebelión masiva, en primer lugar del grueso de los jóvenes (el 60% de la población tiene menos de 30 años), y más especialmente de las jóvenes, que están ocupando una posición de primera línea en la lucha. Recientemente el Gobierno permitió la irrupción de la policía en los campus para acabar con las protestas contra la construcción de mezquitas en ellos.
Otro elemento de oposición masiva al Gobierno del AKP es su política exterior agresiva. El Estado turco intenta jugar un papel abiertamente imperialista en la zona, compitiendo con las monarquías del Golfo en la promoción de la oposición Siria y de los partidos islamistas suníes (en el gobierno en Túnez y hasta hace muy poco también en Egipto). Paradójicamente, Erdogan se presentó entre los tunecinos y egipcios como un valedor de la “Primavera árabe” y como la demostración de que se puede conjugar “democracia e islamismo”. Pero la injerencia más importante se está produciendo en Siria.
El Gobierno turco utiliza su apoyo a los rebeldes sirios para defender sus intereses y ganar influencia en un futuro régimen sin Assad. Sin embargo, no está nada claro el desarrollo de la guerra civil siria. En caso necesario, el régimen burgués turco cuenta con un Ejército nada despreciable: en efectivos es el segundo más grande de la OTAN (un millón de hombres) y son tropas que han participado en combates, ya que llevan décadas enfrentándose al PKK.
Un reciente informe de los servicios de inteligencia de EEUU reconocía la debilidad del imperialismo estadounidense en Oriente Próximo, y la dificultad de utilizar las tropas propias en el sostenimiento de los intereses de Estados Unidos. El mismo informe apostaba por la utilización de la hegemonía turca, incluso en caso necesario del Ejército turco, para defender esos intereses. La caída del régimen turco sería por tanto un golpe durísimo a los planes estratégicos del imperialismo estadounidense en la región. Uno de los elementos que ha reforzado la lucha contra Erdogan es, sin duda, la creciente oposición entre la población a sus planes expansionistas y a su progresiva implicación en la guerra civil siria.

La lucha por el socialismo

Es difícil saber exactamente cómo, pero el movimiento iniciado en mayo va a continuar, y a un nivel superior. Por un lado, las masas se han llenado de confianza, están perdiendo el miedo a la represión y son conscientes de la gran fuerza que tienen. Por otro, ni el Gobierno islamista ni el régimen burgués pueden satisfacer sus expectativas. Al contrario, los problemas sólo pueden aumentar.
El movimiento está aprendiendo de la experiencia. Ahora la tarea de los sectores más avanzados del movimiento obrero, del Partido Comunista y de la juventud revolucionaria, debe ser defender un programa socialista con consignas claras. Los sindicatos de clase y las organizaciones de la izquierda deben establecer un Frente Único que prepare una nueva huelga general, organizada por comités de lucha en cada fábrica, barrio, universidad, y con un objetivo claro: la dimisión de Erdongan. Además, es necesario levantar reivindicaciones concretas que respondan a las aspiraciones de las masas y que permitan organizar el movimiento con un contenido socialista y anticapitalista:
· Nacionalización de todas las empresas públicas privatizadas bajo control obrero; aumento general de salarios; eliminación del estatuto 4-C y de la precariedad laboral.
· Nacionalización de la banca, los grandes monopolios y la propiedad de las multinacionales imperialistas para acometer un plan de choque contra el paro, por la mejora de las condiciones laborales y salariales de los trabajadores, y de inversiones masivas en sanidad y educación pública.
· Hay que depurar la policía, el ejército y el aparato judicial de elementos reaccionarios y fascistas. Los responsables de la represión deben ser castigados.
· Libertad inmediata para los 10.000 presos políticos. Defensa plena de los derechos y libertades democráticas: de expresión, de reunión, de organización y manifestación. No a la opresión de la mujer, no a la opresión religiosa.
· Basta de represión a los kurdos, reconocimiento de sus derechos democrático-nacionales y de su derecho a la autodeterminación.
· Basta de ser cómplices de los planes del imperialismo occidental. Turquía debe salir inmediatamente de Siria.
Las masas oprimidas de Turquía han dejado claro que quieren el fin de un régimen de opresión y represión. Pero la auténtica democracia no puede alcanzarse en el marco del capitalismo turco. Como ha dejado clara la experiencia de las revoluciones árabes, y de los recientes acontecimientos en Egipto, es necesario romper frontalmente con el sistema capitalista. La lucha en Turquía es parte de la lucha internacional, en Egipto, Grecia o el Estado español, en Latinoamérica, contra un sistema en decadencia. Sólo hay dos opciones: hacia un régimen represivo fuerte que derrote sangrientamente a las masas o hacia la revolución socialista, hacia la toma del poder por los trabajadores y oprimidos, lo que impulsaría enormemente la lucha en Oriente Medio, en Europa y en todo el mundo.


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