Cinco años después, la Unión Europea de las “oportunidades y del progreso” presenta una imagen dantesca: 26 millones de parados y 124 millones de personas viven en la pobreza o en severo riesgo de exclusión social; poblaciones enteras están sumidas en la bancarrota y sometidas a condiciones devastadoras, y la clase obrera y la juventud sufren una guerra unilateral desencadenada por la burguesía. Esta destrucción está provocando otro fenómeno de gran importancia política: la deslegitimación de la democracia burguesa.
El desmoronamiento de las bases materiales del capitalismo y la pauperización de las clases medias, su proletarización creciente, arrastra a la socialdemocracia y a los partidos tradicionales de la burguesía a una profunda crisis, privándoles de una parte considerable de su base tradicional de apoyo. En estos cinco años se han consumido reservas fundamentales que mantenían la cohesión social y política en torno a la clase dominante. La polarización y la radicalización son los fenómenos inevitables de esta pérdida del equilibrio social, y anuncian una época de estallidos revolucionarios.

Crisis del PP y de la socialdemocracia

Desde que el PP accedió al gobierno, tras las elecciones generales de 2011, hemos vivido una auténtica contrarrevolución social, política y económica. Pero esta ofensiva de la derecha y el gran capital tuvo su anclaje en las políticas antiobreras de los gobiernos del PSOE encabezados por Rodríguez Zapatero. Cuando los socialdemócratas asumían y aplicaban las políticas de austeridad dictadas desde la UE, cuando hablaban arrogantemente de estar dispuestos a todos los sacrificios necesarios por “España”, preparaban el triunfo de Rajoy.
En estos años, hemos visto también otro proceso que es decisivo para entender los futuros acontecimientos: la irrupción de la clase obrera y la juventud en la escena política, ganado un protagonismo fundamental en innumerables luchas, huelgas generales, manifestaciones históricas, y desarrollando un nivel de activismo político y social sólo comparable a los que ocurrió en los años setenta del siglo pasado o, remontándonos más en el tiempo, en los años treinta.
El PP y la burguesía pretenden prolongar la legislatura. Un hecho insólito que refleja en primer lugar la debilidad de la burguesía, de sus organizaciones políticas y del Estado. ¿Por qué decimos esto? Porque cualquier movimiento en el sentido de una crisis de gobierno abriría una grieta de consecuencias impredecibles, podría ser la señal para una radicalización aún mayor de la lucha de masas que colocaría al PP contra las cuerdas. Prefieren quemar a todos los ministros, llegar calcinados al final de la legislatura, en una huida hacia adelante, esperando que el ciclo económico cambie.
Por su parte, los dirigentes del PSOE, completamente superados por el movimiento en la calle y siempre tan respetuosos con las leyes del capitalismo, solo piensan en impedir una hecatombe en las próximas elecciones europeas. Pero con su política actual lo tienen muy difícil: su desconexión con las aspiraciones de millones ha llegado muy lejos, su desconfianza hacia la lucha de masas es completa y, obviamente, no tienen la menor intención de forzar elecciones anticipadas. Si algo ha quedado claro en estos años de gobierno del PP, es que la dirección del PSOE no es parte de la solución, sino parte del problema.
Más allá de la propaganda y las mentiras lanzadas a chorro por este gobierno, las perspectivas inmediatas dependen de la situación objetiva del capitalismo, que se ve condicionada por dos grandes factores: la catástrofe económica y la dinámica explosiva de la lucha de clases. El PP y la burguesía no se preparan para la recuperación económica, la reducción del desempleo y la estabilidad política. Todo lo contrario, se preparan para aplicar más recortes, (tal como le exige la UE), acentuar la represión contra las libertades democráticas, y atacar los salarios, los empleos y los servicios públicos.

Levantar una alternativa revolucionaria

Las elecciones europeas son un acontecimiento más que hay que utilizar para fortalecer esta rebelión social. Una rebelión que ha desbordado la política de pacto social, y pone en entredicho la actuación lamentable de las cúpulas de CCOO y UGT. Pero sobre todo, que refleja el tremendo avance de la conciencia política de la clase obrera y la juventud.
En este contexto, Izquierda Unida tiene una gran oportunidad y una gran responsabilidad. Millones de jóvenes y trabajadores que participan activamente en la movilización ven en Izquierda Unida un vehículo para luchar contra el sistema y desalojar al PP del gobierno. Votar a IU en las elecciones europeas, en las municipales y en las generales, es importante, pero no es suficiente. La tarea es levantar una IU de masas con ideas claras y una estrategia basada en la fuerza que la clase trabajadora ha demostrado en estos años. Este objetivo exige un programa revolucionario: que luche por la anulación de todos los desahucios y por la expropiación de las viviendas en manos de la gran banca para ponerlas en alquiler social. Que se ponga al frente de la movilización contra la contrarreforma franquista de la enseñanza (LOMCE) y la privatización de la sanidad. Que pelee por la continuidad de las huelgas generales hasta derrotar al PP. Que no acepte la lógica del sistema y defienda la nacionalización, sin indemnización y bajo el control democrático de los trabajadores, del sector financiero y de los grandes monopolios (bancos, eléctricas, transportes, telecomunicaciones…). Que frente a la Europa del capital luche por la Federación Socialista de Europa.
Los trabajadores y jóvenes de El Militante que defendemos las ideas del marxismo revolucionario en los sindicatos de clase, en el movimiento estudiantil y en las mareas, en Izquierda Unida, pensamos que este es el objetivo más importante: transformar la rebelión social en organización consciente para luchar por el socialismo.


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