¡Por una vida libre de opresión, invisibilización y desigualdad!

La opresión sufrida por el colectivo trans, sistemática y brutal bajo el sistema capitalista, ha sido ocultada conscientemente por los defensores de la moral y el orden establecido. Incluso ahora, cuando existe una sensibilidad social creciente para defender los derechos trans, se escuchan barbaridades tránsfobas provenientes de la derecha más reaccionaria y, lamentablemente, también de sectores del feminismo acomodado e institucional.

Desde Libres y Combativas, Izquierda Revolucionaria y el Sindicato de Estudiantes queremos dejar clara nuestra postura y manifestar nuestro compromiso incondicional con las aspiraciones de nuestras hermanas y hermanos trans en su lucha incansable. A pesar de todos los obstáculos, prejuicios y golpes que han recibido por el camino nunca han desfallecido. ¡No debemos tolerar que esta discriminación tan despreciable se prolongue un día más!

Una historia de marginación y opresión

Que la situación de exclusión social y sufrimiento a la que son sometidas las personas trans sea mucho más conocida hoy, e incluso reconocida por organismos e instituciones internacionales o Gobiernos de diferentes países, responde a una lucha imparable llena de tesón y entrega.

El poder político, económico y religioso que moldea la opinión pública de amplios sectores sociales, logró meter en un pozo de rechazo y marginalidad a las personas trans levantando un muro de mentiras y manipulación mediante ideas falsas y acientíficas. Una situación deplorable que, al calor de propuestas para reconocer sus derechos, vuelven a aflorar con una cascada de insultos y descalificaciones tránsfobas con las que se pretende generar todo el ruido posible y ocultar un sufrimiento legalmente consentido que afecta a más de 25 millones de personas en el mundo.

El ser humano es diverso, igual que la naturaleza de la que formamos parte, y no hay nada malo ni anormal en ello. Los informes científicos señalan que entre el 0,3 y el 0,5% de la población mundial no se siente identificada con el género que se le ha asignado al nacer en función de la apariencia de sus órganos genitales, lo que no es ninguna enfermedad o degeneración. Y, sin embargo, ¿cuántas veces hemos oído que las personas trans son hombres encerrados en el cuerpo de una mujer o viceversa, y que necesitan de una operación para poder reconciliarse con su cuerpo?

Esta visión estrecha y patologizante de lo que es la realidad trans ha imperado durante demasiado tiempo, incluso entre sectores que no tienen ningún ánimo tránsfobo. Como los testimonios vitales de miles de personas trans han puesto de manifiesto, muchas de ellas quieren operarse, pero otras no; unas se hormonan y otras lo rechazan, pero todas son trans no porque lo hayan elegido sino porque objetivamente lo son.

Igual que el resto de sus familiares, de sus amigos y amigas, o compañeros y compañeras de trabajo, son personas perfectamente sanas pero su condición trans, que no debería representar ningún problema, bajo este sistema se convierte en sinónimo de discriminación, de exclusión y conduce a padecer una violencia extrema.

“El sufrimiento psicológico que puede tener una persona trans no es inherente a su condición de persona trans, sino al rechazo social que siente por expresar su identidad y que esta no resulte acorde, según las categorías inflexibles que tenemos, según cómo las personas nos leen en función de nuestros cuerpos”. Son declaraciones de María José Hinojosa, psicóloga que realiza acompañamiento a personas trans desde hace 20 años.

Esas “categorías inflexibles” de las que habla son las que impone en la sociedad la ideología de la clase dominante, marcadas por su doble moral, por su modelo hipócrita de familia tradicional, por el reaccionario legado de la Iglesia, por la opresión de la mujer… Un ideario que a día de hoy sigue clamando contra el derecho al aborto, que señala a los gays y lesbianas como enfermos, o califica la lucha feminista como una “dictadura de género”. Todo lo que no encaja en su esquema clasista y desborda sus retrógradas reglas debe estar proscrito, prohibido o responde a “una enfermedad”.

Las dificultades que arrastran las personas trans a la hora de encontrar un trabajo o integrarse en su entorno escolar o laboral siguen siendo enormes. La tasa de desempleo que sufre el colectivo es del 90% en México; somos el segundo país de todo el mundo con más transfeminicidios, después de Brasil; mientras que la lacra de la prostitución —una de las formas más horribles y degradantes de violencia machista— se ha convertido para 6 de cada 10 personas trans en el único medio para sobrevivir, según Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales Transexuales e Intersex (ILGA).  

A todos estos datos hay que sumar la amenaza del suicidio, que en este colectivo alcanza niveles trágicos. En EEUU, un estudio realizado recientemente con casi 30.000 personas trans por el National Center for Transgender Equality, concluía que un 40% de ellas había intentado suicidarse, mientras que otra encuesta de la Universidad de Pittsburg señalaba que el 84,8% de los adolescentes transgénero consultados informaron tener pensamientos suicidas, y el 72,5% reconoció haber planeado un intento de suicidio.

Reconocer los derechos de las personas trans no es “borrar a las mujeres” ¡Basta de transfobia envuelta de falso feminismo!

Hoy en día, en algunas partes del mundo, para que una persona trans pueda realizar el cambio registral y ser legalmente reconocida como quien realmente es, tiene antes que haber sido diagnosticada con disforia de género por un psiquiatra y haber recibido tratamiento hormonal durante dos años. La forma en que el Estado y los Gobiernos se comportan es una completa aberración: consideran la transexualidad como una enfermedad discapacitante e imponen una tutela arbitraria a las personas trans como si no tuvieran criterio para saber quiénes son.

El Estado les obliga a medicarse, independientemente de si esa es su voluntad o no, como requisito sine qua non para poder hacer cambios en su registro, por ejemplo, esto es así desde el año 2007 en el Estado Español, pero antes era mucho peor: si querían cambiar su condición legal eran obligados a someterse a una operación quirúrgica.

Concretamente, ¿es mejor o no que la persona trans manifieste su voluntad de ser reconocida como mujer, como hombre o incluso como género neutro, sin que sea sometida al calvario de psiquiatras, hormonas u operaciones a la que se ha visto obligada hasta ahora? Esta es la cuestión a responder.

Desde Libres y Combativas lo decimos alto y claro: queremos ser lo que somos, y las personas trans tienen los mismos derechos que cualquier otra persona. ¿O no es así? Si lo es, entonces ¿a qué viene tanta indignación moral, tanto desatino por parte de sectores del feminismo institucional contra el derecho de las personas trans a manifestar su condición en completa libertad?

Estos sectores lanzan el argumento de que este enfoque “borra a las mujeres y silencia nuestra opresión”. Pero no es así. Nuestra opresión la crea el sistema clasista del capitalismo, la desigualdad orgánica que perpetúa el régimen de libre mercado, y todos aquellos y aquellas que lo sostienen, directa o indirectamente. Intentar descalificar los derechos trans alegando que así se abre la puerta a que cualquier persona pueda declarar esa condición para perpetrar abusos contra las mujeres, es un completo disparate y muestra un enorme desprecio por la opresión que ha sufrido este colectivo.

También argumentan que al defender que no existan tutelas ni condicionantes para que las personas trans puedan ejercer sus derechos, estamos abogando por la “teoría queer”. ¡Qué amalgama más indecente! Desde Libres y Combativas sabemos que la teoría queer es abiertamente reaccionaria, que niega la opresión de género y clase, y lo reduce todo a una cuestión de elección individual al margen de la sociedad capitalista en la que vivimos y todo lo que esto implica. Pero ¿qué tiene que ver la teoría queer con la defensa intransigente de los derechos de las personas trans que han sido maltratadas y marginadas por el Estado, los Gobiernos y los partidos que sostienen el sistema?

Como ya hemos explicado ser trans no es ni una elección, ni un capricho que cambia con las estaciones del año, ni tampoco una exótica teoría universitaria. “La primera paliza que me dio mi padre me la dio con seis años y no me la dio por haberme estudiado la Teoría Queer, sino porque yo expresaba mi identidad como una niña porque es lo que era: una niña. Y las compañeras trans que han sido asesinadas no lo han sido tampoco por estudiar la Teoría Queer”. Así de contundente se expresaba Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación de Trans de Andalucía Sylvia Rivera.

La lógica de estos sectores feministas cuando hablan de hombres que se harán pasar por mujeres para lograr beneficios sexuales, recuerda demasiado a los argumentos injustos y reaccionarios que utiliza la derecha y la extrema derecha. El mito de las “denuncias falsas”, prácticamente inexistentes según las estadísticas oficiales, siempre está en la boca de estos elementos.

Los mensajes que lanzan los ultracatólicos y derechistas para seguir manteniendo a las personas trans privadas de derechos van en la misma línea: “las niñas tienen vagina, los niños tienen pene. Que no te engañen”. La cuestión vuelve a ser concreta ¿defendemos que las personas trans puedan vivir con normalidad o no? Porque de eso es de lo que se trata, de ponernos en el lugar de quién sufre la opresión para combatirla, no de buscar excusas para seguir manteniendo su situación de postración.

Elementos positivos que plantean algunas leyes es que los menores puedan cambiar su sexo en su documentación sin requerir del permiso paterno. Los menores de edad podrían tener reconocido este derecho “cuando sean capaces intelectual y emocionalmente de comprender el alcance de dicha decisión”. Si no, el consentimiento lo darán los padres o los representantes legales, y si los padres no dan su consentimiento el menor contará con un defensor judicial que le represente.

La derecha y algunos sectores del feminismo se escandalizan por esta propuesta. La denominada Confluencia Movimiento Feminista, que agrupa a colectivos con posiciones tránsfobas, subrayaba recientemente en unas declaraciones públicas “el impacto que está teniendo en la infancia y en las escuelas la penetración de la ideología del transgenerista” y cómo “se está empujando a muchos menores a iniciar procesos de transición de cambio de género y de sexo, sin que sean transexuales y con un impacto a presente y a futuro en la salud”.

Estas declaraciones recuerdan asombrosamente a las barbaridades que la derecha o la jerarquía católica esparcen habitualmente contra las personas trans, la homosexualidad y los derechos de las mujeres. Tenemos que decir sinceramente que quién habla así en nombre del feminismo se coloca en la barricada de nuestros opresores.

Lo peor de todo es que la palabrería de este sector sigue insistiendo en tratar la transexualidad como una enfermedad, que ha de ser diagnosticada para que se reconozca, y las personas trans como enfermos que necesitan del Estado, de un juez o de un médico que decida por ellos si pueden o no ser hombre o mujer. Por supuesto, los menores trans que sufren agudamente la discriminación en su entorno más inmediato, no tienen ningún derecho a opinar.

Es increíble que tengamos que escuchar este tipo de ideas a estas alturas, y mucho más increíble que haya mujeres que se declaran feministas que vean un enemigo a batir en el colectivo trans.

¡Hace falta políticas de izquierdas que combatan las causas de nuestra opresión!

La lucha abnegada de la clase trabajadora, del movimiento feminista y de la comunidad sexodiversa ha puesto en cuestión las concepciones reaccionarias de este sistema. Una batalla que en los últimos años se ha transformado en un tsunami, con huelgas generales feministas que han movilizado a millones, y unificado a todos los oprimidos y oprimidas, especialmente a la juventud, en un movimiento que ha entendido cual es la causa última de nuestra opresión: el sistema capitalista y los poderes e instituciones que lo sostienen.

Desde Libres y Combativas apoyamos firmemente todas las medidas que supongan un avance en el reconocimiento de los derechos de las personas trans porque es urgente acabar con la situación de discriminación, violencia y opresión que todavía padecen. Y la lucha es la única forma de lograrlo.

Pero al igual que ocurre con los derechos de las mujeres, reconocerlos en el papel no es suficiente. Supuestamente está prohibido que las mujeres trabajadoras cobremos menos por la misma actividad laboral o que nos despidan por quedarnos embarazadas. También está prohibido el acoso, la violencia y el maltrato. Está prohibido que nos agredan, que nos violen y que nos maten. Pero la realidad es que, a cada hora, a cada minuto, estas prohibiciones no impiden que seamos víctimas de la discriminación salarial, del paro masivo, de la violencia machista más infame, de la justicia patriarcal que protege a nuestros agresores, de los desahucios, de la pobreza y la ausencia de independencia económica.

Esta es la realidad que el Gobierno de AMLO, que se define a sí mismo como defensor y precursor de nuestros derechos, conoce a la perfección. Por eso no podemos extender un cheque blanco sobre propuestas que sobre el papel representa avances evidentes, pero que luego no se traducen en hechos concretos.

Es muy positivo que una persona pueda cambiar su sexo en sus documentos oficiales sin necesidad de pasar por tribunales médicos ni medicarse. Pero una vez hayan hecho ese trámite, ¿en qué cambiará su vida cuando acudan al sector salud totalmente masificada y en condiciones desastrosas para comenzar su proceso de transición? ¿O cuando requieran de atención psicológica que no encontrarán ni en sus centros de estudio públicos ni en la atención primaria, también absolutamente desbordados y carentes de recursos y personal? ¿O cuando no puedan acceder a un puesto de trabajo y se vean arrastrados a la exclusión y la marginalidad?

¿Va el Gobierno a prohibir la violencia extrema que supone la prostitución y a enfrentarse con el millonario negocio de los proxenetas y la “Industria del sexo”? ¿Va a regularizarse a todas las mujeres inmigrantes “ilegales”, principales víctimas de la trata? ¿Van a aprobar un subsidio de desempleo indefinido digno para que no se vean abocados a estas situaciones límites? ¿Van a depurar la policía y el aparato del Estado de reaccionarios que acosan, humillan y maltratan a las personas trans? ¿Van a dejar de entregar millones y millones de pesos a instituciones que educa en la transfobia, el machismo y la homofobia como la Iglesia Católica o Televisa? ¿Van a establecer una asignatura de Educación Sexual Inclusiva y en Libertad como hemos reclamado desde Libres y Combativas y el Sindicato de Estudiantes y que han desoído permanentemente? ¡Porque todas estas cosas son las que el colectivo trans necesita de forma urgente e inaplazable! Llevarlas a cabo sí sería defender en el papel y en los hechos sus derechos.

Desde Libres y Combativas sabemos que solo de esta forma podremos acabar con la desigualdad y la opresión de género y clase que sufrimos las mujeres, el colectivo trans, y el conjunto de los explotados y explotadas. Quienes hemos peleado sin descanso en las calles señalando a las y los culpables de esta situación, los capitalistas y su régimen, no cejaremos en nuestra lucha.

No podemos conformarnos con declaraciones de intenciones, ni tampoco con leyes que se conviertan en papel mojado. Nuestras vidas dependen de ello. Necesitamos una revolución que eche abajo este sistema injusto que solo provoca miseria y sufrimiento para la mayoría, y necesitamos unir las fuerzas de todos y todas los que lo padecemos. Las personas trans, las mujeres, la juventud y el conjunto de la clase trabajadora tenemos el objetivo común de acabar con la desigualdad y la injusticia. Y lo lograremos construyendo una sociedad socialista libre de cualquier tipo de opresión.


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