Desempleo masivo, desplome del consumo y la inversión productiva, deuda pública
Los informes de perspectivas elaborados por los organismos económicos mundiales (FMI, BM, OCDE) muestran una misma línea argumental: lo peor de la crisis ya ha pasado y en 2010 asistiremos al fin de la recesión global, pero...y aquí viene lo mejor, la supuesta recuperación no impedirá tasas masivas de desempleo y la continuidad del hundimiento del consumo doméstico, aplastado por una deuda familiar gigantesca y el paro creciente. La inversión productiva, después de sufrir un descalabro histórico en 2009, apenas se recuperará, y a los índices depresivos en todas las economías desarrolladas les seguirá para 2010 unas previsiones de crecimiento raquíticas: el avance del PIB en economías fuertes como las de EEUU, la UE o Japón se situaría en torno al 1o al 1,5%. ¿Qué tipo de recuperación es ésta?
Todos los gobiernos e instituciones capitalistas reconocen que los nubarrones que se ciernen sobre la esperada recuperación son muy espesos. De hecho, los planes públicos para estimular la economía y el salvamento multimillonario de la banca privada han trasladado el problema a las finanzas públicas, generando una deuda en los estados capitalistas avanzados (esencialmente EEUU, la UE, Japón y China) que no tiene parangón en tiempos de paz y que amenaza la estabilidad, no sólo económica también política, del capitalismo.
Caos capitalista
Los intentos de "regular el mercado" auspiciados por la administración Obama, y secundados con entusiasmo por los líderes socialdemócratas europeos, han fracasado miserablemente. La última reunión del G-20, en Pittsburgh, el pasado mes de septiembre ha puesto las cosas en su sitio. Como señalaba un comentarista que asistió al encuentro: "De Washington a Pittsburgh, con parada en Londres, el trepidante viaje del G-20 se traduce en comunicados cada vez más largos y logros cada vez más cortos". Nada se ha avanzado en el control de los mercados financieros, que siguen funcionando independientemente de los sermones lanzados desde los foros políticos.
En estos meses de quiebra de la producción y despidos masivos, una nueva burbuja especulativa ha hecho aparición impulsada por los fondos de dinero que los estados han proporcionado gratis al sistema bancario. La liquidez monetaria, que además se beneficia de unos tipos de interés fronterizos con el 0%, no se ha orientado a los créditos para la producción, ni al consumo de las familias. ¿Por qué iban los bancos a conceder créditos con un alto riesgo de impagos en un momento en que la actividad económica está deprimida y la inversión productiva sigue disminuyendo? El nuevo "paradigma económico", tan ansiado por los reformistas de todo pelaje, se ha concretado en la utilización indiscriminada del capital público para sanear los números rojos de los bancos privados, para que estos mismos bancos cosechen beneficios fabulosos en el mercado de la deuda pública y para desviar una parte de estos fondos a operaciones especulativas en Bolsa y en los mercados de materias primas. Poner freno a la codicia del capital financiero no se puede hacer con las reglas que dicta el mismo capital financiero.
Las cifras sobre este fiasco político son mayúsculas. Según informaciones proporcionadas por la Oficina de Contralor de Nueva York, 2009 cerrará un año glorioso para la bolsa de Wall Street: las ganancias superarán el récord registrado hace tres años, antes del comienzo de la debacle financiera del país. Las cuatro firmas financieras más grandes de los EEUU (Goldman Sachs, Merrill Lynch, Morgan Stanley y JPMorgan Chase) habían reconocido unas ganancias de 22.500 millones de dólares en los ocho primeros meses de 2009. Estas ganancias no provienen del negocio crediticio, ni de la actividad productiva, sino de operaciones de inversión especulativa que siguen siendo la parte del león de las grandes firmas. De hecho, el mercado bancario dedicado a financiar la compra de casas, la creación de pequeños negocios o créditos al consumo, sigue en una crisis aguda en EEUU. Según The New York Times, hasta septiembre de 2009, 7.000 entidades financieras de este tipo han registrado pérdidas conjuntas de 2.700 millones de dólares. [1]
La aparición de una nueva burbuja especulativa en la Bolsa es una realidad en todo el mundo y también se alimenta por los movimientos de fusiones y concentración de empresas, que son el resultado inevitable de la lucha por los mercados en los periodos recesivos. Recortando costes de producción, despidiendo a miles de trabajadores bien pagados, disminuyendo los salarios y aumentando los ritmos de trabajo y la jornada para el resto, las expectativas de beneficio en bolsa de las empresas fusionadas o con planes al respecto, crecen y se retroalimentan. Un fenómeno que ya vimos en años pasados y que se convirtió en un potente catalizador de la recesión actual. Pero entonces, ¿qué lecciones se están sacando de lo ocurrido?
En un momento de depresión de la producción mundial, los precios de materias primas como el petróleo o de los productos agroalimentarios se mantienen inusitadamente elevados. La razón es obvia: los movimientos especulativos del capital financiero sobre este tipo de mercancías se están disparando. En parte esto explica por qué en toda una serie de países emergentes, que dependen de la exportación de materias primas, la crisis no haya sido tan aguda y se observen síntomas de recuperación antes que en las grandes potencias. [2]
Durante 2009 los fondos de renta fija en EEUU han movido 18 veces más dinero que los de renta variable (254.600 millones frente a sólo 14.500 millones). No obstante, ya hay economistas que prefieren curarse en salud y advierten que esta tendencia podría invertirse: "La exuberancia irracional ha vuelto a los mercados" señaló Joseph Stiglitz, Nobel de economía, en la reunión del FMI en Estambul el pasado mes de octubre. "La bolsa ha subido demasiado alto, demasiado pronto y demasiado rápido" afirmó, en el mismo foro, Nouriel Roubini. La existencia de una gran masa de capital especulativo en los EEUU (según los datos de Investmens Company Institute hay 3,45 billones de dólares en activos monetarios en los EEUU) supone un riesgo latente. Como en el pasado, este capital se orientará en función de las oportunidades de negocio: mientras la inversión en la economía real siga deprimida, el capital especulativo que hoy está en activos de renta fija podría dirigirse a la renta variable si los dividendos en bolsa siguen creciendo. La escalada de la especulación bursátil e inmobiliaria en China durante este año es una advertencia de lo que puede ocurrir.
Una deuda pública histórica
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), la deuda pública de los 30 países más avanzados del mundo alcanzará en promedio en 2010 el 100% de su PIB. Si el objetivo fuera reducir la deuda al 60% para el año 2030, el ajuste fiscal en 2010 debería ser de ocho puntos del PIB. Estamos ante niveles de deuda pública no vistos en tiempos de paz y sólo superados por los registrados con posterioridad a la II Guerra Mundial.
En poco más de un año y medio, los gobiernos capitalistas de EEUU, la UE, China y Japón han comprometido más de 20 billones de dólares de dinero público, casi un tercio del PIB mundial, en una operación desesperada para evitar la quiebra generalizada de la banca mundial y estimular una economía que se ha despeñado por el precipicio. Pero a pesar de esta cantidad millonaria, la actividad privada no se ha recuperado sustancialmente, y los pequeños brotes verdes que se divisaban son en realidad el reflejo primario de mantener el gasto estatal. ¿Cuánto tiempo más se puede mantener esta situación?
El quid de la cuestión estriba precisamente en que la deuda pública de los estados más desarrollados se está haciendo insostenible. Para luchar contra esta metástasis la burguesía ha levantado la bandera de la austeridad, es decir, el recorte salvaje de los gastos sociales (educación, sanidad, subsidios al desempleo...), una nueva oleada de privatizaciones, la reducción de los salarios y nuevas reformas laborales. Éstos serán los frutos de la reactivación económica para millones de trabajadores.
En esta coyuntura es cuando más evidente se revela el carácter parasitario del capital financiero, que no sólo se lucra de las ayudas públicas de rescate sino que hace su agosto financiando la deuda pública que los estados capitalistas están emitiendo por valor de billones de dólares. En el caso del Estado español, el pago de intereses anuales por la deuda pública colocada (más de 20.000 millones) supone ¡la tercera partida de los presupuestos generales del estado! sólo por detrás de las pensiones y las prestaciones por desempleo. En este juego obsceno, la banca española, como la del resto del mundo, obtiene en el mercado crediticio público (Banco Central Europeo, Reserva Federal...) dinero a tasas del 1% (al que hay que descontar el diferencial de inflación) y compra deuda pública al 3% de interés. ¿Es posible un negocio más rentable, una manera más descarnada de succionar los recursos públicos para beneficio de una minoría de especuladores fraudulentos?
Estos datos, y todos los demás, confirman la auténtica dictadura del capital financiero que soportamos. Nadie, salvo los capitalistas y sus defensores, puede negar que expropiar la banca bajo el control democrático de los trabajadores y sus organizaciones es una necesidad de primer orden. ¿Cómo si no se puede enfrentar una salida a la crisis en beneficio de la mayoría de la población? No es posible sentar las bases de un nuevo modelo productivo para satisfacer las necesidades sociales sin arrancar a la burguesía financiera el control de la economía real ¿Y cómo se puede lograr esto sin derrocar el capitalismo, sin una lucha revolucionaria consecuente y hasta las últimas consecuencias por la transformación socialista de la sociedad?
La política es economía concentrada. El poder político depende del poder económico y como la historia se ha encargado de confirmar una y otra vez, y esta recesión lo ha subrayado con trazo grueso. Los gobiernos de todo el mundo no dejan de actuar como meros comités ejecutivos que velan por la defensa de los intereses de la clase capitalista. Se han postrado y arrodillado ante los pies de la gran plutocracia económica, y no se han desviado ni una coma del guión que les han dictado.
La debacle griega y el futuro de la UE
El intento de evitar la catástrofe general ha llevado a una situación de emergencia, donde la posibilidad del impago de la deuda de algunos países se está haciendo cada día más real. Las advertencias en estas últimas semanas son muy claras: la tempestad financiera desatada por la amenaza de suspensión de pagos de Dubai World provocó el pánico en los mercados durante unos días y recordó que la burbuja especulativa todavía amenaza al sector bancario. [3] Pero ha sido la entrada en barrena de Grecia, cuya deuda soberana ha caído al mismo nivel de riesgo que los bonos basura tras hacerse público un déficit presupuestario y una deuda pública del 12,7% y 114% del PIB respectivamente, lo que ha desatado todas las alarmas. ¡La deuda y el déficit griego son el doble de lo reconocido por el anterior gobierno!
La situación en Grecia ha reabierto el debate sobre el futuro de la UE. Como señalamos los marxistas, la integración económica de Europa llegó mucho más lejos de lo previsible gracias al crecimiento de la economía mundial y a la fuerte presión que suponía para las burguesías decisivas del viejo continente la competencia de los EEUU y las economías asiáticas. En un periodo de ascenso las contradicciones de economías divergentes y con desarrollos muy desiguales se podían atemperar, pues todas salían beneficiadas de la integración. La verdadera prueba llegaría con la recesión y eso es a lo que estamos asistiendo. Las divisiones en la UE sobre las medidas a adoptar y la continuidad o no de los planes de estímulo; el volumen de las ayudas desembolsadas para salvar las finanzas de las economías del Este de Europa y de los países bálticos en una situación realmente calamitosa; el hecho de que los límites impuestos por el Tratado de Maastricht hayan saltado en pedazos, y la percepción de que el UE es sinónimo de ataques a los gastos sociales y contrarreformas sociales; todo ello, está amenazando el futuro de la Unión.
La idea de una Unión de Europa sobre bases capitalistas es una utopía reaccionaria, y ahora, en el marco de una recesión brutal, las costuras del acuerdo están saltando por sus eslabones más débiles. ¿No podría ocurrir algo semejante a lo que ha pasado en Grecia en el Estado español, en Portugal o Irlanda? La agencia de calificación Moody's ha situado al Estado español a la cabeza de las economías avanzadas con mayores riesgos financieros en esta década. ¿Cuál sería el futuro desarrollo de la UE si los recursos comunes tienen que dedicarse a rescatar de la bancarrota a alguno de estos países? ¿Cuál sería la actitud de la burguesía británica, francesa o alemana, afectadas también por una crisis profunda de sus economías? Si nos basamos no en los hechos objetivos sino en la propaganda oficial, el riesgo no existe. Pero no son pocos los economistas burgueses que afirman lo contrario, y sus credenciales en ningún caso son sospechosas de marxismo.
Una perspectiva de crecimiento muy débil y desempleo masivo, como el que todos los gobiernos y organismos prevén, no son el mejor escenario para que los planes de reducción de la deuda pública en los próximos años sean realmente eficaces. La caída de los ingresos fiscales del Estado y las presiones al alza sobre el gasto público serán muy fuertes. Si la orientación que se adopta de forma generalizada es la retirada de los planes de estímulo para que la deuda no crezca más, el efecto que se puede producir es una nueva recaída. Nadie se atreve a negar rotundamente esta posibilidad. El problema en cualquier caso es real y muestra el callejón en que se encuentran los gobiernos capitalistas. Además, el coste de financiar esta deuda se va a hacer cada vez mayor: según estudios del FMI, el pago de los intereses de la deuda para los países avanzados consumió el 1,9% de su PIB en 2007, pero alcanzará el 3,5% en 2014.
Hay motivos serios para pensar que la recuperación tan cacareada podría sufrir un traspié importante y dar paso a una nueva fase recesiva. La anhelada recuperación depende del apoyo estatal. Es el caso de la precaria reactivación de la demanda mundial, sostenida por los planes de estímulo del gobierno chino y de los EEUU (los cálculos oficiales hablan de que los recortes de impuestos, los subsidios a la compra de automóviles o la inversión en obra pública han sumado más del 2% del PIB mundial). Por otra parte, el saneamiento de los bancos mundiales todavía no ha terminado. El FMI calcula que todavía quedan por registrar 3,5 billones de dólares de pérdidas en la banca mundial hasta final de 2010; pero la cantidad puede ser muy superior y seguir lastrando la recuperación. La posibilidad de que la recuperación deje paso a una nueva bajada a los infiernos con la retirada de las ayudas estatales -es decir, que la crisis se desarrolle en forma de U o de W- no es el criterio caprichoso de economistas desmoralizados y contagiados de pesimismo, sino una posibilidad real. Todas estas hipótesis, que obviamente pueden sufrir variaciones, hay que ligarlas a la más importante: los efectos de esta política de ajuste duro y de austeridad en la lucha de clases. La reacción de la clase trabajadora es una variable fundamental en las perspectivas.
La recesión puede continuar
El carácter profundo de la depresión económica, que ahora se intenta minimizar, también explica las dificultades para salir del pantano. Según algunos estudiosos de la historia económica, la comparación entre la recesión actual y el crack de 1929 es relevante. Los datos que han recopilado los profesores de Economía, Barry Eichengreen (Universidad de Berkeley, California) y Kevin H. O'Rourke (Trinity College, Dublín), señalan que la producción industrial, los mercados bursátiles y el comercio mundial cayeron en este último año y medio con más fuerza que en los inicios de la Gran Depresión, y sólo desde el pasado verano los indicadores han empezado a mejorar muy levemente.
Los organismos internacionales hablan de que la producción industrial podría remontar en este año, pero hay que insistir en que el estímulo público no puede determinar decisivamente la orientación general de la economía. La clave sigue siendo la inversión de capital privado, que está por los suelos, y el crecimiento de la demanda interna, del consumo privado, que supone la parte del león del PIB en los países avanzados. A fin de cuentas, el consumo de las familias estadounidenses aporta más del 15% del PIB mundial, pero su alto grado de endeudamiento unido al fantasma muy real del desempleo, dificulta muy seriamente las perspectivas de recuperación.
En términos generales hay que retroceder a la Segunda Guerra Mundial para encontrar una caída del PIB de los países industrializados tan importante (-3,5% en 2009). Exactamente igual se puede decir del desempleo, aunque en este caso las referencias hay que tomarlas directamente de la depresión de los años treinta: las economías de la OCDE (las 30 naciones más industrializadas) alcanzarán los 60 millones de desempleados, casi el doble que al inicio de la crisis.
La perspectivas para Europa son, en el mejor de los casos, de una continuidad del estancamiento económico en Francia y Alemania, pero la profundidad de la crisis se mantendrá en Gran Bretaña, que ha experimentado una caída de la producción superior a la que registró en 1931 y donde se prevé una cifra cercana a los cuatro millones de desempleados para 2010. La situación en Italia, en el Estado español, en Grecia o Portugal es mucho peor. Por eso, la posibilidad de un escenario general semejante al vivido en Japón en las dos últimas décadas es una hipótesis que se maneja abiertamente en muchos foros económicos. [4]
En cuanto a las perspectivas para los EEUU, de la euforia inicial de hace unos meses se ha pasado a un ambiente de frustración y pesimismo. La dislocación de sus finanzas públicas ha colocado al gigante norteamericano con un déficit presupuestario y una deuda pública por encima del 10% y del 80% del PIB respectivamente. La polarización social y política en el país, fruto de un crecimiento de la desigualdad sin precedentes desde el crack del 29, ha determinado los últimos acontecimientos políticos, especialmente la victoria de Obama y también su rápida pérdida de popularidad. De igual manera, las incursiones militares en Iraq y en Afganistán se están resolviendo con una derrota sin paliativos, que muestra los límites que el imperialismo enfrenta para imponer su dominio. El hecho de que la revolución socialista se continúe desarrollando en América Latina, se fortalezca el gobierno de Evo Morales en Bolivia, la oposición pro burguesa siga derrotada en Venezuela y el imperialismo haya tenido que recurrir a movimientos de fuerza en Colombia, reforzando su presencia con nuevas bases militares en el país, y al golpe de Estado en Honduras, son muy indicativos de las dificultades del imperialismo para, haga lo que haga, avanzar en una situación de mayor estabilización del escenario mundial.
La burguesía estadounidense se encuentra en un aprieto. Aunque según el gobierno Obama la recesión quedó atrás, la recuperación no está siendo tan fuerte como se afirmó en el mes de noviembre. La economía creció en el tercer trimestre a un ritmo del 0,7% del PIB, dos décimas menos que en la primera estimación. El factor que más contribuyó a esta revisión a la baja fue el estancamiento del consumo: el gasto de las familias creció entre julio y septiembre de 2009 a una tasa anualizada del 2,9%, medio punto menos de lo estimado. [5] Unas cifras que se explican por el alto endeudamiento familiar y el crecimiento brutal del desempleo que llegó en octubre a su nivel más alto en más de 26 años (el 10,2%). La recesión ha eliminado 8,2 millones de puestos de trabajo desde diciembre del 2007 hasta alcanzar la histórica cifra de 15,7 millones de desempleados.
Junto al crecimiento del desempleo, la inversión empresarial cayó un 4,1% en el tercer trimestre, otro síntoma evidente de la fragilidad de la reactivación. El Fondo de Garantía de Depósitos (FDIC, por sus siglas en inglés) elevó a 552 las entidades financieras con serios problemas de liquidez que pueden acabar siendo intervenidas, un 33% más que hace tres meses, lo que se sumaría a los 124 bancos quebrados hasta septiembre de 2009. Todo esto es lo que se ha podido conseguir tras dos años de inyecciones de dinero público para rescatar el sistema financiero del colapso y estimular la demanda.
La burguesía norteamericana necesita salir de la crisis lo más rápidamente posible y es muy difícil hacerlo basándose únicamente en la fuerza de su mercado interno. Por eso mismo recurren al mercado mundial y al crecimiento de sus exportaciones. Utilizan la depreciación del dólar como ariete (dejándolo caer un 20% desde diciembre de 2008), y levantan medidas arancelarias para proteger su mercado doméstico de las exportaciones chinas y asiáticas, animando la escalada de proteccionismo que tendrá consecuencias desastrosas en los próximos años. Pero con esta orientación liberan fuerzas contradictorias, que se pueden volver como un boomerang sobre ellos. Para empezar la burocracia china, reconvertida en la nueva clase capitalista del país, no está dispuesta a seguir los dictados del imperialismo norteamericano como si se tratase de un buen vasallo, y tiene sus propios planes para el futuro.
Una lucha feroz por los mercados. La nueva correlación de fuerzas mundial
En este panorama la lucha interimperialista por el mercado mundial se hace más brutal y alimenta nuevas contradicciones. Sin duda, una de las consecuencias políticas de mayor alcance que puede provocar este punto de inflexión histórico es la aparición de una nueva correlación de fuerzas internacional. Éste sería uno de los hechos más trascendentales de la historia mundial, veinte años después de la caída de los regímenes estalinistas de la URSS y Europa del Este.
No obstante, hay que ser cuidadosos a la hora de abordar esta discusión. Es un error afirmar, como se hace muy a la ligera en determinados análisis, que la supremacía política y económica de los EEUU está amenazada a corto plazo. El imperialismo estadounidense sigue conservando un músculo económico y militar que ninguna otra potencia puede, por el momento, desafiar frontalmente. Un músculo construido a lo largo del siglo XX, tras la Primera y la Segunda Guerra mundiales, cuando desplazó definitivamente del liderazgo económico y político a Gran Bretaña, o lo que es lo mismo al viejo continente europeo, y se aseguró el control decisivo de las finanzas mundiales a través del dólar y del sistema nacido con Bretton Woods en 1944.
A pesar de lo anterior, no es posible obviar que la escalada del enfrentamiento entre el imperialismo norteamericano con el gobierno chino es la prueba de los cambios de fondo que se están operando en las relaciones internacionales: estamos ante una lucha prolongada por el dominio de sectores estratégicos del mercado mundial que tendrá consecuencias políticas de primer orden. China se convertirá en 2010 en la segunda potencia exportadora del mundo, y en muchos aspectos ya es una potencia económica de primer orden con la que hay que contar.
Dejando clara su posición al respecto, los responsables del gobierno chino han dicho no a las exigencias de Obama de revaluar el yuan, tal como exigió el presidente estadounidense en la visita que realizó a Pekín en noviembre. El gobierno de Wen Jiabao también está moviendo todos sus hilos para evitar que las exportaciones norteamericanas afecten a sus mercados naturales en Asia, y ha presionado duramente a los bancos centrales de Corea del Sur, Malasia, Tailandia, Filipinas y Hong Kong, para que compren dólares -o activos denominados en dólares- para frenar una mayor devaluación del dólar. Wen ha encontrado mucha receptividad en estos países, muy interesados también en seguir exportando a todo el mundo, incluido claro está EEUU.
Lógicamente, el gobierno norteamericano no pretende el hundimiento del dólar. Eso sería trágico precisamente en un momento en que la financiación externa de la deuda pública estadounidense es decisiva para el mantenimiento de su economía, y necesita que su moneda siga siendo considerada como un valor seguro. Tampoco es lo mejor desde el punto de vista de los intereses de los grandes inversores y del resto de las potencias imperialistas, pues el dólar está presente en el 86% de las transacciones diarias de divisas en los mercados financieros internacionales, y casi dos terceras partes de las reservas de los bancos centrales del mundo están denominadas en dólares. Lo que pretende Obama y el capital norteamericano es presionar lo suficiente para poder aumentar su parte de la tarta en el mercado mundial, que disminuyó sensiblemente en el periodo de auge de la década de los noventa y del dos mil. Ahora éste es un lujo que la burguesía estadounidense no se puede permitir.
La volatilidad del mercado de divisas es un síntoma más de la incertidumbre de la recuperación. Los continuos vaivenes en los cambios no son una señal de estabilidad. Incluso el final del año 2009 registró una recuperación importante del dólar después de que aparecieran los datos sobre la deuda en Grecia, el Estado español e Irlanda. A pesar de todo, es evidente que el dólar se muestra para muchos especuladores como un refugio más atractivo que el euro.
En cualquier caso una cosa es cierta: se está librando una batalla sorda, pero muy intensa, en torno al mercado de divisas y la razón no es otra que la profundidad de la recesión y las estrategias para salir de ella. De esta forma se ponen de relieve a su vez los intereses contradictorios de las grandes potencias. En un artículo reciente de Robert Fisk titulado La agonía del dólar, se describía la forma que está adquiriendo el enfrentamiento: "En una ilustración gráfica del nuevo orden mundial, los países árabes están promoviendo reuniones secretas con China, Rusia y Francia para que dejen de utilizar la divisa estadounidense en el comercio del petróleo (...) y crear una cesta de divisas que incluya el yen japonés, el yuan chino, el euro, el oro y una nueva moneda unificada prevista para los países del Consejo de Cooperación del Golfo: Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Kuwait y Qatar.
"Estados Unidos, que aunque sabe de las reuniones no conoce los detalles, se prepara para enfrentarse a esa conspiración internacional que incluye a sus fieles aliados (hasta ahora) Japón y los países árabes del Golfo (...) un inquietante augurio de una peligrosa guerra económica entre Estados Unidos y China por el petróleo de Oriente Medio (lo que convertiría, una vez más, los conflictos de la región en una batalla por la supremacía mundial). China consume más petróleo que Estados Unidos debido a que el crecimiento de éste es menos dependiente de la energía (...) China importa el 60% de su petróleo. La mayor parte de Oriente Medio y Rusia. Tiene concesiones petroleras en Iraq -bloqueadas por Estados Unidos hasta este año-. Y desde 2008 tiene un acuerdo de 8.000 millones de dólares con Irán para el refinado de petróleo y la explotación de gas. Además tiene acuerdos petroleros con Sudán (donde ha sustituido intereses estadounidenses) y ha negociado concesiones de petróleo con Libia, donde todos los contratos se realizan mediante la constitución de empresas conjuntas..."
Los signos de que el enfrentamiento de los imperialistas norteamericanos con China puede recrudecerse son visibles. No sólo se trata de Oriente Medio. Se trata también de África, donde las inversiones chinas han crecido exponencialmente en sectores estratégicos de materias primas y energía; o de América Latina, donde las compras de empresas y los acuerdos económicos no paran de sucederse con los gobiernos de la zona. Toda esta situación está generando en los EEUU una intensa campaña contra China, no sólo desde los medios republicanos, también es el caso de artículos públicos de insignes demócratas y neokeynesianos fanáticos, como Paul Krugmann que está dedicando sus epítetos más duros a lo que llama la "intransigencia china", y colocando la política del gobierno chino como la mayor amenaza a la estabilidad y la recuperación de la economía mundial. [6]
Las contradicciones llegan también al punto de que muchas de las esperanzas para la recuperación están puestas en China. Por ejemplo, analistas del Deutsche Bank auguran que cerca del 50% del crecimiento mundial en el 2010 provendrá de China (el PIB de China puede avanzar en torno al 8,5% en 2009). Es cierto que los efectos de la recesión mundial en China no han sido tan brutales como se podría pensar en un primer momento. La crisis de sobreproducción que ha afectado de lleno a su economía en sectores exportadores importantes, ha podido ser sorteada parcialmente gracias a los gigantescos planes de inversiones públicas (equivalente a más del 3% del PIB) y de activar el crédito masivo, que ha concluido en la aparición de una nueva burbuja en el sector inmobiliario. Pero el futuro de la economía china está completamente vinculado a la capacidad de las economías fuertes para salir de la recesión.
Lo cierto es que la fuerza exportadora de China no es una buena noticia para el imperialismo norteamericano en tiempos de crisis aguda. El imperialismo norteamericano está presionando a China para que desarrolle su mercado interior, y que los productos americanos puedan llegar con igual intensidad que las mercancías chinas a EEUU. Pero la creación del mercado interior chino a una escala como la que quiere la burguesía estadounidense pasa, irremediablemente, por el acrecentamiento de la posición de China en el mercado mundial, igual que hizo la burguesía estadounidense en el siglo XX. El abultado superávit comercial chino, sus ingentes reservas en dólares (2,3 billones) son su músculo y lo está utilizando tanto en el plano doméstico como en el mercado mundial. No será fácil domar a la burguesía china.
La clase obrera y la crisis
Si nos atenemos a las previsiones de recuperación presentadas por la burguesía internacional, las consecuencias para la clase obrera son de auténtica pesadilla. Los años de austeridad que pronostican los estrategas económicos del capital, como el responsable de política económica de la Comisión Europea, el "socialista" Joaquín Almunia, son una receta acabada para una ofensiva sin cuartel contra los salarios, los derechos laborales y sindicales y las conquistas históricas del movimiento obrero. Hasta el momento, la ofensiva empresarial auspiciada por los gobiernos, ya sean de derechas o socialdemócratas, ha tenido éxito. Pero este éxito ha sido posible gracias al apoyo decidido de los dirigentes reformistas de los sindicatos obreros, convertidos en esta época de decadencia capitalista en auténticos ministros sin cartera.
Los dirigentes socialdemócratas, tanto políticos como sindicales, han servido activamente a los intereses del gran capital rechazando hasta el momento cualquier intento de enfrentar la crisis girando a la izquierda. Por eso la recesión también acentúa la tendencia de los últimos años de pérdida de confianza por parte de millones de trabajadores y de jóvenes en este reformismo sin reformas.
El avance de la ofensiva patronal y el padecimiento de la mayoría de la población es directamente proporcional a la ausencia de movilizaciones unificadas; de una lucha sostenida y contundente por enfrentar esta ofensiva en el plano político con un programa de reivindicaciones socialistas que exija, en primer término, que el dinero público sea utilizado para defender los empleos, los salarios y los servicios sociales, y que defienda, sin temor ninguno, la expropiación de la Banca bajo el control de los trabajadores y sus organizaciones. En una crisis económica de proporciones históricas como la actual, la lucha sindical limitada empresa a empresa es totalmente ineficaz e impotente. La lucha económica se tiene que transformar en una amplia, extensa y contundente lucha política si queremos arrancar conquistas imprescindibles para la vida de millones de familias obreras, pero que entran en contradicción con los fundamentos en que se sustenta el sistema capitalista. Una lucha que debe ser utilizada para aumentar el grado de conciencia y organización de la clase trabajadora y la juventud, y fortalecer las fuerzas que hagan posible la transformación socialista de la sociedad.
En una situación semejante no puede extrañar que el miedo a perder el empleo, el chantaje empresarial para imponer recortes salariales o aumentar la jornada laboral, pueda abrirse camino temporalmente. Pero al mismo tiempo que esta realidad se comprueba día a día en numerosas empresas, la confianza en el futuro del sistema se mina, y el resentimiento entre capas amplias de la clase trabajadora se acumula en las entrañas de la sociedad. Aunque no es un fenómeno homogéneo ni lineal, su proporción es creciente y será más masivo conforme se compruebe que la salida de la crisis no ofrece más que nuevos sacrificios y os y pesares.
A los trabajadores siempre les llueven piedras. Esto es más verdad en las épocas de crisis económicas agudas, cuando además el conjunto de la clase está carente de organizaciones revolucionarias con capacidad de ofrecer una resistencia masiva a estos ataques. Pero esta dura escuela enseñará una lección inolvidable a nuevas generaciones de trabajadores, empezando por la juventud obrera incorporada masivamente a la explotación capitalista en los años de boom y hoy arrojada a la cuneta del desempleo y las deudas agobiantes. Es difícil pronosticar los ritmos en una situación semejante. Pero el camino de la lucha de clases, de la organización y la movilización es el único para defender el nivel de vida de millones de hombres y mujeres de todo el mundo, para defendernos de la catástrofe que vivimos. No cabe duda de que los planes de la burguesía son una receta acabada para la explosión de la movilización de masas, y los síntomas de la tormenta que se está preparando los estamos viviendo ya. La tarea de los marxistas revolucionarios y de los trabajadores avanzados es comprender la dinámica contradictoria de este proceso, sus efectos en las organizaciones tradicionales de los trabajadores. Debemos prepararnos para los futuros acontecimientos ganando posiciones en las organizaciones sindicales y en las empresas, combatiendo la política de la paz social y defendiendo un sindicalismo de clase, democrático y combativo. Pero sobre todo construyendo paso a paso, ladrillo a ladrillo, las fuerzas del marxismo revolucionario. La liberación de la clase obrera depende del éxito en esta tarea. No hay tiempo que perder.
NOTAS
1. Los ricos siguen haciendo grandes negocios en tiempos de crisis. A pesar de todos los comunicados oficiales de la administración Obama en contra de los ingresos "abusivos" de los grandes ejecutivos de las corporaciones financieras, un informe reciente del fiscal general del Estado de Nueva York señala que los nueve bancos estadounidenses que recibieron 125.000 millones de dólares del Programa de Rescate de Activos con Problemas (TARP por sus siglas en inglés), pagaron en 2009 más de 30.000 millones de dólares en bonificaciones a sus ejecutivos. En el caso del Estado español, la oligarquía financiera e industrial se ha puesto las botas. Como señalaba el diario Público en su edición del pasado 28 de diciembre, las diez principales fortunas del país elevaron su patrimonio un 27%. Dueños de grandes compañías, que en su mayoría cotizan en el Ibex 35, disponen hoy de 6.803 millones más en sus participaciones empresariales. Amancio Ortega ha logrado aumentar su participación en Inditex en 4.313 millones, un 37%, hasta los 15.893 millones. Alicia Koplowitz sólo en Morinvest acumula 428 millones, un 11% más. Su hermana, Esther Koplowitz, dueña del 45% de FCC, es un 24% más rica que en 2008. Emilio Botín, presidente del Santander, es el que más ha revalorizado su patrimonio empresarial, un 71% este año, hasta 885 millones. Le sigue la familia Del Pino, dueña del 44,6% del grupo de construcción y servicios Ferrovial que, tras fusionarlo con su filial de autopistas Cintra, ha incrementado el valor de su participación un 48% (2.568 millones)...
2. Pero incluso estos síntomas pueden transformarse en su contrario. En la asamblea anual que el FMI y el Banco Mundial celebraron en Estambul a principios de octubre, el economista jefe del BM, Justin Lin, señaló que los países emergentes afrontan un déficit de financiación de 350.000 millones este año: "Con los déficit fiscales crecientes en los países ricos y el descenso de los flujos de capital a los países en desarrollo, el coste de financiación para los países emergentes se disparará y eso puede reducir su potencial de crecimiento hasta un ritmo de apenas el 2,7%". Pero si la recesión se mantuviera o se profundizara en los próximos meses en los países avanzados, la situación podría ir a peor.
3. Las autoridades de Dubai pidieran una moratoria de seis meses sobre la deuda de este conglomerado semipúblico, estimada en 59.000 millones de dólares.
4. A pesar de que Japón sigue siendo la segunda potencia mundial, que cuenta con uno de los mayores patrimonios financieros del planeta, que su industria es la más automatizada del mundo y con un altísimo valor añadido, la economía nipona sigue sin levantar cabeza. Oficialmente Japón salió de una acusada recesión en el segundo trimestre de 2009 pero los registros de crecimiento de su economía siguen siendo muy modestos: entre julio y septiembre de 2009 sólo un 0,3%, muy lejos del 1,2% que había avanzado en un primer momento el gobierno japonés. En tasa anualizada, el crecimiento fue del 1,3% frente a unas previsiones gubernamentales del 4,8%. No hay que olvidar que estos resultados decepcionantes, como está siendo la tónica en el resto de los países avanzados, se han alcanzado incluso gracias a unos planes de estímulo público que han rozado en dos años el 4% del PIB nipón. El gobierno, lejos de retirar el estímulo estatal, ha vuelto a aprobar un último plan dotado con cerca de 55.000 millones de euros. Mientras los resultados siguen siendo muy tenues, la deuda pública japonesa se acerca ya al 200% del PIB.
5. Un análisis publicado en The Wall Street Journal con datos de la Reserva Federal muestran que el mercado de crédito al consumo se ha reducido en un7%, equivalente a 5.000 millones de dólares desde noviembre de 2007. Los mercados financieros que sostienen las tarjetas de crédito, préstamos para comprar coches e hipotecas no respaldadas por el gobierno son entre un 10% y un 40% más pequeños de lo que eran en la segunda mitad de 2007.
6. Ver el artículo de Paul Krugman titulado Mundo desequilibrado (El País, 22/11/2009).