Los economistas capitalistas han renovado su optimismo en la economía. Después de las grandes caídas de los precios bursátiles del mes de septiembre, en las dos primeras semanas de octubre asistimos a una significativa recuperación en los precios deLos economistas capitalistas han renovado su optimismo en la economía. Después de las grandes caídas de los precios bursátiles del mes de septiembre, en las dos primeras semanas de octubre asistimos a una significativa recuperación en los precios de los mercados financieros mundiales, con una subida del 15%. Por supuesto, las bolsas mundiales todavía están un 15-20% por debajo que hace un año; si esto se mantiene, podríamos tener el tercer año consecutivo de caída. Eso no ha ocurrido nunca desde la Gran Depresión de los años treinta.

Pero reina el optimismo, porque en el tercer trimestre de este año las corporaciones europeas y estadounidenses han anunciado mejores beneficios que los conseguidos durante el tercer trimestre de 2001 y más de lo que esperaban los expertos. Sin embargo, a pesar de la evidencia de las cifras de beneficios de las grandes empresas estadounidenses, el optimismo no está justificado. En primer lugar, en conjunto, el aumento de los beneficios es sólo un 6% más que hace un año, que fue un período de baja rentabilidad para las empresas norteamericanas. En segundo lugar, el crecimiento de los beneficios en el cuarto trimestre puede ser incluso menor. Eso significa que las empresas estadounidenses (y las europeas) tendrán poco margen de recuperación para salir de las profundidades a las que descendieron hace un año. Y eso a pesar de eliminar en EEUU casi 2,2 millones de empleos en el sector privado durante los últimos dieciocho meses.

Así es como han conseguido esta pequeña mejoría de los beneficios, despidiendo trabajadores y frenando la nueva inversión en plantas y tecnología. Los costes de producción se han reducido. Pero apenas han subido las ventas y no hay perspectiva de mejoría.

Pero además está el terrible espectro de la deflación que es mucho más peligrosa para el capitalismo mundial. Si los precios no suben, las empresas no pueden conseguir beneficios sin reducir los costes de producción. Eso significa invertir en nueva tecnología (por sí misma un coste extra) para aumentar la productividad y así bajar los costes por unidad de producción, o bien reducir la fuerza laboral para reducir los costes salariales. Pero reducir la fuerza laboral significa reducir la producción y que los trabajadores tengan menos para gastar en las mercancías y servicios producidos. Si las ventas no suben, los precios tendrán que bajar aún más. Es un círculo vicioso de caída de las ventas, aumento del desempleo y caída de los precios, en otras palabras, una depresión económica.

La presión asiática

Uno de los motores clave de la deflación es China. Este enorme país se ha convertido en una enorme fuerza motriz industrial. Con una mano de obra barata aparentemente inagotable y afluencia importante de capitales extranjeros, la producción industrial y las exportaciones chinas se han disparado. Los precios de fábrica en China están continuamente cayendo y están absorbiendo una parte cada vez más grande del comercio mundial, y en todo tipo de productos. China ha aumentado un 50% su parte de las exportaciones asiáticas en sólo un año. Las exportaciones chinas están presionando a la baja los precios, no sólo para las empresas estadounidenses, también para el resto de las empresas mundiales. Pero no sólo es China. Japón también está extendiendo la deflación a todo el mundo. Hong Kong, Taiwán, Singapur y el resto de Asia está sufriendo la deflación, que obliga a un país tras otro a devaluar su moneda frente al dólar para poder competir en el mercado estadounidense. Esto mantiene el dólar fuerte, justo en un momento en que sería conveniente debilitarlo. Eso añade más presión a las empresas estadounidenses, que deben reducir los costes para mantener la rentabilidad. Si el resto del mundo continúa devaluando su moneda para atraer al consumidor estadounidense, entonces tendremos deflación en EEUU.

La deflación representa una mala noticia para el capitalismo. La carga de la deuda en el sector privado estadounidense está en su nivel más alto desde la Segunda Guerra Mundial. La inflación siempre es buena para el que recibe un préstamo porque éste acaba valiendo mucho menos, en términos reales, después de diez años de inflación, especialmente, si ha utilizado el dinero para comprar una casa donde los precios han subido incluso más rápido que la tasa media de inflación. Por eso a los banqueros (los prestamistas) no les gusta la inflación y demandan una subida de tipos de interés para compensarla.

En el sentido contrario, una deuda se convierte en una carga especialmente onerosa si los precios comienzan a caer, porque en términos reales, esa deuda vale más y al mismo tiempo caen los valores de las viviendas y la tierra. La riqueza familiar se destruye, como ha ocurrido en Japón. A los banqueros les gusta la deflación, pero el resto de la economía la detesta.

Si llega la deflación global, para intentar escapar de la depresión, los países recurrirán a la devaluación de sus monedas y así tomar la delantera a sus rivales. Eso intensificará la deflación. Y la deflación supone que los costes reales de la deuda aumentan y los endeudados quebrarán, intensificando la depresión. Esa es la perspectiva para el capitalismo en uno o dos años.

23 de octubre de 2002


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