No se trata ya del expolio de las materias primas de América Latina o África, el escenario de esta batalla ha trascendido todo tipo de fronteras afectando al conjunto del mercado mundial y las maniobras económicas y militares se multiplican. La negativa de EEUU a reconocer el poderío del capitalismo chino en organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, ha sido respondida desde Pekín con la fundación del Banco Asiático de Inversión e Infraestructuras (BAII). Este puñetazo sobre la mesa ha dado sus frutos. La decadente burguesía europea, asfixiada por su estancamiento económico, se ha sumado al proyecto chino haciendo oídos sordos a las críticas de Washington. A su vez, tras las múltiples guerras regionales en África, Oriente Medio, Ucrania, y la creciente amenaza de estallido de nuevos conflictos armados, es fácil descubrir la implicación de estos dos colosos tras cada uno de los contrincantes en liza.

La desaceleración continúa

A pesar de su innegable músculo industrial y sus ingentes recursos financieros, el régimen chino vuelve a comprobar sus límites. Atrás quedan los buenos tiempos en los que las medidas dictadas por la cúpula del PCCh daban rápidos y buenos resultados. Como en 2008, cuando la inyección de más de 460.000 millones de euros permitió que el PIB recuperara un crecimiento de dos dígitos. Sin embargo, a partir de 2011, la inyección de cientos de miles de millones más no ha dado los mismos frutos. La crisis está dejando una profunda huella, reduciendo el crecimiento un 50% en el período transcurrido entre 2007 y 2014. Las previsiones para este año contemplan incluso el descenso de un nuevo escalón: no llegar al 7%.

Los capitalistas chinos se enfrentan a un problema de difícil resolución. Están al frente de una gigantesca economía cuyo crecimiento depende de que la mitad de la riqueza generada se transforme en inversión productiva, precisamente en un momento en que sus industrias sufren elevadas tasas de sobrecapacidad. Si quieren evitar que su crecimiento se siga ralentizando hasta alcanzar tasas que generen un serio problema de desempleo e incluso estancamiento económico, deben seguir invirtiendo y, sobre todo, encontrar una salida a su producción excedente. En una primera fase, las inversiones en infraestructuras por parte del Estado y el boom de la construcción, permitieron absorber la producción de sectores claves. Carreteras, líneas férreas, millones de nuevas viviendas, aeropuertos y puertos, consumían millones de toneladas de cemento, acero, vidrio, etc., a la vez que generaban millones de empleos. Ello se complementaba con un generoso superávit comercial gracias a los competitivos precios de sus mercancías en el mercado mundial, tanto del sector textil, el juguetero o el de las tecnologías de la comunicación entre otros.

Pero esa fase está quedando atrás, para ser sustituida por una nueva etapa en la que los salarios chinos suben gracias a las luchas obreras, una enorme burbuja inmobiliaria amenaza con estallar y el recurso al crédito y los planes de inversión del gobierno han generado un gran endeudamiento del Estado. China necesita mucho más que materias primas baratas y mantener el primer puesto como exportador mundial de manufacturas. Necesita exportar su crisis de sobreproducción.

‘Vende’ tus problemas a tus vecinos

La industria del acero es paradigmática en este sentido. En sus años de oro, China desarrolló la capacidad de producir el 48% de todo el acero que se fabrica en el mundo. En la actualidad, fuentes oficiales reconocen una sobrecapacidad de 280 millones de toneladas anuales. Son malos tiempos también para el sector del cemento, cuyo carácter estratégico es obvio: en unos cuantos años China ha consumido más cemento que EEUU en todo el siglo XX. En la actualidad, este crecimiento meteórico muestra ya sus límites abiertamente. Tomemos como ejemplo la ciudad de Ordos en Mongolia Interior. Hace una década, el régimen decidió levantarla para albergar a un millón de personas, con sus viviendas, parques, avenidas de seis carriles, centros de ocio... Hoy sólo viven 50.000 personas.

En la medida en que su mercado interno se reduce, el capitalismo chino busca una solución aumentando de forma agresiva sus exportaciones a nuevos mercados. Cuenta para ello con una buena chequera con la que recorre decenas de países en Latinoamérica, África y Asia. En el último año y medio ha acordado inversiones por valor de más de 20.000 millones de dólares en India, ha intercambiado divisas por valor de 24.000 millones de dólares con Rusia —en los momentos más duros de las restricciones de la Unión Europea por el conflicto en Ucrania—, y ha prometido 250.000 millones de dólares en préstamos durante la próxima década en Centro y Sur América, además de firmar decenas de contratos en África. A cambio de construir infraestructuras como carreteras, líneas férreas, puertos, gaseoductos, etc., tendrá un acceso privilegiado al gas ruso, al petróleo de Venezuela y Sudán, a la soja argentina, al pescado de Mauritania, a las maderas mozambiqueñas... Pero hay más, mucho más.

No hay imperialismo progresista

Estos préstamos e inversiones incluyen muchas contrapartidas. En Nigeria, por ejemplo, el préstamo chino por valor de 9.500 millones de dólares para construir una línea férrea obliga a las autoridades nacionales a garantizar que aproximadamente 3.000 millones de gasto en equipamiento se realizarán con empresas chinas. En Argentina, donde gracias a préstamos del gigante asiático se construirán dos reactores nucleares y dos represas hidroeléctricas, las condiciones incluyen facilidades para la contratación de empresas chinas, que tendrán el derecho de importar su legislación laboral a territorio argentino, de contratar mano de obra de nacionalidad china y gozarán de ventajas fiscales. La burguesía australiana también se ha visto obligada a recurrir a la ‘amistad china’. A cambio de anular los aranceles del 90% de las exportaciones australianas que llegan a su país, el régimen chino ha conseguido anular las tasas para sus productos textiles, electrónicos y del sector del automóvil, a la vez que consigue más facilidades para la presencia de empresas chinas en Australia.

También el gobierno de Syriza está empezando a sufrir el imperialismo chino. Se ha hecho público que poco tiempo después de la victoria de la izquierda en Grecia, el régimen chino expresó su preocupación por el programa del nuevo gobierno, especialmente en lo que respecta a dar marcha atrás en las privatizaciones de sectores estratégicos. La burguesía china exige que su participación en la privatización del Puerto de El Pireo, nudo de comunicación estratégico para controlar vías de comunicación que faciliten la exportación de sus mercancías, sea respetada.

No es ninguna exageración afirmar que asistimos a un salto de cantidad en calidad. Por primera vez desde que se inició el proceso de contrarrevolución y restauración capitalista en China, la Inversión Extranjera Directa (IED) en China prácticamente se iguala con la IED de China en el exterior. Por su parte, al imperialismo estadounidense, que en los últimos años ha retrocedido a paso de gigante en su control sobre el mercado mundial, no le queda otro camino que pelear por su supremacía.

Si queremos anticipar las tendencias generales que dominarán el capitalismo en el próximo período, no basta con analizar el desarrollo de cada economía nacional de forma aislada. Necesitamos comprender que todos los países, incluso los más poderosos, están sometidos a la realidad de un mercado mundial en el que se libra una batalla de dimensiones históricas. Partiendo de esta metodología, situando los problemas económicos de China en el contexto mundial, podemos augurar la profundización de la inestabilidad económica, política, social y militar en los próximos años.


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