En junio de 2015, el presidente turco Erdogan tenía encarrilado su proyecto, y al menos el de una parte de la burguesía y del aparato del Estado turco: las relaciones con la Unión Europea iban mejor que nunca, él era un tirano respetable (y por otro lado necesario) con el que se podía llegar a acuerdos; desde 2013 se desarrollaba un “proceso de paz” con la guerrilla kurda del PKK; en la guerra siria, Turquía era la principal puerta de entrada de milicianos, armas y dinero de todas las potencias implicadas, y las milicias islamistas respaldadas por el Estado turco habían conquistado la capital de la provincia de Idlib en marzo; y en las elecciones de junio estaba encima de la mesa la posibilidad de una victoria por mayoría absoluta de su partido (el AKP), lo que le dejaba manos libres para una reforma constitucional de cara a establecer un régimen “presidencialista”, esto es, concentrar el poder en sus manos.
La irrupción en esas elecciones del Partido Democrático de los Pueblos (HDP, la izquierda prokurda), con un histórico 13% de los votos, privó a Erdogan de su mayoría absoluta. Al igual que dos años antes, con el maravilloso levantamiento de la Plaza Taksim, las masas volvían a irrumpir, esta vez a través de las elecciones, para hacer frente a las tendencias dictatoriales de Erdogan. El presidente turco y su camarilla no aceptaron este resultado. Como buen candidato a Bonaparte, Erdogan ha mostrado en estos meses un rasgo característico: mayor decisión que sus oponentes. Pocas semanas después dieron por rotas las negociaciones con el PKK y proclamaron su adhesión a la guerra contra el “terrorismo”, en teoría contra el Estado Islámico pero, como se ha visto en otras ocasiones, eso no era más que una excusa para declarar la guerra a los kurdos. Como denunciamos en su momento y se ha visto con el paso de los meses, el objetivo era crear una situación excepcional para acabar ilegalizando al HDP y conquistar la mayoría parlamentaria por eliminación del adversario.
La represión contra los kurdos y el golpe de Estado
El ejército fue desplegado en el Kurdistán turco. Artillería, tanques, aviación… una guerra en toda regla dentro de Turquía que en pocos meses arrasó ciudades enteras como Diyarbakir o Cizre (ésta ha sido llamada la Grozni kurda), con una violencia sin precedentes en la historia de este conflicto.
En estos meses han muerto más de 2.000 personas en el sureste kurdo del país. Más de 7.500 miembros del HDP han sido detenidos; unos 2.500 permanecen encarcelados, entre ellos se encuentran sus dos copresidentes, Figen Yüksekdag y Selahattin Demirtas, cerca de 200 alcaldes y concejales y cientos de dirigentes locales. Asimismo, 56 de sus 59 diputados han sido despojados de su inmunidad parlamentaria y se enfrentan a 510 procesos judiciales. En una vuelta de tuerca, el Estado turco ha intervenido al menos 24 alcaldías del HDP, dirigidas ahora directamente por funcionarios del Ministerio del Interior.
Tras la guerra contra los kurdos, la intervención rusa en Siria y los reveses que empiezan a sufrir los islamistas respaldados por Ankara, las tensiones con la UE por el acuerdo de la vergüenza sobre los refugiados y las negociaciones para un futuro ingreso…, el 15 de julio de 2016 un sector del aparato del Estado intentó derrocar a Erdogan. Éste volvió a demostrar más decisión que sus oponentes y devolvió el golpe multiplicado, iniciando una gigantesca purga, que aún hoy dura, consolidando sus posiciones en el aparato del Estado.
Después, ha extendido la purga para eliminar a cualquiera que pueda suponer un obstáculo en su camino a la dictadura presidencial, y el HDP está de nuevo en el centro de la diana. Más de 120.000 personas han sido despedidas o suspendidas desde entonces; decenas de miles están en prisión preventiva a la espera de juicio, la mayoría sin relación con el golpe; periódicos y publicaciones han sido clausurados y conocidos periodistas opositores están encarcelados; cientos de asociaciones de todo tipo han sido cerradas. Simplemente, cualquiera que se manifieste en contra de Erdogan es partidario del golpe y resulta detenido.
Presidencialismo no, dictadura
La reforma constitucional es la única vía de la camarilla gobernante para garantizar un gobierno “fuerte”, sin ataduras y sin oposición. Tienen motivos para la preocupación. Turquía está en crisis económica: el turismo ha caída en picado fruto de la guerra y los atentados, hay un agotamiento de las reservas de divisas y la lira turca está en caída libre (se ha desplomado un 17% frente al dólar en 2016). Y tras estos 18 meses, se añaden las consecuencias que tendría perder la presidencia, empezando por responder por la guerra, la represión, las detenciones ilegales…
El 9 de enero se ha iniciado la tramitación parlamentaria de la reforma con vistas a un régimen “presidencialista”, eufemismo que esconde un golpe de Estado legal por el que desaparecerá el cargo de primer ministro y el presidente controlará en la práctica todas las áreas de gobierno: ejecutiva, legislativa y judicial. Una dictadura en toda regla que además le permitiría mantenerse en el cargo hasta 2029.
Para lograr este objetivo, Erdogan ha emprendido una auténtica huida hacia delante, utilizando sistemáticamente el sectarismo y el chovinismo, espoleando los prejuicios más reaccionarios. Se han multiplicado las agresiones homófobas, racistas, antikurdas, contra activistas de la izquierda…, todo ello jaleado constantemente por los medios de comunicación del régimen, la abrumadora mayoría tras la purga. Ha desatado un movimiento que ha adquirido una dinámica propia, del que ya no se puede bajar y que le empuja a seguir adelante.
Por ahora, parece que Erdogan reúne los votos suficientes para convocar un referéndum sobre la reforma, que podría celebrarse a mediados de abril. Se ha ganado el apoyo de la extrema derecha del MHP y por otro lado ya hay 12 diputados encarcelados del HDP. Para muchos analistas, en el referéndum podría ser clave la profundidad de la caída de la economía. Si algo demuestra la experiencia reciente, es que el aprendiz de sultán no se va a detener ante nada.
Se puede vencer a Erdogan
Aunque a primera vista lo único que se ve en Turquía es una pesadilla reaccionaria, hay bases para derrotar al tirano. Precisamente, la actitud del gobierno de no tolerar ningún foco de protesta es porque cualquier chispa podría incendiarlo todo. En noviembre pasado, tras cinco días de multitudinarias manifestaciones, el gobierno tuvo que retirar una ley que perdonaba abusos sexuales a menores si el agresor se casaba con la víctima.
Cada movilización lleva implícito el convertirse en un nuevo levantamiento como el de la Plaza Taksim. Cada una de estas luchas, cada obstáculo en el camino de Erdogan y su camarilla, debe unirse en un movimiento de masas para derrocarlos.
El régimen no teme al terrorismo. Al contrario, lo ha utilizado en los últimos años para fortalecer el aparato del Estado, la represión y para utilizar la cuestión nacional en su beneficio. Es más necesaria que nunca la unidad de los trabajadores, de la juventud, de la izquierda, frente a la represión, el terror y la guerra.
En esa tarea, el HDP tiene una responsabilidad. Como demostraron las elecciones de hace 18 meses, cuando fueron capaces de aunar las aspiraciones del pueblo kurdo, los movimientos sociales, las reivindicaciones obreras…, se puede conquistar el apoyo de las masas. A condición de ofrecer un programa consecuente, demostrar determinación de llegar hasta el final y confianza sólo en nuestras propias fuerzas, en la clase obrera y los oprimidos.