Pedro Sánchez arrolló en las primarias del PSOE. Con una participación histórica — casi el 80% de los militantes registrados han votado— obtiene más de 74.000 votos (el 50%) frente a la candidata de la Gestora golpista, Susana Díaz, que se queda muy atrás con 59.041 y el 40%, mientras que Patxi López logra 14.571 y un 10%. El triunfo de Pedro Sánchez es una buena noticia para la lucha de clases, para los trabajadores y para toda la izquierda que lucha. Su victoria es la mayor derrota interna del felipismo y de toda esa casta de barones territoriales que dieron un golpe de estado el pasado 1 de octubre, destituyéndolo de la Secretaria General. Pero, sobre todo, este puñetazo en la mesa de la militancia pone en cuestión la estrategia que la burguesía ha llevado a cabo para asegurar la gobernabilidad capitalista en el Estado español.
La abstención de los diputados socialistas en el Parlamento, decisiva para que Mariano Rajoy se instalara en la Moncloa y conformar de facto un gobierno de unidad nacional, ha sido repudiada por los afiliados y afiliadas del partido. Después de un resultado que pocos esperaban, en los cuarteles generales de la clase dominante la pregunta es ¿qué hacer? Muchos apuestan ya por la escisión del PSOE.
Una derrota humillante para la Gestora y la burguesía
Los datos de la votación representan una derrota humillante para la Gestora y los barones territoriales que con tanta saña han atacado a Pedro Sánchez en estos meses. Sánchez gana en todos los territorios con la excepción de Andalucía, donde se impone Díaz, y en Gipuzkoa y Bizkaia dónde Patxi López se alza con la victoria.
Sánchez supera a Díaz en diez puntos y 15.000 votos, lo que supone que los 6.500 avales que Susana Díaz le sacó de ventaja no se han correspondido con el voto real. La baronesa ha obtenido mil votos menos que avales y Sánchez ha crecido en 20.000 apoyos. Pedro Sánchez ha sido vencedor en 36 provincias, mientras Susana Díaz tan sólo ha logrado imponerse en 12: todas las andaluzas además de Ávila, Badajoz, Cuenca y Huesca. Por territorios, Pedro Sánchez ha arrasado en Cataluña (82,4%), en Baleares (71%), Cantabria (70,5%) y Navarra (70,1%). Además, ha obtenido el 65,7% en Galicia, en Valencia el 63,3%, y en La Rioja el 60,9%, mientras en Madrid consigue el 49,5%. Susana Díaz sólo logra retener Andalucía, con un 63,19% de los votos, pero Sánchez no baja del 31%.
En todos los territorios de los barones y presidentes autonómicos hostiles a Sánchez — Javier Fernández (jefe del Ejecutivo de Asturias y presidente de la Gestora), Javier Lambán (Aragón), Ximo Puig (Comunidad Valenciana), Guillermo Fernández Vara (Extremadura) y Emiliano García-Page (Castilla-La Mancha)— Sánchez cosecha una victoria inapelable. Es también significativo que Susana Díaz se lleve el mayor golpe en Catalunya, Euskal Herria y Galiza. Su campaña y la de individuos como Fernández Vara, haciendo gala de un nacionalismo españolista repugnante, ha sido rechazada con fuerza.
El éxito de Sánchez es un varapalo sin contemplaciones a un aparato del partido que ha sido incapaz de convencer a la militancia, a pesar de todas las presiones y coacciones que se han sucedido en estas semanas. Desde Felipe González, pasando por José Luís Rodríguez Zapatero, Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Bono, Javier Solana… todas las viejas glorias y los barones que han llevado al PSOE a su mayor crisis no han escatimado insultos y descalificaciones contra Pedro Sánchez. “Cáncer del PSOE”, “submarino de Podemos”, “ariete de los independentistas contra la unidad de España”, “responsable de las mayores derrotas electorales”… todos los medios, todas las infamias que ya se utilizaron para destituirle se han reproducido hasta la saciedad. Pero, la ofensiva se ha transformado en su contrario.
Al igual que pasó en el Congreso de Podemos en el mes de febrero pasado, conocido como Vistalegre II, la apuesta de la clase dominante y de sus voceros mediáticos ha sido contestada con una descarga eléctrica. Si la derrota de Iñigo Errejón fue un golpe sonoro contra el intento de domesticar definitivamente a Podemos y hacerlo entrar por el aro de la respetabilidad, es decir, del servilismo con los intereses de los capitalistas, el fracaso de Susana Díaz es un golpe mucho mayor.
El PSOE ha sido una columna vertebral del régimen del 78, encabezando gobiernos que han hecho posible reconvertir todo el aparato productivo español de acuerdo con los intereses estratégicos del gran capital. Felipe González se erigió en hombre de confianza de la clase dominante: respaldó todas sus aventuras imperialistas, impulsó contrarreformas laborales, de pensiones y educativas que asfaltaron el camino a las barbaridades que hemos visto acometer al PP en estos años. Felipe González destruyó el tejido industrial público, privatizando a precio de saldo empresas y sectores para hacer de oro a la oligarquía económica de siempre, y destruir cientos de miles de empleos dignos y de calidad. Fue un pionero en la introducción de la precariedad y los bajos salarios. Recurrió al terrorismo de Estado para aplastar a ETA, y aprobó una legislación represiva para combatir los derechos democráticos y las aspiraciones nacionales del pueblo vasco, sentando las bases para diseminar el nacionalismo españolista. Tejió numerosos intereses políticos y privados con la élite, favoreció la corrupción y el trasvase de políticos y ministros socialistas a los Consejos de Administración de las grandes multinacionales y, por encima de todo, se enfrentó con la base socialista más consecuente, propiciando un reguero de expulsiones contra los discrepantes. Felipe, conocido ahora por amasar una fortuna como comisionista, fue el padre indiscutible del giro a la derecha del PSOE en sintonía con Blair y el resto de jefes de la socialdemocracia mundial, algo que la burguesía ha premiado generosamente.
Por estos motivos, la derrota de Susana Díaz es mucho más que un agravio a un aparato arrogante y corrompido. La burguesía había hecho una gran apuesta por controlar firmemente el PSOE y atarlo todavía más a su agenda de recortes y austeridad. Aunque el precio a pagar fue una completa fractura dentro del partido, pensaban que ganarían el órdago y podrían desembarazarse de la oposición interna que representaba Pedro Sánchez. Al final, todos sus planes se han venido abajo. Intentando lo mismo que han hecho en Francia y en Grecia, han provocado una rebelión entre las bases cuyos precedentes históricos hay que buscarlos en el surgimiento de la izquierda socialista liderada por Francisco Largo Caballero a partir de octubre de 1934.
Lecciones de la historia
Esta analogía ha sido utilizada como una amenaza por destacados dirigentes felipistas para pintar un cuadro sombrío de lo que supondría la elección de Pedro Sánchez para la estabilidad del régimen capitalista. Y la analogía, con todas las salvedades que podemos establecer, pues la lucha de clases en el Estado español todavía no ha derivado en una situación prerrevolucionaria, ofrece elementos de comparación que deben ser considerados.
La crisis de la socialdemocracia española forma parte de un proceso general y mundial, causada por su fusión con la clase dominante y su aceptación de las recetas neoliberales, de recortes y austeridad aplicadas por ella en el periodo de boom económico, y recrudecida por la gran recesión iniciada en 2008, pero. La descomposición de la socialdemocracia europea en los años treinta respondía, en términos generales, a factores similares: el colapso económico que comenzó con el crack de 1929, una completa deslegitimación del parlamentarismo burgués, un empobrecimiento continuado de las clases medias, y una polarización política y social que propició un giro brusco a la izquierda de millones de trabajadores y jóvenes, pero también del surgimiento de organizaciones fascistas que se hicieron con una parte importante de la base social y electoral de la derecha tradicional.
En el Estado español el contexto de polarización social y política, de crisis parlamentaria, de deslegitimación de la democracia burguesa y sus instituciones, de explosión de la corrupción anegando al principal partido de la burguesía, de recrudecimiento de la cuestión nacional… muestra rasgos y elementos comunes con la coyuntura que se vivió tras la proclamación de la Segunda República. Por supuesto que también hay diferencias, e importantes, pero lo fundamental es comprender la dinámica de fondo de los acontecimientos. Incluso los protagonistas muestran un desenvolvimiento semejante.
Largo Caballero había sido en su trayectoria política un destacado líder del ala más derechista y reformista del PSOE. Educado en la última etapa política de Pablo Iglesias —cuando el fundador del socialismo español se había decantado firmemente por la colaboración de clases y el “cambio gradual”—, Caballero ocupó todo tipo de responsabilidades en el Partido y en la UGT, colaborando estrechamente con Julián Besteiro, y se opuso activamente a la integración del PSOE en la Tercera Internacional. Su reformismo le llevó incluso a participar en el Consejo de Estado de la dictadura de Primo de Rivera, en un momento en que la principal central sindical del país, la CNT, era perseguida y reprimida brutalmente, y las jóvenes fuerzas del PCE eran sometidas a una dura clandestinidad.
Este mismo Largo Caballero, que fue Ministro de Trabajo en el gobierno de conjunción republicano-socialista tras el 14 de abril de 1931, vivió en primera persona todo el fracaso de la política socialdemócrata que intentaba cuadrar el círculo: llevar a cabo reformas progresivas sin romper con la lógica implacable del capitalismo, lo que a la postre significaba aplicar las mismas recetas capitalistas de siempre y enfrentarse a su base social. Y fue precisamente la radicalización hacia la izquierda de la militancia socialista, harta de engaños y discursos fraudulentos que no cambiaban en nada sus condiciones de vida y alarmada por el avance de la reacción y el fascismo, la que en un momento determinado convenció a Largo Caballero de que tenía que reencontrase con una política socialista consecuente, incluso marxista.
El papel del individuo en la historia es importante, y jamás ha sido menospreciado por los marxistas revolucionarios. Pero los individuos, los líderes políticos, expresan fuerzas sociales en ascenso, acontecimientos que marcan cambios en la situación objetiva. Felipe González, Blair, Crasi, Papandreu y una legión como ellos, reflejaban las derrotas de la clase obrera y la juventud en sus grandes luchas de los años setenta, el boom de la economía capitalista en los años ochenta y, de manera muy destacada, el colapso del estalinismo. Todos esos factores propiciaron un violento giro a la derecha de las organizaciones tradicionales de los trabajadores, de los partidos socialdemócratas y de muchos partidos ex comunistas (estalinistas en realidad), por no hablar de los sindicatos que experimentaron el mismo proceso. Era un fenómeno mundial, que hundía sus raíces en una derrota histórica de la clase obrera, y que propició un repliegue ideológico formidable en la izquierda y la penetración de todo tipo de ideas derechistas.
Pero el topo de la historia no se detuvo. Lo que parecía un triunfo incontestable del capitalismo se convirtió en poco tiempo en su contrario. La sacudida mundial del sistema, precipitada por el hundimiento del mercado financiero y la crisis de sobreproducción iniciada en 2008, ha puesto todo patas arriba. Como en los años treinta, ha provocado una desestabilización política de envergadura, que afecta a las formas de dominación tradicional de la burguesía y pone en jaque a las organizaciones en las que se basó para mantener una estabilidad política perdida irremediablemente.
En el caso del Estado español, el hundimiento del bipartidismo ha sido la consecuencia de de gran recesión económica, que ha dejado un reguero de millones de desempleados, una fractura social sin precedentes, precariedad y empobrecimiento por doquier. Pero lo fundamental es entender que la correlación de fuerzas ha cambiado por completo, que millones de jóvenes, de trabajadores y sectores de las capas medias empobrecidas han girado a la izquierda buscando una salida a una situación insoportable.
Estos cambios en la base material y el avance en el proceso de toma de conciencia de los oprimidos, es lo que explica la crisis de la socialdemocracia tradicional y la irrupción de formaciones como Podemos, de la Francia Insumisa de Melénchon, de Corbyn dentro del laborismo británico, o de Syriza. Y es lo que también explica el triunfo contundente de Pedro Sánchez.
No seremos los marxistas los que infravaloremos o despreciemos lo que ha ocurrido en estas primarias, o el arrojo que ha tenido Pedro Sánchez en mantener el desafío. La actuación de Pedro Sánchez es una ruptura con su pasado más reciente. Pasó de ser un “títere” en manos del aparato a resistir la embestida de Felipe González y de todos estos gerifaltes territoriales arrogantes y vanidosos cuyos méritos son exclusivamente servir a los poderosos. Dimitió, obligado por circunstancias brutales, pero se mantuvo firme en su oposición a entregar el gobierno a Rajoy. No se fue a casa, sino que emprendió una dura batalla, frente a obstáculos muy serios y una oposición mediática estridente que ha hecho todo lo posible para eliminarle. Y apeló a la militancia, se basó en ella, para movilizarla en torno a una idea: volver a recuperar el PSOE como un partido de izquierdas y autónomo del PP. Ha recibido su recompensa. Ahora Pedro Sánchez disfruta de una autoridad entre la base socialista y los votantes el PSOE mucho mayor que ningún otro dirigente del partido, y ha cosechado la simpatía de millones de trabajadores y jóvenes que han votado a Podemos.
Pedro Sánchez debe impulsar un giro real a la izquierda y llegar a un frente único con Unidos Podemos
El editorial de El País del lunes 22 de mayo define perfectamente la hoja de ruta de la burguesía y del sector derechista del PSOE ante el triunfo de Pedro Sánchez: guerra, guerra y guerra. Citamos algunas perlas de esta “proclama” para que quede más claro lo que decimos:
“La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del partido socialista sitúa al PSOE en una de las coyunturas más difíciles de su larga historia. El retorno a la secretaría general de un líder con un legado tan marcado por las derrotas electorales, las divisiones internas y los vaivenes ideológicos no puede sino provocar una profunda preocupación (…) La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos (,,,) Finalmente España ha sufrido también su momento populista. Y lo ha sufrido en el corazón de un partido esencial para la gobernabilidad de nuestro país (…) Lo mismo le ocurrió en los meses pasados al socialismo francés, que se encuentra al borde de la desaparición de la mano del radical Benoît Hamon. Y un desastre parecido se avecina en el laborismo británico, dirigido por el populista Jeremy Corbyn. Sería ilusorio pensar que el PSOE no está en este momento ante un riesgo de la misma naturaleza. En todos los casos, la demagogia —conocida en Podemos o Trump— de los de abajo contra los de arriba se ha impuesto a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón (…) Lamentablemente, el proyecto de Sánchez, en el que no cuenta con nadie que represente el legado de 22 años de Gobierno del PSOE ni ningún poder territorial significativo, aboca al partido a la profundización de una ya gravísima crisis interna…”
En efecto. Pedro Sánchez ya ha entrado con todos los honores en la categoría de enemigo público número uno de El País. Utilizando la técnica de la amalgama, la mentira escupida insistentemente y la infamia más descarada, Sánchez se sitúa en el mismo olimpo de Trump, el Brexit, Pablo Iglesias y Podemos: ¡¡¡Populismo!!! No deja de ser chocante que los veteranos editorialistas de este periódico insistan en decir majaderías a cada momento, pero es un reflejo de la desesperación de aquellos que no hace mucho hacían y deshacían a su antojo y mandaban con poder absoluto. Contrariados a cada paso por una realidad que rompe sus pronósticos, contestados airadamente por el pueblo llano —en este caso por los militantes socialistas “alejados de la verdad, el mérito y la razón”—, las columnas de El País sudan la misma desesperación, y el mismo odio de clase, que sus amos del IBEX 35.
Sí, hay pocas dudas de que la santa alianza de los capitalistas, el aparato derechista y los medios de comunicación del sistema, se lanzarán al cuello a cada oportunidad que tengan para destruir a Pedro Sánchez. Exactamente igual que lo han intentado con Pablo Iglesias, que lo están haciendo con Jeremy Corbyn y con cualquiera que ose desafiarles. Por eso es tan importante en este momento la estrategia que siga Pedro Sánchez.
Las ventajas de llegar a la “unidad” con el aparato felipista sólo existen para un caso: si Sánchez quiere suicidarse y arrojar por la borda todo lo que ha conseguido. No hay posibilidad de reconciliación con los barones territoriales si se quiere aplicar de verdad una política de izquierdas, romper con los recortes y echar al PP del gobierno. Pedro Sánchez debe dejar claro que no va a propiciar ningún acuerdo, que no va a realizar la más mínima concesión a estos sectores. Cualquier gesto hacia ellos sería como ponerse una soga al cuello. Y lo mismo se puede decir del sector de Patxi López que no es más que un caballo de Troya del aparato para neutralizarle, y que como bien señaló Sánchez en la campaña de las primarias, era parte del mismo proyecto de la Gestora golpista.
Sánchez debe apoyarse en la fuerza de la militancia, en el entusiasmo que ha desatado dentro y fuera del partido, para definir claramente sus líneas programáticas, que no pueden ser otras que una oposición completa a la política de recortes y de ataques a nuestros derechos democráticos, y la conformación de una alianza política con Unidos Podemos para desalojar cuanto al PP del gobierno.
La actitud de Susana Díaz y los barones territoriales respecto a la moción de censura presentada por Unidos Podemos ha sido una vergüenza mayúscula. Estos elementos se han colocado sin ningún rubor en la misma barricada que el PP, dejando meridianamente clara su disposición a sostener al gobierno de la corrupción máxima y de los ataques más brutales que ha sufrido la clase obrera en décadas. Por eso es muy importante que Pedro Sánchez manifieste su disposición a apoyar la iniciativa de Unidos Podemos, rectificando su postura, o al menos plantear la posibilidad de negociar una moción conjunta tal como ha propuesto Pablo Echenique. Eso es lo que está esperando la militancia y el conjunto de la izquierda.
La gran movilización de Unidos Podemos del pasado 20 de mayo, con decenas de miles abarrotando la Puerta del Sol, ha sido la mejor prueba de que las condiciones para derribar al PP no se dan en el Parlamento pero si en la calle. Hay que generar el mismo clima de rebelión social que recorrió el Estado español entre 2011 y 2014, recobrando el espíritu del 15M, e impulsando la movilización de masas, incluyendo la huelga general, para forzar la dimisión de Rajoy.
Pedro Sánchez debe entender que no le van a dejar un solo minuto de respiro. Si quiere cumplir sus promesas debe constituir una base de apoyo firme en cada una de las agrupaciones del partido, rompiendo con una cultura política que ha hecho del PSOE una columna vertebral de la estabilidad capitalista. Debe volver a recuperar el programa del socialismo, del auténtico socialismo que no es otra cosa que marxismo. Está por ver si será capaz de recorrer este camino y enfrentarse a un aparato que hará todo lo posible por derrotarle de nuevo, aunque sea a costa de escindir el partido. La primera prueba de fuego será el próximo congreso federal del PSOE en junio.
En cualquier caso lo ocurrido en las primarias del PSOE, igual que en la Puerta del Sol, deja claro que ¡Sí se puede!, que debemos y podemos construir una fuerte organización de la izquierda revolucionaria para transformar la sociedad.
Pedro Sánchez arrolló en las primarias del PSOE. Con una participación histórica — casi el 80% de los militantes registrados han votado— obtiene más de 74.000 votos (el 50%) frente a la candidata de la Gestora golpista, Susana Díaz, que se queda muy atrás con 59.041 y el 40%, mientras que Patxi López logra 14.571 y un 10%. El triunfo de Pedro Sánchez es una buena noticia para la lucha de clases, para los trabajadores y para toda la izquierda que lucha. Su victoria es la mayor derrota interna del felipismo y de toda esa casta de barones territoriales que dieron un golpe de estado el pasado 1 de octubre, destituyéndolo de la Secretaria General. Pero, sobre todo, este puñetazo en la mesa de la militancia pone en cuestión la estrategia que la burguesía ha llevado a cabo para asegurar la gobernabilidad capitalista en el Estado español.
La abstención de los diputados socialistas en el Parlamento, decisiva para que Mariano Rajoy se instalara en la Moncloa y conformar de facto un gobierno de unidad nacional, ha sido repudiada por los afiliados y afiliadas del partido. Después de un resultado que pocos esperaban, en los cuarteles generales de la clase dominante la pregunta es ¿qué hacer? Muchos apuestan ya por la escisión del PSOE.
Una derrota humillante para la Gestora y la burguesía
Los datos de la votación representan una derrota humillante para la Gestora y los barones territoriales que con tanta saña han atacado a Pedro Sánchez en estos meses. Sánchez gana en todos los territorios con la excepción de Andalucía, donde se impone Díaz, y en Gipuzkoa y Bizkaia dónde Patxi López se alza con la victoria.
Sánchez supera a Díaz en diez puntos y 15.000 votos, lo que supone que los 6.500 avales que Susana Díaz le sacó de ventaja no se han correspondido con el voto real. La baronesa ha obtenido mil votos menos que avales y Sánchez ha crecido en 20.000 apoyos. Pedro Sánchez ha sido vencedor en 36 provincias, mientras Susana Díaz tan sólo ha logrado imponerse en 12: todas las andaluzas además de Ávila, Badajoz, Cuenca y Huesca. Por territorios, Pedro Sánchez ha arrasado en Cataluña (82,4%), en Baleares (71%), Cantabria (70,5%) y Navarra (70,1%). Además, ha obtenido el 65,7% en Galicia, en Valencia el 63,3%, y en La Rioja el 60,9%, mientras en Madrid consigue el 49,5%. Susana Díaz sólo logra retener Andalucía, con un 63,19% de los votos, pero Sánchez no baja del 31%.
En todos los territorios de los barones y presidentes autonómicos hostiles a Sánchez — Javier Fernández (jefe del Ejecutivo de Asturias y presidente de la Gestora), Javier Lambán (Aragón), Ximo Puig (Comunidad Valenciana), Guillermo Fernández Vara (Extremadura) y Emiliano García-Page (Castilla-La Mancha)— Sánchez cosecha una victoria inapelable. Es también significativo que Susana Díaz se lleve el mayor golpe en Catalunya, Euskal Herria y Galiza. Su campaña y la de individuos como Fernández Vara, haciendo gala de un nacionalismo españolista repugnante, ha sido rechazada con fuerza.
El éxito de Sánchez es un varapalo sin contemplaciones a un aparato del partido que ha sido incapaz de convencer a la militancia, a pesar de todas las presiones y coacciones que se han sucedido en estas semanas. Desde Felipe González, pasando por José Luís Rodríguez Zapatero, Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Bono, Javier Solana… todas las viejas glorias y los barones que han llevado al PSOE a su mayor crisis no han escatimado insultos y descalificaciones contra Pedro Sánchez. “Cáncer del PSOE”, “submarino de Podemos”, “ariete de los independentistas contra la unidad de España”, “responsable de las mayores derrotas electorales”… todos los medios, todas las infamias que ya se utilizaron para destituirle se han reproducido hasta la saciedad. Pero, la ofensiva se ha transformado en su contrario.
Al igual que pasó en el Congreso de Podemos en el mes de febrero pasado, conocido como Vistalegre II, la apuesta de la clase dominante y de sus voceros mediáticos ha sido contestada con una descarga eléctrica. Si la derrota de Iñigo Errejón fue un golpe sonoro contra el intento de domesticar definitivamente a Podemos y hacerlo entrar por el aro de la respetabilidad, es decir, del servilismo con los intereses de los capitalistas, el fracaso de Susana Díaz es un golpe mucho mayor.
El PSOE ha sido una columna vertebral del régimen del 78, encabezando gobiernos que han hecho posible reconvertir todo el aparato productivo español de acuerdo con los intereses estratégicos del gran capital. Felipe González se erigió en hombre de confianza de la clase dominante: respaldó todas sus aventuras imperialistas, impulsó contrarreformas laborales, de pensiones y educativas que asfaltaron el camino a las barbaridades que hemos visto acometer al PP en estos años. Felipe González destruyó el tejido industrial público, privatizando a precio de saldo empresas y sectores para hacer de oro a la oligarquía económica de siempre, y destruir cientos de miles de empleos dignos y de calidad. Fue un pionero en la introducción de la precariedad y los bajos salarios. Recurrió al terrorismo de Estado para aplastar a ETA, y aprobó una legislación represiva para combatir los derechos democráticos y las aspiraciones nacionales del pueblo vasco, sentando las bases para diseminar el nacionalismo españolista. Tejió numerosos intereses políticos y privados con la élite, favoreció la corrupción y el trasvase de políticos y ministros socialistas a los Consejos de Administración de las grandes multinacionales y, por encima de todo, se enfrentó con la base socialista más consecuente, propiciando un reguero de expulsiones contra los discrepantes. Felipe, conocido ahora por amasar una fortuna como comisionista, fue el padre indiscutible del giro a la derecha del PSOE en sintonía con Blair y el resto de jefes de la socialdemocracia mundial, algo que la burguesía ha premiado generosamente.
Por estos motivos, la derrota de Susana Díaz es mucho más que un agravio a un aparato arrogante y corrompido. La burguesía había hecho una gran apuesta por controlar firmemente el PSOE y atarlo todavía más a su agenda de recortes y austeridad. Aunque el precio a pagar fue una completa fractura dentro del partido, pensaban que ganarían el órdago y podrían desembarazarse de la oposición interna que representaba Pedro Sánchez. Al final, todos sus planes se han venido abajo. Intentando lo mismo que han hecho en Francia y en Grecia, han provocado una rebelión entre las bases cuyos precedentes históricos hay que buscarlos en el surgimiento de la izquierda socialista liderada por Francisco Largo Caballero a partir de octubre de 1934.
Lecciones de la historia
Esta analogía ha sido utilizada como una amenaza por destacados dirigentes felipistas para pintar un cuadro sombrío de lo que supondría la elección de Pedro Sánchez para la estabilidad del régimen capitalista. Y la analogía, con todas las salvedades que podemos establecer, pues la lucha de clases en el Estado español todavía no ha derivado en una situación prerrevolucionaria, ofrece elementos de comparación que deben ser considerados.
La crisis de la socialdemocracia española forma parte de un proceso general y mundial, causada por su fusión con la clase dominante y su aceptación de las recetas neoliberales, de recortes y austeridad aplicadas por ella en el periodo de boom económico, y recrudecida por la gran recesión iniciada en 2008, pero. La descomposición de la socialdemocracia europea en los años treinta respondía, en términos generales, a factores similares: el colapso económico que comenzó con el crack de 1929, una completa deslegitimación del parlamentarismo burgués, un empobrecimiento continuado de las clases medias, y una polarización política y social que propició un giro brusco a la izquierda de millones de trabajadores y jóvenes, pero también del surgimiento de organizaciones fascistas que se hicieron con una parte importante de la base social y electoral de la derecha tradicional.
En el Estado español el contexto de polarización social y política, de crisis parlamentaria, de deslegitimación de la democracia burguesa y sus instituciones, de explosión de la corrupción anegando al principal partido de la burguesía, de recrudecimiento de la cuestión nacional… muestra rasgos y elementos comunes con la coyuntura que se vivió tras la proclamación de la Segunda República. Por supuesto que también hay diferencias, e importantes, pero lo fundamental es comprender la dinámica de fondo de los acontecimientos. Incluso los protagonistas muestran un desenvolvimiento semejante.
Largo Caballero había sido en su trayectoria política un destacado líder del ala más derechista y reformista del PSOE. Educado en la última etapa política de Pablo Iglesias —cuando el fundador del socialismo español se había decantado firmemente por la colaboración de clases y el “cambio gradual”—, Caballero ocupó todo tipo de responsabilidades en el Partido y en la UGT, colaborando estrechamente con Julián Besteiro, y se opuso activamente a la integración del PSOE en la Tercera Internacional. Su reformismo le llevó incluso a participar en el Consejo de Estado de la dictadura de Primo de Rivera, en un momento en que la principal central sindical del país, la CNT, era perseguida y reprimida brutalmente, y las jóvenes fuerzas del PCE eran sometidas a una dura clandestinidad.
Este mismo Largo Caballero, que fue Ministro de Trabajo en el gobierno de conjunción republicano-socialista tras el 14 de abril de 1931, vivió en primera persona todo el fracaso de la política socialdemócrata que intentaba cuadrar el círculo: llevar a cabo reformas progresivas sin romper con la lógica implacable del capitalismo, lo que a la postre significaba aplicar las mismas recetas capitalistas de siempre y enfrentarse a su base social. Y fue precisamente la radicalización hacia la izquierda de la militancia socialista, harta de engaños y discursos fraudulentos que no cambiaban en nada sus condiciones de vida y alarmada por el avance de la reacción y el fascismo, la que en un momento determinado convenció a Largo Caballero de que tenía que reencontrase con una política socialista consecuente, incluso marxista.
El papel del individuo en la historia es importante, y jamás ha sido menospreciado por los marxistas revolucionarios. Pero los individuos, los líderes políticos, expresan fuerzas sociales en ascenso, acontecimientos que marcan cambios en la situación objetiva. Felipe González, Blair, Crasi, Papandreu y una legión como ellos, reflejaban las derrotas de la clase obrera y la juventud en sus grandes luchas de los años setenta, el boom de la economía capitalista en los años ochenta y, de manera muy destacada, el colapso del estalinismo. Todos esos factores propiciaron un violento giro a la derecha de las organizaciones tradicionales de los trabajadores, de los partidos socialdemócratas y de muchos partidos ex comunistas (estalinistas en realidad), por no hablar de los sindicatos que experimentaron el mismo proceso. Era un fenómeno mundial, que hundía sus raíces en una derrota histórica de la clase obrera, y que propició un repliegue ideológico formidable en la izquierda y la penetración de todo tipo de ideas derechistas.
Pero el topo de la historia no se detuvo. Lo que parecía un triunfo incontestable del capitalismo se convirtió en poco tiempo en su contrario. La sacudida mundial del sistema, precipitada por el hundimiento del mercado financiero y la crisis de sobreproducción iniciada en 2008, ha puesto todo patas arriba. Como en los años treinta, ha provocado una desestabilización política de envergadura, que afecta a las formas de dominación tradicional de la burguesía y pone en jaque a las organizaciones en las que se basó para mantener una estabilidad política perdida irremediablemente.
En el caso del Estado español, el hundimiento del bipartidismo ha sido la consecuencia de de gran recesión económica, que ha dejado un reguero de millones de desempleados, una fractura social sin precedentes, precariedad y empobrecimiento por doquier. Pero lo fundamental es entender que la correlación de fuerzas ha cambiado por completo, que millones de jóvenes, de trabajadores y sectores de las capas medias empobrecidas han girado a la izquierda buscando una salida a una situación insoportable.
Estos cambios en la base material y el avance en el proceso de toma de conciencia de los oprimidos, es lo que explica la crisis de la socialdemocracia tradicional y la irrupción de formaciones como Podemos, de la Francia Insumisa de Melénchon, de Corbyn dentro del laborismo británico, o de Syriza. Y es lo que también explica el triunfo contundente de Pedro Sánchez.
No seremos los marxistas los que infravaloremos o despreciemos lo que ha ocurrido en estas primarias, o el arrojo que ha tenido Pedro Sánchez en mantener el desafío. La actuación de Pedro Sánchez es una ruptura con su pasado más reciente. Pasó de ser un “títere” en manos del aparato a resistir la embestida de Felipe González y de todos estos gerifaltes territoriales arrogantes y vanidosos cuyos méritos son exclusivamente servir a los poderosos. Dimitió, obligado por circunstancias brutales, pero se mantuvo firme en su oposición a entregar el gobierno a Rajoy. No se fue a casa, sino que emprendió una dura batalla, frente a obstáculos muy serios y una oposición mediática estridente que ha hecho todo lo posible para eliminarle. Y apeló a la militancia, se basó en ella, para movilizarla en torno a una idea: volver a recuperar el PSOE como un partido de izquierdas y autónomo del PP. Ha recibido su recompensa. Ahora Pedro Sánchez disfruta de una autoridad entre la base socialista y los votantes el PSOE mucho mayor que ningún otro dirigente del partido, y ha cosechado la simpatía de millones de trabajadores y jóvenes que han votado a Podemos.
Pedro Sánchez debe impulsar un giro real a la izquierda y llegar a un frente único con Unidos Podemos
El editorial de El País del lunes 22 de mayo define perfectamente la hoja de ruta de la burguesía y del sector derechista del PSOE ante el triunfo de Pedro Sánchez: guerra, guerra y guerra. Citamos algunas perlas de esta “proclama” para que quede más claro lo que decimos:
“La victoria de Pedro Sánchez en las primarias del partido socialista sitúa al PSOE en una de las coyunturas más difíciles de su larga historia. El retorno a la secretaría general de un líder con un legado tan marcado por las derrotas electorales, las divisiones internas y los vaivenes ideológicos no puede sino provocar una profunda preocupación (…) La propuesta programática y organizativa de Sánchez ha recogido con suma eficacia otras experiencias de nuestro entorno, desde el Brexit hasta el referéndum colombiano o la victoria de Trump, donde la emoción y la indignación ciega se han contrapuesto exitosamente a la razón, los argumentos y el contraste de los hechos (,,,) Finalmente España ha sufrido también su momento populista. Y lo ha sufrido en el corazón de un partido esencial para la gobernabilidad de nuestro país (…) Lo mismo le ocurrió en los meses pasados al socialismo francés, que se encuentra al borde de la desaparición de la mano del radical Benoît Hamon. Y un desastre parecido se avecina en el laborismo británico, dirigido por el populista Jeremy Corbyn. Sería ilusorio pensar que el PSOE no está en este momento ante un riesgo de la misma naturaleza. En todos los casos, la demagogia —conocida en Podemos o Trump— de los de abajo contra los de arriba se ha impuesto a la evidencia de la verdad, los méritos y la razón (…) Lamentablemente, el proyecto de Sánchez, en el que no cuenta con nadie que represente el legado de 22 años de Gobierno del PSOE ni ningún poder territorial significativo, aboca al partido a la profundización de una ya gravísima crisis interna…”
En efecto. Pedro Sánchez ya ha entrado con todos los honores en la categoría de enemigo público número uno de El País. Utilizando la técnica de la amalgama, la mentira escupida insistentemente y la infamia más descarada, Sánchez se sitúa en el mismo olimpo de Trump, el Brexit, Pablo Iglesias y Podemos: ¡¡¡Populismo!!! No deja de ser chocante que los veteranos editorialistas de este periódico insistan en decir majaderías a cada momento, pero es un reflejo de la desesperación de aquellos que no hace mucho hacían y deshacían a su antojo y mandaban con poder absoluto. Contrariados a cada paso por una realidad que rompe sus pronósticos, contestados airadamente por el pueblo llano —en este caso por los militantes socialistas “alejados de la verdad, el mérito y la razón”—, las columnas de El País sudan la misma desesperación, y el mismo odio de clase, que sus amos del IBEX 35.
Sí, hay pocas dudas de que la santa alianza de los capitalistas, el aparato derechista y los medios de comunicación del sistema, se lanzarán al cuello a cada oportunidad que tengan para destruir a Pedro Sánchez. Exactamente igual que lo han intentado con Pablo Iglesias, que lo están haciendo con Jeremy Corbyn y con cualquiera que ose desafiarles. Por eso es tan importante en este momento la estrategia que siga Pedro Sánchez.
Las ventajas de llegar a la “unidad” con el aparato felipista sólo existen para un caso: si Sánchez quiere suicidarse y arrojar por la borda todo lo que ha conseguido. No hay posibilidad de reconciliación con los barones territoriales si se quiere aplicar de verdad una política de izquierdas, romper con los recortes y echar al PP del gobierno. Pedro Sánchez debe dejar claro que no va a propiciar ningún acuerdo, que no va a realizar la más mínima concesión a estos sectores. Cualquier gesto hacia ellos sería como ponerse una soga al cuello. Y lo mismo se puede decir del sector de Patxi López que no es más que un caballo de Troya del aparato para neutralizarle, y que como bien señaló Sánchez en la campaña de las primarias, era parte del mismo proyecto de la Gestora golpista.
Sánchez debe apoyarse en la fuerza de la militancia, en el entusiasmo que ha desatado dentro y fuera del partido, para definir claramente sus líneas programáticas, que no pueden ser otras que una oposición completa a la política de recortes y de ataques a nuestros derechos democráticos, y la conformación de una alianza política con Unidos Podemos para desalojar cuanto al PP del gobierno.
La actitud de Susana Díaz y los barones territoriales respecto a la moción de censura presentada por Unidos Podemos ha sido una vergüenza mayúscula. Estos elementos se han colocado sin ningún rubor en la misma barricada que el PP, dejando meridianamente clara su disposición a sostener al gobierno de la corrupción máxima y de los ataques más brutales que ha sufrido la clase obrera en décadas. Por eso es muy importante que Pedro Sánchez manifieste su disposición a apoyar la iniciativa de Unidos Podemos, rectificando su postura, o al menos plantear la posibilidad de negociar una moción conjunta tal como ha propuesto Pablo Echenique. Eso es lo que está esperando la militancia y el conjunto de la izquierda.
La gran movilización de Unidos Podemos del pasado 20 de mayo, con decenas de miles abarrotando la Puerta del Sol, ha sido la mejor prueba de que las condiciones para derribar al PP no se dan en el Parlamento pero si en la calle. Hay que generar el mismo clima de rebelión social que recorrió el Estado español entre 2011 y 2014, recobrando el espíritu del 15M, e impulsando la movilización de masas, incluyendo la huelga general, para forzar la dimisión de Rajoy.
Pedro Sánchez debe entender que no le van a dejar un solo minuto de respiro. Si quiere cumplir sus promesas debe constituir una base de apoyo firme en cada una de las agrupaciones del partido, rompiendo con una cultura política que ha hecho del PSOE una columna vertebral de la estabilidad capitalista. Debe volver a recuperar el programa del socialismo, del auténtico socialismo que no es otra cosa que marxismo. Está por ver si será capaz de recorrer este camino y enfrentarse a un aparato que hará todo lo posible por derrotarle de nuevo, aunque sea a costa de escindir el partido. La primera prueba de fuego será el próximo congreso federal del PSOE en junio.
En cualquier caso lo ocurrido en las primarias del PSOE, igual que en la Puerta del Sol, deja claro que ¡Sí se puede!, que debemos y podemos construir una fuerte organización de la izquierda revolucionaria para transformar la sociedad.