Si los sindicatos no van a por todas, Macron puede imponer su reforma

Tras más de cuatro meses de intensa lucha, la clase trabajadora y la juventud francesas volvieron a llenar masivamente las calles el pasado 1º de mayo, mostrando de nuevo su completo rechazo a la reforma de las pensiones impuesta por decreto por el Gobierno francés y a toda la política económica y social del presidente Macron.

Pero después de ese día una calma aparente reina en el país. Aunque las huelgas por reivindicaciones salariales continúan en un gran número de empresas, las grandes manifestaciones, donde todas esas luchas convergían y se unificaban en el objetivo común de hacer retroceder al Gobierno y echar abajo el aumento de la edad de jubilación, han desaparecido de las calles. Las ocupaciones de centros de estudio se mantienen, pero la proximidad del fin de curso, unida a acciones de represión selectivas que apuntan a las y los estudiantes más activos, indican que su momento de mayor fuerza empieza a quedar atrás.

El motivo de esta calma social hay que buscarlo en la decisión de las organizaciones sindicales de aplazar la próxima movilización general, la decimotercera desde que empezó esta lucha, hasta el 6 de junio, estableciendo así, a efectos prácticos, una tregua social de cinco semanas.

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La clase trabajadora y la juventud francesas volvieron a llenar masivamente las calles el pasado 1º de mayo, mostrando de nuevo su completo rechazo a la reforma de las pensiones de Macron y a toda su política económica y social. 

¿Qué motivo puede haber para una decisión así? ¿Qué sentido puede tener paralizar la lucha en su momento más álgido, cuando la clase obrera estaba demostrando toda su fuerza, y cuando el siguiente paso para ganar la batalla hubiera sido la convocatoria de una huelga general indefinida militante, en todos los sectores y empresas, con asambleas masivas y ocupaciones, hasta forzar la caída de Macron?

¿Responde esta tregua a un cambio de ánimo en el movimiento de la clase trabajadora, o por el contrario estamos ante una decisión unilateral de unos dirigentes sindicales y de la izquierda que han renunciado a continuar la confrontación con el Estado y la burguesía hasta sus últimas consecuencias?

El levantamiento obrero francés marca un antes y un después en la ola de movilizaciones nacidas a raíz de la gran crisis financiera de 2008 y su desenlace será de la máxima importancia para la clase trabajadora de todo el mundo. Por eso de la respuesta a las preguntas planteadas podremos extraer lecciones de un enorme valor para todos los que luchamos por acabar con el capitalismo.

La cólera de la clase trabajadora sigue viva

Como pudo comprobarse el 1 de mayo, la voluntad de lucha de las trabajadoras y trabajadores y de la juventud francesa no ha disminuido ni un ápice. Las últimas encuestas sobre la reforma de las pensiones así lo demuestran: el 93% de la población activa y el 70% del total de la población la rechazan.

La clase dominante es plenamente consciente de esta realidad. Han sido testigos de como la movilización en las calles ha desbordado la protesta por las pensiones hasta convertirse en un desafío abierto el poder de su Estado y de sus instituciones. Ni los decretos gubernamentales, ni las exhortaciones presidenciales y ni siquiera las decisiones del Consejo Constitucional frenaron la ira de las masas. Un desafío a las instituciones del Estado burgués en el presente contexto de crisis financiera y de agudización de las tensiones interimperialistas, de las que la guerra de Ucrania es solo una muestra, es intolerable para la clase dominante, afecta a sus intereses más vitales, y por ello se ha decidido a dar una batalla decisiva para salirse con la suya y derrotar al movimiento obrero.

La represión policial, con muestras de brutalidad y salvajismo sin precedentes desde hacía tiempo, se reveló inútil para frenar al movimiento. Por el contrario, cuanta más represión más se deslegitimaban las instituciones republicanas a los ojos de inmensas capas de la población. De modo que a la burguesía francesa no le ha quedado más remedio que intentar otra vía para ahogar la movilización: la del mal llamado dialogo social y el acuerdo por arriba con las cúpulas sindicales.

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La represión policial se reveló inútil para frenar al movimiento. Por el contrario, cuanta más represión más se deslegitimaban las instituciones republicanas a los ojos de inmensas capas de la población. 

La dirección de la CGT opta por retroceder

Ante una batalla de este tipo, en la que están en juego intereses vitales de la burguesía, el único camino para que la clase trabajadora triunfe es utilizar todas sus fuerzas: paralizar el país y la vida económica, organizar comités de acción en fábricas, empresas, barrios, universidades y liceos, y coordinar estos organismos para sustituir las instituciones del Estado capitalista, que han vuelto a demostrar que son un mero instrumento de la oligarquía financiera. En definitiva, luchar por el poder obrero y una nueva organización de la sociedad sobre bases socialistas, igualitarias y democráticas.

El levantamiento obrero en Francia ha vuelto a poner en el orden del día la cuestión del poder. Solo los ciegos, voluntarios o involuntarios, y los cínicos se resisten a verlo. Pero la clase dominante en absoluto está aquejada de esta ceguera. El auge de los grupos fascistas violentos que, con la protección de la policía, son cada vez más activos, y el arsenal de legislación represiva del que se están dotando los Estados deberían ser una señal muy clara de alarma. La lucha de clases ha entrado en una fase decisiva.

En el momento clave, cuando más importante es la calidad política de la dirección que está al frente de la batalla, la cúpula de la CGT ha optado por retroceder hacia el terreno fracasado del pacto social. El 10 de mayo la nueva secretaria general de la CGT, Sophie Binet, decidió participar en la reunión del Consejo Económico, Social y Medioambiental, donde, ante lo más selecto del empresariado francés, evitó tratar el tema de las pensiones para, en su lugar, denunciar la obsesión de rentabilidad de las empresas que ¡menuda sorpresa! “tratan las políticas de prevención como si fuesen costes”.

El siguiente paso fue aceptar una reunión con la presidenta del Gobierno, Elisabeth Borne, una decisión que alegró a Bruno le Maire, ministro de Finanzas, que vio en ella una “señal muy positiva”. A esta reunión CGT llevará la demanda de que las ayudas públicas a las empresas francesas (más de 200.000 millones anuales) se condicionen a “criterios sociales precisos”. ¿Cuatro meses de movilización histórica para acabar en esto?

Como era de esperar, la reunión, que tuvo lugar el 17 de mayo, concluyó sin ningún resultado y con Binet quejándose de que no había habido un verdadero “diálogo social”. ¡Pues claro! Si rebajas la presión de la movilización sin haber logrado los objetivos propuestos solo vas a conseguir que el Gobierno endurezca su posición.

Los delegados y militantes de la CGT estuvieron durante los pasados meses a la cabeza de las luchas, obligando a sus dirigentes a llegar mucho más lejos de lo que deseaban. Esta inmensa presión de sus bases se reflejó en su congreso, que tuvo lugar los últimos días de marzo. A pesar de que el congreso se inició con una derrota de la dirección saliente, la burocracia del sindicato recuperó el control y pudo minimizar el peso del ala izquierda en la nueva dirección.

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En el momento clave, cuando más importante es la calidad política de la dirección que está al frente de la batalla, la cúpula de la CGT ha optado por retroceder hacia el terreno fracasado del pacto social.

Y una vez asentados en sus posiciones, los actuales dirigentes han decidido volver a su estrategia de 2016 contra la reforma laboral de Hollande. En aquel momento, ante la inmensa ola de descontento que esa ley generó, la dirección de la CGT esperó a que el cansancio y el desgaste por las huelgas se empezasen a sentir, y entonces, gradualmente y sin dejar de lanzar proclamas radicales y de convocar movilizaciones cada vez más distanciadas en el tiempo, "dejando libertad" a cada sector de cara a evitar la unificación de las huelgas, como ahora, puso a la clase trabajadora ante el hecho consumado de que la reforma ya estaba aprobada y que había que continuar la batalla en los tribunales. La lucha se difuminó, y la reforma entró en vigor sin mayores obstáculos.

La política de la cúpula de la CGT debilita la jornada de movilización del 6 de junio

La clase trabajadora y la juventud están convocados por la CGT y el resto de los sindicatos agrupados en la Intersindical a una nueva jornada de movilizaciones el próximo 6 de junio.

Pero ¿qué podemos esperar de esa jornada cuando estos mismos dirigentes sindicales anuncian que “la lucha sigue al menos hasta el 8 de junio”? ¿Qué puede ocurrir ese día que haga innecesario continuar está batalla?

Pues que el 8 de junio se discute en la Asamblea Nacional una propuesta del grupo parlamentario LIOT (diputados de derecha descolgados de los grandes partidos, diputados corsos y diputados de los Territorios de Ultramar), que ya ha recibido el apoyo de Nupes, para derogar la reforma de las pensiones y de esta manera “evitar que el país se siga desgarrando y alcanzar la paz”.

Ante esta iniciativa, la Intersindical se ha apresurado, en su comunicado de convocatoria de la movilización del día 6, a apoyar esta propuesta y “llaman solemnemente a los diputados a la responsabilidad votándola favorablemente”. Reconvierten así la movilización del 6 de junio en una jornada de apoyo a una iniciativa parlamentaria de un grupo de derecha.

En conclusión, la dirección de la CGT y del resto de los sindicatos han decidido poner toda su confianza en un grupo de diputados liberales y en Los Republicanos (antiguos gaullistas), que representan a la derecha conservadora y reaccionaria, con múltiples puntos de contacto con Le Pen. Como claramente reconoce la secretaria general de CGT, Sophie Binet, “tenemos la ocasión de tener una salida a la crisis por arriba”. ¡Qué despreciable confesión de desconfianza en la clase trabajadora y en su propia base sindical! ¡Prefiere una salida “por arriba” que una salida “por abajo”, apoyándose en la lucha en las calles y en los centros de trabajo y estudio!

Ante este giro es necesario organizar a las bases de la CGT, que apoyan mayoritariamente continuar la batalla, y trazar un plan de lucha combativo contundente. UnitéCGT, la corriente que agrupa al ala izquierda del sindicato, está en las mejores condiciones para hacerlo. En su comunicado del pasado 16 de mayo, UnitéCGT reconoce que “lo que ha faltado hasta ahora es el impulso confederal de la CGT”.

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Ante este giro es necesario organizar a las bases de la CGT, que apoyan mayoritariamente continuar la batalla, y trazar un plan de lucha combativo contundente. 

Pues si ese impulso desde la dirección falta, la tarea urgente es suplirlo mediante la coordinación por la base de todas las secciones, delegados y militantes de CGT que no están dispuestos a renunciar a continuar la lucha. Criticar a la dirección de CGT no es suficiente; ahora es imprescindible construir desde abajo la dirección sindical combativa sin la que el movimiento no podrá hacer frente al desafío de Macron y alcanzar la victoria.

Los dirigentes de la Francia Insumisa apoyan este giro hacia la desmovilización

El activo papel que Jean-Luc Mélenchon y los diputados de LFI jugaron en las primeras semanas del levantamiento obrero francés y su iniciativa de organizar una caja de resistencia para apoyar a los huelguistas fueron recibidos con abierta hostilidad por la dirección de CGT, acostumbrados a contar con el apoyo incondicional de la izquierda parlamentaria.

Sin duda, la enorme presión de la movilización también afectó a la dirección y a los militantes de LFI y ello, unido a la clara posibilidad de incrementar de manera importante su apoyo electoral, empujó a Mélenchon a jugar un papel destacado como impulsor de la movilización y a lanzar proclamas en una línea muy radical, ajena hasta entonces a LFI, impulsando movilizaciones masivas de la juventud, llamando a extender la lucha entre amplios sectores no sindicalizados, y rechazando la farsa parlamentaria.

Sin embargo, el giro de la dirección de CGT hacia la moderación ha sido respondido con una “normalización de relaciones” con LFI, que ha supuesto su abandono de una estrategia de confrontación. El punto central de esta “normalización” es una clara división de tareas, como muy bien explicaba la dirigente de la CGT, Binet: “De la misma manera que creo que los partidos de izquierda no tienen que comentar la estrategia elegida por las organizaciones sindicales para dirigir la lucha, no nos corresponde a nosotros comentar la estrategia elegida para dirigir la lucha en el hemiciclo”. Un planteamiento asumido sin matices por Mélenchon: “Que normalicemos nuestras relaciones, obviamente, estoy de acuerdo, y creo que es una muy buena respuesta. El punto central: cada uno en su rol”.

Esta división del trabajo entre la burocracia sindical y los políticos de la izquierda reformista no es algo nuevo, sino que ha sido la norma en todas las épocas de normalidad capitalista y paz social. Solo en situaciones de grave crisis social, con características prerrevolucionarias, como la que está atravesando Francia, las fronteras artificiales entre la lucha sindical y la lucha política se agrietan y la lucha por mejores condiciones laborales se convierte en una lucha política que puede acabar desembocando en lucha por el poder.

Sin embargo, justo ahora, en un momento crítico de la lucha, no parece que los dirigentes de la LFI estén dispuestos a poner en marcha una estrategia que les enfrente a la burocracia sindical y que plantee la pelea por el socialismo de manera consecuente. En sus últimas declaraciones han levantado la consigna de una Asamblea Constituyente por la VI República. Pero no hablan de República Socialista, sino de un mero Parlamento burgués, eso sí, "más democrático" y con más "control del pueblo".

Realmente compañeros ¿ese es el programa de combate que hoy necesitamos para batir a Macron y la oligarquía? ¿Una "democracia mejor", pero respetando el orden capitalista? ¿Un Parlamento que sea más ágil y representativo, y a cambio no tocar la propiedad privada de los medios de producción, no defender la nacionalización de la banca y los monopolios? Y ese Parlamento ideal ¿depurará el aparato del Estado, acabando con la violencia de las fuerzas policiales y la impunidad de las bandas fascistas?

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Justo ahora, en un momento crítico de la lucha, no parece que los dirigentes de la LFI estén dispuestos a poner en marcha una estrategia que les enfrente a la burocracia sindical y que plantee la pelea por el socialismo de manera consecuente. 

Suena a palabrería hueca esa demanda de una nueva Asamblea Constituyente, suena a coartada para renunciar a la lucha por el socialismo, y a triquiñuela para seguir el camino de la desmovilización y hacer el trabajo más fácil a la burocracia sindical. Con este planteamiento los dirigentes de LFI cometen un grave error en el momento clave de la batalla contra la reforma de las pensiones.

La amenaza de la extrema derecha y el fascismo

La principal justificación que alega Mélenchon para esta reconciliación con la burocracia de la CGT es la amenaza del fascismo. Por supuesto, la unidad de la clase trabajadora y sus fuerzas políticas y sindicales para luchar contra el fascismo es imprescindible y muy positiva, pero siempre y cuando su programa y su estrategia de lucha sean efectivos para combatirlo.

La experiencia enseña que el combate contra el fascismo tiene que basarse en la lucha de clases, en la movilización más masiva y contundente de la clase obrera, levantando organizaciones de autodefensa que den la batalla a los fascistas con la acción política más militante, y que al fascismo solo se le derrota definitivamente cuando se expulsa al basurero de la Historia el sistema social que lo engendra y a la clase dominante que lo utiliza para asegurar sus intereses.

El peligro que supone Le Pen y su Reagrupamiento Nacional para la clase trabajadora y la juventud francesa se acrecienta porque, con la mayor hipocresía, afirman defender los intereses de las clases populares y se han opuesto a la subida de la edad de jubilación. Algunos portavoces de RN ya han anunciado que en la votación del 8 de junio el RN votará a favor de derogar la reforma de Macron. Le Pen, como siempre ha hecho el fascismo, se recubre con un lenguaje demagógico, supuestamente “anticapitalista” y contra las “élites globales” y ahora trata de aprovechar la cólera popular para reforzar sus posiciones, ganar militantes y avanzar electoralmente.

Si tras meses de movilización, tras sufrir la represión, tras sufrir los duros descuentos salariales por la participación en las huelgas, la movilización se para conscientemente por las direcciones sindicales y la reforma de las pensiones sigue su curso, es probable que la desmoralización, a corto plazo, haga mella entre sectores de la clase trabajadora francesa. Ese es precisamente el terreno que Le Pen se prepara para aprovechar.

Para desmontar esta demagogia fascista el único camino viable es endurecer la movilización, romper el pacto social y lanzar un llamamiento enérgico a una huelga general indefinida con ocupación de los lugares de trabajo y estudio, reforzada con la constitución en todo el territorio francés de comités de acción que agrupen a toda la clase trabajadora y la juventud y que empiecen a dar los pasos necesarios para conquistar el control del día a día del país.

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Para desmontar esta demagogia fascista el único camino es endurecer la movilización, romper el pacto social y lanzar un llamamiento enérgico a una huelga general indefinida con ocupación de los lugares de trabajo y estudio. 

La burguesía francesa es plenamente consciente de que se enfrenta a un desafío frontal y actúa en consecuencia. Enfrente tiene a una clase trabajadora y una juventud que han dado una respuesta ejemplar y a la altura de las circunstancias. Pero una dirección revolucionaria no se improvisa, y eso es lo que hace falta en Francia y en todo el mundo.


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