Las elecciones municipales y autonómicas han supuesto una victoria rotunda para la derecha arrojando un resultado devastador para la izquierda parlamentaria y gubernamental. La magnitud de la derrota es tal que, a unas horas de conocerse los resultados, Pedro Sánchez anunciaba que adelantaba las elecciones generales al 23 de julio, disolviendo las Cortes y dando por finiquitado el Gobierno PSOE-UP.
En estos casi cuatro años de coalición entre la socialdemocracia tradicional, Podemos e Izquierda Unida, una experiencia sin precedentes desde 1936, los hechos han hablado: la extrema derecha se ha fortalecido, el partido fundado por Pablo Iglesias está en riesgo de desaparición naufragando en la marginalidad electoral, y millones de trabajadores han sido duramente golpeados en su moral y se encuentran muy desorientados ante la magnitud del desastre. Es hora, por tanto, de explicar seriamente y sin maquillajes propagandísticos las causas que nos han llevado a esta situación y cómo se puede salir de este hoyo.
Las tendencias de fondo explican estos resultados
Al convocar elecciones generales Pedro Sánchez busca minimizar las consecuencias de este tsunami y desviar el foco de atención a una imprescindible movilización electoral que evite la llegada del PP y Vox a La Moncloa. Fuerza también a Yolanda Díaz y Podemos a fraguar un acuerdo a toda pastilla para intentar salvar los muebles. Pero esta decisión también sirve para eliminar de la agenda inmediata cualquier tipo de reflexión crítica que vaya a la raíz del problema. De nuevo el viejo argumento: dejaros de discutir, hay que ser prácticos, todavía estamos a tiempo ¡Unidad para frenar a la derecha que es lo que importa! Pero si los mismos errores que nos han llevado a esta situación se repiten, los resultados serán muy similares.
Hay que pensar sí, porque solo reflexionando y rectificando los errores cometidos se puede rearmar a miles de activistas y establecer una estrategia política que sirva para frenar a la extrema derecha. Estas elecciones han certificado el fin de un ciclo político que se abrió con el 15-M de 2011, y que dio lugar a la mayor oleada de movilizaciones y rebelión social desde la Transición. Una sacudida que puso en cuestión los cimientos del régimen del 78 y del capitalismo, alumbrando a una fuerza política de masas a la izquierda del PSOE que pudo haber “tomado el cielo por asalto”. Pero en lugar de lucha de clases, Pablo Iglesias y sus colaboradores más estrechos optaron por la colaboración de clases, y pensaron que entrando en el Gobierno de la mano del PSOE iban a cambiar, a golpe de BOE, la vida de la gente. La apuesta por la gestión “progresista” del capitalismo ha salido pero que muy mal.
El 28M ha puesto encima de la mesa el profundo desencanto, escepticismo y frustración con el Gobierno de coalición, con su paz social y esa propaganda hueca con la que han encubierto toda la legislatura. Los tímidos, escasos y pobres avances conseguidos en algunos terrenos, como el incremento del SMI o la Ley Trans, no pueden ocultar que los que han salido beneficiados con su gestión gubernamental han sido la patronal y las grandes empresas del IBEX35. Esta es la razón de fondo que ha hecho crecer la abstención entre la juventud y las familias trabajadoras, y ha favorecido la demagogia reaccionaria del PP y Vox. Hablaremos de todo ello más adelante.
Los datos no dejan lugar a dudas. Con una participación muy similar a la de 2019, el PP de Feijóo y Ayuso ganan con holgura las elecciones municipales obteniendo 7.054.887 votos, un 31,53%, lo que supone 1.900.159 votos más que en las elecciones de 2019 (5.154.728 y el 22,62%). Unos resultados a los que hay que sumar el crecimiento espectacular de Vox, que casi duplica sus apoyos y pasa de 812.804 votos (el 3,56%) a 1.608.401 (el 7,19%), y de 530 a 1.695 concejales. En total, y teniendo en cuenta la sangría de Ciudadanos que pierde 1.687.367 votos, el bloque de la reacción alcanza 9.123.111 papeletas, un millón más que en las municipales de 2019.
La derecha barre en prácticamente todas las grandes ciudades, a excepción de las de Catalunya, Euskal Herria y Galicia. El PP logra mayoría absoluta en Madrid, donde Almeida duplica sus sufragios hasta los 729.302, el 44,50%, pero donde también avanza Vox que obtiene 148.658 votos (24.406 más que en 2019) pasando del 7,63% al 9,07%. La derecha en el Ayuntamiento de la capital obtiene el 56,46%, 94.893 votos más que en los anteriores comicios.
La derecha también recupera uno de los pocos “Ayuntamientos del cambio” que aún quedaban, el de Valencia, donde tanto el PP como Vox casi duplican sus resultados: el PP pasa de 84.328 votos (el 21,75%) a 151.482 (el 36,62%), 67.154 más; y Vox de 28.126 (el 7,25%) a 52.695 (el 12,74%), un incremento de 24.569.
En Zaragoza, donde ya gobernaba la derecha, amplía su ventaja contundentemente: Vox duplica sus votos, del 6,15% (20.392 votos) al 12,36% (41.061 votos), y el PP pasa del 21,67% (71.818) al 37,88% (125.751).
El PP humilla al PSOE en las capitales andaluzas, y recupera con mayoría absoluta ciudades hasta ahora gobernadas por la izquierda como Sevilla, Cádiz o Granada, y junto a Vox hace lo mismo en Palma de Mallorca, Logroño, Valladolid, o un feudo de la izquierda como Gijón donde el triunfo de la derecha es abrumador.
En cuanto a los resultados autonómicos, el PP gana prácticamente todas las Comunidades Autónomas en manos de la izquierda: mayoría absoluta en La Rioja, y mayoría junto a Vox en la Comunidad Valenciana, Islas Baleares, Aragón, Cantabria y Extremadura. El PSOE solo conservaría y por muy poco, por un diputado, Asturias y Castilla La Mancha, necesitaría de la derechista Coalición Canaria para continuar gobernando en Canarias. Solo gobernaría cómodamente en Navarra.
En la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso bate sus propias marcas y logra una contundente mayoría absoluta con 1.586.985 votos, el 47,34%, consolidando los avances que ya obtuvo en 2021 a costa de Vox, que pierde 85.455 votos cayendo hasta los 245.215 (330.660 en 2021) y pasando de un 9,13% a un 7,31%.
Ayuso sale muy reforzada como referente del PP a nivel estatal y envalentonada en sus planteamientos ultraderechistas que resultan completamente indiferenciables de Vox. Su discurso conecta con miles de pequeños y medianos empresarios que están haciendo jugosos negocios con el turismo y en el sector servicios a costa de una devaluación salarial y la precariedad laboral más salvaje, y con el giro hacia la extrema derecha de amplios sectores de las capas medias en defensa del orden, la propiedad y el nacionalismo españolista, que tan bien ha cultivado el PSOE en estos años.
Los patéticos intentos de algunos medios de comunicación y tertulianos señalando que estos resultados pueden catapultar a un PP moderado encabezado por Feijóo resultan ridículos. Ayuso, como Vox, representan una tendencia que vemos en todo el mundo, en EEUU con Trump, en Brasil con Bolsonaro, o en Francia o Italia con Le Pen o Meloni. Una tendencia creciente hacia la más oscura reacción, con elementos cada vez más propios del fascismo que, como ocurrió en los años 30, resultan de un contexto de crisis económica aguda, desigualdad imparable y descomposición social, y del estruendoso fracaso de la izquierda reformista convertida en el doctor democrático de un capitalismo depredador e imperialista.
Dura caída del PSOE y catástrofe en Podemos
La sangría que sufre la izquierda gubernamental es muy dura. El PSOE obtiene en las elecciones municipales el 28,12% de los votos (6.291.812) frente al 29,38% de 2019 (6.695.553). Pierde 406.646 y 1,26 puntos, una caída que sin ser dramática le ha llevado a perder feudos tradicionales, y que obviamente ha tenido muy en cuenta Pedro Sánchez a la hora de adelantar elecciones con la mira puesta en que el voto útil de la izquierda se concentre en el PSOE.
Sin duda los resultados más devastadores son para Podemos y sus socios, que quedan fuera del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid, del Ayuntamiento de Valencia y de la Comunitat Valenciana, del Parlamento de Canarias y del de Castilla La Mancha, y obtienen resultados marginales en numerosos consistorios donde antes contaban con una fuerza relevante. Podemos e IU, que iban coaligados en 10 de las 12 Comunidades en que se presentaban, retroceden 49 escaños a 18 en los parlamentos autonómicos y pierden cientos de concejales.
Las candidaturas impulsadas por Podemos, Izquierda Unida, Compromís y Más Madrid, pasan de 2.704.318 votos (10,43%) en 2019, a 1.753.999 (7,78%) en 2023, una caída de 950.000 votos. En total el bloque de la izquierda obtiene 8 millones de votos, 1,3 millones menos que en 2019.
En el caso de Más Madrid los datos son bastante desastrosos, a pesar del optimismo, jolgorio y sonrisas de Rita Maestre y Mónica García. Aunque resiste en la Comunidad, sufre una autentica debacle en el Ayuntamiento donde pierde cerca de la mitad de sus apoyos: de 503.990 votos (30,94%) pasa a 313.205 (19,11%), casi 200.000 papeletas y 12 puntos menos. En el caso del Ayuntamiento de Valencia gobernado por Joan Ribó, y que recupera la derecha, Acord per Guanyar (Compromís) pierde 7.273 votos.
En Barcelona, Ada Colau, unos de los principales apoyos de Yolanda Díaz, queda en tercer lugar con el 19,77% y 24.563 votos menos. Una sonada derrota a manos tanto de la derecha catalanista encabezada por Trías, que obtiene 70.278 votos más y el 22,42%, como del PSC, que pierde 7.013 votos y se queda en el 19,79%. Las diferentes candidaturas de En Comu Podem en Catalunya sufren un importante retroceso.
Estos resultados ponen en evidencia la bancarrota de los “Ayuntamientos del cambio” que fueron incapaces de revertir las políticas capitalistas de la derecha y la socialdemocracia tradicional, manteniendo externalizados y privatizados el grueso de los servicios municipales, abandonando a su suerte a los barrios obreros, apoyando operaciones especulativas y pelotazos inmobiliarios, negándose a construir vivienda pública para acabar con los desahucios y unos alquileres cada vez más impagables, o manteniendo a sus trabajadores en la precariedad. Esta es la política que está detrás de este retroceso, y no la supuesta falta de conciencia de las y los trabajadores.
Los resultados en Catalunya, un territorio decisivo de cara a ganar las generales, arroja también un balance al que hay que prestar atención. Aquí la abstención ha crecido exponencialmente, un 9,26%, y ha supuesto para la izquierda una sangría de 463.073 votos. En contraste, el avance de la derecha, incluso de la derecha españolista, es significativo: Vox quintuplica sus votos y pasa de 36.240 (el 1,03%) a 150.653 (el 5,01%), y de 3 a 124 concejales incluyendo su entrada por primera vez en el Ayuntamiento de Barcelona. Lo mismo ocurre con el PP, que pasa de 161.846 (4,63%) a 247.113 (8,22%), y de 66 a 196 concejales, alzándose con una victoria arrolladora en Badalona, la tercera ciudad de Catalunya y que también contó con un “Ayuntamiento del cambio”, donde el reaccionario y racista de Albiol logra el 55,73%.
Cuando se impone la desmovilización y el escepticismo, cuando se abandona la lucha en las calles por la república como han hecho los dirigentes independentistas y de ERC, y se convierten en un pilar de la estabilidad capitalista al frente de la Generalitat, se crean las condiciones para que la reacción puede avanzar con rapidez. ERC, que ganó las elecciones municipales en 2019, sufre un desplome brutal y pierde ahora el 36% de sus votos (302.274), quedando por debajo tanto del PSC como de Junts.
Solamente en Euskal Herria y Galicia los resultados han sido favorables a la izquierda. EH Bildu pasa del 24,87% de los votos al 29,20%, gana en concejales al PNV, y se convierte en la primera fuerza del Ayuntamiento de Gasteiz y de la izquierda en Iruña. Una situación que responde al clima de conflictividad social que existe en Euskal Herria, con unos sindicatos, LAB y ELA, que confrontan con la patronal, el Gobierno vasco y el estatal, que organizan a la clase trabajadora, y que se basan en la huelga y la movilización en las calles para conquistar derechos y salarios. La lucha se nota, y tiene consecuencias. En el caso de Galicia, la izquierda conserva 5 de las 7 grandes ciudades gracias al ascenso del BNG que obtiene 248.676 votos, 54.311 más que en 2019.
La crisis de Podemos y el futuro de la izquierda ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Solo han pasado nueve años desde la fundación de Podemos y quedan como en un pasado remoto aquellos resultados espectaculares en la europeas de 2014, en las generales de 2015, las victorias en los Ayuntamientos de Madrid, Cádiz, Zaragoza, Barcelona… los triunfos en Euskal Herria y Catalunya, o aquella marcha del cambio en enero de 2015 que convocó a más de medio millón de personas en Madrid.
Podemos se encuentra en una situación crítica que amenaza su viabilidad como organización. Sin embargo, Pablo Iglesias, Belarra y sus máximos dirigentes siguen sin sacar ninguna conclusión de fondo, ni hacen un balance crítico de su responsabilidad política en lo ocurrido. Continúan buscando excusas y echando balones fuera. Ahora, al papel determinante del poder mediático para explicar su derrota, añaden la falta de unidad como el otro factor diferencial. ¿En serio? ¿Esa es la principal explicación de esta debacle?
Miles de activistas y votantes de la izquierda están completamente conmocionados, y muchos se preguntan: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Por qué ha vuelto a arrasar la derecha tras cuatro años de un Gobierno “progresista” y “feminista” que supuestamente ha aplicado políticas sociales? ¿Qué ha ocurrido para que se produzca un vuelco de tal magnitud? ¿Por qué UP ha sido castigado tan duramente estando en el Gobierno? Solo podemos responder a estas preguntas siendo honestos y mirando a la realidad de frente. Y la realidad es muy concreta.
Tras casi cuatro años de Gobierno de coalición, las condiciones de vida de la clase trabajadora no solo no han mejorado sino que han sufrido un duro retroceso. Tal y como hemos venido explicando desde Izquierda Revolucionaria, este Gobierno, en el que Pablo Iglesias y Podemos participaban para obligar al PSOE a hacer políticas de izquierdas, ha hecho justamente lo contrario de lo que predicaba en todos los terrenos.
Obviamente, el PSOE ha incumplido todos y cada uno de los acuerdos que firmó con UP, pero UP ha aceptado esta dinámica condenándose progresivamente a la impotencia y ahora a su posible irrelevancia. Más allá de los discursos y las quejas verbales, los ministros y ministras, y los diputados y diputadas de UP han terminado por aceptar y ser cómplices de cada una de las decisiones adoptadas en el Gobierno.
Para entender esto, para entender la enorme frustración y rabia que recorre a la clase obrera, únicamente hay que acudir a los últimos informes de Caritas, donde se denuncia el enorme crecimiento de la pobreza y la desigualdad en el Estado español durante los últimos cuatro años, con un 31,5% de familias viviendo en “una asfixia económica permanente”. Una desigualdad que al mismo tiempo ha sido el dorado de la patronal y los grandes empresarios, cuyas ganancias alcanzan mes a mes nuevos récords. Mientras el margen empresarial ha crecido entre 2021 y 2022 un 58%, la remuneración por asalariado apenas lo ha hecho un 3,4%. Pero para el secretario general del PCE, Enrique Santiago, parece que esto merece el elogio: “nunca ha habido una transferencia de recursos del Estado tan grande a las empresas privadas como la que ha llevado adelante este Gobierno" señaló hace unos meses. Coincidimos. Es cierto. Y si es así, ¿por qué se extrañan de haya una creciente desafección de la clase obrera con este Gobierno? ¿Es que acaso no tiene esto un peso decisivo?
La realidad que vive día a día la clase obrera no es la que cuentan en sus mítines Ada Colau, Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Alberto Garzón, Mónica García o Irene Montero, sino la de la precariedad laboral y los salarios de miseria. La cotidianidad que sufrimos es la de una sanidad y educación públicas devastadas no solo en Madrid sino en Catalunya, Asturias, Canarias o Valencia… Millones padecemos las consecuencias prácticas de la no derogación de la reforma laboral, sufrimos la represión policial que ampara la Ley Mordaza del PP, que tampoco ha sido derogada. Vemos con asombro que un Gobierno de “izquierdas” se humille ante Washington y el imperialismo otanista, envíe armas a un Gobierno nazi como el de Zelenski, decida abandonar vergonzosamente al pueblo Saharaui, o mantenga una política racista en materia de inmigración que lleva a perpetrar una masacre como la de Melilla y luego a justificarla y encubrirla.
¿Acaso se creen los dirigentes de Podemos que somos niños a los que se puede camelar con bonitas palabras? La Ley de Vivienda que han esgrimido como un gran logro es un fraude colosal, como han denunciado la PAH y el Sindicato de Inquilinas, y es papel mojado en un contexto donde los precios de los alquileres siguen disparados. Lo mismo sucede con ese engendro del que nadie habla ya, el Ingreso Mínimo Vital, un montaje incapaz de enfrentar la pobreza y la marginalidad que ha sido un rotundo fiasco. O la gestión de Alberto Garzón al frente del Ministerio de Consumo, incapaz de hacer nada por combatir y movilizar contra la escalada de precios de los alimentos y productos básicos que imponen los monopolios agroalimentarios con el beneplácito del Gobierno ¡Porque así es el libre mercado! O los elogios a la política de pacto social con la patronal de los dirigentes de CCOO y UGT, sobre la que se ha levantado una arquitectura de retrocesos en derechos laborales y salarios, y que ha servido para empoderar a los empresarios y llenarles los bolsillos. Podíamos seguir, la lista en inmensa.
La apuesta, en los hechos, de la izquierda gubernamental y de los dirigentes de CCOO y UGT manda un mensaje muy claro: ¡Nada de lucha colectiva, nada de combatir en las calles, nada de organizarse! ¡Búscate la vida y trata de sobrevivir! Con este mensaje, que le viene como anillo al dedo a la derecha ayusista y a Vox, es inevitable que la clase obrera se desmovilice, como hemos visto en los barrios obreros de las grandes ciudades como Madrid o Barcelona, con caídas de la participación de hasta 8 puntos en Puente de Vallecas y 6 puntos en Nou Barris.
El discurso del Gobierno, de Podemos y de la izquierda parlamentaria se ha convertido en un mar de propaganda y de mentiras, ¡sí, hay que decirlo!, desconectado de la realidad de millones de familias obreras.
Esta es la política fracasada que está detrás de la humillante derrota sufrida, y de la grave crisis existencial que sacude a Podemos.
Como señalamos en declaraciones anteriores, la campaña de los medios de comunicación capitalistas a favor de Sumar tenía un claro objetivo: ayudar a enterrar definitivamente a Podemos, y sobre todo, enterrar lo que representó: el 15-M, la lucha en las calles, la determinación de millones para acabar con el régimen del 78 y con el capitalismo. Pero hay que decir honestamente que en esta tarea, los dirigentes de Podemos se bastan ellos solos. Sus errores estratégicos, su cretinismo parlamentario, su abandono del marxismo y de la lucha de clases, su mimetización con la socialdemocracia, su afán por convertir el partido en una mera maquinaria electoral, todo ello, está detrás del desastre actual.
Es duro decirlo, pero es la verdad. Ahora habrá acuerdo sí, burocrático, por arriba, y Podemos tendrá que aceptar lo que le toque. Una unidad para sobrevivir, no para luchar, rectificar y levantar una alternativa de combate.
La culpa la tiene la falta de unidad y, por supuesto, el poder mediático. Pero la campaña de hostigamiento de los medios de comunicación del gran capital contra Podemos fue brutal desde el principio, y eso no impidió que en 2015 obtuvieran unos resultados extraordinarios, sobrepasando junto a IU al PSOE y ganando los Ayuntamientos de las principales ciudades de todo el Estado, incluida Madrid y Barcelona. Unos “Ayuntamientos del cambio” recordemos, que llegaron a gobernar la vida municipal de casi diez millones de personas.
De nuevo Pablo Iglesias, unos de los máximos responsables ideológicos de esta debacle, evita asumir cualquier responsabilidad. Ninguna autocrítica, ningún balance serio sobre su presencia en el Gobierno, y ninguna mención a recuperar la lucha, a volver a llenar las calles, a organizar una resistencia seria desde abajo contra la amenaza de la reacción y la ultraderecha. Nos tiene acostumbrados. Lo hizo en la noche electoral del 4 de mayo de 2021 cuando decidió abandonar y nombró a dedo a Yolanda Díaz. Puede seguir dando sus opiniones en la SER o en la BASE, pero la derrota de Podemos es el fracaso de la política posibilista y cortoplacista de Pablo Iglesias. Y decimos esto porque los amigos de verdad siempre dicen lo que piensan honestamente.
Aquellos que ahora claman contra la clase trabajadora, que la acusan de no tener conciencia, entre los que se encuentran estos dirigentes, olvidan rápidamente el impresionante movimiento de masas que vivió el Estado español: las marchas de la dignidad, las huelgas generales, las mareas en defensa de la sanidad y la educación públicas, el levantamiento del pueblo de Catalunya, las grandes huelgas feministas, las impresionantes manifestaciones pensionistas… Un movimiento de masas que les aupó con millones de votos, ¡pero para cambiar las cosas! Y sin embargo ellos solos decidieron renunciar a continuar la batalla en las calles, renunciaron a organizar a la clase trabajadora en un partido militante, de combate y con un programa revolucionario para hacer avanzar la conciencia de clase, y renunciaron a romper con una lógica capitalista que les ha condenado a la completa impotencia y a administrar la miseria.
No somos sectarios, es más, hemos sido criticados innumerables veces por las sectas por apoyar críticamente en las urnas a Podemos, por negarnos a defender la abstención o el voto nulo, una posición completamente alejada del marxismo y el leninismo consecuente. Por eso tenemos el derecho para señalar que esta estrepitosa derrota es la constatación del fracaso del Gobierno de coalición, y especialmente del fracaso de esa política “realista” de los dirigentes de Podemos con la que pretendían frenar a la extrema derecha y obligar al PSOE a girar a la izquierda.
Hay que levantar una izquierda combativa y revolucionaria
Como hemos señalado siempre desde Izquierda Revolucionaria no se puede acabar con las lacras que padece nuestra sociedad sin acabar con el capitalismo, y no se puede acabar con el capitalismo sin primar la lucha en las calles, en las fábricas y empresas, en los centros de estudio y barrios, y la organización consciente de la clase trabajadora y la juventud defendiendo un programa de transformación socialista.
Es una completa utopía, y además reaccionaria, pretender modificar la correlación de fuerzas entre las clases a través de la actividad parlamentaria, en un parlamento burgués controlado por la banca y los grandes monopolios, o en el aparato del Estado, dominado por franquistas y reaccionarios, y pretender hacerlo moviendo fichas en el CGPJ mediante acuerdos espurios, o enfrentar el poder de los medios de comunicación montando un podcast o una cadena de televisión. Esta estrategia, que renuncia a la lucha de clases consciente, que renuncia a organizar un partido revolucionario militante, ha demostrado su completa bancarrota. No solo no se ha cambiado la correlación de fuerzas, sino que se ha empeorado notablemente abriendo las compuertas a la reacción.
Recientemente Pablo Iglesias planteaba en una entrevista con Gabriel Rufián su tesis de por qué fracasó el levantamiento del pueblo de Catalunya. Explicaba que aunque tengas a la “masa”, si no tienes al Estado no puedes cambiar las cosas: “ahí vimos lo que implica alguien que tiene todos los dispositivos estatales y alguien que lo que tiene es mucha gente”. Es decir, ¡la derrota era inevitable! Qué manera de negar la historia de las revoluciones y la propia historia del movimiento obrero en el Estado español. Iglesias olvida interesadamente como la lucha revolucionaria de los obreros y los campesinos impuso la Segunda República, y como los trabajadores, con las armas en la mano, combatieron el fascismo durante tres años. Y también olvida, y esto sí que es lamentable, que los trabajadores y la juventud se levantaron contra la dictadura franquista, desafiaron a su aparato policial y militar, y con su lucha abnegada arrancaron las libertades democráticas que hoy disfrutamos y nos están arrebatando. No fue Juan Carlos I, no fue el Parlamento el que conquistó la democracia, fue el sacrificio y la sangre de los trabajadores, luego traicionados en los pactos de la Transición por sus dirigentes, lo que trajo los derechos democráticos y los avances sociales.
¡Qué despreció al movimiento de masas, que fue justamente el que elevó a Podemos! ¡Que completa negación de la historia y de la teoría de la revolución! Justamente la acción independiente de las masas contra el Estado, contra el poder establecido, ha sido el motor revolucionario que ha permitido transformar la historia.
Los acontecimientos nos están interpelando. Necesitamos levantar una izquierda revolucionaria que no se arredre antes las dificultades, que construya un sindicalismo de lucha, que confronte con la burocracia sindical de CCOO y UGT, también responsable de esta situación. Una izquierda revolucionaria que señale no solo de palabra, sino en los hechos, mediante la acción, a los grandes capitalistas, a los Amancio Ortega, los Florentino Pérez, las Ana Patricia Botín… y que plantee sin complejos que el único camino para resolver los problemas y necesidades acuciantes de la mayoría oprimida y explotada pasa por expropiar la riqueza obscena que acumulan estos parásitos a costa del sudor y el trabajo de la clase obrera.
Nunca antes en la historia de la humanidad ha sido más necesario defender la idea del socialismo, como demuestra la grave crisis económica, social y ecológica que padecemos y que amenaza nuestro futuro y supervivencia.
A pesar del duro golpe que han supuesto estos resultados, los trabajadores con conciencia de clase no nos resignamos, no abandonamos la pelea porque tenemos que seguir sobreviviendo, porque no podemos disfrutar de un agradable retiro como tertulianos, comentaristas o profesores universitarios. La única alternativa que nos queda es la organización y la lucha.
Las elecciones del 23 de julio serán una nueva prueba, y obviamente nos movilizaremos para frenar a la extrema derecha y a la reacción. Pero el camino para transformar radicalmente las cosas, para construir una sociedad justa y humana, para “tomar el cielo por asalto”, como señaló Marx homenajeando a los heroicos obreros de la Comuna de París, pasa por la revolución socialista y por construir un partido revolucionario a la altura de las circunstancias históricas. En esa tarea estamos los marxistas de Izquierda Revolucionaria. ¡Únete a nosotros y lucha por la transformación socialista de la sociedad!