Apenas unos pocos días después de que la burocracia sindical anunciase su vuelta a la mesa de negociaciones con la patronal y el Gobierno y dieran carpetazo a la lucha contra la reforma de las pensiones, la rebelión social recorre con fuerzas renovadas las calles de Francia. El asesinato a sangre fría del joven Nahel M., de 17 años, a manos de un policía ha sido el detonante para que una inmensa rabia y furia acumulada por años de violencia y marginación contra la población de origen inmigrante, por años de racismo institucional, por los efectos de los recortes y las políticas de austeridad que afectan a la inmensa mayoría de la clase trabajadora y la juventud, hayan vuelto a estallar con fuerza.
Francia vive un levantamiento juvenil en los barrios obreros y empobrecidos de las grandes urbes que, como ya ocurrió con los chalecos amarillos o con la batalla de las pensiones, se ha dirigido contra el corazón de las instituciones capitalistas republicanas. Miles de jóvenes han asaltado comisarias, ayuntamientos, organismos gubernamentales e incluso una prisión. La imágenes de numerosas ciudades desde Nanterre, donde se produjo el crimen, a Lille o Marsella plagadas de incendios, y de la policía retrocediendo o retirándose frente al empuje de una juventud insurrecta, demuestra la profundidad de la crisis del capitalismo francés, y el enorme potencial para una transformación del país. Sí, es una revuelta espontánea y elemental, como muchas otras que desembocaron y prepararon crisis revolucionarias.
Las movilizaciones multitudinarias en solidaridad con la familia de Nahel, contra el racismo institucional y una violencia policial inserta en el ADN del republicanismo francés, y contra todo un sistema que condena a millones de jóvenes a la miseria y la marginalidad, han sido un desafío. Un sentimiento de justicia y de rebelión contra el capitalismo: “Si estamos aquí, en esta manifestación, es para apoyar a la familia… Pero por la noche hay que incendiar para darle la vuelta al sistema”, declaraba a la prensa un joven manifestante. Y eso mismo piensan miles.
Con el levantamiento obrero contra la reforma de las pensiones desactivado, la clase dominante francesa se preparaba para disfrutar de un verano tranquilo. Hay que decir la verdad de lo ocurrido en esta gran batalla de los trabajadores franceses: sus direcciones les han dado la espalda una vez más y no han estado a la altura de las circunstancias.
El caso de la Francia Insumisa es elocuente. Si en los momentos iniciales había llamado a la movilización y apoyado las huelgas, en el momento decisivo dio un claro paso atrás, cerraba filas con los dirigentes de CGT y planteaba como única salida esperar a las siguientes elecciones para aplicar un programa que restaurase los “auténticos valores republicanos”. Pero el republicanismo francés, como ha ocurrido en todos los momentos críticos de su historia, no es más que una fachada de la dictadura del gran capital y de un aparato del Estado completamente reaccionario dispuesto a todo en defensa de los privilegios de la burguesía.
Y así lo estamos viendo. Macron y la clase dominante francesa no dejan de dar nuevos saltos en su espiral autoritaria y represiva, en sus ataques cada vez más feroces contra los derechos democráticos, demostrando su completa sintonía con Le Pen y la ultraderecha.
Los hechos son concretos: tan solo el jueves 29 de junio la policía detuvo a 875 personas, según fuentes del Ministerio del Interior. Pero el viernes la cifra fue incluso superior, con escenas de agresiones policiales indiscriminadas en decenas de ciudades que han circulado profundamente por las redes sociales. Como la represión no ha frenado el ímpetu de protesta ni la determinación de miles de jóvenes, Macron se ha lanzado a prohibir las manifestaciones en París y Marsella, imponiendo de facto un auténtico estado de sitio que puede reproducirse en muchas otras ciudades. ¡Así es la república capitalista francesa, y estos son sus valores!
En estos meses el Gobierno Macron no ha dejado de reforzar el arsenal de medidas represivas del Estado. Una de las últimas y más graves ha sido la ilegalización y disolución del movimiento ecologista Les Soulèvements de la Terre (Los levantamientos de la tierra), una asociación que había organizado acciones combativas de protesta contra los atentados ambientales cometidos por la agroindustria y que contaba con un apoyo social tan amplio que en los días siguientes a su disolución se unieron al movimiento casi 150.000 personas. A raíz de la disolución, decenas de activistas fueron detenidos en una deriva de características cada vez más totalitarias.
A la par de este reforzamiento represivo que cuenta con respaldo legal, las bandas fascistas, que ya habían atacado manifestaciones en los últimos meses, multiplicaron su violencia callejera bajo la indisimulada protección de la policía. Es decir, la burguesía también prepara a sus fuerzas de choque al margen de la legalidad oficial brindándoles impunidad completa.
La ira por el asesinato de Nahel aumentó aún más cuando un sindicato de la policía, France Police, aplaudió este crimen, al tiempo que injuriaba gravemente al joven asesinado y a su familia. Ahora otros dos sindicatos policiales llaman a aplastar a sangre y fuego las revueltas: “contra las hordas salvajes pedir calma no basta, hay que imponerla… es la hora del combate contra los alborotadores”. Así hablan estos salvajes vestidos de policía y a las órdenes de Macron, cada vez más indistinguibles de las bandas de extrema derecha. Como bien señalaba Engels, el Estado también bajo la República, se puede reducir a grupos de hombres armados en defensa de la propiedad capitalista.
La crisis del orden burgués en Francia
Al igual que en los años treinta del siglo pasado y que en 1968, la actual situación francesa reúne también muchos elementos de una crisis revolucionaria. El cuestionamiento del orden existente es mayoritario, y la clase dominante no ve otra salida que aplastar el movimiento mediante la represión más brutal.
A diferencia de la revuelta de los suburbios de 2005, en esta ocasión las protestas están teniendo un amplísimo apoyo social y extendiéndose más allá de los barrios periféricos, por todas las ciudades de Francia. Tras cuatro meses sufriendo en carne propia la brutalidad policial, la clase obrera y la juventud francesa entienden a la perfección qué está ocurriendo. Cientos de miles de jóvenes que salieron masivamente a las calles a participar en primera línea contra el recorte de las pensiones, ahora tienen muchos motivos para denunciar la naturaleza racista y represiva del Estado francés.
¿Y qué hacen mientras tanto las organizaciones de la clase trabajadora?
Desde la CGT, y más allá de las declaraciones vacías limitándose a condenar el asesinato y a exigir una policía democrática, se guarda silencio sobre qué hacer. Ningún llamamiento a la lucha, ningún plan de acción ¿Así es como se va a frenar a Macron y la extrema derecha?
Tampoco Jean-Luc Mélenchon y La Francia Insumisa han demostrado estar a la altura. Ante el levantamiento en curso se han limitado a balbucear que “es urgente que el Estado recupere su papel de garante de la justicia”. 152 años después de la Comuna de París y de que Marx, en su folleto La guerra civil en Francia, expusiese que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines” sino que es imprescindible destruirla para crear un Estado de nuevo tipo, un Estado obrero, LFI vuelve a repetir los más que caducados llamamientos a confiar en el Estado capitalista como si fuera una institución neutral hecha para apaciguar la lucha de clase en nombre de los altos ideales de la “justicia”.
La clase obrera francesa no necesita estos llamamientos a la colaboración de clases, lo que necesita es un programa político y una estrategia revolucionaria que sea capaz de hacer que los deseos de un cambio radical y la aspiración a un mundo mejor puedan materializarse en la realidad.
La izquierda y el sindicalismo militante, las bases combativas de la CGT, de LFI y del movimiento estudiantil deben involucrarse al máximo en esta rebelión, organizar asambleas, constituir comités de autodefensa frente a la policía y los fascistas en los barrios, impulsar manifestaciones masivas que involucren al conjunto de la clase obrera.
Solo la acción de masas y la defensa de una alternativa socialista, que combata por la propiedad colectiva de los medios de producción y distribución, y haga posible la gestión democrática de todos los asuntos económicos, políticos y sociales por parte de los trabajadores, los jóvenes y los oprimidos a través de sus propios órganos de poder, ofrece un camino para superar la deriva autoritaria del Estado capitalista y enfrentar a la extrema derecha.
Toda nuestra solidaridad con el levantamiento de la juventud explotada, marginada y reprimida. Hay que convertir está rebelión en organización consciente para derribar el sistema.
¡Policía asesina, Abajo Macron!