La crisis del Gobierno de coalición encabezado por el SPD se ha profundizado con un colapso acelerado en su apoyo público que amenaza con tumbarlo, y un continuo ascenso de la reacción a nivel electoral, especialmente de la ultraderecha neofascista de AfD.
La CDU-CSU y AfD lograrían en este momento más del 50% de los votos según la mayoría de los sondeos, convirtiéndose el partido ultraderechista en la segunda fuerza a nivel federal, por encima del SPD, con más del 20%, y en la primera fuerza en cuatro de los cinco estados del este de Alemania. Al mismo tiempo, según las últimas encuestas, casi el 50% de la población apoya la celebración de nuevas elecciones, lo que casi con seguridad significaría el fin del Gobierno de coalición.
La decisión del Tribunal Constitucional Federal de poner fin a los fondos presupuestarios especiales de cara a superar los obstáculos de endeudamiento establecidos por la Constitución calificándolos como ilegales tampoco es una coincidencia, sino una parte más de la crisis del Gobierno de coalición semáforo[1]. En respuesta, el Gobierno ha decidido cerrar esta brecha con nuevos recortes sociales que afectarán principalmente a los trabajadores y a las capas medias: el aumento del precio del CO2 y del IVA, así como la eliminación de los subsidios agrícolas, que perjudican principalmente a las pequeñas y medianas empresas que no pueden competir con los grandes monopolios agrícolas capitalistas.
Fruto de esta situación, las organizaciones y asociaciones de agricultores, junto con los transportistas, artesanos y panaderos plantearon bloqueos el 8 de enero. Una situación aprovechada por AfD para hacer campaña exigiendo nuevas elecciones ya y la caída del Gobierno Scholz.
El avance de la derecha y la ultraderecha es muy claro y contundente, y es el resultado directo del fracaso de las políticas capitalistas del Gobierno de coalición y sus promesas vacías de cara a hacer reformas que hicieran más justo el capitalismo.
El capitalismo alemán en caída libre
Según cifras oficiales, el PIB alemán cayó un 0,6% el año pasado, pero eso está muy lejos de mostrar el verdadero alcance de los problemas. Las dificultades que enfrenta la industria alemana, motor de la economía del país, se deben principalmente a dos factores: la sobreproducción capitalista y la batalla interimperialista entre Estados Unidos y China.
La guerra de Ucrania y las políticas económicas de las dos principales potencias mundiales están acorralando cada vez más a la economía alemana. Mientras que el número de solicitudes de patentes alemanas en la industria del automóvil disminuyó en comparación con 2010, el número de patentes chinas aumentó de 152 a 949[2]. En el primer trimestre de 2023, la proporción de coches eléctricos chinos en Alemania fue tres veces mayor que en 2022, lo que significa que “la balanza comercial de la industria automotriz se está acercando a un punto de inflexión dramático”[3].
La política de sanciones contra Rusia, promovida por el imperialismo estadounidense, ha puesto de rodillas a la industria alemana. Mientras que el precio de la electricidad por megavatio hora en la producción de acero alemana es actualmente de 78,9 euros, en EEUU es de 56,5 euros y en China de 40,6 euros. En la producción de vehículos es de 190 euros frente a 68,5 y 89,4 euros respectivamente[4].
El ala de la burguesía alemana más cercana a los halcones estadounidenses, como Los Verdes y Ursula von der Leyen, habla de desvincularse de China. Pero los hechos son tozudos: un estudio reciente del Instituto Kiel para la Economía Mundial sobre la dependencia de las importaciones chinas muestra que la proporción de importaciones de bienes necesarios desde aquel país para producir en Alemania un ordenador portátil es del 80%, la de un teléfono inteligente del 68%, la de una tarjeta gráfica del 62% y la de productos textiles del 69%[5]. Si se deja de lado toda la propaganda sobre una supuesta “desglobalización”, queda claro que la idea de desacoplar la economía alemana es una utopía reaccionaria que destruiría sus mismos cimientos.
Esta situación ha puesto encima de la mesa serios problemas para el capitalismo alemán y ha provocado una profunda división entre clase dominante. La alianza con el imperialismo estadounidense sigue siendo predominante hoy, pero el rumbo de Estados Unidos en su guerra económica contra China, ha significado profundas humillaciones para el capital alemán, humillaciones que los capitalistas no olvidarán fácilmente.
La ultraderechista AfD avanza cada vez con más fuerza
Un aspecto crucial de la dialéctica marxista es que las cosas no son “como siempre fueron y como siempre serán”. La realidad es dinámica. Los capitalistas no tienen un plan cerrado para superar la crisis. Dan un paso y, si este paso falla, adaptan su estrategia.
La realidad económica se caracteriza por una dura crisis industrial, que ya ha provocado una situación recesiva, un aumento masivo de la desigualdad social y crecientes luchas de clases, fruto de una polarización política cada vez más extrema. Sin embargo, los principales dirigentes del Gobierno de Scholz viven en un mundo de fantasía, habiendo quedado completamente en ridículo con sus informes sobre los “éxitos” de la política de sanciones. Una política de sanciones cada vez más impopular fruto de sus consecuencias sobre la economía alemana, el empleo y los salarios.
AfD explota esta situación avanzando con firmeza. Con su campaña actual “Nuestro país primero”, denuncian el fracaso de la política de sanciones contra Rusia, y sus consecuencias, la crisis industrial, las quiebras masivas, la guerra en Ucrania y el aumento exponencial de los precios… pero todo con un discurso ultranacionalista y demagógico que reclama recuperar la soberanía y la grandeza de Alemania, y que apunta contra los más débiles y los inmigrantes.
Este crecimiento en su apoyo se nutre de sectores de la pequeña burguesía y las capas medias, que ven peligrar su posición social, así como entre sectores de trabajadores muy desmoralizados que han sido duramente golpeados por la crisis, especialmente en el este, donde las sanciones contra Rusia han causado estragos.
Por supuesto, las “soluciones” propuestas por AfD son pura demagogia. La ultraderecha en ningún caso plantea salir del marco capitalista, y en la actual guerra por los mercados la debilidad estructural de la economía alemana no se resolverá con más “nacionalismo”. Entre 2000 y 2022, la participación de las exportaciones alemanas a la Unión Europea se redujo, mientras que las exportaciones chinas se triplicaron. El programa de nacionalismo económico de la ultraderecha que también promueve la desintegración de la Unión Europea, es decir, el patio trasero del imperialismo alemán, tendría todo tipo de consecuencias, como hemos visto con el Brexit liderado por los conservadores en Gran Bretaña, y no acabaría con los factores que golpean y empobrecen a la población alemana.
Pero sobre todo, la política del Gobierno de Scholz, que pomposamente dice combatir a la extrema derecha, es la que le da alas. La legislación draconiana contra los inmigrantes, poniéndoles en el punto de mira al señalar que deportará a cualquiera que cometa delitos, o la oleada represiva sin precedentes contra el movimiento de solidaridad con el pueblo palestino, ilegalizando organizaciones, prohibiendo manifestaciones, o acosando a la población árabe y a miles de activistas de izquierda que han salido a las calles, es lo que envalentona a AfD. ¿Cómo se va a frenar a la extrema derecha por este camino? ¿Cómo se va a socavar el apoyo de la AfD cuando el SPD y Die Linke hacen frente único con ellos y con la CDU en el Bundestag y elaboran declaraciones en defensa del sionismo genocida?
Otro ejemplo de la demagogia de AfD es su actitud ante la protesta del 8 de enero que movilizó a miles de agricultores y transportistas con bloqueos de las principales arterias del país.
AfD trata de aprovechar estas protestas para ganar apoyo social y músculo en las calles, hablando de la muerte de las granjas y de su defensa de los “pequeños” contra “las élites”. Lo que obviamente no mencionan es que son precisamente las condiciones capitalistas y el dominio de los grandes monopolios bancarios, energéticos y agroalimentarios, los que están detrás de la muerte de las pequeñas granjas.
La monopolización del sector agrícola en Alemania está muy avanzada. Desde 2007, el número de explotaciones agrícolas se redujo de 374.500 a 256.000 en 2022[6], mientras que el número de ellas con más de 100 hectáreas aumentó de 3.400 a 35.200[7]. El 20 por ciento de las granjas cultiva actualmente el 80 por ciento de la superficie, sobre todo en Alemania Oriental, donde los grandes capitalistas han comprado empresas agrícolas a gran escala[8].
El presidente de la asociación de agricultores alemanes, que representa los intereses de las grandes empresas agroalimentarias, que ahora convoca las protestas, es miembro de varios consejos de administración de grandes empresas como Südzucker y BayWa. Las propias asociaciones de agricultores apoyan el “préstamo” de trabajadores con bajos salarios de Europa del Este, trabajando una parte de los mismos en condiciones de semiesclavitud.
Los problemas que enfrentan los pequeños agricultores y transportistas, y su inevitable decadencia frente a los grandes monopolios capitalistas, solo podrán enfrentarse combatiendo a dichos monopolios, expropiándolos y poniéndolos bajo control de la clase trabajadora para asegurar así el suministro alimentario sano a precios asequibles para el conjunto de la población.
Para hacerlo, los agricultores tienen que romper con las políticas de las asociaciones de pro patronales y situarse junto a las luchas de la clase obrera, ya que la propia escalada inflacionista está suponiendo millones de euros en beneficios para estos grandes monopolios, al tiempo que caen en la ruina pequeños agricultores y que millones de familias obreras no son capaces de llegar a fin de mes.
Unas medidas que también deben ampliarse a la protección laboral y la defensa de los derechos de las y los trabajadores agrícolas, muchos de ellos inmigrantes, carne de cañón de la explotación más salvaje muchas veces por parte de esos medianos agricultores que ahora protestan pero que durante años han hecho jugosos negocios a su costa.
Como ya ocurrió en los años 30, AfD trata de agrupar a estas capas de pequeños empresarios y agricultores amenazados de ruina, poniendo el foco en los trabajadores inmigrantes, para que sean aún más salvajemente explotados, y recurriendo a la demagogia chovinista.
No es ninguna casualidad el reciente escándalo, revelado por el medio de investigación Correctiv, de reuniones secretas de dirigentes de AfD con reconocidos neonazis, con el fin de elaborar un “plan maestro” para deportar a millones de personas que no responden a la “pureza de raza”. La cumbre se celebró el pasado noviembre en Potsdam, cerca de Berlín, y entre los participantes se encontraban la diputada de AdF, Gerrit Huy, el jefe del grupo parlamentario regional de Sajonia-Anhalt, Ulrich Siegmund, y Roland Hartwig, asistente personal de la colíder del AfD, Alice Weidel, y contó con la presencia de Martin Sellner, considerado uno de los líderes del Movimiento Identitario, defensor de la teoría del “gran reemplazo” y que aboga por una limpieza étnica de Alemania mediante la expulsión de millones personas migrantes, aunque tengan ya la nacionalidad alemana.
Sahra Wagenknecht se suma al discurso de la reacción
La bancarrota de la izquierda reformista, no solo del SPD y Los Verdes, sino también de los sindicatos y de Die Linke, que no plantean ninguna alternativa que cuestione los intereses capitalistas, dejan vía libre a la demagogia fascista.
El mejor ejemplo de esto es Sahra Wagenknecht, escindida de Die Linke y que acaba de fundar su partido “Alianza Sahra Wagenknecht – Por la Razón y la Justicia”. En respuesta a la crisis y la ruina de las clases medias, Wagenknecht ha profundizado su discurso contra los inmigrantes, tratando de competir en este aspecto con AfD en el este de Alemania, donde Die Linke tenía su principal base de apoyo. Una política criminal que combina con un discurso nacionalista exigiendo, como AfD, que Alemania recupere su “autonomía” respecto a EEUU, sin cuestionar que los intereses imperialistas de los capitalistas alemanes no tienen nada que ver con los intereses de la clase obrera y los oprimidos.
Su posición señalando que las sanciones de Occidente han destruido la economía alemana, es un argumento para plantear una política completamente acrítica respecto al imperialismo ruso y chino, ensalzando, como gran parte de la extrema derecha europea, al régimen bonapartista reaccionario y anticomunista de Putin.
Sahra Wagenknecht nos habla de una canción ya escuchada: es posible un capitalismo pacífico y progresista… pero de la mano de Rusia y China. Por eso su compromiso contra la guerra se limita al programa del pacifismo burgués, a llamados vacíos a “deponer las armas” sin ninguna orientación hacia la lucha activa de masas, militante y desde abajo con el programa del internacionalismo proletario.
Recientemente, en una entrevista con Freitag, Wagenknecht expresó su admiración por el “emprendedor progresista” y sus “incentivos a la eficiencia, la innovación y la creatividad”. Pero lo que ella no ve es la profunda crisis del capitalismo que no deja de atizar la lucha de clases, y por eso seguir insistiendo en una política de conciliación de clases, en el marco de una política nacionalista pro capitalista, significa en la práctica defender un programa completamente reaccionario.
Wagenknecht es una representante de la idea del “orden mundial multipolar”. Cree que puede haber un mundo pacífico de “naciones soberanas”. Pero esta idea es otra utopía que no evitará las guerras, ni la devastación social. En un mundo donde las relaciones económicas internacionales están bajo el dominio de hierro de los grandes monopolios, y completamente sacudidas por la lucha tenaz entre dos grandes bloques imperialistas, la idea de “naciones soberanas” propone la idea ilusa de que existe la posibilidad de aislarse del mercado mundial y tener una política “independiente”. Pero eso, como la experiencia está demostrando con toda crudeza, es completamente imposible sin romper con el orden capitalista, es decir, sin la revolución socialista.
Como comunistas tenemos plena confianza en que la resistencia y la lucha de la clase trabajadora y la juventud es la clave para poner fin a la opresión capitalista. La clase obrera mundial es más poderosa que nunca, y es la única que puede expropiar al gran capital imperialista, derrocar a la clase dominante y liberar a la humanidad de la dictadura del capital financiero y la barbarie.
El futuro pertenece al comunismo revolucionario
Notas:
[1] Es llamado así por los colores de cada una de las formación que lo componen: SPD (rojo), liberales (amarillo) y Los Verdes.
[2] ¿Dejado atrás por China? Un estudio muestra lo buena que es realmente la industria automovilística alemana Von China abgehängt? Studie zeigt, wie gut Deutschlands Autobranche wirklich ist
[3] Las importaciones de China se disparan China-Importe gehen durch die Decke
[4] Servicio de información del Instituto Económico Alemán. Los altos precios de la electricidad pesan sobre la industria alemana. Hohe Strompreise belasten deutsche Industrie
[5] Kiel Institute for World Economy. Dependence of the German economy on China: critical for individual products. Dependencia para la economía alemana de China
[6] Statista Número de empresas y explotaciones agrícolas en Alemania hasta 2022. Anzahl der landwirtschaftlichen Betriebe und Bauernhöfe in Deutschland bis 2022
[7] Asociación Agrícola Renana
[8] Agrar hoy: Los agricultores más ricos de Alemania no son agricultores en absoluto. Die reichsten Bauern in Deutschland – sind überhaupt keine Bauern