Los resultados de las elecciones europeas han confirmado el avance de la ultraderecha y del nacionalismo reaccionario, racista y populista, mientras que la debacle sufrida por una socialdemocracia atada de pies y manos a la austeridad, los recortes sociales y el militarismo se profundiza.

La victoria del Partido Popular Europeo, con el 25,83% de los votos y 186 escaños, tan solo cuatro más que en 2019, contrasta con la progresión exponencial de las formaciones ultras que, en sus diferentes variantes, obtienen en torno a 175 escaños, 45 más que en 2019, y un 24,3% de los votos frente al 18,4% de las últimas elecciones. Unos datos que muestran una tendencia evidente: la extrema derecha se alimenta del espacio tradicional de las formaciones conservadoras y muestra, en primer lugar, el giro hacia la reacción de amplias capas de las clases medias.

Las llamadas formaciones centristas y liberales pasan del 14,38% al 10,97% de los votos, y pierden 29 escaños, de 108 en 2019 a 79 en 2024. La socialdemocracia (S&D) retrocede 19 diputados, de 154 a 135, y cae del 20,51% al 18,75%. Un retroceso que les sitúa muy lejos de las fuerzas derechistas y confirma su profunda crisis. También Los Verdes, el grupo encabezado por sus homónimos alemanes, investidos del otanismo y el sionismo más fanático, sufren un duro batacazo: de 74 a 53 escaños, 21 menos, y del 9,85% al 7,36%. Finalmente, el grupo de La Izquierda, donde se encuadra Podemos, IU o La Francia Insumisa, retrocede 5 escaños, de 41 a 36, obteniendo tan solo el 5% de los votos. En conjunto, la socialdemocracia, Los Verdes y La Izquierda, pierden 45 escaños.

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La extrema derecha se alimenta del espacio tradicional de las formaciones conservadoras y muestra, en primer lugar, el giro hacia la reacción de amplias capas de las clases medias. 

Enfocando más directamente al Estado español, los resultados suponen una relativa excepción. A pesar de que el PP gana las elecciones con un 34% y 22 escaños, se queda lejos de la victoria plebiscitaria contundente que Feijóo buscaba. Es cierto que el PSOE resiste con un 30% y 20 diputados, logrando concentrar la parte del león del voto útil, pero no se puede soslayar que la ultraderecha avanza con el 14,21% de los votos, 6 escaños de Vox, que suma dos más que en 2019, y la irrupción de la candidatura de ese bufón de extrema derecha, Alvise, que se hace con 3 plazas y 800.000 votos.

Sumar recoge un nefasto resultado, coronación de una estrategia gregaria del PSOE y de un blanqueo de las políticas otanistas y procapitalistas difícil de superar. Los tres escaños que logra, y que supone dejar fuera al candidato de Izquierda Unida, abre una crisis letal para un conglomerado urdido en la hostilidad contra Podemos y que apostaba con fuerza por la desaparición de la formación morada. La dimisión de Yolanda Díaz como coordinadora general de Sumar, que no de vicepresidenta del Gobierno, es una prueba del gusto por las poltronas de esta casta de burócratas profesionales.

Partiendo de una posición difícil y con una mochila de graves errores a la espalda, los escaños conseguidos por Podemos señalan que, frente a una “unidad antifascista” de postureo, decenas de miles de activistas han optado por una candidata, Irene Montero, que ha mostrado mucha más beligerancia contra el genocidio sionista y lanzado críticas al Gobierno por la izquierda. 

Los comunistas no podemos tomar a la ligera estos hechos

Es cierto que las tasas de abstención han sido muy elevadas en algunos países, pero eso no significa que  la victoria de la extrema derecha haya que tomarla a la ligera. Además de un síntoma agudo de la descomposición de la democracia burguesa, es la prueba de que a la reacción extrema, neofascista, racista y que cuenta con el respaldo de secciones cada vez más importantes del aparato represivo del Estado, no se le puede combatir con los métodos del parlamentarismo capitalista, sino con una política revolucionaria basada en la movilización de masas.

En Francia la extrema derecha arrasa. Le Pen vence con un 31,37% de los votos, doblando al partido de Macron. Si sumamos la formación de Zemmour, La France Fière, todavía más reaccionaria y cuya candidata, Marion Maréchal, es sobrina de Le Pen, la ultraderecha obtiene un 37%. Una derrota sin paliativos para Macron que le ha obligado a convocar inmediatamente elecciones legislativas.

En Italia Georgia Meloni mejora sus resultados de las elecciones generales de 2022, alcanzando el 28,77% de los votos frente al 26%. Junto a la Liga Norte, la otra formación ultraderechista también en el Gobierno, superan el 37% de los sufragios.

En Alemania, donde vence la CDU con el 30%, la ultraderechista AfD se sitúa en segunda posición. Y todo con una participación del 64,8%, la mayor en unas elecciones europeas desde la reunificación. AfD obtiene el 15,9% de los votos y 15 diputados, superando al SPD por dos puntos, mientras que los tres partidos en el Gobierno apenas alcanzan un 31%. Una victoria que es aún más contundente en el este, donde ha sido primera fuerza en tres de sus cinco estados, logrando el 28,1% de los votos en el estado de Sajonia-Anhalt. Esta descarga por la derecha contra el Gobierno socialdemócrata de Scholz pone en la picota su continuidad.

A estos resultados hay que añadir los de Hungría, con más del 50% de los votos para el Fidesz de Orbán y el Movimiento Nuestra Patria, una formación aún más ultra; los de Polonia, donde la ultraderecha, dividida en dos partidos, arrasa con el 48,28%; los de Países Bajos, donde las diferentes candidaturas de extrema derecha alcanzan más del 30%; o en Bélgica, donde el ascenso de la reacción, incluyendo formaciones nacionalistas supremacistas y de origen neofascista en Flandes, ha forzado al primer ministro liberal a dimitir.

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A la reacción extrema que cuenta con el respaldo de gran parte del aparato represivo del Estado, no se le puede combatir con los métodos del parlamentarismo capitalista, sino con una política revolucionaria basada en la movilización de masas. 

Como ya explicábamos en nuestra declaración electoral, el crecimiento de la extrema derecha en todas sus variantes es directamente proporcional a la crisis que padece el capitalismo europeo y a su papel menguante en la escena internacional frente al empuje de China y la creciente agresividad de un imperialismo norteamericano en decadencia. El “proyecto europeo” sobre bases capitalistas se ha convertido en un aborto político, y la alianza de conservadores, liberales y socialdemócratas no ha impedido que estalle. Su defensa intransigente del programa de la austeridad permanente, la precariedad y los bajos salarios, la xenofobia y el racismo institucional, las leyes represivas y bonapartistas, y el discurso nacionalista y militarista han dado alas a la ultraderecha.

Los paralelismos con los años treinta del siglo pasado son evidentes. Sí, la extrema derecha saca músculo en el terreno electoral. Y para aquellos supuestos “teóricos” marxistas que están todo el día apelando a que no hay falanges fascistas de choque, ni grupos paramilitares nutridos, hay que señalarles que miren más de cerca a las fuerzas policiales de todos los Estados, que observen su comportamiento salvaje y sus vínculos estrechos con estas formaciones de extrema derecha.

La posibilidad de dictaduras fascistas que ilegalicen a la socialdemocracia, a los partidos más a la izquierda o a los sindicatos no es una perspectiva a corto plazo. Pero eso no quiere decir que las libertades democráticas no estén bajo ataque y que sectores de la clase dominante se inclinen hacia estas formaciones ante la perspectiva global que se está desarrollando. El equilibrio capitalista se ha roto por muchos puntos y el escenario está dominado por una lucha de clases feroz en la que la burguesía actúa con determinación.

El genocidio palestino en Gaza a manos de un Gobierno sionista, supremacista y trufado de neofascistas, la brutal represión del movimiento de solidaridad en Italia, Alemania o Francia, o el apoyo al Gobierno de Zelenski con la escalada militarista que lo acompaña es la mejor prueba de lo que decimos. Lo mismo que el proyecto de la “Europa fortaleza” con ese infame pacto sobre inmigración que crea campos de concentración donde los migrantes carecen de cualquier derecho y que suministra fondos públicos multimillonarios a regímenes dictatoriales y corruptos para que internen a decenas de miles de refugiados o los expulsen al desierto condenándoles a la muerte… Con estas políticas, ¿cómo no va a avanzar la extrema derecha?

Es obvio que las formaciones de ultraderecha, que agitan un nacionalismo identitario para recuperar el glorioso pasado nacional, se enfrentan a la decadencia irreversible del continente europeo y de sus principales potencias, Francia y Alemania. Una realidad que ha llevado a algunas de estas formaciones, Le Pen en Francia o AfD en Alemania, a erigirse en los principales valedores de la paz en Ucrania frente al militarismo de conservadores y socialdemócratas. Este discurso, nacionalista, denunciando la sumisión ante el amo americano, también ha jugado un papel en su fortalecimiento en las urnas.

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Ahora Ursula von der Leyen, ha planteado convertir el continente en un “bastión contra los extremos de la derecha y de la izquierda”. La misma que se mostró favorable, de la mano de Feijóo, a llegar a acuerdos con Meloni. ¡Qué cinismo! 

Tras los resultados electorales, la cabeza visible del PPE, Ursula von der Leyen, ha planteado convertir el continente en un “bastión contra los extremos de la derecha y de la izquierda”. ¡Qué cinismo! La misma que se mostró favorable, de la mano de Feijóo, a llegar a acuerdos con Meloni, se presenta como una garantía de moderación. Lo peor es que este llamamiento demagógico ha sido acogido con entusiasmo por los socialdemócratas europeos, incluido Pedro Sánchez. Pero ¿en qué quedamos? ¿O acaso la solución para enfrentar a la extrema derecha es aliarse con la derecha que pacta y gobierna con aquella en numerosos países europeos, incluido el Estado español?

Levantar una izquierda de combate. ¡Contra la paz social hay que tomar las calles!

Estas elecciones europeas han tenido lugar en un contexto de grave crisis de la izquierda parlamentaria y, especialmente, de la nueva izquierda reformista que surgió al calor de la Gran Recesión de 2008. Podemos o Syriza, pero también Die Linke o La Francia Insumisa han gozado de un apoyo popular muy importante, y tuvieron en su mano la posibilidad de impulsar una salida socialista y revolucionaria para transformar Europa y evitar la pesadilla que estamos viviendo ahora. Sin embargo, llegado el momento, su única alternativa fue aplicar políticas capitalistas, o blanquearlas, pactar con la socialdemocracia, someterse a la estrategia de la burocracia sindical y abogar por la paz social. 

Estas elecciones europeas han vuelto a certificar las profundas contradicciones y falta de credibilidad que recorren a todas estas organizaciones. En el Estado español, Sumar, una amalgama burocrática plagada de arribistas está implosionando. En cuanto a Podemos e Irene Montero, a pesar de sus diferencias obvias y positivas con Yolanda Díaz, siguen sin sacar las conclusiones necesarias de su participación en el Gobierno junto al PSOE y de las causas que les han llevado a perder un apoyo tan considerable de la juventud y de amplios sectores de la clase obrera. Insistir en la “lucha cultural” y la batalla ideológica contra la extrema derecha, pero no reconocer el fracaso completo que ha sido su aventura gubernamental y el hecho de que con sus votos legitimaron políticas lesivas para la mayoría trabajadora, es una contradicción insalvable.

La conciencia de clase, la conciencia socialista, no nace solo de los discursos. Nace de la experiencia de la acción y del papel que las organizaciones de la clase obrera juegan en la batalla contra el capital. Esta nueva izquierda reformista que ha renunciado al socialismo, al marxismo revolucionario, que se desenvuelve solo en las redes sociales y aspira como un fin estratégico a una posición parlamentaria y gubernamental, no podrá contener a la extrema derecha. Y tampoco podrá evitar que su demagogia reaccionaria penetre entre sectores de trabajadores y jóvenes desmoralizados y frustrados con su realidad cotidiana, por muchos podcast y televisión por internet que quieran crear, si renuncian a la lucha de masas con un programa revolucionario.

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Frente a una izquierda institucional, que no es capaz de plantear una alternativa coherente contra la extrema derecha y el capitalismo, necesitamos levantar una Izquierda Revolucionaria. 

El avance de la estas organizaciones reaccionarias no se va a conjurar con llamadas abstractas a la democracia, ni apelando a una “Europa de paz” que nunca ha existido ni existirá. La UE no se fundó como un proyecto progresista de libertades, o de paz y amistad entre los pueblos, sino como una apuesta del imperialismo europeo para competir con mayor éxito por el control de los mercados, áreas de influencia y para explotar a los trabajadores del continente de la forma más lucrativa. La UE es sinónimo de neoliberalismo, OTAN y opresión imperialista.

Frente a una izquierda que no es capaz de plantear una alternativa coherente contra la extrema derecha y el capitalismo, necesitamos levantarnos y no resignarnos. La desmoralización o el escepticismo, que tan bien siembran los abogados de esta izquierda sumisa y entregada, no nos va a impedir comprender el fondo de lo que está ocurriendo.


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