Retrato de un reaccionario, racista y machista de manual
El 7 de enero conocimos la muerte de Jean-Marie Le Pen, fundador en 1972 del partido fascista Frente Nacional, que dirigió durante casi 40 años hasta 2011.
Esa misma noche, miles de activistas y militantes de la izquierda, del colectivo LGTBI y propalestinos celebraron su fallecimiento, reafirmando una vez más el compromiso de los trabajadores y jóvenes organizados en la lucha contra el ideario ultrarreaccionario, machista y xenófobo que Le Pen defendió y que, hoy en día, continúa promoviendo el Rassemblement national (RN).
La reacción de Macron y su primer ministro Bayrou ha sido, como era de esperar, escandalosa. El presidente francés afirmó: “Figura histórica de la extrema derecha, desempeñó un papel en la vida pública de nuestro país durante casi setenta años, que ahora corresponde juzgar a la Historia”. Bayrou fue aún más lejos: “Más allá de las polémicas, que eran su arma preferida, y las disputas necesarias sobre el fondo de las cosas, Jean-Marie Le Pen fue una figura de la vida política francesa”. Así despedía la “derecha democrática” a este fascista.
Los medios de comunicación capitalistas, por su parte, se han llenado de artículos y portadas sobre la vida y obra de Le Pen. Bajo los calificativos de “excéntrico” o “polémico” tratan de ocultar lo fundamental. Este individuo representaba lo peor de la humanidad: racismo, clasismo, homofobia, machismo y todas las lacras que nos impone este sistema, al que él defendió con fervor.
De torturador en Argelia a fundador del Frente Nacional
A pesar de lo que han difundido los medios sobre los humildes orígenes de Jean-Marie Le Pen, presentándolo como un hombre de una modesta familia de pescadores bretones, la realidad es muy diferente. Su padre fue un pequeño empresario del sector pesquero, estrechamente vinculado a los movimientos ultraderechistas de veteranos de la Primera Guerra Mundial y a los jesuitas. Durante la ocupación nazi de Francia se convirtió en un ferviente colaboracionista, realizando lucrativos negocios con los nazis en la zona.
Tras la muerte de su padre, Jean-Marie se trasladó a París para estudiar derecho, donde entró en contacto con las asociaciones más derechistas de la facultad: monárquicas, antisemitas y anticomunistas. Estos grupos eran fervientes defensores del mariscal Pétain y del régimen fascista y colaboracionista de Vichy, responsable de la deportación de más de 70.000 judíos a los campos de concentración nazis.
Posteriormente, Le Pen participó en la Guerra de Indochina con la brigada paracaidista, combatiendo en las filas del ejército colonial francés. Tras la aplastante derrota ante las fuerzas del Viet-Minh en la batalla de Dien Bien Phu, fue destinado como oficial de inteligencia a Argelia, donde la situación para las tropas francesas ya era muy comprometida. Varios historiadores han documentado su participación directa en torturas a militantes y activistas del movimiento independentista argelino. Incluso él mismo lo reconoció en una entrevista en 1962: “Torturábamos porque había que hacerlo”. En Argelia utilizaba métodos como la electrocución e incluso utilizaba con sus víctimas el mismo cuchillo que las juventudes hitlerianas usaron en la Segunda Guerra Mundial.
Después de su “experiencia” en Argelia y su derrota electoral en 1962, fundó la SERP, que él describió como “una editorial de discos educativos”, junto a Léon Gautier, un antiguo oficial de las SS nazis. Estos discos incluían grabaciones de canciones del III Reich alemán y declaraciones en apoyo al mariscal Pétain y a Jean-Marie Bastien-Thiry, un ultraderechista condenado a muerte por intentar asesinar al general de Gaulle en 1963 en Petit Clamart.
Su periplo militarista por Indochina y Argelia también le permitió conocer a varios fascistas que más tarde serían clave en la fundación del Frente Nacional (FN). Entre ellos se encontraban Pierre Bousquet, excombatiente de la división Carlomagno de las Waffen-SS; Roger Holeindre, miembro del grupo terrorista paramilitar OAS (organización paramilitar de extrema derecha francesa que actuó tanto en Argelia como en Francia contra el movimiento independentista argelino); François Brigneau, miliciano colaboracionista con los nazis bajo Vichy; y Alain Robert, exsecretario general de la agrupación neonazi Ordre Nouveau.
En los primeros años de existencia el FN fue una organización marginal. Las elecciones presidenciales de 1974 fueron un rotundo fracaso, con Le Pen obteniendo un 0,74% de los votos. Sin embargo, la campaña le permitió consolidarse como el portavoz único de la extrema derecha francesa, que había estado muy fragmentada desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Las traiciones de la izquierda reformista y el ascenso del FN
Pocos años después, el giro al rigor capitalista del Gobierno PS-PCF, abandonando las medidas más progresistas del programa con el que Mitterrand llegó al poder en las elecciones de 1981, abonó el terreno para la desmoralización y el escepticismo de amplias capas de trabajadores y jóvenes.
Esta situación, unida a las disensiones en la derecha gaullista (muy dividida entre los partidarios de Giscard y Chirac), propició el primer gran resultado electoral del FN, que logró casi un 11% en las elecciones europeas de 1984, obteniendo sus mejores datos en los barrios más acomodados de París.
Esos resultados marcaron un punto de inflexión que, combinado con los sucesivos programas de desindustrialización impulsados por los Gobiernos socialdemócratas y gaullistas, y el creciente fervor de la base social reaccionaria contra la inmigración, dio inicio al ascenso progresivo del FN.
En 1986, gracias a una reforma electoral promovida por la izquierda, el FN logró formar por primera vez un grupo parlamentario, alcanzando los 35 diputados. Todo esto ocurrió en un contexto de retroceso importante para la izquierda, que sufrió su primera gran derrota bajo el mandato de Mitterrand, cuya mayoría presidencial perdió más de 2 millones de votos. A partir de ese momento el FN mantuvo un 15% de apoyo en las elecciones presidenciales sucesivas.
La culminación de este proceso fue el acceso de Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, dejando fuera al candidato socialista Lionel Jospin y logrando más de 5,5 millones de votos. Jospin era en ese momento el primer ministro. El Gobierno de la llamada Izquierda Plural (formada por socialistas, comunistas y verdes) en 1997 resultó una auténtica decepción. A pesar de la propaganda en torno a la ley de rebaja de la jornada laboral, implementó un programa procapitalista, llevando a cabo una campaña de privatizaciones masivas y liberalizando gran parte del sector bancario y empresas clave como Air France.
Tras el estallido de la crisis económica de 2008 y sus profundas consecuencias sociales, el ascenso del FN se multiplicó. La victoria electoral de Hollande (PS) en 2012 abrió las puertas a un nuevo periodo de traiciones por parte de la izquierda reformista, que incumplió su programa y continuó con la misma senda de ataques y privatizaciones que el anterior Gobierno de derechas de Sarkozy.
Con un discurso demagógico, Marine Le Pen —hija del antiguo líder fascista— ha convertido al FN en el partido más votado de Francia en varias ocasiones y ha accedido a la segunda vuelta de las presidenciales en 2017 y 2022. En este proceso de “desdiabolización” de los ultras, incluso se produjo un cambio de nombre para hacer al partido más atractivo para antiguos votantes de la derecha tradicional: el Frente Nacional se transformó en Agrupación Nacional (Rassemblement National, RN).
La meticulosa campaña de blanqueamiento del RN por parte de los medios capitalistas, las alabanzas de ciertos sectores de la patronal a su programa empresarial, su constante identificación con Meloni y la decisión de Marine Le Pen de romper con los elementos neonazis de la AfD son claros indicios de su objetivo a corto plazo: asaltar el Palacio del Elíseo en las elecciones presidenciales de 2027.
Este blanqueamiento se profundizará, pero no podrá ocultar que el RN sigue siendo un partido ultrarreaccionario, capitalista, machista, xenófobo y racista hasta la médula.
Muerto Le Pen, enviemos sus ideas al basurero de la historia
La muerte de Le Pen ocurre en un momento en el que la ideología reaccionaria está en auge en todo el mundo: Trump, Milei, Netanyahu, Abascal… Pese a los intentos de “desdiabolización” por parte de Marine Le Pen, RN sigue defendiendo y representando las mismas ideas nauseabundas con las que fue fundado el FN hace cinco décadas.
El combate contra la extrema derecha y el acabar de una vez por todas con su ideario racista, machista y clasista necesita de una estrategia y un programa de combate anticapitalista. Como ya hemos visto a lo largo y ancho de todo el mundo, políticas como los cordones sanitarios o las apelaciones y diatribas parlamentarias no sirven para combatir la amenaza fascista.
A las ideas reaccionarias, propatronales y chovinistas defendidas por el FN, pero también por la derecha tradicional y el macronismo tenemos que enfrentar un programa radicalmente opuesto: revolucionario, internacionalista, anticapitalista y antirracista.
Los jóvenes y trabajadores franceses han demostrado en los últimos años cuál es el camino: la lucha y la movilización contundentes. La impresionante batalla contra la reforma de las pensiones así lo puso de manifiesto. Cuando la clase trabajadora nos ponemos en marcha, la extrema derecha resulta completamente impotente.