EDITORIAL
Las próximas elecciones europeas del 13 de junio se van a realizar tras la ampliación de la UE a 10 países del centro y el este de Europa. Con 455 millones de habitantes, la Europa de los 25 representa ahora el 25% del mercado mundial y el 28% del PIB del planeta.
Los gobiernos de la UE en la cumbre de Lisboa, hace cuatro años, se fijaron el objetivo de adelantar a EEUU como potencia económica. Para esto plantearon una política basada en la liberalización de los mercados y una encarnizada competencia con sus otros oponentes: los EEUU y Japón.
Demagógicamente, la burguesía europea y especialmente el núcleo liderado por Francia y Alemania han intentado presentar a la UE como un baluarte de los derechos democráticos y las libertades cívicas, frente a las ambiciones “hegemónicas” de EEUU. La escisión entre este bloque y los EEUU durante la guerra de Iraq ha fomentado esta idea, amplificada por los líderes socialdemócratas europeos. Pero en realidad el trasfondo de la sorda lucha entre los imperialistas norteamericanos y sus homólogos en Europa obedece a otros intereses más espurios: se trata de la batalla por el mercado mundial, por las zonas de influencia y el control de las materias primas estratégicas.
Por otro lado, en el marco de la propia UE se han producido enfrentamientos de calado entre las potencias dominantes (Alemania, Francia y Gran Bretaña) y las más débiles desde el punto de vista de su potencial económico (Italia, España y otras). Las divisiones en torno a la constitución europea, a la toma de decisiones o a los fondos de cohesión, obedecen también a la incapacidad para llegar a acuerdos comunes entre las diferentes burguesías de Europa en una época de estancamiento económico. En la práctica, y tal como los marxistas explicamos hace años, el pacto de convergencia se ha incumplido en la medida que afecta a los intereses de las grandes potencias de Europa, poniendo de manifiesto la imposibilidad de unificar Europa sobre bases capitalistas.
Lo que sí ha cumplido la burguesía europea, y aquí reside el quid de la cuestión, han sido sus planes de desmantelamiento del estado del bienestar y de destrucción de derechos históricos de la clase obrera. En esto son siameses de sus hermanos de clase norteamericanos. Para garantizar su tasa de beneficios aplican las mismas recetas: desregulación del mercado laboral, flexibilidad y precariedad en la contratación, extensión de la jornada laboral, perdida de derechos sociales, deslocalizaciones, cierres masivos de empresas... Y no sólo se parecen en esto. También la burguesía europea ha lanzado una ofensiva contra los derechos democráticos y las libertades civiles al amparo de la supuesta “guerra contra el terrorismo”, aprobando una legislación antidemocrática que es utilizada contra la fuerza de trabajo inmigrante, contra la juventud y el movimiento obrero.
Restricciones para los trabajadores
Las ceremonias de celebración de la ampliación fueron recibidas con grandilocuentes titulares en la prensa: “Desaparecen las barreras entre el Este y el Oeste”, “Se salda una deuda histórica”, y lindezas por el estilo. Pero no es cierto que las barreras desaparezcan. Ni mucho menos. La libertad de movimientos de los trabajadores de los 10 países de la ampliación se suprime por un tiempo indefinido (de 3 a 7 años o más). Los jóvenes y trabajadores polacos y eslovacos van a ser los más afectados (Polonia tiene una tasa de paro del 20% y Eslovaquia supera el 16%).
Por otra parte la renta por habitante de los nuevos 10 países representa el 40% de la renta media de la UE-15. Esta enorme barrera requeriría de 56 años de crecimiento interrumpido (de un 5% anual de media) para que desapareciera. Es obvio que la apertura al Este obedece a otros motivos que están a la vista de cualquier observador perspicaz: se apoya en los intereses de la gran burguesía de europea, especialmente alemana, de beneficiarse de la mano de obra barata y cualificada de estos países, lo que le permitirá trasladar sus fabricas reduciendo los costes de producción, al tiempo que contarán con un poderoso arma para chantajear a los obreros de Occidente para que acepten reducciones salariales y condiciones de trabajo leoninas.
En la segunda mitad de los noventa, junto a una furibunda campaña privatizadora de las empresas estatales, se eliminaron todo tipo de barreras comerciales con el Este europeo. Hoy, el 70% de las exportaciones e importaciones de estos países van o vienen de la UE. De hecho, ha habido una recolonización de Europa central y del este por parte del capitalismo alemán, francés e italiano, principalmente. Esto se puede comprobar en el sistema bancario de estos países. Dos tercios de los activos bancarios están en manos de bancos extranjeros y la mitad de los 300 bancos comerciales están bajo control de bancos europeos. Las inversiones extranjeras representan más del 40% del PIB de estos países. La dependencia económica de las potencias europeas es enorme. El 75% de las exportaciones de Hungría se deben a las inversiones extranjeras. Lo mismo pasa con el 70% de las exportaciones de Eslovenia y con el 50% de las de Polonia. Con la ampliación, los que ganan de verdad son las grandes multinacionales y las corporaciones financieras, que han ensanchado sus mercados y sus beneficios sobre las espaldas de los trabajadores y los jóvenes polacos, húngaros o eslovacos.
Reconversiones y despidos
Respecto al tema de las ayudas, es cierto que ahora recibirán parte de los fondos regionales y de los fondos de cohesión, de los que el Estado español ha estado recibiendo cantidades importantes (entre 2000 y el 2006, se prevé que el Estado español reciba 56.000 millones de euros). Pero los gobiernos de Alemania y Francia llevan tiempo planteando la reducción de estos fondos, a pesar de que buena parte de los mismos acaban subvencionando a las mismas multinacionales alemanas o francesas que construyen las infraestructuras.
Por otro lado, estas ayudas sirven como coartada para que no se destaque en demasía las obligaciones que estos países contraen con su entrada en la UE. Muchos de ellos tendrán que afrontar recortes salvajes del aparato productivo industrial y de su agricultura. En Polonia las consecuencias serán traumáticas: reconversión de la agricultura, dónde campesinos y ganaderos representan el 20% de la población activa, reconversión de las minas del carbón en Silesia, de la siderurgia, del textil, de los astilleros... Los trabajadores y campesinos de Polonia, los de Eslovaquia, los de Hungría, los de Eslovenia, lo saben, y por eso cada vez son mayores las reticencias hacia esta Europa de los mercaderes.
En la nueva Europa, la de los diez países de la ampliación, las desigualdades sociales han crecido de una manera abrupta en quince años. Al lado de fortunas increíbles, obtenidas especulando en los mercados o de algún golpe de mano oportuno cuando se llevaron a cabo las privatizaciones, el salario bruto mensual de un trabajador cualificado no alcanza los 300 euros. Las ilusiones que pretende transmitir la burguesía de un “paraíso” de democracia, paz y prosperidad en el continente europeo, bajo el capitalismo, es algo totalmente irreal y ficticio.
No a la Europa del capital
¡Por la Federación Socialista Europea!
En los últimos años se ha producido una recuperación seria de las luchas de la clase obrera. En el continente hemos asistido a huelgas generales en muchos países: España, Italia, Austria, Grecia, Portugal... todas estas movilizaciones de masas han respondido a planes de desmantelamiento de derechos sociales y contrarreformas laborales. También en suelo europeo se han vivido las movilizaciones contra la guerra imperialista más masivas de toda la historia, movilizaciones que han congregado a millones de jóvenes y trabajadores. Muchos de los viejos fetiches de la “democracia burguesa” se han derrumbado a los ojos de una nueva generación. El giro a la izquierda se ha manifestado de muchas maneras, y en el Estado español más que en ningún otro después de los acontecimientos del 11 de Marzo y de la derrota electoral de la derecha el 14-M.
Lamentablemente el debate en estas elecciones europeas por parte de los dirigentes reformistas de la izquierda oculta la auténtica cara de esta construcción capitalista de Europa. Los líderes del PSOE aman a Europa y quieren volver a Europa. Pero esta Europa de los monopolios y de los despidos masivos, de la legislación antidemocrática, de la constitución reaccionaria, la Europa de los imperialistas, es una pesadilla para los trabajadores. En IU los dirigentes de la coalición hablan de que “Otra Europa es posible” y critican con toda razón los aspectos antisociales de la actual construcción europea. Pero no será con “memorándums” contra las deslocalizaciones, ni cualquier otro artificio legal, tal como ha reclamado Llamazares, como detendremos los cierres de empresa y los despidos masivos. La ofensiva que la burguesía europea ha desatado contra nuestros derechos, contra los salarios y el empleo, solo la detendrá la lucha consciente y masiva de la clase trabajadora con un programa de clase y no de pacto social y “consenso”.
La disyuntiva para los trabajadores, para la juventud, pasa por la organización para transformar la sociedad en líneas socialistas. Toda la experiencia de los últimos treinta años de UE representa un saldo muy negativo para nuestra clase. Nuestro programa, que es internacionalista y que rechaza el chovinismo nacionalista estrecho, se basa en la destrucción de las fronteras que el capitalismo creó y que hoy suponen un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas. Sí, como marxistas estamos a favor de la unificación de Europa pero eso sólo será posible cuando liberemos nuestro continente del yugo del capital. Entonces sí será posible esta unidad real en beneficio de la mayoría de la población a través de la Federación Socialista de Europa.
¡Únete a la corriente marxista revolucionaria de El Militante y lucha con nosotros por la transformación socialista de la sociedad!