El no francés:
un salto cualitativo
en la lucha contra
la Europa del capital
Es difícil cuantificar si los efectos del resultado del referéndum francés han sido mayores en el sentido de inyectar una dosis extraordinaria de optimismo y entusiasmo a la izquierda o en desmoralizar y dificultar los planes de los estrategas del capital. El casi 55% alcanzado por el no francés fue seguido por más de un 61% en Holanda. La profundidad de este movimiento de rechazo es tal que el pánico ante un efecto dominó del no ha supuesto el “aplazamiento” de los referendos en Dinamarca, Irlanda, Portugal, Suecia, Finlandia, República Checa y Gran Bretaña. A lo que hay que sumar que países como Alemania ni siquiera se atrevieron a llegar hasta las urnas, decidiendo en sus parlamentos nacionales. Estamos, por otra parte, ante una lección magistral de democracia burguesa: sólo consultan nuestra opinión si tienen garantizado un resultado favorable, de no ser así la participación de la ciudadanía es suspendida.
Es necesario destacar especialmente, que la victoria de los intereses de nuestra clase en un tema central como éste ha sido una conquista de los trabajadores a pesar de sus dirigentes. En Francia, a excepción del PCF, hace tan poco tiempo como el pasado mes de enero la mayoría de la dirección del PSF y de la misma CGT, apoyaban el sí. Fue la actitud de firme rechazo de la base lo que permitió que el no del dirigente socialista Fabius pasara de ser una discrepancia en las alturas a una fractura del Partido —42% de los afiliados socialistas votaron no en la consulta interna— y del electorado socialista —el 56% votó no en el referéndum—, o que el sí prematuro de una parte considerable de la dirección de la CGT se transformara en un no militante que movilizó a decenas de miles de activistas sindicales.
La lista de dirigentes de organizaciones obreras a favor del sí es larga, incluyendo al Partido Laborista Británico, el PSOE, el SPD alemán, el PS portugués, CCOO, UGT, la Confederación Europea de Sindicatos, etc. Sin embargo, a excepción del Estado español, donde el referéndum estuvo marcado por la elevadísima abstención y un recién estrenado gobierno del PSOE después de ocho años de pesadilla del PP, estos mismos dirigentes han sido desautorizados en la práctica o han evitado este amargo trago restringiendo la votación al Parlamento o suspendiendo la consulta.
Se ha producido una cambio cualitativo en la correlación de fuerzas. Hasta ahora la clase obrera europea había expresado su rechazo a las consecuencias sociales de la política europea a través de movilizaciones y huelgas, fundamentalmente de carácter nacional. Ahora, cuando ha sido llamada a tomar posición sobre el conjunto del proyecto europeo, ha sido contundente dando un rotundo no, desobedeciendo además las directrices políticas de sus partidos y sindicatos mayoritarios. La burguesía europea no podrá ignorar el hecho de que sectores decisivos de la clase han superado las ilusiones demagógicas de una Europa unida que permitiera mayor crecimiento y democracia. Se trata de un profundo cambio en todo el escenario político europeo.
La decadencia económica del capitalismo europeo
El hecho es que, finalmente, sobre la campaña publicitaria de la burguesía y las promesas de reformistas y socialdemócratas que durante años han supuesto un obstáculo en el proceso de toma de conciencia de los trabajadores, ha prevalecido el estado crítico del capitalismo europeo. La paz social que reinó durante décadas, el escenario económico que permitió que los conflictos entre las clases, salvo excepciones, no superaran el nivel de la lucha salarial y en la mayoría de los casos se resolviese con el acuerdo y el pacto social, está en entredicho. La burguesía no dispone ya de las bases materiales para mantener un modelo de capitalismo de rostro humano, civilizado, del que los trabajadores puedan esperar un futuro mejor para sus hijos. La cifras económicas de Europa hablan por sí mismas:
Las economías centrales se encuentran en una situación crítica. Alemania, corazón industrial de la Unión, está rozando la recesión técnica desde hace tiempo, con un nivel de desempleo cercano a los cinco millones de parados sólo conocido en los convulsos años 30. Francia tiene un desempleo juvenil superior al 23% y un renqueante crecimiento económico basado en el consumo interno que ya da signos de agotamiento. En Italia los expertos hablan ya de recesión técnica. La economía británica, de cuyo crecimiento superior a la media europea presume Blair, ha crecido en el primer trimestre de 2005 sólo un 0,5%, registrando un descenso de la tasa de producción industrial cercano al 11%.
No cabe duda, los llamados “treinta años gloriosos” del período 1950-70 impulsados por el espectacular auge del comercio mundial, con tasas que casi rozaban el pleno empleo y el desarrollo del estado del bienestar han llegado a su fin. El nuevo panorama económico que de ello se desprende ya está teniendo un profundo efecto en la conciencia de la clase obrera.
Un mercado mundial
cada vez más
competitivo y saturado
El nuevo escenario en el que se desarrolla la economía capitalista ha sustituido la tendencia a la caída de aranceles por las batallas comerciales, un crecimiento económico robusto por booms raquíticos que conviven con destrucción de empleo y recortes sociales propios de períodos recesivos. Y es, precisamente, este clima de extrema lucha por cada pequeña cuota del mercado mundial lo que ha obligado a las diferentes burguesías europeas a llegar tan lejos en la unidad monetaria y en sus planes de unificación política.
Sin embargo, esta alianza frente a potencias como EEUU, Japón o la emergente economía china, no está dando los resultados esperados: la tendencia es de un claro retroceso económico europeo y una agudización de los conflictos entre las diferentes burguesías nacionales. Estos últimos meses hemos asistido a la pugna desatada en torno a la liberalización del mercado textil europeo frente a la embestida de las exportaciones chinas. La agresividad de los representantes de la UE tenía un base bien sólida: sólo en 2004 se han destruido 165.000 empleos y cerrado 11.000 fábricas en este sector dentro de sus fronteras. En el sector del automóvil, industria clave para un país capitalista desarrollado, Francia ha sido desbancada como cuarto productor mundial por China y, Alemania, teme seguir el ejemplo de su socio comunitario y perder su posición como tercera potencia.
Con el vecino norteamericano, la relaciones no son mejores que con Asia. La devaluación del dólar que ha provocado una apreciación del euro de más del 60% en los últimos tres años, ha ido acompañada de agrias disputas en la OMC. En la construcción aeronáutica, los dos mayores fabricantes del mundo que se sitúan a ambos lados del Atlántico, Boing Co., de Chicago, y Airbus, de Toulouse, Francia, están involucrados en una dura batalla legal bajo acusación mutua de subsidios ilegales. Los 3.000 millones de dólares de subvención a la producción algodonera estadounidense o los 4.000 millones de dólares de subsidios que reciben las exportaciones estadounidenses, también han sido denunciados por la UE.
Todo ello sin entrar a fondo en el imparable ascenso del imperialismo estadounidense en África en detrimento de su homólogo francés, o el descuerdo de la burguesía alemana y francesa respecto a la invasión de Iraq, motivado por la perspectiva de que una victoria militar norteamericana otorgaría un dominio prácticamente indiscutible de esta zona estratégica del planeta a sus competidores estadounidenses. Las contradicciones interimperialistas se han incrementado formidablemente.
¿Cómo unificar intereses antagónicos?
La imperiosa necesidad de presentarse unidos en la batalla por el control del mercado mundial, encuentra enormes dificultades debido a la persistencia de intereses contrapuestos entre los diferentes países de la UE. De hecho, si bien el calado de la actual crisis no tiene precedentes, la historia de la Unión está plagada de disputas y desacuerdos. Todos los aspectos centrales han provocado polémica y enfrentamiento: el reparto de poder político en el parlamento, la presidencia del Banco Central Europeo, los tipos de interés, la ampliación al Este europeo con el consiguiente fortalecimiento del imperialismo alemán y debilitamiento del francés, la Política Agraria Común (PAC), los criterios de financiación presupuestaria, etc. Estos días hemos presenciado la encarnizada polémica por los presupuestos, constatando que el reparto del botín es algo muy serio para los capitalistas. La burguesía francesa, por boca de Chirac, que de paso intenta desviar la atención de su fracaso doméstico en el referéndum, acusa a Gran Bretaña de insolidaria por pretender seguir cobrando el cheque británico —una devolución de casi 4.000 millones de euros— negociado en 1984 cuando dicho país estaba entre los tres más pobres de la UE mientras que en la actualidad está entre los tres más ricos. Blair por su parte ha contestado al presidente francés que lo realmente anacrónico es que el 40% del presupuesto de la Unión se destine a la agricultura y ganadería —Francia es el mayor receptor— cuando sólo representa un 5% de la actividad económica total.
Pero esto no acaba aquí. Suecia y Holanda, que junto con Alemania son los mayores contribuyentes al presupuesto, proponen una reducción del mismo argumentando, y no con poca razón, que la situación de sus economías ya no es tan boyante.
Por otro lado, economías más débiles y dependientes como la española o portuguesa, tiemblan tan sólo de pensar en una reducción de lo que reciben. Zapatero disimula con falsa sonrisa los efectos que tendrá sobre el crecimiento del PIB español la reducción propuesta de más de un 50% de las subvenciones comunitarias que hasta ahora se han estado recibiendo. Si consideramos que gracias a las subvenciones por valor de 80.000 millones de euros que se han recibido desde el 2000 se han creado 280.000 empleos y construido cuatro de cada diez kilómetros de autovía y autopista que hay en el estado, nos hacemos una idea del efecto negativo sobre la economía que tendrá este recorte.
Enfrentamiento
Blair / Chirac-Schröder.
¿Hay una burguesía europea más progresista que otra?
Es indiscutible que la derrota política que para el eje París-Berlín ha supuesto el referéndum francés, está siendo utilizada por Blair para fortalecer la posición del capitalismo británico en Europa. Gran Bretaña intenta por un lado salvaguardar sus intereses económicos en la UE, el 50% de sus exportaciones son destinadas a ella, manteniendo a la vez su papel como agente de la política estadounidense. Su modelo parece resumirse en el mantenimiento de una unión de carácter meramente económica, que no avance en el terreno de la política exterior común, evitando así una postura europea unificada frente al imperialismo estadounidense en los conflictos que se producen a escala internacional.
Sin embargo, estas diferencias están siendo distorsionadas para ser presentadas ante la clase obrera como dos modelos de Europa diferentes en el terreno social. Nos dicen que frente al modelo económico salvajemente antisocial de EEUU que defiende Blair, tenemos el modelo de una Europa social defendido por países como Francia o Alemania. Los marxistas mantenemos que se trata de un falso debate cuyo objetivo es desorientar a la opinión pública. Es cierto, que el recorte al estado del bienestar en el Reino Unido ha llegado más lejos que en el resto de las potencias europeas. Pero el elemento decisivo que ha permitido esta evolución a distinto ritmo de las política de ataque contra el movimiento obrero, no es el carácter más o menos progresista de una u otra burguesía, sino el margen que la clase obrera ha permitido. Margaret Thatcher y Blair han impuesto su política basándose en la derrota histórica que para el movimiento obrero británico significó la lucha minera de mediados de los ochenta. Juppé y Chirac, Aznar, Schröder, o Berlusconi, también los diferentes gobiernos griegos y el anterior gobierno portugués, hubieran llegado igual de lejos si en su camino no se hubieran enfrentado a un movimiento obrero que en muchos de estos países ha respondido en los últimos años con numerosas huelgas generales para defenderse de estos ataques. Aún así, el retroceso experimentado en las condiciones de vida y de trabajo del movimiento obrero de estos países, debido fundamentalmente a la política de pactos sociales practicada por los dirigentes sindicales, son una advertencia para el futuro. La clase obrera europea está entendiendo que sus conquistas históricas están amenazadas permanentemente y sólo la lucha unificada y consecuente puede frenar esta ofensiva.
Auge de la lucha de clases y crisis de la socialdemocracia
No cabe duda de que el movimiento obrero francés es la punta de lanza de la lucha obrera de Europa pero, desde luego, no se trata de un proceso que se quede reducido a un solo país. Este mes de junio ha habido una segunda huelga general en Grecia contra el gobierno de la derecha; en Portugal el socialista Sócrates, aupado sobre una victoria histórica de la izquierda, se lamenta de que sectores de la clase no han tardado ni un mes en movilizarse contra sus planes de ajuste. En Italia parece inminente que la derecha sea desalojada del gobierno el año que viene. Y en Alemania, la victoria el próximo otoño de Merkel, la candidata de la derecha, no parece tan clara después de que la colación de Lafontaine con el WASG —partido creado por ex dirigentes del SPD y sindicalistas debido a la política derechista del gobierno Schröder— y el PDS, cuente en algunas encuestas con una intención de voto cercana al 18%.
Nos encontramos ante uno de los hechos que más preocupan a la burguesía europea: los dirigentes de la socialdemocracia, punto de apoyo trascendental e indispensable en la defensa y sostenimiento del actual sistema, están en crisis. El argumento de que el capitalismo es el mejor de los sistemas posibles, reforzado en la década de los 90 por la caída del muro y el colapso del estalinismo, sufre sus primeras fisuras. No queremos exagerar, estamos nada más que en las primeras fases de un proceso que será largo y complicado, confuso, puesto que quienes encabezan la oposición, ya sea Fabius en el PSF, o Lanfontain ahora desde fuera del SPD alemán no son, ni de lejos, dirigentes revolucionarios o marxistas. Sin embargo, las cosas han cambiado mucho. Los partidos a través de los que se expresa electoralmente la mayoría de la clase obrera francesa y alemana están fracturados, no han podido resistir impasibles esta recuperación de la lucha de clases.
La recuperación del PCF que se ha expresado en el referéndum francés, demuestra como sectores de la clase y la juventud francesa le otorgan una nueva oportunidad después de los errores cometidos en el gobierno de coalición con el PSF. Los dirigentes comunistas franceses y portugueses —el PCP ha conseguido unos buenos resultados electorales— tienen una magnífica oportunidad, si se arman con el programa y los métodos del genuino marxismo, para fortalecer enormemente la alternativa comunista. Para ello es necesario que desarrollen una política de independencia de clase y planteen sin ambigüedad un programa basado en la nacionalización de las principales palancas de la economía, es decir, la banca y los grandes monopolios bajo el control democrático de los trabajadores. De esta manera se crearían las bases para acabar con el desempleo crónico, se reduciría la jornada laboral dignificando el empleo, se resolvería la falta de vivienda, sanidad o educación pública digna y de calidad. No hay salida bajo el capitalismo para los trabajadores y los jóvenes de Europa, y no es posible volver a los viejos tiempos de los años sesenta.
Hasta el movimiento obrero británico empieza a recuperarse. Síntomas como las masivas movilizaciones contra la guerra, la renovación de las direcciones sindicales con candidatos de la izquierda o lo ajustado de la última victoria electoral de Blair son prueba de ello.
Frente a la Europa
del capital opongamos
una Europa socialista
Hace ya bastante tiempo Lenin sentenció que una Europa unida sobre bases capitalistas era una utopía reaccionaria. A pesar de los años transcurridos y de avances hacia la unidad económica que demuestran hechos como el euro, los marxistas seguimos pensando que la esencia política de la afirmación de Lenin sigue plenamente vigente. Si bien parece la perspectiva más probable que ante la disyuntiva de basar la competencia en el mercado mundial en un frente común europeo o en la batalla individual a costa de las debilidades de otros capitalistas, la opción de la mayoría de las burguesías nacionales europeas será seguir la tendencia actual de unidad, la posibilidad de una plena unificación económica y política, a nuestro entender, sigue estando descartada. La posibilidad de una estrategia común en el terreno internacional esta condicionada por intereses nacionales contradictorios. La plena unidad en líneas capitalistas sólo sería posible mediante la cesión del poder nacional de una burguesía a otra. Y no nos cabe duda de que la burguesía francesa o la alemana sólo cederían su dominio territorial y económico, del cual procede su posición privilegiada en la sociedad, tras una derrota militar. La única ocasión en que la unidad de Europa en bases capitalistas se hizo realidad fue con Hitler durante la segunda guerra mundial. Y ese escenario no es el ideal para ninguna de las burguesías nacionales de Europa.
Por otro lado, quién puede dudar del gigantesco salto adelante que supondría la unificación de las fuerzas productivas y tecnológicas de las diferentes potencias que componen Europa en el marco de una economía planificada. Pero esa es una tarea que sólo la clase obrera puede asumir. La destrucción de las barreras nacionales y la propiedad privada de los medios de producción que actualmente limitan la capacidad de generar riqueza a una escala superior, sólo se podrá realizar mediante la transformación socialista de la sociedad. Construyendo un modelo de organización social y económico superior, es decir una Federación Socialista de Europa asistiríamos a una auténtica revolución social, económica y cultural, construyéndose la base para la confraternización de los pueblos que componen el viejo continente.