Sólo cinco años han bastado para que todas las expectativas de cambio
que trajo consigo la llamada Revolución Naranja se hayan venido abajo.
La victoria electoral de Viktor Yanukovich con más del 48% de los votos,
en la segunda vuelta celebrada el pasado 7 de febrero, da carpetazo
definitivo a aquel proceso, y abre en el país una nueva fase, que
presenta un horizonte de futuro donde abundan más las nubes que los
claros.
Sólo cinco años han bastado para que todas las expectativas de cambio que trajo consigo la llamada Revolución Naranja se hayan venido abajo. La victoria electoral de Viktor Yanukovich con más del 48% de los votos, en la segunda vuelta celebrada el pasado 7 de febrero, da carpetazo definitivo a aquel proceso, y abre en el país una nueva fase, que presenta un horizonte de futuro donde abundan más las nubes que los claros.
Las elecciones han tenido también el efecto de dar la vuelta a los roles que jugaron los principales protagonistas de esa supuesta revolución, que vista desde la actual perspectiva cambió más bien poco. Yanukovich, el villano de aquel momento, es ahora plenamente aceptado por la comunidad internacional, en tanto que el héroe de entonces, Yuschenko, ha desaparecido prácticamente del mapa electoral, y su otrora aliada Yulia Timoshenko tuvo que abandonar recientemente el cargo de primer ministro tras ser derrotada en una moción de censura.
Son varios los factores que pueden ayudar a explicar este cambio. En primer lugar estaría la profunda decepción que ha supuesto para la población los cinco años del anterior gobierno. Las expectativas de que se podría alcanzar una verdadera democratización de la vida política, y que esto conllevaría el poner freno a la creciente corrupción y al poder de las oligarquías económicas que manejan el país, se han visto totalmente truncadas. Fiel reflejo de ese fracaso son los constantes enfrentamientos que han mantenido en el gobierno Timoshenko y Yuschenko, convertidos ahora en enemigos políticos. Por otra parte, y no menos importante, está la brutal crisis económica que asola Ucrania. Con una deuda estatal que se ha triplicado a lo largo de 2009, un PIB que ha caído un 15% durante el año pasado (y más del 20% durante 2008) y un déficit público del 11%, sólo los créditos concedidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) han permitido al gobierno evitar la bancarrota. Tampoco conviene olvidar la presión ejercida desde Rusia, y que cristalizó en los cortes del suministro de gas durante los años 2006 y 2009.
Ante todo esto, no es de extrañar que un 4,4% de electores votara en la segunda ronda electoral contra los dos candidatos y otro 1,19% optara por el voto nulo. En total 1,4 millones de personas que simplemente votaron para decir "no" a la situación que vive el país.
Ante este difícil panorama, ¿qué perspectivas se abren para el nuevo gobierno? En principio Yanukovich ha conseguido cubrir su primer objetivo: sacar a Timoshenko del gobierno y conformar una coalición con el Partido Comunista y el Bloque Litvin (coalición centrista dirigida por el presidente del parlamento Volodimir Litvin). Este heterogéneo grupo necesitará, además, los apoyos puntuales de otros diputados, pues no alcanza todavía la mayoría absoluta en el parlamento.
Un gobierno débil e inestable
Nos encontramos con seguridad ante un gobierno débil, inestable y que difícilmente podrá superar los conflictos de intereses de sus integrantes; percepción que refuerza el hecho de que el propio partido de Yanukovich, el Partido de las Regiones, representa en realidad los objetivos de una parte de la oligarquía industrial y financiera ucraniana, que ha financiado de forma activa la carrera política del nuevo presidente. Yanukovich se encuentra, por lo tanto, muy atado de manos para resolver los graves problemas del país: una corrupción sin freno que carcome a toda la sociedad y la desastrosa situación económica.
En este segundo aspecto la situación es crítica. El motor del país, sus industrias pesadas situadas en el Este, ha sufrido duramente la crisis. El paro se ha disparado y los salarios se han hundido, afectando duramente a las condiciones de vida de la población. Las devaluaciones de la moneda (hasta de un 45%) han ayudado a mejorar la balanza comercial, pero han puesto con el agua al cuello a aquellos que durante los años de bonanza de principios de siglo se endeudaron fuertemente en euros. Ucrania como muchos otros países del Este, fue el campo de operaciones de la banca centroeuropea y nórdica a través del préstamo indiscriminado de enormes cantidades de dinero. Con el estallido de la crisis, todo eso se vino abajo dejando una enorme deuda que ahoga a las poblaciones y gobiernos de estos países. Son los negocios de esa banca y el temor a no poder recuperar dicha deuda, lo que ha llevado al FMI a conceder préstamos y evitar la quiebra de estos estados, como ha sucedido con Hungría, Rumanía, Letonia y la misma Ucrania. Estos préstamos del FMI no son gratis, a cambio éste exige fuertes programas de ajuste.
En el caso de Ucrania, el Fondo Monetario ya boicoteó un intento de aumentar el salario mínimo que se realizó en la anterior legislatura, a través del chantaje de congelar el pago de los préstamos. Ahora los ajustes se dirigirán hacia las pensiones y las subvenciones al gas por parte del Estado. Difícilmente el nuevo gobierno podrá evitar estos recortes, dada la necesidad que tiene del dinero del FMI para evitar entrar en bancarrota. Esto reforzará la caída en los niveles de vida y el aumento de la pobreza dejando el camino abierto para que surjan nuevos estallidos sociales.
Política exterior
Será, quizás, en política exterior donde se darán más cambios. La idea de una entrada en la OTAN se evapora por completo, y posiblemente se produzca cierto distanciamiento con la Unión Europea, al tiempo que se terminará con la política fuertemente anti rusa llevada por el anterior mandatario Yuschenko. Pero esto no significará ni mucho menos plegarse a los intereses de Putin y Medveded. Los fines de la oligarquía ucraniana no coinciden de forma necesaria con los de Rusia y buscarán en lo posible afianzar una posición independiente. De todas maneras, para el gobierno ruso el simple hecho de la humillante derrota sufrida por Yuschenko es considerado para ellos ya como una victoria. Los puntos de fricción surgirán posiblemente de nuevo por la cuestión del gas, dependiendo de hasta qué punto Yanukovich trate de cumplir sus promesas de renegociar con Rusia los precios del mismo y mantener la importancia estratégica de Ucrania como punto de paso del gas ruso hacia Europa.
En 2011 se cumplirán 20 años de la independencia de Ucrania de la Unión Soviética. El anunciado ascenso al supuesto paraíso capitalista ha devenido en un descenso a los infiernos. Durante estos años la clase obrera ucraniana ha demostrado capacidad de lucha. Sólo por este camino y orientándose a través de las ideas del socialismo será como los trabajadores ucranianos podrán revertir esta situación y aspirar a conseguir un futuro mejor.
Las elecciones han tenido también el efecto de dar la vuelta a los roles que jugaron los principales protagonistas de esa supuesta revolución, que vista desde la actual perspectiva cambió más bien poco. Yanukovich, el villano de aquel momento, es ahora plenamente aceptado por la comunidad internacional, en tanto que el héroe de entonces, Yuschenko, ha desaparecido prácticamente del mapa electoral, y su otrora aliada Yulia Timoshenko tuvo que abandonar recientemente el cargo de primer ministro tras ser derrotada en una moción de censura.
Son varios los factores que pueden ayudar a explicar este cambio. En primer lugar estaría la profunda decepción que ha supuesto para la población los cinco años del anterior gobierno. Las expectativas de que se podría alcanzar una verdadera democratización de la vida política, y que esto conllevaría el poner freno a la creciente corrupción y al poder de las oligarquías económicas que manejan el país, se han visto totalmente truncadas. Fiel reflejo de ese fracaso son los constantes enfrentamientos que han mantenido en el gobierno Timoshenko y Yuschenko, convertidos ahora en enemigos políticos. Por otra parte, y no menos importante, está la brutal crisis económica que asola Ucrania. Con una deuda estatal que se ha triplicado a lo largo de 2009, un PIB que ha caído un 15% durante el año pasado (y más del 20% durante 2008) y un déficit público del 11%, sólo los créditos concedidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) han permitido al gobierno evitar la bancarrota. Tampoco conviene olvidar la presión ejercida desde Rusia, y que cristalizó en los cortes del suministro de gas durante los años 2006 y 2009.
Ante todo esto, no es de extrañar que un 4,4% de electores votara en la segunda ronda electoral contra los dos candidatos y otro 1,19% optara por el voto nulo. En total 1,4 millones de personas que simplemente votaron para decir "no" a la situación que vive el país.
Ante este difícil panorama, ¿qué perspectivas se abren para el nuevo gobierno? En principio Yanukovich ha conseguido cubrir su primer objetivo: sacar a Timoshenko del gobierno y conformar una coalición con el Partido Comunista y el Bloque Litvin (coalición centrista dirigida por el presidente del parlamento Volodimir Litvin). Este heterogéneo grupo necesitará, además, los apoyos puntuales de otros diputados, pues no alcanza todavía la mayoría absoluta en el parlamento.
Un gobierno débil e inestable
Nos encontramos con seguridad ante un gobierno débil, inestable y que difícilmente podrá superar los conflictos de intereses de sus integrantes; percepción que refuerza el hecho de que el propio partido de Yanukovich, el Partido de las Regiones, representa en realidad los objetivos de una parte de la oligarquía industrial y financiera ucraniana, que ha financiado de forma activa la carrera política del nuevo presidente. Yanukovich se encuentra, por lo tanto, muy atado de manos para resolver los graves problemas del país: una corrupción sin freno que carcome a toda la sociedad y la desastrosa situación económica.
En este segundo aspecto la situación es crítica. El motor del país, sus industrias pesadas situadas en el Este, ha sufrido duramente la crisis. El paro se ha disparado y los salarios se han hundido, afectando duramente a las condiciones de vida de la población. Las devaluaciones de la moneda (hasta de un 45%) han ayudado a mejorar la balanza comercial, pero han puesto con el agua al cuello a aquellos que durante los años de bonanza de principios de siglo se endeudaron fuertemente en euros. Ucrania como muchos otros países del Este, fue el campo de operaciones de la banca centroeuropea y nórdica a través del préstamo indiscriminado de enormes cantidades de dinero. Con el estallido de la crisis, todo eso se vino abajo dejando una enorme deuda que ahoga a las poblaciones y gobiernos de estos países. Son los negocios de esa banca y el temor a no poder recuperar dicha deuda, lo que ha llevado al FMI a conceder préstamos y evitar la quiebra de estos estados, como ha sucedido con Hungría, Rumanía, Letonia y la misma Ucrania. Estos préstamos del FMI no son gratis, a cambio éste exige fuertes programas de ajuste.
En el caso de Ucrania, el Fondo Monetario ya boicoteó un intento de aumentar el salario mínimo que se realizó en la anterior legislatura, a través del chantaje de congelar el pago de los préstamos. Ahora los ajustes se dirigirán hacia las pensiones y las subvenciones al gas por parte del Estado. Difícilmente el nuevo gobierno podrá evitar estos recortes, dada la necesidad que tiene del dinero del FMI para evitar entrar en bancarrota. Esto reforzará la caída en los niveles de vida y el aumento de la pobreza dejando el camino abierto para que surjan nuevos estallidos sociales.
Política exterior
Será, quizás, en política exterior donde se darán más cambios. La idea de una entrada en la OTAN se evapora por completo, y posiblemente se produzca cierto distanciamiento con la Unión Europea, al tiempo que se terminará con la política fuertemente anti rusa llevada por el anterior mandatario Yuschenko. Pero esto no significará ni mucho menos plegarse a los intereses de Putin y Medveded. Los fines de la oligarquía ucraniana no coinciden de forma necesaria con los de Rusia y buscarán en lo posible afianzar una posición independiente. De todas maneras, para el gobierno ruso el simple hecho de la humillante derrota sufrida por Yuschenko es considerado para ellos ya como una victoria. Los puntos de fricción surgirán posiblemente de nuevo por la cuestión del gas, dependiendo de hasta qué punto Yanukovich trate de cumplir sus promesas de renegociar con Rusia los precios del mismo y mantener la importancia estratégica de Ucrania como punto de paso del gas ruso hacia Europa.
En 2011 se cumplirán 20 años de la independencia de Ucrania de la Unión Soviética. El anunciado ascenso al supuesto paraíso capitalista ha devenido en un descenso a los infiernos. Durante estos años la clase obrera ucraniana ha demostrado capacidad de lucha. Sólo por este camino y orientándose a través de las ideas del socialismo será como los trabajadores ucranianos podrán revertir esta situación y aspirar a conseguir un futuro mejor.