Las elecciones de este año, tanto las parlamentarias como las presidenciales, serán decisivas para el pueblo colombiano. Las desastrosas políticas del gobierno, que no han parado desde 2002, encuentran cada vez más resistencia por lo intolerables que son para las clases populares. La crisis económica, sumada al deterioro de las relaciones comerciales con Venezuela y a los efectos desastrosos del “fenómeno del niño”, agravó este problema hondamente y la burguesía ha dado su orden: ¡la tasa de ganancia no es negociable, que la crisis la pague el pueblo!
Ante la incertidumbre de si el actual presidente podrá o no ser candidato en las próximas elecciones, el uribismo se resquebraja fácilmente. Esto no extraña a nadie, los intereses personalistas de todos los que trataron de rodear a Uribe tratan de salir a flote y no logran, ni lograrán alianza alguna a menos que haya una grave amenaza a sus intereses.
La parapolítica, que ha obligado a casi 50 parlamentarios a renunciar por sus nexos con grupos paramilitares, prácticamente acabó con los partidos de bolsillo de la burguesía, y ha fortalecido notablemente a los partidos tradicionales, lo que ha radicalizado más aún la única división real que existe en el parlamento colombiano. Por un lado están los partidos de la oligarquía: La U (el partido por excelencia de los arribistas), Los Conservadores y Liberales, Cambio Radical de Germán Vargas Lleras, y los nuevos adalides del “centro”, Sergio Fajardo y el Partido Verde. Todos estos representan el mismo proyecto de privatizaciones, tercerización laboral, Tratados de Libre Comercio, salidas militares al conflicto, contrarreforma agraria, en salud y en educación. Por otro lado está la Izquierda representada únicamente en el Polo Democrático Alternativo, que por ser minoría en el congreso, lo único que puede hacer es tratar de impedir el total desmonte de los derechos democráticos de toda la población, recurriendo a la acción parlamentaria y la movilización popular, manifiesta tanto en los históricos debates que ha adelantado Jorge Robledo contra el TLC con los Estados Unidos, el Estatuto Rural, la Ley de Transferencias o el programa “agro ingreso seguro”, entre otros, como en los de Gustavo Petro por el espionaje del DAS a la oposición o las audaces denuncias contra la corrupción gubernamental, como hizo Germán Navas Talero al denunciar a 86 congresistas del oficialismo por prevaricato, y, por último, en las masivas movilizaciones que asoman en el panorama político, en defensa del derecho a la salud, por el trabajo digno, contra la privatización del sistema universitario, por el derecho a la tierra etc...
En el PDA existen dos tendencias principales: una que está más a la izquierda, representada por movimientos como el MOIR y el PCC, que rechazan las alianzas con los partidos de derecha y mantienen una iniciativa importante en la lucha sindical y popular, y el ala más moderada, que ganó en la consulta popular, cuyo referente más importante es el candidato Gustavo Petro, tendencia que se manifiesta abiertamente por coaliciones “democráticas” con sectores de la burguesía nacional “progresista”. El ala reformista, con Petro a la cabeza, pretende recurrir a la falsa oposición democracia-dictadura (¡cómo si todo sistema estatal no fuese una dictadura de clase, más o menos velada!), como argumento fundamental de su postura.
Esto plantea un primer problema: Si la alianza se da en el plano de los principios, no sería en realidad ningún acuerdo, sino una simple venta de votos. El PDA es burocráticamente más débil que la mayoría de los demás partidos, no cuenta con la aceptación de los terratenientes o los empresarios (y con razón) lo que significa que en caso de una de estas coaliciones sería usado únicamente como embudo para captar votos. Si por otro lado no se trata de hacer una alianza programática, sino táctica, entonces no existe absolutamente ninguna fuerza con quien hacerlo, porque ni los movimientos personalistas, ni los partidos de la derecha aceptarían integrar programas que tan gravemente lesionarían intereses económicos poderosos, que son su principal fuente de financiación. La utopía idealista de una democracia de consensos en un país como Colombia (que primero, es un país subdesarrollado y segundo, tiene un sistema presidencialista donde las coaliciones prácticamente no tienen sentido) ha tenido siempre el mismo resultado: la izquierda da sus votos y sus aspiraciones, mientras la derecha gana una legitimidad a costa de las ilusiones que los reformistas depositan en las fuerzas populares. La propuesta de hacer alianzas para derrotar al uribismo no tiene sentido alguno por esta misma razón, no es la persona de Uribe, sino sus políticas que son afines a todos los demás candidatos las que deben ser derrotadas en las elecciones. Insistimos, hacer una coalición con partidos que defienden la “seguridad democrática”, las privatizaciones, la “flexibilidad laboral”, la contrarreforma de la salud y un largo etcétera, es una capitulación vergonzosa en el partido de la izquierda colombiana, que no cohesiona, sino que aleja, a la clase trabajadora y el conjunto del pueblo respecto a su organización política fundamental.
La otra debilidad del PDA es su programa, a pesar que la existencia misma del partido es la resistencia a la aplanadora del capitalismo, es algo que no podemos ver reflejado en, por ejemplo, las propuestas del candidato Petro: disminuir la pobreza, acabar con la corrupción, crédito accesible, “democratización del campo”… sin ir más lejos, exceptuando la última propuesta, de la que por desgracia no se dan muchos detalles en su alcance, éste era el programa de Álvaro Uribe en 2002. No quiere decir que tengan los mismos objetivos. Por el contrario, las intenciones de Petro son visiblemente en favor de los más pobres, pero un discurso, para pasar de popular y reivindicativo a demagógico y asistencialista necesita muy poco. Por esto las necesidades concretas de los sectores excluidos han de ser la única bandera del Polo: acabar con las Cooperativas de Trabajo Asociado, con las EPS, salarios dignos y recuperación de los derechos laborales perdidos y de los recursos naturales que están en manos de las transnacionales, mejorar el lamentable estado de la vivienda en Colombia, garantizar una cobertura total en servicios públicos en las ciudades y zonas rurales, defender los derechos territoriales y culturales de las comunidades indígenas, atacar el monopolio armado sobre la tierra. Solo así el PDA puede mostrarle a la clase trabajadora, a los estudiantes, a la inmensa capa de la población que es apática (recordemos que en las pasadas elecciones presidenciales la abstención fue de casi 50%) que no es un partido que está dentro de la lógica política tradicional, que nunca se alejó del bipartidismo, sino un auténtico representante de la masas, una verdadera alternativa que el pueblo no vea como “un” partido, sino “su” partido.
Que la mayoría de la población sea abstencionista no es extraño, es poco lo que las agrupaciones políticas liberales, conservadoras o uribistas han ofrecido, desde siempre. Que los partidos reformistas no sean una opción es algo que deberíamos tener claro; existen grupos que incluso nos dicen que no se debe votar y que lo apropiado es “salir a las calles” pero entonces debemos ponderar dos salidas. Acaso lo que se les debe decir a los obreros y los estudiantes más entusiastas es: Movilízate, sí ¡pero no votes! Y entretanto mientras el capitalismo acaba con tu sustento sin que puedas hacer nada y mientras nuestro Gran Partido Revolucionario prepara la Revolución, eso es todo lo que debes hacer. O por el contrario, decirle: ¡Movilízate, y, al mismo tiempo, vota por la izquierda! Y verás cómo al tiempo que tus derechos son defendidos y que la burguesía no es omnipotente si se le hace frente, el verdadero trabajo y la verdadera solución está en tu actividad y en tu conciencia como revolucionario. El problema no está, como pretenden hacernos creer las organizaciones de corte sectario, en renunciar a la lucha electoral, sino en mantener la agitación en el parlamento, y la acción revolucionaria por fuera del mismo. Pero para ello es absolutamente necesario derrotar las tendencias reformistas dentro del PDA, sin por ello socavar la integridad del partido, en una lucha ideológica y práctica continuada y consecuente. La opción que nos ofrecen, de buena fe, los opositores a la lucha electoral, sólo llevaría a los más avanzados al brazo protector de los reformistas de centro. Concluyamos Citando a Trotsky y a Lenin de quienes tomamos dos párrafos completos:
Bajo la influencia de la traición y de la degeneración de las organizaciones históricas del proletariado, en la periferia de la IV Internacional han nacido o han degenerado grupos y formaciones sectarias de diferentes géneros. En su base estos núcleos se niegan a luchar por los intereses y las necesidades elementales de las masas, tal como ellas son. La preparación de la revolución significa para los sectarios convencerse a sí mismos de las ventajas del socialismo. Proponen volver la espalda a los viejos sindicatos, esto es, a decenas de millones de obreros. ¡Como si las masas pudieran vivir fuera de las condiciones reales de la lucha de clases! Permanecen indiferentes ante la lucha interna de las organizaciones reformistas. ¡Como si se pudiera conquistar a las masas sin intervenir en esa lucha!
Los sectarios sólo son capaces de distinguir dos colores: el blanco y el negro. Para no exponerse a la tentación, simplifican la realidad…Incapaces de encontrar acceso a las masas las acusan de incapacidad para elevarse hasta las ideas revolucionarias. Estos profetas estériles no ven la necesidad de tender el puente de las reivindicaciones transitorias, porque tampoco tienen el propósito de llegar a la otra orilla. Como mula de noria, repiten, constantemente las mismas abstracciones vacías. Los acontecimientos políticos no son para ello la ocasión de lanzarse a la acción, sino de hacer comentarios. Los sectarios del mismo modo que los ilusionistas y los magos, al ser constantemente desmentidos por la realidad, viven en un estado de continua irritación, se lamentan incesantemente del "régimen" y de los "métodos" y se dedican a mezquinas intrigas. (Trotsky, “El Programa de Transición”. Fundación Federico Engels, pag. 30)
En primer lugar, los “izquierdistas" alemanes, como se sabe, consideraban ya en enero de 1919 que el parlamentarismo había “caducado políticamente”, a despecho de la opinión de dirigentes políticos tan destacados como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Es sabido que los “izquierdistas” se equivocaron. Este hecho basta para destruir de golpe y de raíz la tesis de que el parlamentarismo “ha caducado políticamente”. Los “izquierdistas” tienen la obligación de demostrar por qué su error indiscutible de entonces ha dejado de serlo hoy. Pero no aportan, ni pueden aportar, la menor sombra de prueba. La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar la seriedad de ese partido y el cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase y, después, a las masas. Al no cumplir ese deber ni estudiar con toda la atención, celo y prudencia necesarios su error manifiesto, los “izquierdistas” de Alemania (y de Holanda) muestran precisamente que no son el partido de la clase, sino un círculo, que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y de un reducido número de obreros que imitan los peores rasgos de los intelectualoides. (Lenin, “La Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo”. Fundación Federico Engels, pag. 64, el subrayado es de Lenin)
Ante la incertidumbre de si el actual presidente podrá o no ser candidato en las próximas elecciones, el uribismo se resquebraja fácilmente. Esto no extraña a nadie, los intereses personalistas de todos los que trataron de rodear a Uribe tratan de salir a flote y no logran, ni lograrán alianza alguna a menos que haya una grave amenaza a sus intereses.
La parapolítica, que ha obligado a casi 50 parlamentarios a renunciar por sus nexos con grupos paramilitares, prácticamente acabó con los partidos de bolsillo de la burguesía, y ha fortalecido notablemente a los partidos tradicionales, lo que ha radicalizado más aún la única división real que existe en el parlamento colombiano. Por un lado están los partidos de la oligarquía: La U (el partido por excelencia de los arribistas), Los Conservadores y Liberales, Cambio Radical de Germán Vargas Lleras, y los nuevos adalides del “centro”, Sergio Fajardo y el Partido Verde. Todos estos representan el mismo proyecto de privatizaciones, tercerización laboral, Tratados de Libre Comercio, salidas militares al conflicto, contrarreforma agraria, en salud y en educación. Por otro lado está la Izquierda representada únicamente en el Polo Democrático Alternativo, que por ser minoría en el congreso, lo único que puede hacer es tratar de impedir el total desmonte de los derechos democráticos de toda la población, recurriendo a la acción parlamentaria y la movilización popular, manifiesta tanto en los históricos debates que ha adelantado Jorge Robledo contra el TLC con los Estados Unidos, el Estatuto Rural, la Ley de Transferencias o el programa “agro ingreso seguro”, entre otros, como en los de Gustavo Petro por el espionaje del DAS a la oposición o las audaces denuncias contra la corrupción gubernamental, como hizo Germán Navas Talero al denunciar a 86 congresistas del oficialismo por prevaricato, y, por último, en las masivas movilizaciones que asoman en el panorama político, en defensa del derecho a la salud, por el trabajo digno, contra la privatización del sistema universitario, por el derecho a la tierra etc...
En el PDA existen dos tendencias principales: una que está más a la izquierda, representada por movimientos como el MOIR y el PCC, que rechazan las alianzas con los partidos de derecha y mantienen una iniciativa importante en la lucha sindical y popular, y el ala más moderada, que ganó en la consulta popular, cuyo referente más importante es el candidato Gustavo Petro, tendencia que se manifiesta abiertamente por coaliciones “democráticas” con sectores de la burguesía nacional “progresista”. El ala reformista, con Petro a la cabeza, pretende recurrir a la falsa oposición democracia-dictadura (¡cómo si todo sistema estatal no fuese una dictadura de clase, más o menos velada!), como argumento fundamental de su postura.
Esto plantea un primer problema: Si la alianza se da en el plano de los principios, no sería en realidad ningún acuerdo, sino una simple venta de votos. El PDA es burocráticamente más débil que la mayoría de los demás partidos, no cuenta con la aceptación de los terratenientes o los empresarios (y con razón) lo que significa que en caso de una de estas coaliciones sería usado únicamente como embudo para captar votos. Si por otro lado no se trata de hacer una alianza programática, sino táctica, entonces no existe absolutamente ninguna fuerza con quien hacerlo, porque ni los movimientos personalistas, ni los partidos de la derecha aceptarían integrar programas que tan gravemente lesionarían intereses económicos poderosos, que son su principal fuente de financiación. La utopía idealista de una democracia de consensos en un país como Colombia (que primero, es un país subdesarrollado y segundo, tiene un sistema presidencialista donde las coaliciones prácticamente no tienen sentido) ha tenido siempre el mismo resultado: la izquierda da sus votos y sus aspiraciones, mientras la derecha gana una legitimidad a costa de las ilusiones que los reformistas depositan en las fuerzas populares. La propuesta de hacer alianzas para derrotar al uribismo no tiene sentido alguno por esta misma razón, no es la persona de Uribe, sino sus políticas que son afines a todos los demás candidatos las que deben ser derrotadas en las elecciones. Insistimos, hacer una coalición con partidos que defienden la “seguridad democrática”, las privatizaciones, la “flexibilidad laboral”, la contrarreforma de la salud y un largo etcétera, es una capitulación vergonzosa en el partido de la izquierda colombiana, que no cohesiona, sino que aleja, a la clase trabajadora y el conjunto del pueblo respecto a su organización política fundamental.
La otra debilidad del PDA es su programa, a pesar que la existencia misma del partido es la resistencia a la aplanadora del capitalismo, es algo que no podemos ver reflejado en, por ejemplo, las propuestas del candidato Petro: disminuir la pobreza, acabar con la corrupción, crédito accesible, “democratización del campo”… sin ir más lejos, exceptuando la última propuesta, de la que por desgracia no se dan muchos detalles en su alcance, éste era el programa de Álvaro Uribe en 2002. No quiere decir que tengan los mismos objetivos. Por el contrario, las intenciones de Petro son visiblemente en favor de los más pobres, pero un discurso, para pasar de popular y reivindicativo a demagógico y asistencialista necesita muy poco. Por esto las necesidades concretas de los sectores excluidos han de ser la única bandera del Polo: acabar con las Cooperativas de Trabajo Asociado, con las EPS, salarios dignos y recuperación de los derechos laborales perdidos y de los recursos naturales que están en manos de las transnacionales, mejorar el lamentable estado de la vivienda en Colombia, garantizar una cobertura total en servicios públicos en las ciudades y zonas rurales, defender los derechos territoriales y culturales de las comunidades indígenas, atacar el monopolio armado sobre la tierra. Solo así el PDA puede mostrarle a la clase trabajadora, a los estudiantes, a la inmensa capa de la población que es apática (recordemos que en las pasadas elecciones presidenciales la abstención fue de casi 50%) que no es un partido que está dentro de la lógica política tradicional, que nunca se alejó del bipartidismo, sino un auténtico representante de la masas, una verdadera alternativa que el pueblo no vea como “un” partido, sino “su” partido.
Que la mayoría de la población sea abstencionista no es extraño, es poco lo que las agrupaciones políticas liberales, conservadoras o uribistas han ofrecido, desde siempre. Que los partidos reformistas no sean una opción es algo que deberíamos tener claro; existen grupos que incluso nos dicen que no se debe votar y que lo apropiado es “salir a las calles” pero entonces debemos ponderar dos salidas. Acaso lo que se les debe decir a los obreros y los estudiantes más entusiastas es: Movilízate, sí ¡pero no votes! Y entretanto mientras el capitalismo acaba con tu sustento sin que puedas hacer nada y mientras nuestro Gran Partido Revolucionario prepara la Revolución, eso es todo lo que debes hacer. O por el contrario, decirle: ¡Movilízate, y, al mismo tiempo, vota por la izquierda! Y verás cómo al tiempo que tus derechos son defendidos y que la burguesía no es omnipotente si se le hace frente, el verdadero trabajo y la verdadera solución está en tu actividad y en tu conciencia como revolucionario. El problema no está, como pretenden hacernos creer las organizaciones de corte sectario, en renunciar a la lucha electoral, sino en mantener la agitación en el parlamento, y la acción revolucionaria por fuera del mismo. Pero para ello es absolutamente necesario derrotar las tendencias reformistas dentro del PDA, sin por ello socavar la integridad del partido, en una lucha ideológica y práctica continuada y consecuente. La opción que nos ofrecen, de buena fe, los opositores a la lucha electoral, sólo llevaría a los más avanzados al brazo protector de los reformistas de centro. Concluyamos Citando a Trotsky y a Lenin de quienes tomamos dos párrafos completos:
Bajo la influencia de la traición y de la degeneración de las organizaciones históricas del proletariado, en la periferia de la IV Internacional han nacido o han degenerado grupos y formaciones sectarias de diferentes géneros. En su base estos núcleos se niegan a luchar por los intereses y las necesidades elementales de las masas, tal como ellas son. La preparación de la revolución significa para los sectarios convencerse a sí mismos de las ventajas del socialismo. Proponen volver la espalda a los viejos sindicatos, esto es, a decenas de millones de obreros. ¡Como si las masas pudieran vivir fuera de las condiciones reales de la lucha de clases! Permanecen indiferentes ante la lucha interna de las organizaciones reformistas. ¡Como si se pudiera conquistar a las masas sin intervenir en esa lucha!
Los sectarios sólo son capaces de distinguir dos colores: el blanco y el negro. Para no exponerse a la tentación, simplifican la realidad…Incapaces de encontrar acceso a las masas las acusan de incapacidad para elevarse hasta las ideas revolucionarias. Estos profetas estériles no ven la necesidad de tender el puente de las reivindicaciones transitorias, porque tampoco tienen el propósito de llegar a la otra orilla. Como mula de noria, repiten, constantemente las mismas abstracciones vacías. Los acontecimientos políticos no son para ello la ocasión de lanzarse a la acción, sino de hacer comentarios. Los sectarios del mismo modo que los ilusionistas y los magos, al ser constantemente desmentidos por la realidad, viven en un estado de continua irritación, se lamentan incesantemente del "régimen" y de los "métodos" y se dedican a mezquinas intrigas. (Trotsky, “El Programa de Transición”. Fundación Federico Engels, pag. 30)
En primer lugar, los “izquierdistas" alemanes, como se sabe, consideraban ya en enero de 1919 que el parlamentarismo había “caducado políticamente”, a despecho de la opinión de dirigentes políticos tan destacados como Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Es sabido que los “izquierdistas” se equivocaron. Este hecho basta para destruir de golpe y de raíz la tesis de que el parlamentarismo “ha caducado políticamente”. Los “izquierdistas” tienen la obligación de demostrar por qué su error indiscutible de entonces ha dejado de serlo hoy. Pero no aportan, ni pueden aportar, la menor sombra de prueba. La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y más seguros para juzgar la seriedad de ese partido y el cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir atentamente los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase y, después, a las masas. Al no cumplir ese deber ni estudiar con toda la atención, celo y prudencia necesarios su error manifiesto, los “izquierdistas” de Alemania (y de Holanda) muestran precisamente que no son el partido de la clase, sino un círculo, que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y de un reducido número de obreros que imitan los peores rasgos de los intelectualoides. (Lenin, “La Enfermedad Infantil del Izquierdismo en el Comunismo”. Fundación Federico Engels, pag. 64, el subrayado es de Lenin)