La lucha y la defensa de un programa anticapitalista, el único camino
Las elecciones del 20 de noviembre se celebran en un momento de inflexión de la lucha de clases en el Estado español y a escala internacional. Unos comicios convocados en el momento más crítico de la crisis del capitalismo de los últimos sesenta años, en un contexto de descrédito generalizado de la política oficial, y condicionados por un auge de la lucha de masas contra los recortes sociales y las políticas de austeridad puestas en práctica por el gobierno del PSOE. Unas elecciones en las que existen pocas expectativas por parte de la clase obrera y de la juventud de que se pueda frenar, por la vía electoral, la avalancha de ataques que está cayendo sobre sus cabezas.
En contraste, quienes de verdad tienen “ilusiones” en las elecciones son los banqueros y los empresarios, los sectores para los que la crisis se ha convertido en una gran oportunidad para seguir amasando beneficios obscenos, y que consideran la probable victoria del PP un resorte importante para su objetivo estratégico de desmantelar las conquistas sociales de los trabajadores. Un proceso que inició con fuerza el gobierno del PSOE, y que pretenden acelerar y profundizar, situando la cita electoral del 20-N como el pistoletazo de salida de esta nueva fase.
La ofensiva de la derecha
El programa de un eventual gobierno de Rajoy es evidente, es el que está aplicando Esperanza Aguirre en Madrid o CiU en Catalunya, pero todavía más endurecido y con efectos más profundos: recortes salvajes en la sanidad y la enseñanza pública con la introducción del copago sanitario y la reducción del tramo obligatorio en la enseñanza; disminución de las prestaciones de desempleo; despidos de miles de trabajadores en el sector público; acabar definitivamente con los convenios colectivos; abaratamiento del despido; reducción de las cotizaciones sociales de los empresarios; aumento de impuestos indirectos, etc. Es la hoja de ruta que marcan la CEOE, los representantes de los banqueros, el Banco de España, el Banco Central Europeo, la Unión Europea y el FMI.
Toda vez que la perspectiva de recuperación de la economía mundial y española se ha aplazado sine die y que lo más probable es una vuelta a una situación de depresión, todos los esfuerzos de los capitalistas se están concentrando en preservar sus beneficios a costa de una intensificación todavía mayor de la explotación de la clase obrera, cambiando drásticamente y a peor sus condiciones de vida y sus derechos. No les basta los recortes realizados hasta ahora, ni los cinco millones de parados, de los que dos son ya de larga duración; ni el casi millón y medio de familias en que todos los miembros están sin trabajo; ni que en lo que llevamos de año los ingresos medios anuales de los hogares haya caído un 4,4% respecto a 2010; los desahucios masivos, la precariedad…, los capitalistas quieren más. La particular gravedad de la crisis económica en el Estado español, debido al carácter parasitario de la burguesía, hará que los ataques, aquí, sean todavía más salvajes. Los capitalistas pretenden compensar la creciente factura de los intereses que el Estado paga a la banca y el gigantesco agujero que esta tiene por el abrupto fin de la especulación inmobiliaria con una reducción proporcional del gasto social. El único y verdadero “plan de salida” de la crisis que tiene la burguesía española y mundial frente a la crisis es declarar la guerra a la clase obrera y, efectivamente, para ese escenario se está preparando. Quieren reformas “estructurales”, es decir, una reducción drástica de derechos e infraestructuras sociales.
El PP pasará a la ofensiva desde el primer momento, no sólo por factores económicos, sino también políticos. Frente a un clima de contestación creciente en la calle, presente desde hace muchos meses y especialmente significativo en las comunidades donde gobierna la derecha, el PP tratará de sacar el máximo provecho, desde el primer minuto, de su supuesta “legitimación” en el terreno electoral. Lo esgrimirá para aplicar desde el principio, sin transiciones, una política brutalmente antisocial y represiva. Desde el punto de vista institucional, jamás ha tenido el PP tanto poder, circunstancia de la que la burguesía tratará de sacar el máximo provecho. La pauta seguida por CiU tras ganar las elecciones autonómicas catalanas es una clara advertencia de por donde van a ir los tiros.
¿Giro social a la derecha o bancarrota de la socialdemocracia?
La probable victoria de la derecha no será producto de un apoyo social mayoritario a la política de recortes, ni por un ambiente de apatía y desmovilización. Será, en ese sentido, la cosecha del fracaso de la política de la socialdemocracia, que ha capitulado en todos los frentes ante los grandes poderes económicos, nacionales e internacionales. Será el producto de la total bancarrota del programa socialdemócrata, tanto en el terreno económico, como político y sindical, y de su aceptación de la lógica del capitalismo. La tremenda particularidad de la actual situación política se puede resumir en el hecho de que la derecha pueda ganar unas elecciones simultáneamente a que se estén produciendo las movilizaciones de la izquierda más importantes desde la caída de la dictadura, como las que se vieron el 19 de junio o el pasado 15 de octubre, al calor del movimiento 15-M, por no hablar de las movilizaciones contra los recortes en el terreno educativo. En una situación de movilización social muy similar, y gracias a ella, fue cuando Zapatero ganó las elecciones en 2004. Aunque en aquellos momentos el móvil inmediato de las manifestaciones fuera la implicación del gobierno del PP en la guerra de Iraq, su actuación en el desastre del Prestige o su postura frente a los atentados de Al Qaeda, ya se revelaba un descontento y una crítica mucho más general y profunda hacia el sistema. Todo aquel anhelo de cambio se canalizó en un voto masivo al PSOE, lo cual también dejó a las claras que la derecha también puede ser batida en el terreno electoral. Desde el punto de vista del ambiente entre la juventud y la clase obrera, las condiciones para una victoria de la izquierda serían en estos momentos, si cabe, todavía más favorables. La irrupción de la crisis económica ha sido una tremenda lección colectiva de cómo funcionan verdaderamente el capitalismo y sus instituciones. Las condiciones objetivas para conseguir un apoyo social mayoritario a un programa opuesto a los intereses de los grandes capitalistas y de defensa consecuente de los intereses de los trabajadores son todavía más claras que hace ocho o cuatro años. Sin embargo, la política del gobierno del PSOE ha ido justamente en la dirección contraria al sentimiento predominante entre la clase obrera y su base de apoyo electoral. En la medida en que la crisis se ha hecho más patente y más grave, su política económica, sin haber satisfecho nunca las demandas de los trabajadores, se ha ido escorando cada vez más a la derecha, iniciando la política de recortes y ataques que ha llevado, en el terreno electoral, a una enorme desmovilización.
Todo el peso de la responsabilidad en la defensa de los derechos fundamentales de los trabajadores cayó sobre los dirigentes sindicales de CCOO y UGT, pero su política ha estado marcada por los pactos y consensos con el gobierno y los empresarios, aceptando, en la práctica, la inevitabilidad de los recortes, algo que, junto a la política del gobierno, ha abonado el camino de la derecha en el terreno electoral. Después de la huelga general del 29 de septiembre de 2010 y ante el agravamiento de la crisis, Toxo y Méndez asumieron, en la práctica, el papel de “hombres de Estado”, respaldando la contrarreforma de las pensiones o mirando hacia otro lado ante nuevas agresiones a los derechos laborales o frente la actitud cada vez más hostil y ofensiva de la CEOE. Cuando es obvio para todo el mundo que estamos en vísperas de una nueva vuelta de tuerca contra las conquistas sociales, ya no desde las comunidades autónomas sino también desde el gobierno central, los dirigentes de CCOO y UGT insisten, como un disco rayado, en la necesidad de un “pacto de rentas” por el cual, a cambio de continuar con la política de contención salarial, piden a los empresarios que moderen los beneficios y “apuesten por un modelo de economía productiva”. Así, mientras el PP y la CEOE afilan el cuchillo a la luz del día, los dirigentes de CCOO y UGT vuelven a ofrecer un gran pacto social. Los capitalistas toman nota de la señal de debilidad y se envalentonan. Sin embargo, la política de los dirigentes sindicales tampoco se corresponde con el ambiente y la voluntad de la base sindical, que sienten claramente la necesidad de luchar. La actitud del profesorado en Madrid, que consiguió imponer un calendario de movilizaciones contra los recortes de Esperanza Aguirre mucho más rotundo que el que inicialmente planeaban los dirigentes sindicales, así como la participación masiva en las huelgas y manifestaciones convocadas, es muy sintomático de cual es el verdadero ambiente que se respira por abajo, en claro contraste con el conservadurismo y la parálisis dominante en la cúpula sindical.
En un intento desesperado por paliar la debacle electoral, augurada por el resultado de las elecciones catalanas de noviembre y las municipales y autonómicas de mayo, los dirigentes del PSOE han jugado la carta de Rubalcaba, que trata de presentarse con un perfil más de izquierdas, apelando constantemente la defensa de los intereses de los más humildes y al peligro que para las conquistas sociales tendrá un gobierno del PP. Pero con este giro, además de tener un problema muy grave de credibilidad y coherencia, no se subsana el factor fundamental que ha escorado al gobierno de Zapatero cada vez más a la derecha: la falta de alternativa al capitalismo. En el actual contexto de profunda crisis, incluso en el caso de que ganase el PSOE, en la medida en que su programa se sigue basando en la aceptación del capitalismo, es decir, en la inviolabilidad de la ley del máximo beneficio para unos cuantos, el nuevo gobierno con Rubalcaba reanudaría la senda de los recortes que ya ha emprendido Zapatero. Ya hemos visto lo lejos que ha llegado la socialdemocracia griega en la política de ataques a los trabajadores.
Agudización de la lucha de clases y perspectiva revolucionaria
Como ya ocurriera en las elecciones municipales, la percepción de que “gobierne quien gobierne siempre ganan los mismos”, se ha reforzado entre capas muy amplias de la clase obrera y la juventud. Eso implicará un crecimiento de la abstención. Obviamente, millones de trabajadores y jóvenes también se volverán a movilizar en las urnas pensando, y con razón, que una victoria de la derecha supondrá un mayor endurecimiento de los ataques. En este contexto, los marxistas de El Militante consideramos que la opción electoral que mejor puede expresar el rechazo al PP y a la política antiobrera que ha practicado el gobierno del PSOE es el voto a Izquierda Unida. A pesar de las limitaciones de su programa, y de la renuncia de sus dirigentes a orientarse a la base de los sindicatos para dar una respuesta organizada contra la política desmovilizadora de las cúpulas de CCOO y UGT, Izquierda Unida se ha opuesto a las contrarreformas y ha participado activamente en las movilizaciones de los últimos años, presentándose como un referente más a la izquierda para muchos trabajadores y jóvenes. En todo caso, como la experiencia ha demostrado sobradamente, votar no basta. La tarea fundamental para los sectores más avanzados de los trabajadores y la juventud es crear los medios para la construcción de una alternativa revolucionaria.
Cualquier alternativa política y sindical que pretenda servir a los intereses de la mayoría de la sociedad tiene que partir del reconocimiento de una realidad básica: en esta fase de crisis y decadencia del capitalismo mundial, lo que es elemental e imprescindible para los capitalistas contradice de forma absoluta lo que es básico e imprescindible para los trabajadores y sus familias. Todo intento de conciliar estos intereses contrapuestos lleva a la colaboración con quienes controlan las palancas del poder, el gran capital financiero y las grandes empresas, y a la asunción de sus objetivos y necesidades. Por eso, una alternativa que defienda los intereses básicos de la mayoría de la población, que luche consecuentemente contra el paro, en defensa de la sanidad y la educación públicas, por una vivienda para todos..., debe plantear abiertamente que la riqueza que generamos con nuestro trabajo sea puesta al servicio de las necesidades de la mayoría, y eso sólo será posible con la nacionalización de la banca y los grandes monopolios bajo el control democrático de los trabajadores.
Una victoria del PP, en todo caso, no va a cortar la tendencia ascendente de las movilizaciones a las que hemos asistido en el último periodo. Por supuesto, habrá elementos de perplejidad y de confusión entre muchos trabajadores, pero la tendencia fundamental seguirá siendo la que ha venido tomando fuerza en los últimos meses: la de comprender que la única vía para frenar los ataques y hacer valer nuestros derechos es la de la lucha. Un amplio sector de los trabajadores y de la juventud tiene cada vez más claro que el problema fundamental para hacer frente a la ofensiva de la burguesía no es la falta de ambiente sino la falta de alternativa y organización. En los últimos meses las calles se han llenado, como en mucho tiempo no había sucedido, de una profunda indignación y voluntad de cambio. La ofensiva de la derecha tendrá como consecuencia una agudización todavía mayor de la lucha de clases, con la incorporación de un sector tras otro a la lucha y a la búsqueda de una alternativa. Al igual que ocurrió en América Latina —cuando la crisis de finales de los noventa trajo consigo una gran ola de revolución que todavía perdura—, lo mismo está ocurriendo en Europa. La situación en Grecia es de efervescencia revolucionaria, esa es la perspectiva para el Estado español.
Ahora la tarea principal es convertir toda el extenso y profundo descontento social existente en fuerza real. La única forma de avanzar en este sentido es construyendo una alternativa marxista y revolucionaria en el movimiento de la clase obrera y de la juventud.