Con la unidad de la izquierda que lucha y una política en defensa de la clase trabajadora

El 24 de mayo se celebran las elecciones municipales y autonómicas en la mayor parte del Estado. El desplome del PP y el PSOE, la irrupción de Podemos y la apuesta decidida de un sector de la burguesía por Ciudadanos, anuncian una auténtica convulsión del mapa político tal y como lo hemos conocido en los últimos 40 años. Una transformación tan “brusca y repentina”, sólo se entiende a la luz de la catastrófica situación económica y social que estamos viviendo, y de cuyo agravamiento son responsables las políticas procapitalistas aplicadas por el PP, pero también por la derecha nacionalista y por el PSOE allí donde gobiernan, y de la gran rebelión social que ha inundado las calles de todo el estado en estos años.

Sufrimos una devastación social que nos ha hecho retroceder décadas: más de 5,5 millones de parados según la EPA, y más de un millón y medio de hogares con todos sus miembros desempleados y sin recibir ningún subsidio. Unas tasas de pobreza que afectan al 25% de la población total y al 35% de los niños y jóvenes; el país europeo con más desigualdad social, sólo por detrás de Letonia, donde los 20 mayores multimillonarios españoles acumulan un patrimonio de 77.000 millones de euros, equivalente al del 20% de las personas más pobres. Miseria energética, cientos de miles de desahucios, privatización de la sanidad y la enseñanza públicas; ataques a los derechos de los trabajadores, a los salarios, precariedad generalizada y criminalización de la protesta social. Y como guinda en este panorama, la corrupción, el robo y saqueo del patrimonio público, protagonizada por el conjunto del PP (Bárcenas, Rato, Granados, Fabra, Esperanza Aguirre…, una lista interminable), por muchos de los prohombres del PSOE (caso EREs en Andalucía), o por sectores de las direcciones sindicales (tarjetas black de Caja Madrid), que ponen aún más de relieve la profunda crisis que vive el régimen del 78.

Giro a la izquierda

La profundidad de la crisis del capitalismo español y el fuerte impulso del movimiento de masas, ha hecho saltar por los aires la paz social. Un ascenso de la lucha de clases que ha precipitado el descrédito de todas las organizaciones que han actuado como pilares del sistema. De hecho, en ningún otro momento desde la caída de la dictadura franquista, la autoridad política de las direcciones del PSOE, CCOO y UGT ha sufrido una merma tan pronunciada y evidente como en la actualidad.
Contrastando con la pasividad y la rutina burocrática de unos aparatos políticos y sindicales subordinados a los poderes económicos, las clase trabajadora, la juventud, la inmensa mayoría de la sociedad, se ha defendido con uñas y dientes de quienes intentan destruir todas las conquistas sociales arrancadas con tanto esfuerzo y sacrificio. Desde el 15-M a las Mareas Ciudadanas, desde la batalla encomiable de los activistas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), pasando por las grandes huelgas estudiantiles, las movilizaciones masivas contra la privatización de la sanidad pública en Madrid, las durísimas huelgas contra los despidos y en defensa de unas condiciones de  empleo dignas protagonizadas por los mineros, los trabajadores de la limpieza, Coca-Cola o más recientemente la huelga indefinida de las subcontratas de Telefónica…, todo el descontento, la rabia y la furia contra una política que ha descargado sobre los hombros de las familias trabajadoras una crisis creada por los capitalistas, se ha expresado con una intensidad eléctrica. En tan sólo unos años, la experiencia y la conciencia de millones han avanzado más que en décadas.
¡Qué lejos quedan ya el escepticismo, el derrotismo, la falta de confianza que transmitían en las filas de la izquierda los burócratas acomodados! Millones de personas, a través de la acción directa y con su creatividad, han puesto patas arriba un mundo que parecía imposible de conmover. El grito de Sí se puede se ha convertido en el portaestandarte de una generación que no acepta la sumisión y la humillación, y que está decidida a dar lo mejor para transformar la sociedad. Es esta profunda corriente de movilización social la que está detrás del cambio electoral que anticipan las encuestas y, muy en particular, detrás del meteórico ascenso de Podemos.

Ciudadanos: otro collar para el mismo perro

Más allá de la propaganda oficial sobre la recuperación económica, la clase trabajadora es muy consciente de la realidad, de cómo la crisis, el desempleo y las políticas de recorte dibujan un presente y un futuro lleno de dolor e incertidumbre. Este es el contexto que ha propiciado el desplome del PP en Andalucía, y que anticipa una debacle de la derecha en las próximas elecciones municipales y autonómicas. Una certeza que ha recrudecido los enfrentamientos internos dentro del partido, escenificados por la “tirada de trastos” entre Dolores de Cospedal y Javier Arenas, los ajustes de cuentas con Rato como víctima propiciatoria, y el “sálvese quien pueda” que ya han puesto en práctica muchos de sus barones territoriales. La mayoría de las encuestas dan un resultado de escalofrío para el PP, que ronda el 20%, una caída de más de veinte puntos desde 2011.
Para frenar este hundimiento catastrófico, la clase dominante —el Ibex 35— ha puesto en marcha una operación estratégica impulsando a Ciudadanos y a su líder, Albert Rivera, como la opción de un cambio “responsable” en contraposición a Podemos. Ciudadanos sería la cara razonable, dialogante y moderna de la derecha, pero siempre dispuesta a pactar con el partido de Rajoy, o con el PSOE, para garantizar la “estabilidad política” que el sistema necesita para que las políticas de recortes y austeridad continúen.
Por más que lo intenten esconder, bajo el paraguas de Ciudadanos se cobija buena parte de la derecha, y su programa político y económico, ideado entre otros por Luis Garicano, economista vinculado a FEDEA*, no deja lugar a dudas. El grueso de las medidas que ha ido presentando Ciudadanos en los últimos meses han sido demandadas insistentemente por la CEOE, como la imposición de un tipo único de IVA en torno al 16-19%, eliminando el tipo reducido y el superreducido, de tal manera que los productos de primera necesidad pagarán más IVA y los de lujo pagarán menos; la rebaja del tipo máximo de IRPF (es decir, aquel que pagan las rentas más altas); o la creación de un único modelo de contrato, con una indemnización mucho menor que la actual (tan menguada ya por las sucesivas contrarreformas laborales), y que abriría las puertas al despido libre.
Los líderes de Ciudadanos son también partidarios del copago sanitario, de eliminar la atención sanitaria a los inmigrantes sin papeles, y de las “reformas estructurales factibles, con un impacto importante en la reducción del gasto”, que todos sabemos que es el eufemismo preferido de la derecha para encubrir la privatización y los recortes en sanidad. A esto hay que sumar las frecuentes declaraciones xenófobas, homófobas y reaccionarias que numerosos dirigentes o miembros reconocidos de dicho partido han vertido en las redes sociales en los últimos tiempos. Indudablemente, Ciudadanos no representa otra cosa que las conocidas recetas de la derecha, envueltas en el celofán rosa de una “nueva política”.

La crisis de una socialdemocracia que se subordina al sistema

El deterioro electoral del PSOE ha provocado choques y enfrentamientos virulentos en los últimos años que, pese al coyuntural cierre de filas tras Pedro Sánchez, ni mucho menos están resueltos y sin duda aflorarán de nuevo tras las elecciones de mayo. Los resultados andaluces sólo suponen un cierto freno en la caída libre que estaba experimentando y, por supuesto, no hay ninguna garantía de que esa tendencia se consolide. En todo caso, la pérdida de votos del PSOE es histórica, y desde que el PP llegó al poder en el 2011 no sólo no se ha beneficiado de su desgaste, sino que ha continuado desplomándose hasta situarse, en las encuestas del mes de abril, con tan sólo un 21% en intención de voto. El hundimiento del PSOE en Catalunya puede que no tenga precedentes, y en otros territorios como Madrid, Asturias o Valencia el retroceso puede ser mayúsculo.
Esta situación se ha profundizado por la tibia (por no decir nula) política de oposición al PP, y las medidas que el mismo PSOE ha llevado a cabo en las comunidades donde gobierna. En los últimos años, los trabajadores y grandes sectores de capas medias empobrecidas han identificado correctamente a la dirección del PSOE como corresponsable de los ataques que padecemos y le han vuelto definitivamente la espalda en el terreno electoral. Un fenómeno que también se reproduce en el resto de Europa.

Podemos e Izquierda Unida

La gran movilización de masas de estos años, y el desgaste agudo del PP y del PSOE por su política en defensa de la gran banca y los grandes poderes económicos, constituyen la principal fuerza de Podemos, la que le dio el aliento para sorprender a todos en las elecciones europeas, rompiendo todos los pronósticos y la que le ha permitido crecer y desarrollarse por toda la geografía hasta el punto de hacer volar por los aires el bipartidismo que parecía omnipotente. Sin embargo, en los últimos meses hemos visto un claro giro a la derecha, no sólo en el lenguaje, también en el programa de Podemos, de donde han desaparecido aspectos centrales como la renta básica universal, la jubilación a los 60 años, la quita de la deuda, la nacionalización de sectores estratégicos, la prohibición por ley de los desahucios o el fin de los conciertos educativos. En un claro intento de atraer el voto de los sectores más conservadores, el famoso “ni de izquierdas ni de derechas”, y de presentarse como una opción “solvente” ante los grandes poderes del país, Pablo Iglesias y su equipo erosionan su apoyo entre los trabajadores defendiendo que un capitalismo de rostro humano es posible.
En esa estrategia se enmarcan declaraciones como las que realizó Pablo Iglesias en El otro estado de la nación, donde afirmó que “necesitamos a los ricos, pero vamos a pedirles responsabilidad”, o su malestar ante el discurso del secretario general de Podemos Málaga, con un marcado tinte de izquierdas, durante la campaña electoral andaluza. Este bandazo hacia lo que el establishment considera un “discurso moderado”, hacia un lenguaje puramente socialdemócrata, el abandono de reivindicaciones fundamentales… ¿Qué tiene que ver con las aspiraciones de la mayoría de los activistas que se han unido a Podemos, o con las necesidades de su base social? La gente corriente, es decir, los millones de trabajadores y jóvenes que votarán a Podemos esperan una solución concreta a problemas como el paro, los desahucios o el desmantelamiento de los derechos sociales y la sanidad o la educación públicas. No quieren más discursos vacíos, más brindis al sol, más promesas incumplidas.
Precisamente estos movimientos están en la base del “estancamiento” que señalan las encuestas y que, en buena medida, se expresó también en las elecciones andaluzas, donde pese a sus magníficos resultados, Podemos no consiguió movilizar el voto de un gran porcentaje de trabajadores que aún permanecen en la órbita del PSOE o en la abstención, provocando un sabor agridulce y un sentimiento de desconcierto entre sus bases (y dicho sea de paso, también entre la dirección).
En todo caso, Podemos continúa siendo, a los ojos de millones de trabajadores, de jóvenes, de activistas sociales y militantes desencantados y hastiados con las prácticas burocráticas de los aparatos sindicales y políticos de la izquierda tradicional, la herramienta más útil en el terreno electoral para tratar de cambiar las cosas. Ese descontento profundo, que ha arraigado en una lucha social sin cuartel, se expresará en un avance importantísimo de Podemos en la mayoría de los ayuntamientos y comunidades autónomas, que pone al alcance de la mano la derrota de la derecha en lugares muy simbólicos como Madrid, Aragón o el País Valencià, entre otros.
Podemos está vertebrando el voto de la izquierda que lucha contra el PP, y ha provocado una crisis cainita en Izquierda Unida, cuyas guerras internas no son sino el reflejo de un profundo proceso de descomposición del aparato, de una política errática en aspectos decisivos, y de un boquete de credibilidad que no ha taponado. Y es que, pese a que el giro a la izquierda en la sociedad es palpable, la dirección de IU ha sido incapaz de responder a este anhelo de cambio.
Aunque como señalamos en otras ocasiones, dirigentes como el propio Alberto Garzón han tratado de resituarse en el tablero político, radicalizando el discurso y recuperando reivindicaciones avanzadas y necesarias de la izquierda, sus palabras sirven de poco ante una práctica que en poco o nada se ha diferenciado del PSOE allí donde gobiernan, y en la evidencia de su colaboración con los recortes cuando participaban en la Junta de Andalucía de la mano del PSOE, o en su respaldo al PP en el parlamento extremeño.
Aunque miles de los mejores activistas de IU han estado a la cabeza de muchas de las luchas de estos años, su dirección mantiene un total silencio, cuando no una actitud cómplice, con las cúpulas de CCOO y UGT en su estrategia de paz social y desmovilización, incluso cuando éstas han actuado como muleta del gobierno llegando a acuerdos lesivos para los trabajadores.
En muchas comunidades autónomas el esclerotizado aparato de IU, en muchos casos también salpicado por casos de corrupción como el de las tarjetas black, libra una batalla sin escrúpulos contra los sectores más a la izquierda de la organización. Los acontecimientos en la Comunidad de Madrid, donde la dirección local dinamitó toda posibilidad de confluencia, provocando la salida de la organización de los vencedores de las primarias, Tania Sánchez y Mauricio Valiente, incumpliendo todos los mandatos de la dirección federal, demuestra hasta qué punto estos sectores han desarrollado intereses materiales propios, al margen de la organización y por supuesto de la clase obrera.
También la total falta de reacción de la dirección de IU en Andalucía ante el desastre electoral es otra prueba de su incapacidad para aprender de sus errores y reconducir la situación. Si esto no se rectifica de forma drástica, lo que de momento no parece que vaya a suceder, el futuro de IU a corto plazo es muy incierto. En medio de todo esto, la fuga de militantes y cuadros hacia Podemos alcanza ya dimensiones de epidemia. De momento, todas las encuestas auguran una caída importante de votos, lo que se traducirá en pérdida de concejales y diputados autonómicos. Esta situación agravará aún más las dificultades económicas que les asfixian, y recrudecerá la lucha por la “supervivencia” de los distintos sectores del aparato.

Derrotar a la derecha, transformar la sociedad.
Por el frente de la izquierda que lucha

Al margen de estas peleas por el sillón, de los giros oportunistas y de las actitudes sectarias, en la calle se respira una gran necesidad de unidad. Una victoria rotunda de la izquierda en varias comunidades autónomas y grandes ciudades supondrá un nuevo impulso a la movilización y a la moral de los trabajadores, que sin duda utilizarán este hecho para tratar de recuperar el terreno perdido por los recortes.
A esta atmósfera no es ajena, una vez más, toda la experiencia acumulada en los últimos años, donde día tras día muchos jóvenes y trabajadores, junto con activistas de distintas organizaciones sindicales, sociales y políticas, han trabajado codo con codo, en las mareas, en las Marchas de la Dignidad del 22-M, en las distintas plataformas en defensa de los servicios sociales, contra las privatizaciones, etc. Sin embargo, la confluencia ha sido la excepción y no la regla.
En donde ha cuajado, como en el caso de Barcelona en Comú (la coalición de partidos liderada por Ada Colau, donde se han integrado IU y Podemos) la disputa de la alcaldía de Barcelona a CiU puede acabar en un gran triunfo. De la misma forma en Zaragoza, Bilbao o Murcia se han constituido candidaturas conjuntas donde se han integrado tanto Podemos como IU, lo cual, con un programa nítidamente a la izquierda y una actitud audaz podría multiplicar la fuerza de la izquierda mucho más allá de la mera suma aritmética de ambas organizaciones.
Lo que parece claro es que el escenario está abierto a todo tipo de pactos y combinaciones, tanto por parte de la derecha, con acuerdos entre el PP y Ciudadanos, con pactos entre el PP y el PSOE (en ambos casos ensayando lo que podría ser una gran coalición de cara a las generales para continuar con el programa de recortes y austeridad) o con la alianza de Podemos e IU allí donde su unión pudiera constituir gobiernos claramente de izquierdas.
Los acontecimientos han dejado muy claro el tremendo potencial que existe para levantar una alternativa socialista y anticapitalista de masas. ¡Y hay que aprovecharlo! Es la hora de construir un gran Frente de Izquierdas, de materializar la Convergencia o la Unidad Popular, que integre a Podemos, a Izquierda Unida, a los movimientos sociales, a la izquierda de las nacionalidades históricas. Una unidad de la izquierda, no para disolvernos en los mecanismos de las instituciones que están completamente alejadas de nuestros intereses, sino para representar a la mayoría explotada y defender un programa en su beneficio. Un Frente de Izquierdas que recoja el sentir de la calle, de todos los que luchamos contra los recortes y hemos puesto en solfa a este gobierno de los empresarios. Un Frente de Izquierdas que sirva para recuperar principios y señas de identidad que han sido abandonadas a favor del arribismo, la corrupción y la integración en el sistema; que luche frontalmente contra las redes clientelares del poder, que rompa radicalmente con ese parlamentarismo que no nos representa y que actúa de correa de transmisión de los grandes bancos, de los mismos especuladores y ladrones que viven en el lujo obsceno en la cúspide del sistema.
Un Frente de Izquierdas que recoja el sentimiento de unidad, que es una aspiración de millones, y que se comprometa con una serie de puntos básicos e irrenunciables, que la propia movilización social ha hecho suyos en estos años de batallas:

· Derecho a una vivienda digna: fin de los desahucios por ley, y expropiación de los millones de casas que los bancos han robado, para crear un gran parque público de viviendas en alquiler social.

· Derogar la LOMCE y el decreto 3+2. Desde la escuela infantil hasta la universidad, enseñanza pública gratuita, de calidad, democrática y laica. No a los conciertos educativos.

· Sanidad pública de calidad y para todos. Derogación de todos los decretos aprobados por el PP, y por el PSOE, que abren la puerta a la privatización sanitaria. Sanidad pública sin excluir a nadie, reintegrando todos los derechos sanitarios a nuestros hermanos de clase inmigrantes.

· Defensa intransigente de los derechos democráticos. Derogación de la reforma de la Ley del aborto, de la Ley Mordaza, de todos los ataques a la libertad de expresión, manifestación y huelga.

· Los diputados y concejales de este Frente de Izquierdas deben cobrar como máximo el salario de un trabajador cualificado. Elegibilidad y revocabilidad inmediata de nuestros representantes.

· Derecho de autodeterminación para las nacionalidades históricas.

· Por el empleo digno con derechos. Derogar inmediatamente las reformas laborales que se han aprobado y las ETTs. Reducción de la jornada laboral a 35 horas sin reducción salarial. Subsidio indefinido para los desempleados. Reducción de la edad de jubilación a los 60 años.

· Nacionalización de la banca, de las eléctricas, de todos los monopolios que antes eran públicos y se privatizaron para beneficio de una minoría, y hacer esta nacionalización bajo control de los trabajadores para dedicar esos recursos a combatir el paro y elevar el bienestar de la mayoría.


*FEDEA es una fundación promovida por el Banco de España en 1985 e impulsada por las empresas y bancos más importantes de nuestro país, como Abertis, BBVA, Banco Sabadell, Banco de España, La Caixa, Banco Popular, Iberdrola, Bolsa de Madrid, Fundación Ramón Areces, BANKIA, Banco Santander, Repsol, Corporación Financiera Alba, S.A., Telefónica y Fundación ACS.


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