¡Ni un minuto más el PP en la Moncloa!
Por primera vez desde los pactos de la Transición, los partidos que han contribuido a la estabilidad del régimen capitalista a duras penas llegaron al 50% de los votos en las elecciones del 20D. Aún más importante, el sonoro descalabro del PP, después de una legislatura de pesadilla contra el empleo, los derechos laborales, de ataques sin tregua a la educación y la sanidad públicas, de miles de desahucios, empobrecimiento y corrupción generalizada, ha ido acompañado a su vez de un crecimiento espectacular del apoyo a las organizaciones situadas a la izquierda de la socialdemocracia tradicional.
Los votos de Podemos, los obtenidos por las candidaturas de confluencia, y los de Unidad Popular-IU suman más de 6 millones, bastantes más de los que logra el PSOE de Pedro Sánchez que, en las mejores circunstancias posibles, consigue el peor resultado de su historia. Nada de esto hubiera sido posible sin las grandes luchas de los últimos cuatro años.
Desde que la aritmética parlamentaria mostró las dificultades para formar gobierno, la burguesía ha emprendido una campaña estruendosa a favor de una gran coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, como la única vía segura de continuar con la agenda de contrarreformas y ajustes. Pero la cosa no es tan fácil. Los resultados electorales han revelado cambios en la correlación de fuerzas entre las clases, y un gran debilitamiento del PSOE. En medio de este embrollo, la propuesta de Pablo Iglesias, abogando por un gobierno alternativo al PP, con PSOE, Podemos e Izquierda Unida, ha desatado la furia desde todos los rincones de la derecha política y mediática, y trastocado la agenda política.
Para empezar, Rajoy ha declinado por dos veces ante el rey someterse a la investidura, consciente de una derrota estrepitosa en el Parlamento. Pero esta no ha sido la reacción más importante. Los editoriales de El País, por mencionar al portavoz más cualificado del gran capital, rebosan odio contra Podemos, y no se recatan en amenazar a Pedro Sánchez con el Apocalipsis si acepta el “caramelo envenenado” lanzado por Iglesias. El ruido ensordecedor se multiplica con la salida al ruedo de las viejas momias del PSOE, encabezadas por Felipe González y el Comando Corcuera. El expresidente socialista, responsable de la entrada en la OTAN, la guerra sucia de los GAL o una salvaje reconversión industrial entre otras muchas cuestiones, reconocido multimillonario y comisionista de los grandes monopolios, nos alerta de los riesgos de una solución “bolivariana” en el Estado español, denostando y atacando a Podemos como un nuevo “leninismo 3.0”. Estas acusaciones lanzadas a bombo y platillo en una entrevista en El País, reproducida a su vez por cientos de medios nacionales e internacionales, no ocultaban el deseo de Felipe de que el PSOE apoyase un gobierno del PP y no entorpeciese los planes que los capitalistas tienen ya diseñados para los próximos cuatro años. En el mismo sentido, pero con ese aire repugnante de fascista confeso, se pronunció también José Mª Aznar, advirtiendo por enésima vez del peligro “chavista-comunista con financiación venezolana e iraní” que supone Podemos.
Alguien dijo que tanto odio desde las filas de la derecha significa que algo se está haciendo bien. La propuesta de Iglesias por “un gobierno plural con una composición proporcional a los resultados del 20D, del PSOE, de Podemos y las confluencias, y también de Izquierda Unida”, que adopte medidas urgentes en los 100 primeros días “para atajar situaciones graves de emergencia social, como la de cientos de miles de ciudadanos en situación de desempleo que no reciben ninguna prestación, como los desahucios sin alternativa habitacional, como los cortes de suministros por pobreza, o como que haya mujeres víctimas de violencia”, conecta con las aspiraciones inmediatas de la inmensa mayoría. La idea de sacar a Rajoy del gobierno, y revertir cuanto antes los recortes y los ataques a nuestros derechos y condiciones de vida, no puede dejar de ser vista como un paso adelante.
Un programa socialista basado en la lucha
Lo que ocurra en las próximas semanas está por ver. El aparato de Ferraz se ha manifestado, de momento, contra la gran coalición. Sometido a las presiones directas de los grandes centros de poder económico y a las de unos “barones” territoriales dispuestos a respaldar al PP, ha respondiendo a las críticas rabiosas de Susana Díaz y sus afines con la convocatoria de un referéndum entre las bases para ratificar los pactos de gobierno, se supone que con Podemos. Por supuesto, la propuesta de consultar a la militancia socialista ha sido descalificada duramente por El País y toda la caverna como un ejemplo de “populismo” podemita, como siempre ocurre con las votaciones democráticas que pueden hacer peligrar los intereses de los poderosos. En cualquier caso, la postura de Pedro Sánchez no deja de representar los intereses de un aparato en crisis que ve con pavor su futuro. La opción de inmolarse con la gran coalición, tal como le exigen, abriría irremediablemente la puerta a un escenario semejante al de Grecia, con el PSOE recorriendo el mismo camino del PASOK hasta quedar reducido a la insignificancia política.
Es difícil ofrecer una perspectiva acabada de lo que va a suceder en el momento de escribir este editorial. La burguesía pondrá todo su empeño en que un gobierno de la izquierda no se haga realidad; de cuajar esta opción, no será tan fácil —partiendo de la experiencia de estos años—desdecirse de las promesas y volver a los recortes sin provocar una fuerte oleada de movilizaciones. Por supuesto, no están descartadas otras variables como un acuerdo entre PSOE y Ciudadanos, con apoyo parlamentario del PP, lo que tendría las mismas implicaciones que una gran coalición; o la convocatoria de elecciones anticipadas, alternativa que se abre camino entre muchos dirigentes de la derecha y del PSOE, pero que de producirse podría arrojar un resultado igual o aún más desfavorable para la clase dominante.
La posición de los marxistas es clara en esta cuestión. Sacar a Rajoy de la Moncloa es un objetivo fundamental, pero si el pacto ofrecido por Iglesias se concreta hay que responder a las aspiraciones de la mayoría con claridad y celeridad: derogando la reforma laboral y la contrarreforma de las pensiones, incluida la aprobada por Zapatero; la LOMCE y todos los decretos que han privatizado la enseñanza pública, desde la infantil a la universidad; blindar un sistema público sanitario, digno y con recursos, para todas las personas que viven en el Estado español. Hay que suprimir la Ley Mordaza y todos los ataques a los derechos y libertades democráticas; garantizar por ley el fin de los desahucios y el derecho a una vivienda digna, utilizando los millones de pisos vacíos en manos del SAREB para establecer un parque público de vivienda con alquileres sociales; hay que llevar a cabo soluciones de urgencia contra la pobreza energética, que incluyan la nacionalización de las eléctricas. Junto a estas medidas inmediatas hay que reconocer el derecho a decidir de Catalunya, de Euskal Herria y Galiza.
La lucha de clases en el Estado español, la rebelión social que hemos protagonizado millones en las calles, ha hecho posible este escenario, y esa es la idea esencial: el poder para cambiar las cosas, para transformar la realidad que vivimos y enfrentar las injusticias sociales que este sistema produce, reside en la movilización masiva, consciente y sostenida de la población, de los trabajadores, de la juventud, de los movimientos sociales. Ningún gobierno de la izquierda que realmente quiera cumplir con el mandato del pueblo puede hacer la tarea recurriendo sólo a la aritmética parlamentaria. Para romper la resistencia de los capitalistas es indispensable la lucha y la organización revolucionaria. Las amargas lecciones de Grecia lo han subrayado una vez más. Ese es el único camino.