La investigación del FBI sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016 se ha centrado en un nuevo foco, la difusión de propaganda y desinformación por las redes sociales. Lo que se ha revelado hasta ahora, incluyendo el gasto de 100,000 dólares en memes, anuncios, y páginas de eventos en Facebook por parte de granjas de trolls desconocidas en redes sociales, es francamente patético, especialmente cuando se compara con la forma en la que Estados Unidos ha intervenido para derrocar gobiernos democráticamente elegidos en el pasado, desde Irán en 1953 hasta Chile en 1973.
Parte de la respuesta a la “amenaza rusa” es un nuevo grupo especial del FBI para monitorizar las redes sociales. En realidad, se constituyó el año pasado, pero sus actividades han permanecido en secreto. Recientemente el FBI ha clarificado que el propósito es alertar al público y a los empresarios estadounidenses de las campañas de desinformación y manipulación en las redes sociales por parte de Rusia y de otras naciones, centrándose en la desinformación relacionada con las próximas elecciones de medio mandato. Para muchas y muchos, ansiosos por ver a Trump fuera del Gobierno, este hecho puede parecer algo positivo, pero no es así.
El FBI sirve a los intereses de la elite empresarial de los Estados Unidos, no a la “democracia” en abstracto, e históricamente ha señalado y hostigado a socialistas, sindicalistas y activistas de los derechos civiles. Pero también ha entrado cada vez más en conflicto con la administración Trump respecto a la investigación sobre Rusia, lo que le ha permitido ser presentado como una parte de “la resistencia” contra Trump.
La promoción del “Rusiagate” por figuras en el establishment del Partido Demócrata ha sido la principal forma de desviar la atención respecto de su absoluto fracaso de cara a impedir que Trump se alzara con el poder. Los 100,000 dólares aparentemente gastados por Rusia en actividades troll en anuncios de Facebook no son nada comparado con los 9.800 millones de dólares gastados por ambos partidos a lo largo de las elecciones de 2016, la mayoría de los cuales venían de capitalistas estadounidenses autóctonos. Con este nuevo foco en las redes sociales, la histeria anti-Rusia ha permitido establecer una amplia lista de objetivos incluidos críticos izquierdistas al establishment del Partido Demócrata como es el caso de numerosos simpatizantes de Bernie Sanders o de la campaña de Jill Stein. El objetivo “no tan sutil” es desprestigiar cualquier oposición de izquierdas a las políticas corporativas ligándolas de alguna manera a Rusia, lo que ha ocurrido incluso con el movimiento Black Lives Matter.
Bajo el capitalismo, el Estado fundamentalmente sirve para proteger a la clase dominante y la propiedad privada, e instituciones como el FBI juegan el papel de una auténtica policía política. Desde las Redadas Palmer en 1919 – la detención y deportación de miles de extranjeros radicales coincidiendo con el triunfo de la revolución rusa – hasta el papel central del FBI en la caza de brujas McCarthista durante la guerra fría, y los ataques del Programa de Contrainteligencia a los movimiento por los derechos civiles y a los movimientos del poder negro.
A día de hoy, el FBI sigue estando fundamentalmente al servicio del capitalismo, no importando qué riñas puedan estar teniendo con la administración Trump. Fue el FBI quien señaló al movimiento Occupy Wall Street para investigarlo, o más recientemente, respondieron al movimiento Black Lives Matter mediante un informe sobre “Identidad Negra Extremista”, o contestaron frente al surgimiento de la extrema derecha con una investigación sobre el activismo anti-fascista.
Existen ciertamente temores legítimos sobre el papel de la Rusia de Putin y otros regímenes manifiestamente autoritarios como China. El Estado ruso, por ejemplo, reprimió a periodistas independientes como Ali Feruz. Pero el grupo especial de redes sociales del FBI, y la histeria del Russiagate, puede y están siendo usados para atacar a nuestro propio periodismo independiente o a figuras destacadas que pueden ser favorables al movimiento Black Lives Matter, a políticas independientes, y al socialismo. Confiar que el propio aparato represor de los Estados Unidos determine qué periodismo es o no es aceptable es, precisamente, la forma incorrecta de proteger nuestros derechos democráticos.