El tiroteo en el Paso, Texas, ha conmocionado a la clase trabajadora latina y migrante en Estados Unidos mayormente, por el racismo tan brutal y focalizado, siendo uno de los atentados contra una población migrante con mayores bajas humanas en la historia de EE.UU. El perpetrador, Patrick Crusius, un supremacista blanco de 21 años subió a la página 8chan (conocida por ser el portal de publicaciones xenófobas, racistas y misóginas que escriben los mismos asesinos), un manifiesto anunciando la masacre unas horas antes de cometerla.

Donald Trump con lo sucedido dijo públicamente: "Nuestro país debe condenar con una sola voz el racismo, la intolerancia y el supremacismo blanco". Y señaló como culpables a la violencia que hay en los videojuegos, a las enfermedades mentales e incluso responsabilizó a los medios por la polarización que divide al país. No existe ningún estudio que ratifique que quienes juegan videojuegos violentos, incrementen comportamientos violentos; el tener una enfermedad mental no te determina a convertirte en un asesino y los medios se sirven de los discursos que da línea el Estado. Ésta condena que falsamente reprocha Trump, no es más que una maniobra electorera, que contradice los casi cuatro años de su régimen ultraderechista, en donde los recortes al gasto público, el aumento del gasto militar, la escalada en laguerra comercial contra China, la reforma fiscal, los nombramientos de jueces conservadores y el fortalecimiento deshumano de ICE (Inmigration and Customs Enforcement) con el hacinamiento en los centros migratorios, la separación de familias y deportaciones masivas de migrantes, han sido la huella que recrudece las condiciones de vida de la clase trabajadora, en especial la migrante.

Dos años después del triunfo de Donald Trump los ataques a migrantes hispanos se dispararon como nunca, hasta el 4 de agosto de este año se contabilizaron 937 tiroteos, que, si bien el gobierno se quiere deslindar de verlo como un problema estructural, el contexto de estas masacres responde a un problema de fondo.

En junio de 2015, Dylann Roof, que expresó afinidad con grupos supremacistas blancos, mató a nueve personas en una iglesia negra en Charleston, una mujer murió a tiros en una sinagoga en Poway, 11 personas murieron en un ataque contra la sinagoga Tree of Life en Pittsburgh, mientras que en Ohio se llevaba a cabo otra masacre horas después de la de El Paso. Según Statista Analysis, el 58% de los tiroteos fueron cometidos por varones blancos, de los cuales un porcentaje considerable siente afinidad por ideologías fascistas.

El supremacismo blanco en Estados Unidos está en plena actualidad, pero su origen se remonta a hace más de 150 años. Su nacimiento se asocia con la caída de los estados de la Confederación y la creación del Ku Klux Klan, la llegada de las ideas fascistas de la Alemania nazi hizo eco e impulsó la ideología de la supremacía blanca. La Alt Right, nacionalistas, neonazis y supremacistas no son más que la ultraderecha de toda la vida y las bases sociales para un régimen fascista. El SPLC, que contabiliza desde hace más de 20 años el número de grupos de odio en EE.UU., registró en 2018 1,020 de estos grupos en el país: "Es el número más alto jamás contado por nosotros", expone Heidi Beirich. "Es además un 30% más alto que hace cuatro años.”

En EE.UU. es más fácil conseguir un AK47, que una visa de trabajo. La población estadounidense representa el 4.4 % de la población mundial, pero concentra en sus manos el 42% del total de las armas (registradas), en el mundo. Quienes defienden febrilmente el derecho constitucional a portar un arma y su jugoso negocio, son los miembros de la NRA (Asociación Nacional del Rifle), que tienen en sus filas a 18 millones y que sus cuotas ayudan a financiar “su” derecho inyectando 19 mil millones de dólares a campañas presidenciales, entre ellas, la de Donald Trump.

 


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