¡Solo bajo el socialismo podremos evitarlo!

La ola de calor extremo que ha azotado a Canadá y EEUU a finales de junio ha dejado al mundo en shock, poniendo encima de la mesa la grave amenaza que se cierne sobre la humanidad fruto del cambio climático impulsado por el modo de producción capitalista.

Con temperaturas extremas de hasta 49,5ºC, y subidas de hasta 5º más sobre récords anteriores (un auténtico hito que ha dejado en shock a la comunidad científica), este devastador fenómeno ha causado cerca de 800 fallecimientos en la Columbia Británica, la zona más golpeada, y más de 200 en los estados de Oregón y Washington en EEUU, la muerte de 1.000 millones de animales marinos en Canadá, y decenas de incendios –casi 300 sólo en territorio canadiense– que han arrasado decenas de miles de hectáreas de bosque. El caso más dramático ha sido el de Lytton, un pequeño pueblo habitado que ha quedado derruido a escombros por el fuego. Una situación inédita nunca vista desde 1850, año desde que existen registros.


Esta ola de calor extrema es fruto del llamado “estrangulamiento” de la corriente en chorro polar[1]. El calentamiento global reduce la diferencia de temperaturas entre estas corrientes, provocando su debilitamiento y haciendo posible que se produzcan eventos cada vez más extremos. La propia Siberia, a la altura del Círculo polar ártico, ha vivido temperaturas en determinadas zonas de hasta 48ºC, desatándose todos los temores sobre el derretimiento del permafrost[2]. En este momento, una nueva ola de calor arrasa el suroeste de los EEUU, habiéndose alcanzado en el desierto del Valle de la Muerte en California los 54,4ºC.

El teatro de los “negocios verdes”

Hace mucho que los efectos de la crisis climática y del aumento de temperatura, y la responsabilidad del capitalismo en su agravamiento, son innegables. Pero en la última década, y especialmente desde 2015, la velocidad a la que se producen los acontecimientos está siendo salvaje. Los 6 años más cálidos jamás registrados se han producido desde 2015[3]: con 2016, 2020 y 2019 como los tres años más cálidos de la historia (en ese orden). La realidad concreta es que el Acuerdo de París ya es papel mojado, y que las emisiones de gases de efecto invernadero no sólo no se han reducido, sino que no paran de crecer. De hecho, ya se asume que a este ritmo se alcanzará el máximo global de temperatura que se había fijado en el Acuerdo de París (1,5ºC) en el plazo de 5 años.

La extrema gravedad de la situación, ya evidente en el día a día para millones de personas, ha obligado a bancos, grandes multinacionales y a los Gobiernos capitalistas a su servicio a sumarse al carro de la “revolución verde”, las “energías verdes” y el “coche verde”. Sin embargo, asistimos a una auténtico teatrillo donde lo único que prima son los beneficios de estos grandes monopolios capitalistas y una estrategia propagandística para encubrir su completa responsabilidad en la degradación medioambiental. Según un reciente informe, ninguno de los índices bursátiles de las economías del G7 se ajustan a los índices del Acuerdo de París, contribuyendo a una subida de las temperaturas de 2,95ºC, y en el caso de las Bolsas de EEUU y Canadá por encima de los 3ºC.[4]

Un buen ejemplo de ello han sido los llamado “bonos verdes”, emisiones de deuda que hacen bancos y grande multinacionales para financiar proyectos medioambientalmente sostenibles. La realidad, tal y como ha planteado el BCE, es que sólo el 1% de los activos de los fondos de inversión europeos se ajustan realmente a lo que podrían denominarse unas “finanzas ecológicas”, y que la relación de dichos “bonos verdes” con la reducción de emisiones de CO2 "no está claramente establecida". El propio BCE critica que esto sólo ha servido como una estrategia de “greenwashing”, para que bancos y multinacionales aparezcan como actores implicados en frenar el cambio climático. De hecho, fondos de inversión y bancos han incrementado sus inversiones en sectores contaminantes en los últimos 6 años, pasando de 700.000 millones de euros a 1,3 billones.[5] Obviamente el BCE, que cínicamente lo critica, es uno de los mayores responsables de esta situación.

El presidente canadiense Justin Trudeau (Partido Liberal) se autoproclama el modelo a seguir en la lucha contra el cambio climático, pero la realidad desmiente su propaganda. Las emisiones de CO2 en Canadá aumentaron en 2019 un 0,2% interanual y solamente se han reducido un 1,1% en los últimos 15 años. Canadá es el cuarto mayor productor de petróleo del mundo y dispone de grandes reservas en las provincias occidentales de Saskatchewan y especialmente Alberta, donde se ubican tierras bituminosas que son explotadas de forma salvaje por los magnates de la industria petrolera, gracias a lo cual amasan verdaderas fortunas. Trudeau no solamente permite esto, sino que lo fomenta. Este año un informe publicado por el grupo ecologista Environmental Defence reveló que en 2020 el gobierno canadiense entregó 18.000 millones de dólares canadienses (más de 12.000 millones de euros) en ayudas a los oligarcas petroleros. Además, Trudeau ha apoyado de forma entusiasta la expansión del oleoducto TransMountain y acordó con Trump la construcción del oleoducto Keystone XL para transportar petróleo a refinerías norteamericanas, que fue respondido con numerosas movilizaciones en las calles.


Por su parte, fruto de la presión social Biden ha frenado algunos de los proyectos más descarados de Trump y ha suscrito el Acuerdo de París, pero es evidente que de las cumbres del clima no solamente salen medidas insuficientes, sino que son incumplidas sistemáticamente por los distintos gobiernos, y especialmente el nortamericano. Joe Biden es un fiel representante de Wall Street y gobierna también para oligarcas que están destruyendo el planeta. Muchos de ellos, eso sí, ven una enorme oportunidad de negocio en la “economía verde” y sin necesidad de ningún compromiso por su parte.

Bajo el sistema capitalista solo existe una ley para la banca y los grandes monopolios capitalistas: la maximización de beneficios a costa de lo que sea, ya sea el medio ambiente o la explotación extrema de la clase trabajadora. Tratar de aplicar o imponer criterios sociales y ambientales a la producción, esperando que estas grandes empresas renuncien voluntariamente a parte de sus beneficios es una utopía reaccionaria que ni se está cumpliendo ni se cumplirá. Cada día es más evidente la completa impotencia de los Gobiernos, del signo que sea, para hacer frente a la catástrofe climática que nos acecha.

Para planificar ecológica y socialmente la economía, ¡hay que expropiar a los capitalistas!

En el caso del Estado español, el Gobierno “progresista”, y especialmente los Ministros de UP, no dejan de llenarse la boca hablando de la transición ecológica y el cambio de paradigma económico de cara a garantizar una economía sostenible, pero no se ha adoptado ni una sola medida eficaz y seria en este sentido. La propia normativa para distribuir los fondos europeos ha reducido los plazos y controles medioambientales. Pero además, se siguen aprobando proyectos monstruosos que agravarán aún más la crisis medio ambiental, como la mina de potasa Muga (entre Zaragoza y Navarra), la mayor mina subterránea del Estado denunciada por ecologistas y vecinos como un auténtico atropello ecológico.[6]

Recientemente hemos asistido a una polémica por la campaña impulsada desde el Ministerio de Consumo de Alberto Garzón para concienciar respecto al consumo de carne. Es cierto que la industria ganadera, en manos de un puñado de grandes monopolios, es una de las más contaminantes del mundo. Obviamente, la respuesta de Pedro Sánchez a esta campaña señalando que donde este un “buen chuletón al punto” se quite todo lo demás, es una auténtico insulto y una burla. Sin embargo, señalar, como hace Garzón, a los consumidores, es decir, a las y los trabajadores, cuando muchas familias obreras ni siquiera tienen acceso a comer carne de calidad, es una auténtica tomadura de pelo.

El cambio climático tiene nombres y apellidos. Para enfrentar esta auténtica hecatombe climática, no vale con aprobar declaraciones en el Parlamento o hacer campañas publicitarias de concienciación, sino que es necesario ir a la raíz del problema y organizar la sociedad en equilibrio con la naturaleza. Algo que solo es posible expropiando a la banca y a los grandes capitalistas, y planificando la economía, no en base al interés cortoplacista de un puñado de multinacionales, sino a la necesidades sociales de la población y a las necesidades ecológicas del planeta. ¡Sí, el socialismo es el único camino!

 

[1] La ola de calor en Canadá y EEUU, propia de Oriente Medio, es un aviso climático del Planeta

[2] Capa de suelo permanentemente congelada, pero no permanentemente cubierta de hielo o nieve, de las regiones muy frías o periglaciares, como la tundra.

[3] El año 2020, el más cálido de la historia empatado con el 2016

[4] Ni un solo índice bursátil de los países del G-7 cumple el Acuerdo de París

[5] El BCE critica el 'greenwashing' en el sistema financiero y pone en duda la eficacia de los bonos verdes

[6] El Gobierno aprueba la mayor mina subterránea de España a pesar de su impacto ambiental


banner libres y combativas

banner

banner

banner libres y combativas

banner revolutionary left

banner sindicato de estudiantes

banner revolucion rusa