La guerra de Ucrania cumple nueve meses. Lo que iba a ser una intervención militar rápida, atendiendo a la propaganda y los planes iniciales del Gobierno de Putin, se ha transformado en una brutal guerra de desgaste que ya implica abiertamente al ejército ruso y la maquinaria militar y política de la OTAN, o más exactamente a la de EEUU.

Solo los propagandistas del Departamento de Estado, y sus voceros en la izquierda asimilada,  niegan la realidad: no estamos ante una guerra de liberación en defensa de un pequeño país indefenso, sino ante una guerra imperialista librada entre Washington y Moscú, en la que EEUU ha hecho todo lo que está en su mano por iniciar y enconar el conflicto, arrastrando a una Europa que está suicidándose económicamente, y Rusia cuenta con el firme apoyo de China y de muchos otros países que han rechazado la política de sanciones occidentales.

Unas pocas cifras demuestran esta realidad. Ucrania ha recibido o recibirá pronto algo más de 41.000 millones de euros de ayuda militar, fundamentalmente del Gobierno norteamericano pero también de la UE, lo que supone más de siete veces el presupuesto militar ucraniano de 2022, o el 86% del presupuesto militar ruso de este año. Miles de soldados ucranianos están siendo entrenados en bases de toda Europa y todo el aparato de inteligencia de la OTAN y el Pentágono —satélites, comunicaciones, etc.— está a pleno rendimiento ofreciendo apoyo esencial. En definitiva, un ejército con tropas ucranianas pero dirigido por Washington.

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Ucrania ha recibido o recibirá pronto algo más de 41.000 millones de euros de ayuda militar, fundamentalmente del Gobierno norteamericano pero también de la UE. 


Si atendemos a los medios de comunicación occidentales, los valientes luchadores por la libertad ucranianos avanzan frente a las tropas rusas mientras Putin es un loco que se ha quedado solo en el mundo y se enfrenta a la caída de su régimen. La retirada rusa de Jersón sería el último ejemplo de lo bien que marcha la guerra para Ucrania.

Putin es la cabeza de un Estado capitalista corrupto, sí, pero ni la locura guía sus acciones ni está solo en el mundo ni su régimen está en crisis. Y la situación en el campo de batalla dista mucho de ser tan favorable para Ucrania y el imperialismo occidental como nos cuentan.

Fracaso de las sanciones

Aunque la propaganda hable constantemente de una guerra de “Rusia contra el mundo”, desde el primer momento quedó claro que esto no era así. Solo EEUU, la UE, Canadá, Japón, Corea del Sur y Australia han impuesto sanciones a Moscú. Ninguno del resto de los hasta ahora firmes aliados de Washington, como India, Pakistán, Israel, Turquía o las monarquías del Golfo Pérsico, ningún país latinoamericano ni africano, ha seguido las instrucciones de Washington.

El propio cumplimiento de las sanciones está resultando un auténtico vodevil: el petróleo ruso es comprado por terceros países y revendido a la UE a través de petroleros griegos; otro tanto ocurre con el gas; hay excepciones en cualquier producto que resulte necesario para las cadenas de producción de EEUU o de la UE… Las exportaciones de la UE a Rusia no han cesado, ahora se realizan fundamentalmente a través de Turquía, miembro de la OTAN y firme aliado occidental hasta hace bien poco, que se está convirtiendo en un socio cada vez más cercano de Rusia.

Pero lo más importante ha sido el efecto bumerán que han tenido las sanciones sobre la economía, sobre todo la europea. El aumento del precio de la energía ha provocado una explosión de la inflación, que supera ya el 10% en 18 de los 27 países de la UE. El seguidismo de Bruselas al militarismo de Washington está colocando al capitalismo europeo ante el abismo.

Mientras tanto, la economía rusa ha aguantado las sanciones mejor de lo que nadie pronosticó. La previsión de una caída del PIB de más del 10% se reduce a cada nuevo informe. El último del FMI prevé una caída del 3,4% en su economía, una cifra sorprendente, por modesta, para un país en guerra. Sus lazos económicos se han fortalecido con numerosos países, destacando India y Turquía. La relación con China se ha solidificado: su comercio ha crecido un 64% en lo que va de año, con un aumento del 10% en las ventas rusas de gas, petróleo y minerales, mientras el volumen de las operaciones en yuanes en el mercado ruso de divisas casi ha alcanzado a las operaciones en euros y dólares. Y todo esto cuando en el bloque occidental arrecian las divisiones y se habla desde diferentes medios políticos y militares de la urgencia en abrir la vía de la negociación que culmine en el fin de la guerra. A la fuerza ahorcan.

Washington contra el mundo. La “unidad” europea se resquebraja

La Administración Biden no ha hecho sino profundizar la política del nacionalismo económico de Trump, que se ha traducido en una declaración de guerra comercial contra el resto del mundo, para empezar contra sus principales aliados. Una política que ha revalorizado el dólar en un 20% y que se ha visto reforzada con la Ley para la reducción de la inflación, que ofrece recortes de impuestos e incentivos para las empresas que inviertan en el país.

Esta ley es toda una patada en la boca a sus aliados de la UE. El pasado septiembre, el Wall Street Journal afirmaba que el gran ganador de la crisis energética era EEUU y que industrias europeas estaban ya trasladando producción a suelo estadounidense por los altos precios de la energía en Europa. Pero el tono de las quejas de los funcionarios de la UE ha  subido mucho tras comprobar como su amado amigo del otro lado del Atlántico les está robando la cartera.

EEUU está vendiendo gas natural licuado a Europa a cuatro veces el precio que pagan las empresas estadounidenses por él. Cuando en la última cumbre del G20 en Bali, funcionarios europeos pidieron explicaciones a Biden por esto, el presidente norteamericanao se limitó a señalar que no conocía el problema.

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Lo más importante ha sido el efecto bumerán que han tenido las sanciones sobre la economía, sobre todo la europea. El seguidismo de Bruselas al militarismo de Washington está colocando al capitalismo europeo ante el abismo. 


En las últimas semanas se han sucedido las declaraciones desde París y Berlín criticando las medidas proteccionistas de Washington, hasta llegar a una declaración conjunta de sus ministros de Economía el 22 de noviembre, donde piden una respuesta a la política estadounidense sobre la base de una “política industrial europea”. Una moderación que no gusta a Macron y sus ministros que están siendo mucho más beligerantes en las palabras y en los gestos, hasta el punto de que plantean una ley europea clara y contundente para enfrentar la estrategia estadounidense, lo que supondría una guerra comercial abierta.

Pero la burguesía francesa no es la única agraviada por la guerra y el desastre que está significando para la economía y la estabilidad política de Europa. La clase dominante alemana se enfrenta a una dura recesión en medio de profundas divisiones. El canciller Scholz llama patéticamente a la calma y a evitar una guerra comercial, pero al mismo tiempo viaja a Beijing para reunirse con Xi Jinpin y asegurarle que las inversiones en China de las empresas alemanas van e irán viento en popa.

En suma, no solo se resquebraja la supuesta unidad entre EEUU y la UE, sino que las grietas entre los propios socios europeos crecen cada día que pasa. El margen para el capitalismo europeo se acaba.

La retirada de Jersón y la estrategia rusa

Tras la retirada de Járkov en septiembre, el abandono ruso de la ciudad de Jersón a comienzos de noviembre ha provocado ríos de tinta y un alborozo enorme en los medios occidentales. Se ha especulado mucho con los motivos de esta decisión, vinculándola incluso a las conversaciones que mantienen discretamente Rusia y EEUU, pero según pasan las semanas parece evidente que se trata de un repliegue ordenado dentro de una estrategia militar bastante pensada y que no tiene que ver con ningún tipo de victoria militar ucraniana sobre el terreno.

Es cierto que Jersón era la única capital controlada por Rusia desde febrero, y hace pocas semanas había sido formalmente anexionada a Rusia. Además era la cabeza de puente para cualquier hipotético avance hacia Odesa. En este sentido se trata lógicamente de un golpe político para Putin. Pero desde un punto de vista militar la ciudad, que está situada en la orilla occidental del río Dniéper, el más caudaloso de Ucrania, estaba siendo objeto de los bombardeos ucranianos desde verano, inutilizado el principal puente que lo cruza y obligando a sostener la logística rusa a base de pontones y ferris. El nuevo general al mando de las tropas rusas en Ucrania, Serguéi Surovikin, ha considerado que mantener esa posición podría imponer un gran coste y pocas ventajas a corto plazo.

La llegada de Surovikin y la decisión de concentrar los esfuerzos en las zonas controladas del Donbás, está suponiendo un punto de inflexión en la estrategia militar rusa. Desde que fracasó la operación rápida para tomar Kiev se han sucedido los generales al mando y los objetivos, la mayor parte de las veces sin que estuviera clara la estrategia general. Mientras, en estos meses la artillería proporcionada por Occidente a Ucrania ha golpeado de forma importante las vitales líneas de suministro rusas. Las cifras lo demuestran: en agosto la artillería rusa llegaba a los 67.000 disparos al día, en las últimas semanas ronda los 20.000.

A la vez, las columnas blindadas rusas han sido duramente castigadas. Analistas militares hablan de 1.500 tanques perdidos y más de 8.000 vehículos. Es imposible saber si esta cifra es real pero dada la multitud de imágenes de vehículos de todo tipo destruidos, abandonados o recuperados por el ejército ucraniano, es evidente que las cifras serán muy altas.

Peor que los vehículos perdidos, que se pueden reponer en mayor o menor medida, es el saldo de bajas. Ucrania ha avanzado sobre Jersón a costa de miles de muertos y heridos en sus tropas, pero los logros rusos están teniendo también un coste muy alto en  pérdidas de hombres.

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La retirada rusa es un golpe político para Putin. Pero desde un punto de vista militar, El nuevo general ruso al mando, Serguéi Surovikin, ha considerado que mantener esa posición podría imponer un gran coste y pocas ventajas a corto plazo. 


La inteligencia occidental habla de 100.000 bajas, entre muertos y heridos, tanto para Rusia como para Ucrania. Es igualmente imposible corroborar estas cifras pero para hacernos una idea en diez años de guerra en Afganistán murieron entre 14.000 y 26.000 soldados soviéticos. Las pérdidas humanas de estos meses significan para Rusia una parte importante de sus mejores tripulaciones de tanques, de tropas de primera línea de las unidades más capaces y de sus oficiales al mando.

Después de meses resistiéndose, Putin decretó una movilización parcial de 300.000 nuevos soldados. Pero hay que formarlos y equiparlos. Todo indica que el plan de Surovikin pasa por ceder Jersón y dejar que el Dniéper cumpla su papel de frontera natural. Mientras, utilizarán el invierno para reforzar sus posiciones y reponer las pérdidas, golpear duramente con artillería las posiciones ucranianas, y de paso evitar cualquier intento de Zelenski y la OTAN de partir en dos el corredor terrestre que une Rusia a Crimea.

A la vez, los mandos militares de Moscú están en una campaña de bombardeos sobre infraestructuras energéticas ucranianas con efectos muy importantes: dos tercios del país sufren cortes de luz o de agua mientras llegan las primeras nieves. Por eso la decisión ucraniana de comenzar a evacuar Jersón, sin condiciones para garantizar luz, agua, etc., apenas unos días después de celebrar su “liberación” con visita de Zelenski incluida, confirma que este plan le podría dar buenos resultados a Rusia.

La llegada de las bajas temperaturas congelará el suelo y dejará a las tropas ucranianas sin parte del camuflaje que le han ofrecido los bosques. Esto en teoría favorecería la maniobra de las unidades blindadas rusas pero, visto el estado general de sus fuerzas, parece que el famoso “general invierno” va a tener más efecto sobre la población que sobre las operaciones militares. Y las privaciones, el desabastecimiento y el frío extremo entre la población se convertirá en un factor político de primer orden que presionará a Zelenski y Biden.

¿Un acuerdo en el horizonte?

En las últimas semanas se han sucedido las declaraciones públicas de altos funcionarios estadounidenses instando a Ucrania a ser “realista” en sus pretensiones. A la vez, el general Mark Milley, el militar norteamericano de mayor rango, ha sido mucho más claro a la hora de hablar públicamente a favor de abrir el camino a una negociación de paz.

Los contactos entre Rusia y EEUU —que nunca se han cortado del todo— se han vuelto a intensificar, hasta llegar a un encuentro en Turquía entre los máximos responsables de inteligencia, William Burns y Serguéi Naryshkin. Precisamente Burns, siendo embajador en Moscú, advirtió en 2008 sobre la línea roja que representaba para Rusia la entrada de Georgia y Ucrania en la OTAN.

Es significativo que las voces más claras sobre una posible negociación vengan del Pentágono, y que no dejen de argumentar que sobre el terreno Ucrania no puede aspirar a ganar más y que la retirada de Jersón puede ser un punto de partida para discutir. Pero desde la Casa Blanca llaman a mantener la estrategia: seguir armando a Ucrania y desgastando a Rusia.

Negociar la paz podría parecer algo razonable para cualquiera, entonces ¿por qué Biden mantiene una posición tan salvaje? Porque lo que está en juego no es la seguridad de Ucrania o la “democracia”. El problema es la decadencia de Washington y su negativa en redondo a renunciar a sus ambiciones imperialistas y a la hegemonía.

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Los contactos entre Rusia y EEUU —que nunca se han cortado del todo— se han vuelto a intensificar. 


China le ha ganado la partida en Asia, en América Latina y en África, y ahora asistimos a la batalla por la supremacía en Europa. Esto es lo que explica el militarismo de Biden. Y la incapacidad de Washington por imponerse es lo que está detrás de las divisiones mencionadas. Hace unos meses eran solo sectores del Partido Republicano, después sectores de los demócratas, del Pentágono y ahora están emergiendo las profundas tensiones acumuladas durante meses con los países de la UE, empezando por Francia y Alemania.

A pesar de la propaganda y de los golpes que han podido dar al ejército ruso en el frente, el imperialismo estadounidense muestra cada vez más sus limitaciones para salir victorioso de esta guerra. ¿Cuánto tiempo podrá asegurar los niveles actuales de equipamiento al ejército ucraniano? Los stocks europeos están en situación crítica y los estadounidenses empiezan a dar señales de alarma.

Rusia está jugando a que el tiempo corra a su favor, confiando en soportar mejor el desgaste. Putin no conseguirá sus objetivos en Ucrania en una mesa negociadora si antes no los ha alcanzado sobre el terreno. Todo indica que el plan de Surovikin es preparar las fuerzas para una nueva ofensiva más adelante salvo que consiguieran la rendición ucraniana machacando sus infraestructuras, algo que a priori parece bastante difícil.

La situación sigue abierta y hay muchos factores que la hacen impredecible: hasta dónde llegue el imperialismo occidental en su apoyo a Ucrania, en un momento en que se ven cada vez más fracturas; los efectos políticos de la lucha de clases en Europa y EEUU; la dureza de la próxima recesión… Puede haber algún tipo de negociaciones o incluso una tregua, pero aún no se ha impuesto ninguno de los dos bandos lo suficiente como para que la situación se pueda resolver con un acuerdo de paz inmediato. La paz en una guerra imperialista siempre la dicta el vencedor en el campo de batalla.

Un programa internacionalista y de clase contra esta guerra

Los únicos  que se están beneficiando con esta guerra son los grandes capitalistas vinculados a los monopolios, la banca y la industria militar, engordando sus beneficios a costa de los pueblos de Ucrania, de Rusia, de Europa y del mundo.

Conocemos de sobra las “guerras por la democracia” del imperialismo estadounidense, esa excusa cínica para ocultar la brutalidad de sus intervenciones criminales a lo largo de décadas. Por otro lado, el régimen de Putin es valedor de los intereses de la oligarquía capitalista y nacionalista gran rusa, surgida de la destrucción de la URSS y del saqueo de la propiedad nacionalizada. Putin es un anticomunista declarado, un adversario de Lenin y los bolcheviques como él mismo proclamó, y encubre las anexiones que llenarán los bolsillos de la plutocracia rusa con guiños demagógicos a desnazificar Ucrania.

Ante una guerra como esta, reaccionaria por ambos lados, levantamos el programa del internacionalismo, de los comunistas como Lenin o Liebknecht desde hace más de un siglo: ¡Abajo la guerra imperialista! ¡Fuera las tropas de Putin y la  OTAN de Ucrania! Defendemos el derecho de Ucrania a la autodeterminación y la independencia, pero eso no significa colocarnos en la barricada del Gobierno reaccionario ucraniano. Luchamos por una Ucrania socialista y una Rusia socialista.

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Ante esta guerra, reaccionaria por ambos lados, levantamos el programa del internacionalismo, ¡Abajo la guerra imperialista! ¡Fuera las tropas de Putin y la  OTAN de Ucrania! 


Llamamos a la acción revolucionaria de la clase obrera ucraniana, lo que supone romper con cualquier subordinación al imperialismo y a su Gobierno títere. La clase obrera de Rusia también está llamada a ajustar cuentas con su propio Gobierno imperialista. No tiene nada que ganar en esta guerra y no podrá ser libre si sostiene la opresión de otros pueblos como el ucraniano.

Aunque en un periodo de tiempo se llegue a algún tipo de acuerdo de paz, y este sea recibido con esperanza por millones de personas en Ucrania y en el mundo, será una paz imperialista, entre bandidos. La única posibilidad de una paz justa, y de evitar nuevas guerras imperialistas, será posible cuando derroquemos a los Gobiernos capitalistas que han llevado a esta masacre y el poder pase a la clase obrera. ¡Abajo la guerra. Socialismo o barbarie!


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