Tras las elecciones a la Duma del pasado 4 de diciembre en Rusia, y ante el fraude electoral orquestado por el gobierno de Putin y su partido Rusia Unida (RU), miles de personas han salido a las calles de Moscu, San Petersburgo y otras ciudades del país para exigir la anulación de las elecciones y la dimisión del presidente Vladímir Putin. El 24 de diciembre, continuando las protestas iniciadas tras las elecciones, más de 100.000 personas se manifestaban en Moscú, en lo que están siendo las mayores protestas desde la desintegración de la Unión Soviética.
El fraude electoral
Aunque inicialmente la aptitud de las autoridades rusas, y del propio Putin, ha sido de desprecio hacia los manifestantes burlándose de los mismos, los efectos de las protestas ya se han dejado notar. La preocupación por las protestas han llevado a que el presidente ruso Medvédev anunciara reformas del sistema electoral, facilitando la inscripción de partidos de cara a las elecciones (con el sistema actual sólo hay siete partidos legalizados), aumentando la representación de los partidos opositores en la Comisión Electoral Central (órgano que ha centrado parte de las críticas de los manifestantes), o prometiendo una auténtica televisión pública sin influencia del Estado o empresarios privados. El propio Putin, de cara a recuperar cierta legitimidad ante las próximas elecciones presidenciales de marzo a las que se presenta, ha prometido incluso instalar cámaras en los más de 100.000 colegios electorales, confirmando de esta manera las sospechas de fraude electoral que recaen sobre su gobierno. Otro ejemplo a este respecto ha sido la reciente “dimisión” del segundo en la listas de RU, Boris Gryzlov, portavoz y líder hasta ahora en la Duma del grupo parlamentario.
Los casos más burdos de fraude se han producido en las regiones del Cáucaso, como Chechenia, azotada durante años por la intervención militar del Kremlin, donde el partido de Putin ¡consiguió el 99% de los votos! así como en las zonas rurales, donde en muchos casos se llevaban las urnas a casa de los votantes “a petición de éstos”. Según algunos informes el voto real de Rusia Unida podría haber sido 15 puntos inferior al 49% anunciado por las autoridades rusas, algunos análisis incluso llegan a plantear, basándose en el cómputo del voto electrónico, más difícil de manipular, que RU habría obtenido un 30% de los votos.
En todo caso, el partido de Putin, incluso ateniéndonos a los resultados oficiales, ha sufrido una estrepitosa caída respecto a las anteriores elecciones, ha perdido más de 12 millones de votos y 14 puntos, perdiendo así la mayoría cualificada de dos tercios necesaria para reformar la Constitución. En cuanto al resto de fuerzas políticas, destaca la subida de las dos principales fuerzas de la izquierda, el Partido Comunista, que pasa del 11% al 19%, con una subida de cuatro millones y medio de votos, y Una Rusia Justa, que pasa del 7% al 13% con un aumento de más tres millones de votos. El Partido Liberal Demócratico sube dos millones de votos, consigue un 12%, pasa de tercera a cuarta fuerza política en la Duma, por detrás de Una Rusia Justa.
Malestar social y desconfianza en el capitalismo
Desde la restauración del capitalismo en Rusia y los países del este de Europa, se ha producido una constante degradación de las condiciones de vida para la mayoría de la población, aumentando drásticamente la desigualdad social, hasta el punto de que el 10% de más rico de la población rusa acumula el 30,4% del PIB, mientras el 10% más pobre tan sólo representa el 1,9% del PIB. Esta situación ha supuesto la progresiva desaparición de las ilusiones que amplios sectores de la sociedad pusieron en dicho proceso de restauración capitalista a comienzos de los años 90. Según una reciente encuesta del Pew Research Center, la confianza en el capitalismo y el libre mercado en Lituania, Ucrania y Rusia han descendido notablemente. Mientras que en 1991, un 76%, 52% y 46%, respectivamente, aprobaba el cambio a una economía de mercado, en 2011 dichos porcentajes han disminuido hasta el 45%, 34% y 42% respectivamente.
Mientras un grupo muy restringido de la población se han convertido en multimillonarios, con una exagerada vida de lujo y ostentación al calor del saqueo de las riquezas de la extinta Unión Soviética, el resto de la población ha sufrido una constante degradación de sus condiciones de vida, acumulándose progresivamente una enorme rabia y frustración entre estratos cada vez más amplios de la sociedad. Es este hecho el que explica las sorprendentes e imprevistas movilizaciones que hemos vivido en las últimas semanas, y que tal como parece, continuarán por los menos hasta las elecciones presidenciales de marzo, representando un eslabón más en el proceso de polarización social y política producto de la crisis global que vive el sistema capitalista, y del que parecía ajeno un país como Rusia.
¡Es necesaria una alternativa de clase!
Un primer síntoma de esta crisis es la propia división y enfrentamientos que al calor de estas movilizaciones han aparecido entre diversos sectores de la clase dominante, alguno de estos sectores disidentes han intentado reconducir el malestar social hacia las simples reivindicaciones democráticas. El ejemplo más claro a este respecto ha sido el de Alexei Kudrin, ex ministro de Finanzas de Putin hasta septiembre de 2011, que participó en las manifestaciones, y que se ha manifestado “convencido de que es posible realizar con calma la transformación no violenta del sistema político y de todo el Estado”, o el caso del multimillonario Mijaíl Prójorov, muy cercano a Putin, que ha manifestado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales, este movimiento es visto como un intento de fragmentar el voto opositor de cara a asegurar la victoria de Putin.
Estas maniobras, que reflejan las presiones crecientes producto del malestar social, no son contrarrestadas por un discurso desde la izquierda. La composición de las manifestaciones es muy heterogénea, predominando una fuerte desconfianza hacia las distintas fuerzas políticas, incluidos los partidos de izquierda. Por otro lado la aparición en las manifestaciones de personajes como Kudrin o Zhirinovski, dirigente este último del Partido Liberal Democrático, de extrema derecha y xenófobo, fue recibida con silbidos por parte de los manifestantes, incluso impidiendo a este último dirigirse a la manifestación.
El fraude electoral, algo habitual en las elecciones rusas, ha sido la válvula de escape del enorme malestar existente entre la población. El papel de los principales partidos de izquierda, especialmente el Partido Comunista, diluyéndose en las manifestaciones con elementos tan corruptos y degenerados como Kudrin, o haciéndose eco de un discurso nacionalista y reaccionario, dando así alas a elementos de extrema derecha, hará que los procesos políticos en Rusia transiten por caminos tortuosos. El hecho de que los sindicatos no hayan jugado papel alguno en estas movilizaciones demuestra la necesidad de levantar una alternativa de clase donde la clase obrera plantee sus propias reivindicaciones, clarificando y ayudando a otros sectores sociales a sacar las necesarias conclusiones para canalizar la protestas y el malestar social en el sentido de lograr la necesaria transformación socialista de la sociedad.