Hace unas semanas George W. Bush apareció en dos ocasiones ante las cámaras de televisión de todo EEUU. La primera para presentar su nuevo "plan" para la guerra de Iraq y la segunda para pronunciar su discurso sobre el Estado de la Unión. Estas dos apariciones se producen en medio de una atmósfera de crisis, divisiones y desmoralización palpable de la clase dominante norteamericana.
En cuanto a la nueva "estrategia" para Iraq, más que un plan parece una huída hacia adelante que demuestra el callejón sin salida en el que se encuentran. La propia prensa capitalista hacía una valoración sombría del plan: "Después de casi cuatro años de combate sangriento, el discurso de Bush quizá sea la última oportunidad creíble de intentar presentar una estrategia vencedora en Iraq y cambiar la opinión que tienen los estadounidenses sobre una guerra impopular que ha costado la vida a más de 3.000 soldados y más de 400.000 millones de dólares" (Forbes, 11/1/07).
El plan es una locura y ha encendido las luces de alarma entre la clase dominante norteamericana. Enviar 21.500 soldados más y prolongar la ocupación al menos otros dos años. Duplicar el número de tropas de combate en Bagdad. Enviar 4.000 marines al oeste de Iraq, a la provincia de Anbar, donde los comandantes estadounidenses han tenido que admitir que los 30.000 soldados que hay allí están empantanados y han perdido el control de la provincia. Y quizá la más peligrosa de todas las propuestas: entrar en Bagdad e iniciar una batalla que podría ser el toque de difuntos que podría acelerar la salida del imperialismo estadounidense de Iraq.
A los pocos días el periódico británico The Independent se hacía eco de un estudio de la Brookings Institution. El estudio dice que las tropas norteamericanas deberían retirarse de las ciudades iraquíes, que esta sería la única "medida racional" si quieren contener la guerra civil y sus efectos.
El documento recurre a la experiencia de las guerras civiles en Líbano, Yugoslavia o Afganistán, y también habla de los efectos que tendría en toda la región del Golfo Pérsico. Advierte de la radicalización y posibles movimientos de secesión en países cercanos, el aumento del terrorismo: "Requeriría una fuerza de 450.000, tres veces el despliegue actual de tropas estadounidenses, incluso después de haber enviado los 21.500 que ha ordenado el presidente Bush este mes". No es lo mismo luchar en el desierto que en una ciudad con más de cuatro millones de habitantes que es el lugar idóneo para una guerra de guerrillas urbana y donde el número de bajas estadounidenses podría aumentar rápidamente.
Este plan ha provocado la oposición no sólo de los Demócratas, sino también de sectores del Partido Republicano y de altos mandos del ejército que entienden perfectamente lo que es: una táctica suicida hacia la derrota. Pocos días después del discurso, comparecía ante el Senado el general John Abizaid, comandante en jefe para Oriente Medio, y cuando le preguntaron sobre este plan dijo: "No hay suficientes tropas para mantener una fuerza tan grande en Iraq durante mucho tiempo. Podemos poner 20.000 soldados más mañana y conseguir un efecto temporal. Pero cuando se mira la fuerza global de EEUU disponible allí, la capacidad de sostener ese compromiso sencillamente es algo que sobrepasa el tamaño de nuestro ejército".
Al día siguiente The Washington Post / ABC News publicaba una encuesta que demostraba como la oposición a la guerra dentro de EEUU sigue aumentando. Según esta encuesta publicada el 10 de enero, el 61% se opone a este plan y el 52% se opone enérgicamente, sólo un 36% lo apoyaba. Esta creciente oposición también se empieza a ver en la calle, el pasado 27 de enero decenas de miles de personas se manifestaban en Washington contra la guerra y para exigir a los Demócratas que utilicen su mayoría en las dos cámaras para acabar con esta guerra.
El discurso sobre el ‘mal' Estado de la Unión
El discurso sobre el Estado de la Unión llega en el momento de menor popularidad de Bush que se ha convertido en el presidente con menos apoyo desde Richard Nixon, cuando estalló el caso Watergate, quien pocos meses después tenía que abandonar la presidencia.
Bush recurrió a la habitual retórica sobre la "guerra contra el terrorismo", la "democracia", la "seguridad", etc. Este discurso sirvió también para comprobar que la administración Bush continuará con su política reaccionaria de ataques a las condiciones de vida de los trabajadores y a sus derechos democráticos.
Las palabras de Bush se encontraron con una dura oposición de los Demócratas, pero la crítica más feroz no vino de los escaños demócratas sino de las propias filas del Partido Republicano. El senador James Webb (que ocupó un cargo en la administración Reagan) criticó muy duramente el discurso del presidente denunciando la incompetencia de su gobierno tanto en el manejo de la guerra de Iraq como de ser incapaz de detener las crecientes desigualdad sociales y económicas que hay en el país. Las palabras de Webb y del resto de representantes del capitalismo norteamericano destilan hipocresía, porque ellos, al igual que Bush y compañía, son los únicos responsables de que millones de estadounidenses vivan en condiciones de pobreza, explotación y miseria. Sus críticas sólo responden a su pavor al ver que la continuidad de este gobierno con Bush al frente tarde o temprano provoque una explosión social que ponga en peligro sus propios privilegios e intereses como clase dominante.