El cambio climático se ha convertido en un grave peligro para el futuro del planeta y de la propia humanidad. Cuando desde los medios de comunicación se señala que la catástrofe ecológica que vive nuestro ecosistema es producto directo de la “acción del hombre”, hay que ser concretos: esta situación de emergencia refleja la lógica y el funcionamiento del sistema de producción capitalista que arrasa con todo lo que encuentra, incluido el medio ambiente, para garantizar los beneficios económicos de un puñado de monopolios y multimillonarios.
Los responsables de esta destrucción medioambiental salvaje tienen nombres y apellidos en los mercados internacionales y en los gobiernos de todo el mundo: el 63% de las emisiones de CO2 y metano son el resultado de la actividad de 90 multinacionales, mientras un conocido estudio de Oxfam señala que el 10% más rico de la población mundial genera casi el 50% de las emisiones de carbono, el mismo porcentaje que los 3.500 millones de personas más pobres.
El planeta no se muere, lo están asesinando
Esta crisis ambiental no tiene precedentes y así lo prueban los distintos estudios y datos que se han publicado en este último periodo, una radiografía espeluznante de la degradación medioambiental que sufre la Tierra. Los ejemplos son abundantes. Los 20 años más calurosos de la historia desde que comenzaron las mediciones climáticas han sido registrados en los últimos 22 años, algo que ha afectado de forma dramática al 70% de las ciudades con más de cinco millones de habitantes. Además, el Banco Mundial prevé un incremento de las temperaturas de cuatro grados para finales de siglo si no se reducen de forma drástica las emisiones de CO2, lo que supondría la desaparición del 60% de la producción de maíz americano y de trigo en la India.
La situación marítima es igual de alarmante. Un estudio publicado por el Instituto para el Cambio Global de la Universidad de Queensland en Australia explicaba que el deterioro de la calidad de las aguas y el aumento de la temperatura y acidificación de los océanos ha producido la desaparición del 50% de los arrecifes de coral de todo el mundo (el ecosistema marino más importante del planeta) en los últimos 30 años.
La subida de las temperaturas y del nivel del mar, que provoca desertizaciones, sequías, inundaciones, la deforestación de nuestros bosques o las catástrofes naturales que se incrementan a un ritmo acelerado, han potenciado la crisis de los refugiados climáticos: más de 64 millones de personas han tenido que huir de sus hogares por las consecuencias del mismo y, según la ONU, en 20 años esta cifra llegará a los 1.000 millones.
El capitalismo nos conduce a la barbarie ecológica
Toda esta situación ha golpeado con fuerza la conciencia de millones de jóvenes en todo el mundo, levantando un poderoso movimiento ecologista en las calles, con la celebración de numerosas huelgas estudiantiles y manifestaciones masivas.
La acción directa de la juventud ha servido de altavoz para que los recientes estudios sobre la alarmante velocidad con la que avanza la catástrofe ecológica hayan tenido un auditorio mucho más amplio. Esto es lo que ha forzado a sectores de la clase capitalista y a los políticos a su servicio a mostrar su “conciencia verde” acelerando su campaña demagógica. Con la estrategia de sumarse al carro del ecologismo, intentan escurrir el bulto y descargarse de la responsabilidad fundamental que tienen en esta barbarie.
La hipocresía que han demostrado estos ricachones y políticos del sistema no tiene límites. Los que se echan las manos a la cabeza, como hizo recientemente el presidente Macron en la cumbre del G-7, preguntándose cómo es posible “que hayamos llegado a esta situación”, son los mismos que privatizan masivamente nuestros bosques y selvas para que las grandes empresas multinacionales del sector ganadero y maderero, mediante incendios intencionados, puedan obtener terreno para pastos, aunque eso suponga acabar con la Amazonía brasileña o con la sabana del África subsahariana.
La crisis climática ha puesto encima de la mesa que los intereses de los capitalistas son totalmente antagónicos a los de la mayoría de la sociedad. Las acciones prácticas que se deben llevar a cabo para salvaguardar el futuro del planeta chocan frontalmente con los intereses de las diferentes potencias mundiales y la existencia de la propiedad privada de la tierra y los medios productivos y energéticos. En una época de absoluta decadencia del sistema capitalista, donde la guerra comercial entre EEUU y China y la competencia por el mercado mundial marca el tono de las relaciones económicas internacionales, la catástrofe ecológica se ha elevado a la enésima potencia.
¿Qué suma y qué resta en la lucha contra el cambio climático?
No es ninguna casualidad que la burguesía y sus representantes intenten presentar los acuerdos climáticos o los protocolos ambientales como pasos adelante para controlar la actividad nociva de las grandes empresas. Pero en realidad son una auténtica farsa que forma parte de una campaña muy consciente para intentar asimilar al movimiento ecologista, cuando no comprarlo directamente, y evitar que se llene de contenido anticapitalista y revolucionario.
Durante estos últimos meses hemos vivido una retahíla de ejemplos: los medios de comunicación del sistema destacando el “apoliticismo” del movimiento ecologista, Angela Merkel apoyando públicamente la huelga climática del pasado 15M, Felipe VI avisando de la importancia de aplicar políticas verdes, incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) instando a tomar “medidas concretas” …
El hecho de que la derecha, la monarquía, los poderes económicos o los medios de comunicación del sistema se declaren “ecologistas”, no aporta nada positivo a la lucha contra el cambio climático como tampoco afirmar que son bienvenidos a este movimiento. Con esta política lo único que se logra es lavar la cara a los responsables de la barbarie ecológica y abrirles la puerta para que puedan influir y manipular una lucha ejemplar, mientras de paso se lucran colocando la etiqueta “ecológica” a sus empresas y montajes publicitarios.
La gran mentira del “capitalismo ecológico”
Pensar que es posible construir “un capitalismo verde” es una utopía reaccionaria que en última instancia culpabiliza a la gran mayoría de la sociedad de la crisis ambiental. La burguesía internacional ha explotado con entusiasmo el discurso tradicional de los partidos verdes y las ONGs institucionalizadas sobre la “concienciación individual” y el “consumo responsable”. Ideas que están siendo de nuevo utilizadas machaconamente por el montaje que se ha hecho alrededor de la figura de Greta Thunberg.
La atención mediática que Thunberg ha recibido y sigue recibiendo tiene un claro objetivo: potenciar un discurso individualista sobre el papel que cada uno de nosotros, independientemente de nuestra clase social, debemos jugar para frenar el cambio climático. Recientemente, informativos de todo el mundo abrían con la noticia de que Greta llegaba en un majestuoso velero de última generación a las costas de Nueva York “para así evitar las emisiones contaminantes de los aviones”. Esta iniciativa, que ha sido aplaudida por el lobby empresarial “verde” y políticos de todo el mundo, ha sido financiada por BMW, EFG (un banco suizo vinculado a distintos paraísos fiscales) y por la familia real de Mónaco. ¿Es así como se pretende acabar con la polución y el efecto invernadero? ¿De la mano de la banca, las grandes empresas y la monarquía?
Son precisamente estas acciones y argumentos los que abren un espacio para que nuestros enemigos intenten apropiarse de nuestro movimiento. Un levantamiento maravilloso que refleja un sentimiento generalizado de descontento contra el sistema y el callejón sin salida que supone para la mayoría de nosotros. Por eso nuestra lucha no debe ir dirigida a que los políticos que gestionan el capitalismo “reflexionen” y gobiernen “de forma ecológica”. Esto es simplemente ridículo.
¿Qué hay detrás de los partidos verdes y el Green New Deal?
En muchos países, especialmente en Europa, los conocidos partidos verdes han tratado de presentarse como una solución para frenar la barbarie ecológica. Pero lo cierto es que, siguiendo la lógica capitalista o aferrándose a las instituciones burguesas, intentar dar marcha atrás a la destrucción medioambiental se convierte en una tarea imposible.
Cuando estos partidos han llegado a gobiernos europeos, utilizando una retórica ecologista, han aplicado las mismas políticas de recortes aprobadas por los gobiernos de la derecha o la socialdemocracia con los que han compartido carteras ministeriales. En muchas ocasiones, también han contribuido a eliminar cualquier control que pudiera frenar la degradación ambiental. Un ejemplo ha sido el Partido Verde sueco votando a favor de los cupos para refugiados, el Partido Verde alemán que llevó adelante el mayor programa de ajustes y privatizaciones desde la postguerra cuando gobernó en coalición con el SPD entre 1998 y 2005, o el Partido Verde de Irlanda que respaldó la agenda de austeridad del FMI mientras estuvo en el gobierno.
Precisamente el carácter masivo que ha adoptado el movimiento ecologista ha abierto un debate institucional sobre las medidas que deben tomarse para frenar el cambio climático. La más sonada ha sido la propuesta del Green New Deal (GND), impulsada por la senadora demócrata Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos. Con este plan se pretende garantizar que las empresas se gestionen desde un punto de vista “ecológico” y así acabar con los combustibles fósiles. En realidad, este tipo de medidas —lo mismo que las declaraciones “de emergencia climática” en los parlamentos que diversos sectores están promoviendo— plantea que el capitalismo se puede reformar y relega la lucha por la supervivencia del planeta y la humanidad a la buena voluntad de los grandes monopolios mineros, petroleros, eléctricos, agropecuarios, gasísticos, madereros… y los bancos y fondos de inversión que están detrás de ellos.
En el Estado español, el gobierno del PSOE también ha hablado de poner en marcha una “agenda de transición ecológica”. Pero si Pedro Sánchez quisiera realmente luchar contra el cambio climático debería confrontar con los grandes poderes económicos, empezando por nacionalizar las empresas eléctricas y del sector de la energía para que sean públicas. En política lo que importa son los hechos y no las palabras.
¡Por un ecologismo revolucionario y de combate!
Del 20 al 27 de septiembre están convocadas grandes movilizaciones por todo el planeta, incluida una nueva huelga estudiantil internacional. No hay duda de que estas jornadas volverán a mostrar nuestra determinación de lucha contra los responsables que la catástrofe ambiental, y desde el Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria estaremos en primera línea de esta batalla.
La tarea de levantar un movimiento ecologista revolucionario que plantee terminar con la dictadura que los grandes monopolios ejercen sobre la producción mundial, para plantificar la economía mundial de manera racional y respetuosa con el medioambiente, es más urgente que nunca. Ningún parche o medida puntual resolverá un problema global en el que nos jugamos tanto. Hay que ser realistas, hay que luchar por la transformación socialista de la sociedad.
Desde el Sindicato de Estudiantes e Izquierda Revolucionaria exigimos:
- Nacionalización bajo control democrático de los trabajadores de todas las multinacionales de la energía: eléctricas, compañías mineras, de petróleo y gas, eólicas y solar… Cierre de las centrales nucleares, y plan público de inversiones para establecer una industria energética 100% ecológica y sostenible ampliando los puestos de trabajo y garantizando os existentes. ¡No a la pobreza energética!
- Por una red de transporte público, gratuito, de calidad y ecológico. Plan masivo de inversiones para hacer las ciudades 100% sostenibles.
- Nacionalización de las industrias automovilísticas, aeronáuticas y navales, y transformación de su producción para hacerlas viables y no contaminantes.
- Nacionalización de la tierra, la industria pesquera, ganadera y de procesamiento de alimentos. ¡Por una alimentación sostenible, ecológica y sana para el conjunto de la población!
- Empresas públicas de reciclaje bajo el control democrático de trabajadoras y trabajadores. ¡Basta de hacer negocios con el ecologismo!
- Por una producción sostenible planificada democráticamente por el conjunto de la clase trabajadora y la juventud. Nacionalización de la banca y los grandes fondos financieros para llevar a cabo todos estos planes. ¡Por la transformación socialista y ecológica de la sociedad!