Con motivo del centenario de la revolución rusa publicamos este texto genial de Lenin escrito en vísperas de la toma del poder. Su valor en los actuales momentos políticos es muy relevante, cuando la socialdemocracia vuelca todo su apoyo a la reacción españolista,  y cuando otra izquierda amedrentada por la opinión pública burguesa culpa al pueblo catalán de ir demasiado lejos.  Este texto lleno de espíritu revolucionario y de confianza en la capacidad de los trabajadores para superar los obstáculos,  constituye una denuncia ardiente de todos los diletantes y cobardes que en los momentos decisivos renuncian a la revolución.

Camaradas: El momento que vivimos es tan crítico y los acontecimientos vuelan con tan increíble rapidez que el publicista, situado por voluntad del destino un tanto al margen del cauce principal de la historia, corre el riesgo de llegar siempre tarde o de estar poco informado, sobre todo si sus escritos ven la luz con retraso. Con plena conciencia de ello, me veo obligado, no obstante, a dirigir esta carta a los bolcheviques, aun a riesgo de que no aparezca en absoluto en la prensa, pues las vacilaciones contra las que considero un deber rebelarme con toda energía son inauditas y pueden influir funestamente en el partido, en el movimiento del proletariado internacional y en la revolución. En lo que atañe al peligro de llegar tarde, para conjurarlo indicaré las informaciones que poseo y de qué fecha son.

Solo en la mañana del lunes, 16 de octubre, he conseguido ver a un camarada que había participado la víspera en una reunión bolchevique muy importante en Petrogrado y que me ha informado detalladamente de los debates. Se discutió el mismo problema de la insurrección que tratan también los periódicos dominicales de todas las tendencias. En la reunión estuvo representado lo más influyente de todas las ramas de actividad bolchevique en la capital. Y solo una minoría insignificantisima de la reunión —exactamente: solo dos camaradas— adoptó una posición negativa. Los argumentos que esgrimieron estos camaradas son hasta tal punto endebles, son una manifestación tan asombrosa de desconcierto, de acoquinamiento y de quiebra de todas las ideas fundamentales del bolchevismo y del internacionalismo proletario, revolucionario, que no es fácil encontrar una explicación a vacilaciones tan vergonzosas. Pero el hecho es patente, y como el partido revolucionario no tiene derecho a consentir vacilaciones en un problema tan serio, y como esta pareja de camaradas, que han renunciado a sus principios, puede introducir cierta cizaña, es preciso analizar sus argumentos, poner al desnudo sus vacilaciones y mostrar hasta qué punto son vergonzosas. Que las líneas siguientes sean un intento de cumplir esta tarea.

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“...No tenemos la mayoría en el pueblo; sin esta condición, la insurrección está condenada...”

Hombres capaces de decir eso son unos falseadores de la verdad o unos pedantes, que desean a toda costa, sin tomar en consideración lo mas mínimo la situación real de la revolución, recibir por anticipado garantías de que el Partido Bolchevique obtendrá en todo el país exactamente la mitad de los votos más uno. La historia jamás ha dado en ninguna revolución, ni puede dar en absoluto, tales garantías. Presentar esa demanda significa mofarse de los oyentes y no es otra cosa que encubrir la propia huida de la realidad.

Porque la realidad nos muestra a ojos vistas que, precisamente después de las jornadas de julio, la mayoría del pueblo empezó con rapidez a tomar posición al lado de los bolcheviques. Así lo demostraron las elecciones del 20 de agosto en Petrogrado, antes aún de la korniloviada, cuando el porcentaje de votos obtenidos por los bolcheviques se elevó del 20% al 33% en la ciudad (sin los suburbios) y, después, las elecciones de septiembre a las dumas distritales de Moscú, cuando el porcentaje de sufragios emitidos a favor de los bolcheviques se elevó del 11% al 49% (un camarada moscovita con el que me he entrevistado hace unos días me ha comunicado la cifra exacta: 51%). Así lo han demostrado las nuevas elecciones a los Soviets. Así lo ha demostrado el hecho de que la mayoría de los Soviets campesinos, a despecho de su Soviet central “avxentievista”, se haya pronunciado en contra de la coalición. Estar en contra de la coalición significa de hecho, marchar con los bolcheviques. Además, las informaciones que llegan del frente muestran con mayor claridad cada día que la masa de soldados, a pesar de los aviesos ataques y calumnias de los lideres eseristas y mencheviques, de los oficiales, diputados, etc., etc., se suma con creciente decisión a los bolcheviques.

Por último, el hecho más importante de la vida actual en Rusia es la insurrección campesina. He ahí el paso objetivo del pueblo al lado de los bolcheviques, demostrado no con palabras, sino con hechos. Porque por mucho que mientan la prensa burguesa y los miserables portavoces con que cuenta entre los “vacilantes” de Nóvaya Zhizn y Cía., gritando acerca de los pogromos y la anarquía, el hecho es patente. El movimiento de los campesinos de la provincia de Tambov ha sido una insurrección en el sentido físico y político, una insurrección que ha dado resultados políticos tan excelentes como, primero, la conformidad a entregar la tierra a los campesinos. ¡No en vano toda la canalla eserista, incluido Dielo Naroda, vocifera hoy, asustada por la insurrección, que es necesario entregar la tierra a los campesinos! Ahí están, demostrados en la práctica, la razón del bolchevismo y su éxito. La insurrección ha resultado ser el único modo posible de “enseñar” a los bonapartistas y a sus lacayos del Anteparlamento.

Esto es un hecho. Los hechos son tozudos. Y este “argumento” con hechos en pro de la insurrección es mil veces más fuerte que los subterfugios “pesimistas” de un político desconcertado y atemorizado.

Si la insurrección campesina no hubiese sido un acontecimiento político de importancia nacional, los lacayos eseristas del Anteparlamento no hablarían a gritos de la necesidad de entregar la tierra a los campesinos.

Otra excelente consecuencia política y revolucionaria de la insurrección campesina, destacada ya en Rabochi Put, es el transporte de cereales a las estaciones ferroviarias de la provincia de Tambov. Ahí tienen ustedes, señores desconcertados, un “argumento” más, un argumento a favor de la insurrección como único medio de salvar al país del hambre y la crisis, de proporciones inauditas, que están llamando ya a la puerta. Mientras los eseristas y mencheviques, traidores al pueblo, refunfuñan, amenazan, escriben resoluciones y prometen dar de comer a los hambrientos con la convocación de la Asamblea Constituyente, el pueblo emprenderá al estilo bolchevique la solución del problema del pan mediante la insurrección contra los terratenientes, los capitalistas y los acaparadores.

Y los magníficos frutos de esta solución (única real) del problema del pan han tenido que ser reconocidos por la prensa burguesa, hasta por Russkaya Volia, que ha publicado la noticia de que las estaciones ferroviarias de la provincia de Tambov están llenas de cereales... ¡¡Después de haberse insurreccionado los campesinos!!

No, dudar ahora de que la mayoría del pueblo sigue y seguirá a los bolcheviques significa vacilar vergonzosamente y, de hecho, arrojar por la borda todos los principios revolucionarios proletarios, abjurar por completo del bolchevismo.

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“No somos lo suficientemente fuertes para tomar el poder, y la burguesía no es lo suficientemente fuerte para frustrar la Asamblea Constituyente...”

La primera parte de este argumento es una simple repetición del precedente. No gana ni en fuerza ni en capacidad de persuasión por el hecho de que los autores expresen su desconcierto y su temor a la burguesía mediante el pesimismo respecto a los obreros y el optimismo acerca de la burguesía. Si los cadetes y los cosacos dicen que pelearán contra los bolcheviques hasta la última gota de sangre, eso es digno del mayor crédito; pero si los obreros y los soldados manifiestan en centenares de reuniones su plena confianza a los bolcheviques y reiteran su disposición a echar el pecho al agua para que el poder pase a los Soviets, es “oportuno” recordar que ¡una cosa es votar, y otra, pelear!

Está claro que, de razonar así, la insurrección queda “refutada”. Pero, se pregunta, ¿qué diferencia hay entre este pesimismo, originalmente orientado, originalmente dirigido, y la deserción política al campo de la burguesía?

Echad una mirada a los hechos, recordad los miles de declaraciones de los bolcheviques, “olvidadas” por nuestros pesimistas. Hemos dicho miles de veces que los Soviets de diputados obreros y soldados son una fuerza, que son la vanguardia de la revolución, que pueden tomar el poder. Hemos reprochado miles de veces a los mencheviques y a los eseristas que pronuncian frases huecas acerca de “los órganos autorizados de la democracia” y, al mismo tiempo, temen que los Soviets se hagan dueños del poder.

¿Y qué ha demostrado la korniloviada? Ha demostrado que los Soviets son efectivamente una fuerza.

Y después de haber demostrado eso la experiencia, los hechos, arrojemos por la borda el bolchevismo, abjuremos de nosotros mismos y digamos: ¡¡¡no somos lo suficientemente fuertes (aunque los bolcheviques tienen a su lado los Soviets de ambas capitales y la mayoría de los Soviets provinciales)!!! ¿No se trata, pues, de vacilaciones vergonzosas? Porque, en el fondo, nuestros “pesimistas” arrojan por la borda la consigna de “Todo el poder a los Soviets”, temiendo confesarlo.

¿Cómo se puede demostrar que la burguesía no es lo suficientemente fuerte para frustrar la Asamblea Constituyente?

Si los Soviets carecen de fuerza para derribar a la burguesía, eso significa que ésta es lo suficientemente fuerte para frustrar la Asamblea Constituyente, pues nadie más puede impedirlo. ¿Es digno de un miembro del partido proletario y de un revolucionario confiar en las promesas de Kerensky y Cía., confiar en las resoluciones del Anteparlamento lacayuno?

La burguesía no solo tiene fuerza para frustrar la Asamblea Constituyente si el gobierno actual no es derribado, sino que puede lograrlo también indirectamente, entregando Petrogrado a los alemanes, abriendo el frente, intensificando el lockout y saboteando el transporte de cereales. Está demostrado con hechos que la burguesía ha hecho ya todo eso por partes. Por consiguiente, puede hacerlo también en conjunto si los obreros y los soldados no la derrocan.

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“...Los Soviets deben ser un revólver puesto en la sien del gobierno con la exigencia de convocar la Asamblea Constituyente y de renunciar a las intentonas kornilovistas...”

¡Eso ha llegado a decir uno de los dos tristes pesimistas!

Ha tenido que llegar a decir eso, pues renunciar a la insurrección es renunciar a la consigna de “Todo el poder a los Soviets”.

Naturalmente, las consignas “no son una cosa sagrada”, qué duda cabe. Pero ¿por qué no plantea nadie el problema de cambiar esta consigna (como lo planteé yo después de las jornadas de julio)? ¿Por qué se teme decir eso abiertamente, a pesar de que desde septiembre se viene discutiendo en el partido el problema de la insurrección, inevitable de aquí en adelante para convertir en realidad la consigna de “Todo el poder a los Soviets”?

Nuestros tristes pesimistas jamás podrán salir del apuro en esta cuestión. Renunciar a la insurrección es renunciar al paso del poder a los Soviets y  transferir todas las esperanzas e ilusiones a la bondadosa burguesía, que “ha prometido” convocar la Asamblea Constituyente.

¿Es tan difícil comprender que con el poder en manos de los Soviets estará asegurada la Asamblea Constituyente y estará asegurado su éxito? Los bolcheviques hemos dicho eso miles de veces. Nadie ha intentado refutarlo ni una sola vez. Todo el mundo ha reconocido ese “tipo combinado”. Ahora bien, ¿qué significa hacer pasar ahora, encubriéndola con las palabrejas “tipo combinado”, la negativa a entregar el poder a los Soviets, hacerla pasar de contrabando, temiendo abjurar públicamente de nuestra consigna? ¿Se puede, acaso, encontrar expresiones parlamentarias para caracterizar eso?

Se ha replicado con precisión a nuestro pesimista: “¿Un revólver sin bala?” Si esto es así, representará una deserción descarada al campo de los Liberdán, los cuales han declarado mil veces que los Soviets son “un revolver” y han engañado mil veces al pueblo, pues los Soviets, con la dominación de los Liberdán han sido un cero a la izquierda.

Más si se trata de un revólver “con bala”, eso será precisamente la preparación técnica de la insurrección, pues hay que conseguir la bala y cargar el revólver y, además, con una bala no habrá bastante.

O la deserción al campo de los Liberdán y la renuncia franca a la consigna de “Todo el poder a los Soviets”, o la insurrección. No hay término medio.

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“...La burguesía no puede entregar Petrogrado a los alemanes, aunque Rodzianko lo quiere, pues quienes combaten no son los burgueses, sino nuestros heroicos marinos...”

Este argumento se reduce de nuevo al “optimismo” acerca de la burguesía, que manifiestan a cada paso, fatalmente, los pesimistas respecto a las fuerzas revolucionarias y a la capacidad del proletariado.

Combaten los heroicos marinos, ¡¡pero esto no ha impedido a dos almirantes esconderse antes de la toma de Osel!!

Es un hecho. Los hechos son tozudos. Los hechos demuestran que los almirantes son capaces de traicionar no peor que Kornilov. Y es un hecho indiscutible que el Cuartel General no ha sido reformado y que los mandos son kornilovistas.

Si los kornilovistas (con Kerensky a la cabeza, pues también él es kornilovista) quieren entregar Petrogrado, pueden hacerlo de dos maneras e incluso de tres maneras.

Primero, pueden abrir el frente terrestre septentrional mediante una traición de los mandos kornilovistas.

Segundo, pueden “ponerse de acuerdo” sobre la libertad de acción de toda la marina alemana, que es más fuerte que nosotros; pueden ponerse de acuerdo con los imperialistas tanto alemanes como ingleses. Además, “los almirantes escondidos” podrían entregar a los alemanes también los planes.

Tercero, pueden llevar a nuestras tropas a la desesperación y la impotencia total mediante los lockouts y el sabotaje del transporte de cereales.

Es imposible negar ni uno solo de estos tres caminos. Los hechos han demostrado que el partido burgués-cosaco de Rusia ha llamado ya a estas tres puertas y ha intentado abrirlas.

¿Por consiguiente? Por consiguiente, no tenemos derecho a esperar a que la burguesía estrangule la revolución.

La experiencia demuestra que las “apetencias” de Rodzianko no son una fruslería. Rodzianko es un hombre práctico. Tras Rodzianko se encuentra el capital. Esto es incontestable. El capital es una gran fuerza en tanto el proletariado no toma el poder. Rodzianko ha aplicado en cuerpo y alma durante decenios la política del capital.

¿Por consiguiente? Por consiguiente, vacilar en el problema de la insurrección como único medio de salvar la revolución significa caer en la pusilánime credulidad eserista-menchevique medio liberdaniana, en la burguesía, en la credulidad medio “campesina”-inconsciente, que los bolcheviques hemos combatido más que nada.

O cruzar los brazos inútiles sobre el pecho descubierto y esperar, jurando “confianza” en la Asamblea Constituyente, a que Rodzianko y Cía., entreguen Petrogrado y estrangulen la revolución, o la insurrección. No hay término medio.

Incluso la convocatoria de la Asamblea Constituyente, tomada por separado, no cambia nada, pues ningún “constitucionalismo”, ninguna votación, aunque sea en una asamblea archisoberana, podrá vencer el hambre, podrá vencer a Guillermo. Tanto la convocación de la Asamblea Constituyente como su éxito dependen del paso del poder a los Soviets; esta vieja verdad bolchevique se ve confirmada por la realidad de un modo cada vez más patente y cada vez más cruel.

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“...Somos más fuertes cada día, podemos entrar como una fuerte oposición en la Asamblea  Constituyente; ¿por qué jugárnoslo todo a una carta?...”

Es el argumento de un filisteo que “ha leído” que se convoca la Asamblea Constituyente y se tranquiliza crédulamente, confiando en la vía más legal y más leal, en la vía constitucional.

Lo único de lamentar es que con esperas de la Asamblea Constituyente no se puede resolver ni el problema del hambre ni el problema de la entrega de Petrogrado. Esta “pequeñez” es olvidada por los ingenuos o desconcertados, o por quienes se han dejado intimidar.

El hambre no espera. La insurrección campesina no ha esperado. La guerra no espera. Los almirantes escondidos no han esperado.

¿O es que el hambre accederá a esperar por el hecho de que nosotros, los bolcheviques, proclamemos la confianza en la convocación de la Asamblea Constituyente? ¿Accederán a esperar los almirantes escondidos? ¿Accederán los Maklakov y los Rodzianko a cesar los lockouts, el sabotaje del transporte de cereales, las confabulaciones secretas con los imperialistas ingleses y alemanes?

Porque eso es lo que les resulta a los héroes de “las ilusiones constitucionales” y del cretinismo parlamentario. La vida real desaparece, solo queda el pedazo de papel sobre la convocatoria de la Asamblea Constituyente, solo quedan las elecciones.

¡Y los ciegos todavía se admiran de que el pueblo hambriento y los soldados traicionados por los generales y los almirantes sientan indiferencia por las elecciones! ¡Oh, mentes preclaras!

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“...Si los kornilovistas empezaran de nuevo, entonces les enseñaríamos lo que es bueno! Pero empezar nosotros, ¿Para qué arriesgarse?...”

¡Que extraordinariamente convincente y extraordinariamente revolucionario es eso! La

historia no se repite, pero si le volvemos la espalda y, contemplando la primera korniloviada, afirmamos: “si los kornilovistas empezaran...”; si hacemos eso, ¡qué excelente estrategia revolucionaria! ¡Cómo se parece al “quizá y tal vez”! ¡Quizá los kornilovistas empiecen de nuevo a destiempo! ¿Verdad que es un “argumento” de peso? ¿Verdad que es una seria fundamentación de la política proletaria?

Pero ¿y si los kornilovistas del segundo reemplazo han aprendido algo? ¿Y si esperan a los motines de hambrientos, a la ruptura del frente y la entrega de Petrogrado, sin empezar antes? Entonces, ¿qué?

¡Se nos propone que basemos la táctica del partido proletario en la posibilidad de que los kornilovistas repitan uno de sus viejos errores!

Olvidemos todo lo que han tratado de demostrar y han demostrado los bolcheviques centenares de veces, lo que ha demostrado medio año de historia de nuestra revolución: que no hay otra salida, que objetivamente no puede haber otra salida excepto la dictadura de los kornilovistas o la dictadura del proletariado. ¡Olvidemos eso, abjuremos de todo eso y esperemos! ¿Esperar qué? Esperar un milagro: que el tempestuoso y catastrófico curso de los acontecimientos desde el 20 de abril hasta el 29 de agosto se transforme (con motivo de la prolongación de la guerra y del aumento del hambre) en convocatoria pacifica, tranquila, llana y legal de la Asamblea Constituyente y en cumplimiento de sus legitimísimos acuerdos. ¡Ahí tenéis la táctica “marxista”! ¡Esperad, hambrientos, Kerensky ha prometido convocar la Asamblea Constituyente!

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“...En la situación internacional no hay nada, en realidad, que nos obligue a echarnos a la calle inmediatamente; más bien causaremos un perjuicio a la causa de la revolución socialista en Occidente si nos dejamos ametrallar...”

Este argumento es verdaderamente magnifico: ¡”el propio” Scheidemann, “el propio” Renaudel no habrían sabido “operar” más hábilmente con las simpatías que sienten los obreros por el éxito de la revolución socialista internacional!

¡Imaginaos! Los alemanes, en condiciones diabólicamente difíciles, con un solo Liebknecht (y, además, en presidio); sin periódicos, sin libertad de reunión, sin Soviets; con una hostilidad increíble de todas las clases de la población, incluido el ultimo campesino acomodado, a la idea del internacionalismo; con una formidable organización de la burguesía imperialista grande, media y pequeña; los alemanes, es decir, los revolucionarios internacionalistas alemanes, los obreros con chaquetones de marinos, han organizado una sublevación en la flota con un 1% de probabilidades de éxito.

Nosotros, en cambio, con decenas de periódicos, con libertad de reunión, con la mayoría en los Soviets; nosotros, los internacionalistas proletarios colocados en las mejores condiciones de todo el mundo, nos negaremos a apoyar con nuestra insurrección a los revolucionarios alemanes. Razonaremos como los Scheidemann y los Renaudel: lo más sensato es no insurreccionarse, pues si nos ametrallan, ¡¡qué excelentes, qué juiciosos, qué ideales internacionalistas perderá el mundo!!

Demostremos nuestra sensatez. Aprobemos una resolución de simpatía con los insurgentes alemanes y rechacemos la insurrección en Rusia. Eso será internacionalismo autentico, sensato. ¡Y con qué rapidez prosperara el internacionalismo mundial si triunfa en todas partes esa sabia política!...

La guerra ha martirizado y torturado en extremo a los obreros de todos los países. Las explosiones en Italia, en Alemania y en Austria son cada día más frecuentes. Somos los únicos que tenemos Soviets de diputados obreros y soldados: esperemos, traicionemos a los internacionalistas alemanes de la misma manera que traicionamos a los campesinos rusos, que no con palabras, sino con hechos, con la insurrección contra los terratenientes, nos llaman a la insurrección contra el gobierno de Kerensky...

Dejemos que se espesen los nubarrones del complot imperialista de los capitalistas de todos los países, que están dispuestos a estrangular la revolución rusa: ¡esperemos tranquilamente a que nos estrangulen con el rublo! En vez de atacar a los conspiradores y arrollar sus filas con la victoria de los Soviets de diputados obreros y soldados, esperemos a la Asamblea Constituyente, en la que serán vencidos por medio de votaciones todos los complots internacionales, si Kerensky y Rodzianko la convocan honestamente. ¿Es que tenemos derecho a poner en duda la honestidad de Kerensky y Rodzianko?

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“... ¡Pero si ‘todos’ están contra nosotros! ¡Estamos aislados; el CEC, y los mencheviques internacionalistas, y los de Nóvaya Zhizn, y los eseristas de izquierda han publicado y publicarán llamamientos contra nosotros!...”

Un argumento fortísimo. Hasta ahora hemos fustigado implacablemente a los vacilantes por sus vacilaciones. Con eso hemos conquistado las simpatías del pueblo. Con eso hemos conquistado los Soviets, sin los cuales la insurrección no podría ser firme, rápida y segura. Aprovechemos ahora los Soviets conquistados para pasarnos también nosotros al campo de los vacilantes. ¡Qué bella carrera del bolchevismo!

Toda la esencia de la política de los Liberdán y los Chernov, así como de los eseristas y mencheviques “izquierdistas”, consiste en vacilar. Los eseristas de izquierda y los mencheviques internacionalistas tienen inmensa importancia política como exponentes de que las masas se radicalizan. Existe un nexo indudable, evidente, entre dos hechos: de una parte, el paso de cerca del 40% de los mencheviques y eseristas al campo de los izquierdistas; de otra parte, la insurrección campesina.

Pero precisamente el carácter de este nexo pone al desnudo todo el abismo de pusilanimidad de quienes tienen ahora la ocurrencia de gimotear porque el CEC, podrido en vida, o los eseristas de izquierda vacilantes y comparsa, nos han atacado. Estas vacilaciones de los líderes pequeñoburgueses, de los Martov, los Kamkov, los Sujanov y Cía., deben ser confrontadas con la insurrección de los campesinos. Esa es una confrontación política real. ¿Con quién ir? ¿Con los exiguos puñados de líderes petrogradenses vacilantes, que indirectamente han expresado la radicalización de las masas y que, ante cada viraje político, han gimoteado, vacilado y corrido de una manera vergonzosa a pedir perdón a los Liberdán, los Avxentiev y Cía., o con esas masas radicalizadas?

Así, y solo así, está planteada la cuestión.

Con motivo de la traición de los Martov, los Kamkov y los Sujanov a la insurrección campesina se nos propone que la traicionemos también nosotros, el partido obrero de los internacionalistas revolucionarios. A eso se reduce la política de “invocar” a los eseristas de izquierda y a los mencheviques internacionalistas.

Pero nosotros hemos dicho: para ayudar a los vacilantes preciso es que nosotros mismos dejemos de vacilar. Estos simpáticos” demócratas pequeñoburgueses de izquierda han vacilado incluso cuando había que pronunciarse a favor de la coalición! Los llevamos, en fin de cuentas, tras nosotros porque nosotros mismos no vacilamos. Y la vida nos ha dado la razón.

Estos señores han hundido siempre la revolución con sus vacilaciones. Solamente nosotros la hemos salvado. ¿Y vamos a ceder ahora, cuando el hambre llama a las puertas de Petrogrado, y Rodzianko y Cía., se disponen a entregar la ciudad?

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“...Pero nosotros no tenemos siquiera firmes vínculos con los ferroviarios y los empleados de Correos. Sus representantes oficiales son los Planson. ¿Y es que se puede triunfar sin Correos y sin los ferrocarriles?...”

Sí, sí, los Planson aquí y los Liberdán allí. ¿Qué confianza les han expresado las masas? ¿No hemos sido nosotros quienes hemos demostrado siempre que esos líderes traicionaban a las masas? ¿No ha sido a esos líderes a los que las masas han vuelto la espalda para ponerse a nuestro lado en las elecciones en Moscú y en las elecciones a los Soviets? ¿O es que las masas de ferroviarios y empleados de Correos no pasan hambre, no se declaran en huelga contra el Gobierno Kerensky y Cía.?

“Y antes del 28 de febrero, ¿teníamos vínculos con esos sindicatos?”, preguntó un camarada al “pesimista”. Este respondió que es imposible comparar ambas revoluciones. Mas esa respuesta no hace más que afianzar la posición de quien formuló la pregunta. Porque precisamente los bolcheviques hemos hablado miles de veces de la larga preparación de la revolución proletaria contra la burguesía (y no hemos hablado para olvidarlo la víspera del momento decisivo). La vida política y económica de los sindicatos de Correos y Telégrafos y de ferroviarios se caracteriza precisamente por el hecho de que los elementos proletarios de las masas se separan de los medios dirigentes pequeñoburgueses y burgueses. No se trata en modo alguno de proveerse obligatoria y previamente de “vínculos” con uno y otro sindicato; de lo que se trata es de que sólo la victoria de la insurrección obrera y campesina puede satisfacer a las masas de ferroviarios y empleados de Correos y Telégrafos.

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“...En Petrogrado hay pan para dos o tres días. ¿Podemos dar pan a los insurgentes?...

Una de las mil observaciones de escepticismo (los escépticos pueden “dudar” siempre y sólo se les puede refutar con la experiencia), de esas observaciones que descargan las culpas propias en cabeza ajena.

Precisamente los Rodzianko y Cía., precisamente la burguesía, preparan el hambre y especulan con estrangular la revolución por medio del hambre. No hay ni puede haber otra salvación del hambre excepto la insurrección de los campesinos contra los terratenientes en las aldeas y la victoria de los obreros sobre los capitalistas en las ciudades y en el centro. De otro modo será imposible arrancar el grano a los ricos, transportarlo a pesar de su sabotaje, romper la resistencia de los empleados sobornados y de los capitalistas que se lucran y establecer una contabilidad rigurosa. Así lo ha demostrado justamente la historia de las instituciones de abastos y el agotador trabajo de abastecimiento de la “democracia”, que se ha quejado millones de veces del sabotaje de los capitalistas y ha gimoteado y suplicado.

En el mundo no hay ninguna fuerza, excepto la fuerza de la revolución proletaria victoriosa, que permita pasar de las quejas, los ruegos y las lágrimas a la obra revolucionaria. Y cuanto más se demore la revolución proletaria, cuanto más la aplacen los acontecimientos o las vacilaciones de los vacilantes y desconcertados, tanto más víctimas costará, tanto más difícil será organizar el transporte y la distribución de cereales.

La demora en la insurrección equivale a la muerte: esto es lo que debe responderse a quienes tienen la triste “valentía” de contemplar el crecimiento de la ruina, la proximidad del hambre y desaconsejar a los obreros de la insurrección (es decir, aconsejarles que esperen, que confíen aún en la burguesía).

Pero los soldados no concertarán el armisticio. Para eso hace falta el poder del Estado, que es imposible obtener sin la insurrección. Los soldados sencillamente huirán. Así lo dicen los informes del frente. No se puede esperar sin correr el riesgo de ayudar a la confabulación de Rodzianko con Guillermo y de contribuir a la ruina completa, con la huida general de los soldados, si estos (próximos ya a la desesperación) llegan a la desesperación completa y abandonan todo a su suerte.

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 “...Y si tomamos el poder y no conseguimos ni el armisticio ni una paz democrática, los soldados pueden negarse a ir a una guerra revolucionaria. ¿Qué pasará entonces?”

Un argumento que obliga a recordar una sentencia: un tonto puede hacer diez veces más preguntas que diez sabios sean capaces de contestar.

Jamás hemos negado las dificultades del poder durante la guerra imperialista; pero, no obstante, hemos predicado siempre la dictadura del proletariado y de los campesinos pobres. ¿¿Vamos a abjurar de esto cuando ha llegado el momento de la acción??

Hemos dicho siempre que la dictadura del proletariado en un solo país origina cambios gigantescos en la situación internacional, en la economía del país, en la situación del ejército y en su estado de ánimo. ¿¿Y vamos a “olvidar” todo eso ahora, dejándonos intimidar por las “dificultades” de la revolución??

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“Entre las masas no existe el estado de animo de echarse a la calle, como comunican todos. Entre los síntomas que justifican el pesimismo figura también la difusión, acrecida en extremo, de la prensa pogromista y ultrarreaccionaria...”

Cuando los hombres se dejan amedrentar por la burguesía, entonces, como es natural, todos los objetos y fenómenos se tiñen para ellos de color amarillo. En primer lugar, sustituyen el criterio marxista del movimiento con un criterio impresionista-intelectual; en vez de considerar políticamente el desarrollo de la lucha de clases y el curso de los acontecimientos en todo el país en su conjunto, y en la situación internacional en su

conjunto, adelantan las impresiones subjetivas acerca del estado de ánimo; olvidan “a propósito”, naturalmente, que la firme línea del partido, su decisión inquebrantable, es también un factor del estado de ánimo, sobre todo en los momentos revolucionarios más agudos. A veces, la gente olvida muy “a propósito” que los dirigentes responsables, con sus vacilaciones y su inclinación a quemar lo que ayer veneraban, introducen las  vacilaciones más indecorosas también en el estado de animo de ciertos sectores de las masas.

En segundo lugar -y esto es lo principal en el momento presente-, los pusilánimes, al hablar del estado de animo de las masas, olvidan agregar:

que “todos” lo comunican como reconcentrado y expectante;

que “todos” coinciden en que, respondiendo al llamamiento de los Soviets y para defender los Soviets, los obreros actuarán como un solo hombre;

que “todos” coinciden en que existe un fuerte descontento entre los obreros por la indecisión de los organismos centrales en el problema “del combate final y decisivo”, cuya ineluctabilidad se comprende con claridad;

que “todos” definen de manera unánime el estado de animo de las más vastas masas como rayando en la desesperación y señalan el crecimiento del anarquismo precisamente sobre esta base;

que “todos” reconocen asimismo que entre los obreros conscientes existe cierta falta de deseo de salir a la calle solo para manifestaciones, solo para luchas parciales, pues flota en el ambiente la proximidad de un combate no parcial, sino general, y la carencia de sentido de las huelgas, manifestaciones y presiones aisladas ha sido ya probada y comprendida por completo.

Y así sucesivamente.

Si enfocamos esta característica del estado de animo de las masas desde el punto de vista de todo el desarrollo de la lucha de clases y política y de todo el curso de los acontecimientos durante el medio año de nuestra revolución, estará claro para nosotros como falsean las cosas los hombres amedrentados por la burguesía. Las cosas son hoy completamente distintas a como lo eran antes del 20 y 21 de abril, 9 de junio y 3 de julio, pues entonces se trataba de una excitación espontánea que nosotros, como partido, o no captamos (20 de abril), o refrenamos y le dimos la forma de manifestación pacífica (9 de junio y 3 de julio). Porque entonces sabíamos muy bien que los Soviets no eran todavía nuestros; que los campesinos confiaban aún en el camino de los Liberdán y los Chernov, y no en el de los bolcheviques (la insurrección); que, por consiguiente, la mayoría del pueblo no podia seguirnos; que, por consiguiente, la insurrección era prematura.

Entonces, la mayoría de los obreros conscientes no se habían planteado en modo alguno el problema del combate final y decisivo; no hay un solo organismo colegiado de los organismos colegiados del partido en general que planteara este problema. Y entre la masa poco consciente y muy amplia no había ni reconcentración ni decisión originada por la desesperación, sino precisamente excitación espontánea y la ingenua esperanza de “influir” en los Kerensky y en la burguesía con una simple “acción”, con una simple manifestación.

Lo que hace falta para la insurrección no es eso, sino la decisión consciente, firme e inflexible de los hombres conscientes de batirse hasta el fin. Esto, por´una parte. Y por otra, es necesario un estado de reconcentración y desesperación de las grandes masas, las cuales sienten que hoy no se puede salvar nada con semimedidas, que no se puede “influir” de ninguna manera, que los hambrientos “destruirán todo, arrasaran todo incluso al estilo anarquista” si los bolcheviques no saben dirigirlos en el combate decisivo.

En realidad, el desarrollo de la revolución ha conducido, tanto a los obreros como a los campesinos, justamente a esta conjugación de la atención concentrada de los hombres conscientes, enseñada por la experiencia, y del espíritu de odio, rayando en la desesperación, de las grandes masas a los patronos que declaran lockouts y a los capitalistas.

Precisamente sobre esta base es comprensible también el “éxito” de los canallas de la prensa ultrarreaccionaria que se disfrazan de bolchevismo. Siempre ha ocurrido que los ultrarreaccionarios se refocilasen al ver que se acercaba el combate decisivo entre la burguesía y el proletariado. Esto se ha observado en todas las revoluciones, sin excepción alguna, y es absolutamente inevitable. Y si nos dejamos intimidar por esta circunstancia, tendremos que renunciar no solo a la insurrección, sino también a la revolución proletaria en general. Porque en la sociedad capitalista es imposible un desarrollo de esta revolución que no vaya acompañado del maligno regocijo de los ultrarreaccionarios de sus esperanzas de sacar partido.

Los obreros conscientes saben muy bien que los ultrarreaccionarios y la burguesía actúan de consuno; que la victoria decisiva de los obreros (en la que los pequeños burgueses no creen, que los capitalistas temen y que los ultrarreaccionarios desean a veces malignamente, seguros de que los bolcheviques no se sostendrán en el poder), que esta victoria aplastará hasta el fin a los ultrarreaccionarios y que los bolcheviques sabrán sostenerse de una manera firme en el poder con el mayor provecho para toda la humanidad extenuada y martirizada por la guerra.

En efecto, ¿quién que no se haya vuelto loco podrá dudar de que los Rodzianko y los Suvorin actúan juntos y se han distribuido los papeles?

¿Es que los hechos no han demostrado que Kerensky actúa por indicación de Rodzianko y que la “Imprenta del Estado de la República de Rusia” (¡no es una broma!) edita a expensas del Tesoro los discursos ultrarreaccionarios de los ultrarreaccionarios de la “Duma de Estado”? ¿Es que no han denunciado este hecho hasta los lacayos de Dielo Naroda, que doblan el espinazo ante “su hombrecillo”? ¿Es que la experiencia de todas las elecciones no ha demostrado que Novoie Vremia, periódico venal que se guía por los “intereses” zarista-terratenientes, ha prestado pleno apoyo a las candidaturas de los democonstitucionalistas?

¿Acaso no hemos leído ayer que el capital comercial e industrial (¡sin partido, naturalmente!, ¡oh, sin partido, por supuesto, pues los Vijliaiev y los Rakitnikov, los Gvozdiev y los Nikitin no se coligan con los democonstitucionalistas, ¡Dios nos libre de ello!, sino con los medios comerciales e industriales sin partido) ha regalado 300.000 rublos a los democonstitucionalistas?

Si se enfocan las cosas desde un punto de vista clasista, y no sentimental, toda la prensa ultrarreaccionaria es una sucursal de la casa Riabushinski, Miliukov y Cía. El capital compra, por una parte, a los Miliukov, los Zaslavski, los Potresov, etc., y, por otra, a los ultrarreaccionarios.

Para poner fin a este repugnantisimo envenenamiento del pueblo con la ponzoña de la vulgar infección ultrarreaccionaria no puede haber más que un medio: la victoria del proletariado.

¿Y puede sorprender que la multitud, extenuada y martirizada por el hambre y la prolongación de la guerra, “se agarre” a la ponzoña ultrarreaccionaria? ¿Es posible imaginarse la sociedad capitalista en vísperas de la bancarrota sin la desesperación entre las masas oprimidas? ¿Y puede la desesperación de las masas, entre las que abunda la ignorancia, no manifestarse en la venta acrecentada de venenos de todo tipo?

No, está condenada al fracaso la posición de quienes, al hablar del estado de ánimo de las masas, atribuyen a éstas su propia pusilanimidad personal. Las masas se dividen en personas que esperan conscientemente y personas dispuestas inconscientemente a caer en la desesperación; pero las masas de oprimidos y hambrientos no son pusilánimes.

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“...Por otro lado, el partido marxista no puede reducir el problema de la insurrección a una conjura militar...”

El marxismo es una doctrina extraordinariamente profunda y polifacética. No es extraño, por ello, que entre los “argumentos” de quienes rompen con el marxismo se puedan encontrar siempre fragmentos de citas de Marx, sobre todo si se reproducen citas inoportunamente. La conjura militar es blanquismo si no la organiza el partido de una clase determinada; si sus organizadores no tienen en cuenta el momento político, en general, y la situación internacional, en particular; si ese partido no cuenta con las simpatías de la mayoría del pueblo, demostradas con hechos objetivos; si el desarrollo de los acontecimientos de la revolución no ha conducido a refutar en la práctica las ilusiones conciliadoras de la pequeña burguesía; si no se ha conquistado la mayoría de los órganos de lucha revolucionaria considerados “autorizados” o que han mostrado de otro modo de lo que son capaces, como los “Soviets”; si en el ejército (cuando las cosas ocurren durante una guerra) no ha madurado por completo la hostilidad al gobierno, que prolonga la guerra injusta en contra de la voluntad del pueblo; si las consignas de la insurrección (por ejemplo, “Todo el poder a los Soviets”, “La tierra a los campesinos”, “proposición inmediata de una paz democrática a todos los pueblos beligerantes, vinculada a la anulación en el acto de los tratados secretos y de la diplomacia secreta”, etc.,) no han alcanzado la más amplia publicidad y popularidad; si los obreros avanzados no están seguros de la situación desesperada de las masas ni del apoyo del campo, apoyo demostrado con un serio movimiento campesino o con una insurrección contra los terratenientes y contra el gobierno que los defiende; si la situación económica del país infunde serias esperanzas de una solución favorable de la crisis por medios pacíficos y parlamentarios.

¿Basta, quizá?

En mi folleto ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? (tengo la esperanza de que verá ya la luz en días próximos) he reproducido una cita de Marx relacionada de verdad con el problema de la insurrección y que define las reglas de la insurrección como “un arte”.

Estoy dispuesto a apostar que si se propone abrir la boca a los charlatanes que gritan ahora en Rusia contra la conjura militar y se les invita a explicar la diferencia que existe entre el “arte” de la insurrección armada y la conjura militar, digna de ser condenada, o repetirán lo dicho más arriba o se cubrirán de oprobio y provocarán la risa general de los obreros. ¡Prueben a hacerlo, amables también-marxistas! ¡Cántennos la canción contra “la conjura militar”!

Epílogo

Escritas ya las líneas precedentes, recibí el martes, a las 8 de la tarde, los periódicos petrogradenses de la mañana, con el articulo del señor V. Bazárov en Nóvaya Zhizn. El señor Y. Bazárov afirma que “por la ciudad se distribuye, escrita a mano, una hoja que, en nombre de dos destacados bolcheviques, se pronuncia contra la acción”.

Si eso es cierto ruego a los camaradas, a cuyas manos no puede llegar esta carta antes del mediodía del miércoles, que la publiquen con la mayor rapidez posible.

No ha sido escrita para la prensa, sino para conversar por correspondencia con los miembros del partido. Pero si los héroes de Nóvaya Zhizn, no pertenecientes al partido y mil veces ridiculizados por él a causa de su despreciable pusilanimidad (anteayer votaron a favor de los bolcheviques; ayer, a favor de los mencheviques, y casi los unificaron en el mundialmente famoso Congreso de Unificación); si semejantes sujetos reciben una hoja de miembros de nuestro partido que hacen agitación contra la insurrección, entonces es imposible guardar silencio. Hay que hacer agitación también a favor de la insurrección. Que los anónimos salgan dormitivamente a la luz del día y reciban el castigo merecido por sus vergonzosas vacilaciones, aunque sólo sea en forma de burlas de todos los obreros conscientes. Dispongo únicamente de una hora antes de enviar esta carta a Petrogrado y, por ello, señalaré solo en dos palabras un “método” de los tristes héroes de la acéfala tendencia de Nóvaya Zhizn. El señor V. Bazárov intenta polemizar con el camarada Riazánov, el cual ha dicho -y tiene mil veces razón- que “la insurrección la preparan todos los que crean en las masas un espíritu de desesperación e indiferentismo”.

El triste héroe de la triste causa “objeta”

“¿Es que la desesperación y el indiferentismo han triunfado alguna vez?”

¡Oh, despreciables tontainas de Nóvaya Zhizn! ¿Conocen ejemplos tales de insurrección en la historia en que las masas de las clases oprimidas vencieran en un combate a vida o muerte sin ser llevadas hasta la desesperación por largos sufrimientos y por una agravación extrema de las crisis de todo género? ¿En que estas masas no sintieran indiferentismo (indiferencia) por los diversos Anteparlamentos lacayunos, por el vano juego a la revolución, por el rebajamiento de los Soviets (merced a los Liberdán) de órganos de poder y de insurrección al papel de hueras jaulas de cotorras?

¿O quizá los despreciables tontainas de Nóvaya Zhizn hayan descubierto entre las masas indiferencia... por el problema del pan?, ¿de la prolongación de la guerra?, ¿de la tierra para los campesinos?

  1. Lenin.

Escrita el 17 (30) de octubre de 1917. Publicada los días 1, 2 y 3 de noviembre (19, 20 y 21 de octubre) de 1917 en los nums. 40, 41 y 42 de “Rabochi Put”.

  1. 34, pdgs. 398-418.

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