Vivimos momentos excepcionales. Día tras día, los medios de comunicación nos informan de cómo nuestro mundo se está transformando en una de esas distopías apocalípticas protagonistas de tantas series y películas de ciencia ficción: la naturaleza agoniza y enfurece por el cambio climático, las temperaturas y las sequías extremas conviven con inundaciones devastadoras, las hambrunas apuntan nuevos récords, sectores de la derecha exhiben cada vez con más descaro la bota fascista, la lucha por la hegemonía mundial se agudiza resucitando la amenaza nuclear, la inflación se dispara en la antesala de una nueva recesión económica alimentando además una nueva oleada de levantamientos populares y huelgas obreras…
Y es precisamente en medio de esta aterradora realidad cuando estalla la guerra en Ucrania. Estamos ante lo que los marxistas calificamos como un punto de inflexión en la historia, que transformará nuestras vidas y la forma en que vemos y comprendemos el mundo. Es fácil percibir que no estamos ante un conflicto bélico más y que las dos potencias más poderosas del planeta han subido un nuevo escalón en su lucha, llegando incluso a especular con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial.
El sistema capitalista en su conjunto, y la democracia burguesa como su arquitectura política más brillante, no solo han perdido legitimación social; el equilibrio interno del que han gozado en las últimas décadas se tambalea. Es evidente que las estrategias del imperialismo estadounidense, dominantes en las relaciones internacionales tras el derrumbe de la URSS, han saltado por los aires. Los cambios profundos en la correlación de fuerzas mundial determinan esta nueva era, y reflejan las transformaciones poderosas que han tenido lugar en la base del capitalismo internacional: la decadencia del coloso norteamericano y sus limitaciones para hacer frente al avance de China como superpotencia.
La paz, la diplomacia y la propaganda de guerra
Desde esta perspectiva la guerra en Ucrania también somete a las organizaciones de la izquierda a la prueba más importante desde el colapso del estalinismo. Ya cuenten con más de un siglo de historia o apenas una década de existencia, grandes o pequeñas, todas, sin excepción, quedarán marcadas por su postura en este asunto.
Como era de esperar, la socialdemocracia clásica no nos ha deparado ninguna sorpresa. Desde Pedro Sánchez, pasando por el laborista noruego Jens Stoltenberg —actual secretario general de la Alianza Atlántica— hasta la primera ministra sueca, la socialdemócrata Eva Magdalena Andersson, que cuenta ansiosa los días que faltan para que su país ingrese en la OTAN, todos ellos se comportan como militaristas aguerridos y confiables para el imperialismo occidental. Nada nuevo bajo el sol.
Para los militantes y activistas que estamos inmersos en los movimientos sociales, en las luchas del sindicalismo combativo, que aspiramos sinceramente a cambiar el presente que vivimos, es mucho más necesario esclarecer cual es el posicionamiento de la otra izquierda ahora institucionalizada, pero que surgió al calor de las movilizaciones de estos últimos años. Y que mejor para ello que abordar en profundidad el Manifiesto Ucrania: ¡Paz ya![1], publicado el pasado 18 de abril como preámbulo de la Conferencia Europea por la Paz celebrada en Madrid cuatro días después.
En el encuentro participaron organizaciones como Podemos, ERC, EH Bildu, BNG e invitados internacionales como Jeremy Corbyn o Catarina Martins, del Bloco de Esquerda portugués. El Manifiesto cuenta además con la firma de Pablo Iglesias, Declan Kearney (Sinn Fein), Nicola Fratoianni (Sinistra Italiana), Yannis Varoufakis, Noam Chomksy o Rafael Correa (ex presidente de Ecuador). También se han adherido Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa) y Dimitris Tzanakopoulos (Syriza).
A pesar de la escasa proyección cosechada hasta el momento por esta iniciativa, su interés estriba en que desempolva las viejas posiciones pacifistas que ya provocaron una encendida polémica en el movimiento obrero durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Partamos de lo que la declaración dice textualmente:
“Exigimos un alto el fuego inmediato y apoyamos las negociaciones para una paz plena y duradera. Las Naciones Unidas y otros organismos internacionales relevantes deben estar listos para garantizar cualquier acuerdo.
El presidente Zelensky ha esbozado las dos condiciones más esenciales para la paz: las tropas rusas invasoras deben retirarse de Ucrania y Ucrania se convierte en un país neutral. Instamos a los gobiernos y medios de comunicación a dejar de lado todo lenguaje beligerante y promover y fortalecer el diálogo sobre esta base (…)
Hacemos un llamado a los gobiernos para que protejan el estado de bienestar, garanticen los derechos sociales para todos los ciudadanos y reduzcan la desigualdad. Es hora de que las grandes fortunas y las grandes empresas contribuyan equitativamente a la sociedad para que las rentas y los cuerpos de la inmensa mayoría no carguen, una vez más, con el coste de esta crisis.”
Seis meses después del inicio de la guerra no parece que los aspectos centrales del manifiesto hayan tenido eco alguno, más bien todo lo contrario. Como solía escribir Lenin, la verdad es concreta, y si nos atenemos a los hechos, los deseos de esta declaración, incluido las lisonjas con que se adorna a Zelenski, se han estrellado contra la dinámica del conflicto y los poderosos intereses que hay en juego.
Realmente sería maravilloso acabar con tanto sufrimiento gracias a individuos que se creen dotados de la capacidad de conmover con discursos a los poderosos. Igual que en una de las canciones de Disney, podríamos vivir en Un mundo ideal. Pero la terca realidad, al menos para la gran mayoría, se asemeja cada vez más a una película de terror.[2]
¿Es posible que Pablo Iglesias, Jeremy Corbyn, Mèlenchon o Varoufakis crean realmente que los esfuerzos diplomáticos de la ONU pondrán fin a este conflicto? ¿Piensan que apelando a la humanidad de los gobiernos se protegerá el estado del bienestar y los derechos sociales o se reducirá la desigualdad? Seguro que no. Son lo suficientemente inteligentes y leídos, y por experiencia saben cómo se las gasta el poder económico, político y militar.
Entonces ¿Por qué nos hablan de que “el presidente Zelensky ha esbozado las dos condiciones más esenciales para la paz”? ¿No ven a Zelenski rechazar cualquier negociación que conduzca a la paz mientras sacrifica a millones de sus conciudadanos ucranianos en una guerra que libra por los intereses del imperialismo occidental? ¿No saben que uno de los elementos más rabiosamente belicosos es el principal responsable de la diplomacia europea, el “socialista” español Josep Borrel, quién declaró ante Zelenski “lo mínimo que podemos hacer es daros armas (…) necesitáis armas, armas, armas”?[3]
En esto tampoco hay nada original. Lenin también tuvo que lidiar durante la Primera Guerra Mundial con “personas en quienes una ingenuidad sin precedentes corre pareja con un astuto deseo de perpetuar la vieja hipocresía.”[4] No vale la pena especular sobre la honestidad o el oportunismo de la declaración porque al final lo que cuenta son sus efectos entre los activistas: despertar ilusiones —tan falsas como reaccionarias— en que las potencias que han protagonizado los mayores crímenes de guerra y de terrorismo estatal puedan aportar una solución justa.
Como recientemente recordaba Rafael Poch, periodista habitualmente bien informado y sorprendente firmante del Manifiesto: “Francia guerreó en Argelia y dejó allá un millón de muertos. En Indochina ocasionó otros 350.000. Inglaterra saldó con un millón de muertos y 15 millones de desplazados la separación imperial de India y Pakistán. En Kenia la descolonización ocasionó 300.000 muertos y millón y medio de recluidos. Hasta la pequeña Holanda acaba de reconocer la factura de 100.000 muertos que causó en su guerra colonial de cuatro años en Indonesia. Y ¿qué decir de Estados Unidos gran patrón del bloque occidental? Su declive imperial lleva décadas arrastrando consigo una guerra permanente. Desde el 11 de septiembre de 2001 ha ocasionado la destrucción de sociedades enteras, 38 millones de desplazados y 900.000 muertos, según el cómputo más bien benigno de la Brown University de Estados Unidos (‘Cost of War’).”[5]
Podríamos incluir muchas más fechorías en este currículum para la paz, como la organización de golpes militares sangrientos en América Latina o el respaldo al régimen sionista de Israel para aplastar al pueblo palestino. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver, dice la sabiduría popular.
Además, resulta que según los dirigentes de Podemos, ERC, EH Bildu o el BNG, los “medios de comunicación deben dejar de lado todo lenguaje beligerante para ayudar a alcanzar la paz”. Son los mismos medios que difunden una machacona propaganda de guerra a todas horas, y llenan sus espacios con declaraciones contra la amenaza totalitaria de los rusos —ayudados por los también malvados chinos—, que destruyen nuestro estilo de vida, socavan la “democracia” y esa supuesta legislación internacional que defiende los derechos humanos. Suponemos que esta amenaza a la civilización occidental no incluye a los 96,5 millones de personas en riesgo de pobreza tan solo en la UE[6], o a los millones de seres humanos considerados ilegales[7] que, por decenas de miles, mueren intentando alcanzar los países del llamado primer mundo o son hacinados en campos de concentración en las condiciones más inhumanas y humillantes que pueden imaginarse.
El caso es que esta campaña de ataques contra el pueblo ruso, víctima también del régimen capitalista e imperialista de Putin, nos resulta familiar. Exculpando al imperialismo norteamericano y europeo de cualquier responsabilidad en esta guerra, ¡Moscú atacó primero!, pretenden inocularnos el veneno del chovinismo. Es la misma calumnia que vertieron contra el pueblo árabe y la comunidad musulmana para embarcarnos en otro famoso “conflicto entre civilizaciones”[8]. En aquel momento, los gobiernos encargados de “extender la democracia” en Oriente Medio, como hoy en Europa del Este, decidieron que la mejor forma de hacerlo era bombardeando al pueblo iraquí, afgano o sirio, y para justificar la intervención fabricaron pruebas falsas sobre armas de destrucción masiva y muchas otras cuestiones que se repitieron desde la mañana a la noche en los medios de comunicación de masas..
Rosa Luxemburgo advertía contra esta trampa: “cada vez que los políticos burgueses levantaron la bandera del europeísmo, de la unión de los Estados europeos, lo hicieron con el objetivo explícito o implícito de dirigirla contra el ‘peligro amarillo’, el ‘continente negro’, contra las ‘razas inferiores’, en síntesis, siempre fue un aborto imperialista (…) la piedra angular del socialismo en el sentido marxista no es la solidaridad europea, sino la solidaridad internacional, que incluye a todos los continentes, las razas y las nacionalidades….”[9]
El militarismo domina y se traga el mundo[10]
Todas las potencias capitalistas sin excepción —incluyendo al imperialismo chino y ruso— se preparan, y de qué manera, para nuevas guerras. En 2020 “el gasto militar mundial fue de 1,9 billones de dólares, un 2,6% mayor que en 2019 y un 9,3% mayor que en 2011. La carga militar mundial —gasto militar en proporción al PIB mundial— aumentó un 0,2% en 2020, hasta el 2,4%”.[11]
La UE no quiere quedar rezagada: su presupuesto militar alcanzó un máximo histórico en 2020 con 198.000 millones euros, un incremento del 5% con respecto a 2019, que ya supuso otro récord.[12] Sin embargo, todavía no tienen armas suficientes. El Gobierno alemán presidido por un socialdemócrata, acaba de anunciar una inversión de 100.000 millones de euros para modernizar sus Fuerzas Armadas y se ha comprometido a dedicar el 2% del PIB a Defensa, tal y como le exigían la OTAN y el Departamento de Estado desde Washington.
Este maná de millones que sale de las arcas públicas y va directo a los bolsillos de los fabricantes de armas —esa industria siniestra que celebra el estallido de cada nueva guerra—, en el momento en que la sanidad, la educación, las pensiones públicas o los salarios no cesan de recortarse y menguar, nos lleva a preguntar a los firmantes del manifiesto: ¿dónde están los gobiernos que protegerán el estado de bienestar y garantizarán los derechos sociales para todos los ciudadanos reduciendo la desigualdad?
Honestamente hay que reconocer que la austeridad no es una agenda exclusiva de la derecha: si tomamos la política de la coalición de gobierno PSOE-UP desde los hechos y no de la propaganda, las cosas se aclaran. Un ejemplo concreto. Mientras la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales denuncia el entramado burocrático, innecesario y cruel que impide a cientos de miles de familias acceder a las escasas ayudas sociales[13], el consejo de ministros de Pedro Sánchez no sólo ha dejado intacta la herencia bélica del PP, sino que aumentará el gasto militar hasta el 2% del PIB (en los últimos cinco años ya se incrementó “un 20%, llegando a los 12.293 millones de euros en 2021”[14]).
Pedro Sánchez ha celebrado entusiastamente que Madrid haya sido sede de la Cumbre de la OTAN. Alineado sin complejos con la política exterior de Washington, el Gobierno español —en el que participa Unidas Podemos—permite además que la industria militar española surta los arsenales de Arabia Saudí en su guerra contra el pueblo yemení, y otro tanto con dictaduras como la marroquí.
En Ucrania ha entregado al régimen de Zelenski abundante munición, equipos de protección individual y armas ligeras (lanzagranadas o ametralladoras) y ultima el envío a Kiev de armamento pesado además de ofrecerse a instruir a sus militares. Sánchez ha declarado que reforzará su aportación al despliegue de la OTAN en el este de Europa con más efectivos en Letonia, donde actualmente tiene 500 militares. Pero tampoco es suficiente. Margarita Robles acaba de pedir 3.000 millones de euros extras para el presupuesto del Ministerio de Defensa, casi un 25% más respecto al gasto del año pasado.
Más allá de la sumisión del Gobierno español a la estrategia otanista, lo fundamental es que la Cumbre de Madrid dio un paso adelante con la aprobación del Concepto Estratégico de la Alianza Atlántica. El documento, que todas las naciones integrantes han firmado, no deja lugar a dudas de cuál es el enemigo a batir: “Las ambiciones declaradas y las políticas coercitivas de la República Popular China (RPC) ponen en peligro nuestros intereses, nuestra seguridad y nuestros valores. La RPC emplea una amplia gama de instrumentos políticos, económicos y militares para ampliar su presencia en el mundo y proyectar poder, al tiempo que mantiene la opacidad sobre su estrategia, sus intenciones y su rearme militar (…) La RPC aspira a controlar sectores tecnológicos e industriales clave, infraestructuras esenciales y materiales y cadenas de suministro estratégicos. Utiliza su ventaja económica para crear dependencias estratégicas y aumentar su influencia”.
El capitalismo occidental es plenamente consciente de su debilidad y de la falta de apoyo entre la población de sus países, y por eso refuerza su aparato militar y represivo. No oculta sus intenciones. A pesar de su retórica y su hipocresía, el panorama que la declaración de la OTAN dibuja es cristalino: vamos de cabeza a un enfrentamiento global entre las dos grandes potencias imperialistas que incrementará la destrucción, las muertes y el sufrimiento a lo largo y ancho del planeta.
Es difícil, por tanto, no pensar que las peticiones del Manifiesto, llenas de diplomacia respetuosa hacia los responsables de la guerra en Ucrania, no tiene otra motivación que desviar la atención del asunto central: Cuáles son las causas y el carácter de esta guerra, y cuáles los medios para pararla a favor de los intereses de los trabajadores ucranianos, rusos y de todo el mundo.
El pacifismo como servidor del imperialismo
El discurso pacifista sostenido en el Manifiesto es una utopía y, además, reaccionaria. Sus propuestas para acabar con el conflicto ucraniano tienen un efecto “narcotizante” sobre la conciencia de la clase obrera y alimentan su pasividad: “El resultado es que, en vez de poner al descubierto en toda su profundidad las más hondas contradicciones de la fase actual del capitalismo, se disimulan y ocultan; el resultado es reformismo burgués en lugar de marxismo.”[15]
La experiencia del que fue un buque insignia del pacifismo europeo, Los Verdes alemanes, es muy ilustrativa para comprobar como los hechos desmienten cruelmente los discursos y los deseos. Las sonoras apelaciones a la paz, habituales en boca de los dirigentes “ecologistas” alemanes, se han convertido invariablemente en un desaforado entusiasmo bélico cuando han participado en el gobierno. El ejemplo de su histórico dirigente Joschka Fischer y su apoyo incondicional a los bombardeos sobre Yugoslavia en 1999 cuando ejercía de Ministro de Exteriores no fue más que el principio.
En la actualidad también están en el gobierno con el SPD y los liberales ocupando dos carteras: el Ministerio de Relaciones Exteriores, en manos de Annalena Baerbock, y el Ministerio de Economía y Protección del Clima, dirigido por Robert Habeck, quien además es Vicecanciller. A pesar de que Los Verdes incluyen en sus programas la prohibición expresa de exportar armas a zonas de guerra, ambos se han destacado por su apoyo entusiasta al régimen de Zelenski y al envío de armas, y no han dudado en votar el mayor programa de rearme alemán desde la Segunda Guerra Mundial.
Así relata un sorprendido periodista las posiciones de la ministra que, además de ecologista, se presenta como una feminista radical: “Baerbock pronunció palabras inusuales, especialmente viniendo de una ministra de Exteriores del partido de Los Verdes, de tradición pacifista. Habló reiteradamente de una ‘capacidad de defensa’ que garantice la seguridad. Afirmó que la guerra de Ucrania muestra, ‘una vez más, que la seguridad depende de la OTAN’, y que Alemania está dispuesta a asumir más responsabilidad en ese marco. Eso implica, a su juicio, mayores gastos de defensa, como los anunciados por Scholz, que se propone destinar 100.000 millones de euros a la Bundeswehr. Pero también se refleja en la planeada compra de aviones de combate estadounidenses F-35, que pueden portar armas atómicas. La disuasión nuclear de la OTAN debe seguir siendo creíble, indicó Baerbock, y la alianza debe reforzar su presencia en los países especialmente amenazados de su flanco oriental.”[16]
Marx dijo que la historia se repite unas veces como tragedia y otras como farsa. Que cada cual decida la forma en la que lo hace en esta ocasión, pero lo que no se podrá poner en duda es que el discurso de los pacifistas franceses, resumido por Trotsky hace un siglo, es calcado al de los verdes alemanes en la actualidad: “ (…) ‘Estábamos en contra de la guerra, nuestros diputados, nuestros ministros, estábamos todos en contra de la guerra’ claman los pequeñoburgueses franceses: ‘Por ende, resulta que la guerra fue forzada contra nuestra voluntad, y para cumplir nuestros ideales pacifistas debemos seguir la guerra hasta un final victorioso’. (…) Y así fue como el pacifismo tuvo su parte asignada en el mecanismo de la guerra, así como lo tuvo el gas venenoso y la pila incesantemente creciente de préstamos de guerra.”[17]
Calificar de agentes del imperialismo occidental a los dirigentes de Los Verdes no es un insulto gratuito sino una descripción científica. El viaje del vicecanciller y ministro de economía Robert Habeck este mes de marzo a Qatar es inapelable. Según todos los participantes, incluidos los portavoces de la representación empresarial que lo acompañó —Thyssenkrupp, Bayer, Siemens…—, fue todo un éxito. La buena sintonía con el emir de Qatar, Tamin bin Hamad Al Thani, permitió la firma de acuerdos por miles de millones de euros con este emirato que posee la tercera mayor reserva de gas natural del mundo, y destaca por su completo desprecio a los derechos democráticos.
En su crónica sobre el viaje, nuevamente un periodista no puede disimular su impresión por el comportamiento de estos pacifistas: “Pero Qatar, por ejemplo, es criticado por su política de derechos humanos y sus malas condiciones laborales. ¿El gas de un país agresor, como Rusia, va a ser sustituido por el de un emirato autocrático? ¿Y esto es promovido por un político verde? Ciertamente, Habeck aseguró, tras la reunión con los representantes del Gobierno qatarí, haber aludido a ‘las malas condiciones de los miles de trabajadores extranjeros que hay aquí, y nadie abandonó la sala’ (…)”[18].
Así es la naturaleza hipócrita de la democracia occidental, cuyos portavoces se permiten dar lecciones morales a la opinión pública mundial. Resulta que para Los Verdes y otros “pacifistas” de su misma ralea, el régimen qatarí, responsable de desapariciones forzosas de periodistas y activistas sindicales, de someter a su fuerza laboral a condiciones de semiesclavitud, de una brutal opresión de la mujer, es mucho mejor que Putin y, por tanto, sí se puede llegar a acuerdos satisfactorios con él.[19]
Si dos meses antes de la visita de la delegación alemana, el 31 de enero de 2022, fue el emir qatarí quien viajó a la Casa Blanca, donde Joe Biden declaró a “Qatar como uno de sus mayores aliados fuera de la esfera de la OTAN”… el 16 de mayo, Hamad al Thani visitó oficialmente el reino de España para entrevistarse con el rey, con Pedro Sánchez y con el presidente de Iberdrola. La cita de Madrid fue igual de fructífera.
En definitiva, diferentes gobiernos a lo largo de todo el mundo integrados por partidos de todos los colores —demócratas estadounidenses, verdes, liberales y socialdemócratas alemanes, conservadores británicos o el “Gobierno más progresista” de la historia en el Estado español— mantienen sin complejos las relaciones económicas y políticas más estrechas con todo tipo de dictaduras y regímenes sangrientos. Su amor a la democracia y a la “paz” es de geometría variable cómo se ve.
Guerras reaccionarias y guerras revolucionarias
Necesitamos respuestas concretas para no errar al señalar a nuestros enemigos ni al elegir aliados. Sin embargo, esta cuestión central es completamente ignorada en el Manifiesto. En el texto se describe a Zelenski como un defensor de la neutralidad, lo que es una impostura irritante[20], pero conceptos como imperialismo y todo lo que tenga que ver con la movilización de la clase obrera contra la guerra están llamativamente ausentes. En definitiva, el Manifiesto carece de todo aquello que permite entender la naturaleza del conflicto.
Los representantes políticos de la nueva izquierda huyen como de la peste cuando se trata de denunciar los intereses de la burguesía y se suman a la ceremonia de la confusión. Reproduciendo los viejos eslóganes pacifistas y las mismas estériles apelaciones a las “soluciones negociadas” que los dirigentes de la Segunda Internacional desplegaron durante la Gran Guerra, su abandono de una posición de clase, internacionalista, antimilitarista y antimperialista es total.
Lenin insistía en el gran error que supone para los revolucionarios posicionarse en un conflicto militar atendiendo solo a quién disparó primero, sin observar seriamente los intereses de clase representados por cada contendiente. Muchos y muchas de las que ahora ocupan sillones gubernamentales y en la alta administración estatal de algunos países europeos, y que no hace tanto tiempo se presentaban públicamente como activistas anti OTAN, se suman hoy al coro de la propaganda occidental y responsabilizan exclusivamente a Putin del actual escenario, cuidándose mucho de descifrar los objetivos reales que la Alianza Atlántica persigue.
Pero hay que tener una mirada larga de la historia si queremos entender el presente y preparar el futuro. El acta fundacional de la OTAN, firmada en Washington el 4 de abril de 1949 por Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido y Portugal, declaraba que “las partes de este Tratado reafirman su fe en los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas y su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y todos los Gobiernos (…) salvar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, basados en los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley”.
Veamos como el país que la promovió, los Estados Unidos de América, ha cumplido con sus propósitos. Desde que fue fundada, el imperialismo estadounidense ha bombardeado, intervenido militarmente, dado golpes de Estado y planificado la matanza de millones de personas en los siguientes países:
Corea y China 1950-1953
Guatemala 1954
Indonesia 1958
Cuba 1959-1961
Guatemala 1960
Congo 1964
Laos 1964-1973
Vietnam 1961-1973
Camboya 1969-1970
Guatemala 1967-1969
Granada 1983
Líbano 1983, 1984
Libia 1986
El Salvador 1980
Nicaragua 1980
Irán 1987
Panamá 1989
Irak 1991
Kuwait 1991
Somalia 1993
Bosnia 1994, 1995
Sudán 1998
Afganistán 1998
Yugoslavia 1999
Yemen 2002
Irak 1991-2003
Irak 2003-2015
Afganistán 2001-2015
Pakistán 2007-2015
Somalia 2007-2008, 2011
Yemen 2009, 2011
Libia 2011, 2015
Siria 2014-2016
La única paz que conocen los imperialistas es la que reina en los cementerios. Pero si el balance de las intervenciones militares y golpistas del imperialismo estadounidense es conocido, su responsabilidad en el desarrollo de la guerra en Ucrania es tan evidente que da cierto sonrojo tener que volver a recordarla.
Los aliados de EEUU, empezando por la UE y siguiendo con la socialdemocracia internacional, se encogen de hombros cuando se les recuerda que la OTAN se amplió entre 1999 y 2009 a Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Croacia y Albania. Es decir, estos campeones de la “democracia y la paz”, “del Estado de derecho”, “de la diplomacia”, han intentado debilitar al máximo la capacidad defensiva del Estado ruso, que se encontró rodeado por un cerco hostil sin precedentes. Los planes para continuar esta expansión militar, incorporando a Ucrania a la OTAN y cercando aún más a Rusia, es responsabilidad directa de Washington. ¿Cómo reaccionaría EEUU si Rusia o China establecieran acuerdos militares y dispusieran de bases militares o armamento nuclear en México o Canadá?
Desde la perspectiva del marxismo, violencia, guerra y capitalismo son sinónimos. Proponer que la paz sea organizada por los mismos bandidos imperialistas que han empujado a la guerra en Ucrania no solo es vender humo, empuja la conciencia de la clase trabajadora hacía atrás.
El hecho es que los capitalistas nunca han rechazado la violencia y recurren a ella constantemente. Lo que si exigen e imponen, sin importar el coste humano que pueda implicar, es su monopolio. Y no nos referimos solo al ejército, sino a todo tipo de cuerpos de hombres armados en defensa de su propiedad y “sus aditamentos materiales, las cárceles y las instituciones”[21].
Por eso mismo los marxistas no nos declaramos en contra de todo tipo de violencia como hacen los pacifistas y los pseudo-izquierdistas amigos de la OTAN. Hace mucho tiempo que Engels recordaba a un coetáneo: “la violencia desempeña también otro papel en la historia, un papel revolucionario; que, en palabras de Marx, es la comadrona de toda vieja sociedad que anda grávida de otra nueva.”[22] Los revolucionarios, a diferencia de los pacifistas pequeñoburgueses, defendemos el derecho de los oprimidos a tomar las armas contra sus opresores, y nunca, bajo ninguna circunstancia, equiparamos la violencia ejercida por los explotadores con la de los explotados que luchan por liberarse de sus cadenas.
Reivindicamos a los trabajadores españoles cuando, tras el golpe militar del 18 de julio de 1936, declararon la guerra al fascismo e iniciaron una revolución socialista solo comparable a la de 1917 en Rusia. Lo mismo pensamos respecto a la resistencia antifascista en la Europa ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, la lucha heroica del Ejército Rojo contra los ejércitos hitlerianos, la guerra revolucionaria de los campesinos chinos contra la ocupación japonesa y los tropas de Chiang Kai-shek, o la que libraron los pueblos de Cuba y Vietnam contra el imperialismo norteamericano.
Sin embargo, la guerra en Ucrania no mantiene similitudes con ninguno de estos ejemplos históricos. Obviamente, ningún comunista que realmente lo sea puede apoyar el chovinismo gran ruso de Putin[23]. El sentimiento nacional ucraniano no es ninguna invención. Los derechos democrático-nacionales de Ucrania han sido aplastados a lo largo de la historia por diversas potencias imperialistas —destacando el despotismo zarista—, y por la burocracia estalinista que revivió el chovinismo centralizador gran ruso abandonando la política de Lenin. Los marxistas apoyamos incondicionalmente el derecho del pueblo ucraniano a conformar una nación independiente, y añadimos: liberada de la opresión de los bloques imperialistas y de la dictadura de su oligarquía capitalista. Luchamos, por tanto, por una Ucrania independiente y socialista.[24]
El enfoque formalista es un método ajeno al marxismo. Por sí solo, el carácter reaccionario del régimen capitalista ruso no convierte en progresistas a sus adversarios. Es algo tan evidente que la llamada “resistencia” ucraniana está dirigida por elementos fascistas y nacionalistas supremacistas, y que han sido integrados de forma tan masiva en los cuerpos armados estatales desde 2014, que incluso medios de comunicación occidentales como The New York Times han tenido que reconocerlo abiertamente.
Estos neonazis, que adornan sus uniformes con símbolos de las SA y las SS, tienen en su haber quemar vivos a sindicalistas y asesinar a miles de ciudadanos de origen ruso en el Donbás. Por si esto no fuera suficiente para declararlos enemigos de toda la clase obrera sin importar su nacionalidad, son el brazo militar del imperialismo estadounidense en la región. Washington presume sin pudor de cómo financia, arma, instruye y comparte inteligencia[25] con esta “resistencia” ucraniana.
¿Qué tiene esto que ver con la revolución liderada por Mao, Fidel Castro y el Che en Cuba, o la derrota del imperialismo norteamericano en Vietnam? Zelensky no pretende acabar con el capitalismo como hizo el pueblo chino, ni mucho menos derrotar al representante más poderoso del gran capital como hicieron los campesinos vietnamitas. Zelensky, al igual que Putin, inmola a miles de compatriotas en un conflicto militar con objetivos reaccionarios.
Si buscamos un paralelismo histórico de la guerra en Ucrania, el más adecuado sería la Primera Guerra Mundial. Nada más estallar, Lenin respondió a la pregunta de si la victoria de algún bando beneficiaría al conjunto de los oprimidos: “En la situación actual es imposible determinar, desde el punto de vista del proletariado internacional, la derrota de cuál de los dos grupos de naciones beligerantes constituiría el mal menor para el socialismo.”[26]
Nuestra postura escandalizará a muchos. Esa nueva/vieja izquierda que construye un “proyecto de país” más allá de las ideologías partidarias, nos acusará por no defender el envío de armas a Ucrania. Es lo lógico, pues en palabras de la Vicepresidenta Yolanda Díaz, la invasión rusa “es una agresión absolutamente ilegítima que vulnera el Derecho Internacional” y “los pueblos tienen derecho a la legítima defensa”. También piensa así el Ministro Alberto Garzón. Que lástima que olviden la expansión militarista de la OTAN en el Este de Europa a lo largo de estas tres décadas, y que el criterio que esgrimen para Ucrania no lo apliquen para el pueblo palestino y el saharaui. Y que llamativo también que Yolanda Díaz opine que Pedro Sánchez, como “presidente del Gobierno, no hace otra cosa más que defender la paz y comprometerse con la gravedad de una guerra a las puertas de Europa como jamás creímos tener que vivir en pleno siglo XXI”[27]. El mismo Pedro Sánchez que preside orgullosamente la Cumbre de la OTAN en Madrid y apoya servilmente los planes de Washington.
También los herederos del estalinismo nos denunciarán por no defender a Rusia ya que, desde su punto de vista, Putin está “conteniendo al imperialismo occidental”, sin considerar que su régimen defiende los intereses y objetivos expansionistas de la oligarquía capitalista rusa. Y otras organizaciones, que no se sabe muy bien por qué se declaran anticapitalistas e incluso trotskistas, lo harán porque no apoyamos decididamente la supuesta “guerra de liberación nacional” que, en su opinión, libran las tropas de Zelenski.
Pero la realidad siempre es concreta: ¿Dónde están los batallones populares reclutados entre la población para defender la independencia de Ucrania? No han podido mostrar ninguna imagen que pueda aproximarse a algo así en los seis meses que dura la guerra. Pero lo que si se publica en la prensa occidental, y esto a pesar de la férrea censura que sufrimos, es que el gobierno ucraniano tiene que recurrir a leyes cada día más duras para sancionar la salida de sus ciudadanos en edad de combatir, porque el éxodo está siendo masivo.
Asistimos, por tanto, a un torrente de análisis cada cual más errado y alejado de una caracterización de clase que situé este conflicto en el marco de la lucha entre las grandes potencias por la supremacía mundial, el control de áreas geoestratégicas, materias primas, rutas comerciales, tecnología y cadenas de suministros…
Una victoria de la OTAN, de EEUU, de la Unión Europea y Zelensky no liberará al pueblo ucraniano de esta brutal destrucción bélica. En todo caso consolidará el poder de la burguesía ucraniana pro occidental, que actúa como lacaya de Washington, y que no dudará en promover una persecución implacable contra la izquierda, que aplastará los derechos de los trabajadores profundizando la legislación antisindical ya en marcha, que abrirá la economía a nuevas privatizaciones y convertirá el nacionalismo supremacista en religión de Estado. La población ruso-hablante se verá a merced de la garrota pogromista del Batallón Azov y otras organizaciones fascistas.
Si por el contrario quien se alza con el triunfo es Putin y su gran aliado chino, las cosas no serán mejores. ¿O podríamos pensar que las banderas rojas con la hoz y el martillo que llevan muchos tanques rusos, manipulando la lucha antifascista del Ejército Rojo, significarán el triunfo del comunismo en el Donbás?[28]
Putin es la cabeza visible de un capitalismo monopolista de Estado construido sobre la descomposición del PCUS y el estalinismo. Un proceso que ahora se vuelve a celebrar por parte de los dirigentes occidentales cuando elogian la figura del difunto Mijaíl Gorbachov. Pero Gorbachov, como Yeltsin, Putin y la burocracia que dominaba el PCUS fueron responsables de la destrucción de la URSS y del colapso de las condiciones de vida de millones de ciudadanos soviéticos, de la liquidación de la economía planificada y del saqueo brutal de la propiedad pública nacionalizada. Ellos se transformaron en la nueva oligarquía burguesa aprovechando sus posiciones dirigentes en el aparato estatal, y después de tres décadas, apoyándose en el poderoso conglomerado industrial-militar ruso, pretenden ocupar un papel preponderante en la escena internacional y reconstruir las esferas de influencia tradicionales de la Rusia imperialista.
Evidentemente la anexión del Donbás por parte de Rusia y el triunfo en la guerra del ejército ruso, supondría un golpe del que EEUU no se podría reponer fácilmente. Pero sacar la conclusión de que este resultado traería el crecimiento de la igualdad económica para el pueblo ucraniano y ruso, el fin de las privatizaciones y de la legislación antiobrera, o la contención del nacionalismo chovinista gran ruso (que tan buena sintonía mantiene con la ultraderecha mundial), es situarse al margen de la realidad. La lucha interimperialista no dejaría de recrudecerse en los años siguientes, preparando nuevas guerras y conflictos sangrientos.
Ambos bandos imperialistas carecen de objetivos progresistas, es decir, son igualmente reaccionarios, pero necesitan esconder sus inconfesables propósitos tras falsas banderas. Tampoco es nada nuevo. “Para embaucar al proletariado y distraer su atención (…) la burguesía de cada país se esfuerza, con frases mendaces acerca del patriotismo, por enaltecer el significado de ‘su’ guerra nacional y por asegurar que aspira a vencer al adversario no en aras del saqueo y las conquistas territoriales, sino en aras de la ‘emancipación’ de todos los demás pueblos…”[29]
La política es economía concentrada
En su obra sobre el imperialismo, Lenin destacó que era “inconcebible un reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que no sea por la fuerza de quienes participan en él, la fuerza económica, financiera, militar, etc.” [30] Las frívolas informaciones sobre una enfermedad de Putin o la senilidad de Biden para explicar esta coyuntura, al igual que interpretar el trumpismo como un fenómeno pasajero encabezado por un bufón, no son más que distracciones para desviar la atención del punto central. Por más despreciables o ridículos que resulten estos personajes, la cuestión es que no son más que la cara visible de las decisiones de los capitalistas más poderosos.
Los marxistas utilizamos un método de análisis opuesto al que se plantea en el Manifiesto de la nueva izquierda. No describimos el funcionamiento de la sociedad partiendo de bienintencionados deseos o brillantes ocurrencias subjetivas, para luego obligar a la realidad a encajar en un esquema artificial. Estudiamos el mundo tal y como es, partiendo de “un análisis completo del fenómeno social concreto en su desarrollo”, permitiendo “que lo exterior y aparente sea reducido a las fuerzas motrices esenciales, al desarrollo de las fuerzas productivas y a la lucha de clases”[31]. Apostamos por una visión dinámica, capaz de aproximarse a todos los giros de la realidad cambiante, y apartamos la paja ideológica con la que nos bombardea la clase dominante para quedarnos con el grano de los hechos.
“La profecía milagrosa no es más que una fábula, pero la profecía científica es un hecho”, reivindicaba Lenin al recordar como Engels anticipó el estallido de la Primera Guerra Mundial aplicando este método: “Y ésta será una guerra mundial de escala y ferocidad sin precedente. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, al hacerlo, devastarán toda Europa, hasta tal punto como nunca lo han hecho las nubes de langosta. La devastación causada por la Guerra de los Treinta Años, comprimida en un plazo de tres o cuatro años y extendida a todo el continente…”[32]
Los marxistas no esperamos que los capitalistas hagan la política más razonable para la humanidad, sino la más beneficiosa para sus intereses. La agenda de Biden y Zelenski o de Xi Jinpin y Putin no puede explicarse por su particular maldad o demencia, sino por la pugna de los intereses contradictorios entre las clases dominantes que se enfrentan por el control del mundo. Y la política es economía concentrada, porque “cuando las tareas, intereses y procesos económicos adquieren un carácter consciente y generalizado (es decir, ‘concentrado’), entran, en virtud de este mismo hecho, en la esfera de la política, y constituyen su esencia.”[33]
Es cierto que Hitler seguramente estaba corroído por complejos físicos de todo tipo y tendencias sicópatas como algunos estudios afirman, pero no llegó hasta donde llegó por esos aspectos de su personalidad, sino porque su programa, el del fascismo, era lo que los capitalistas alemanes necesitaban para aplastar a la clase obrera: “El 20 de febrero de 1933, Krupp, junto a una veintena de empresarios, se reunió con el recién elegido canciller. Hitler les ofreció un trato: a cambio de que le financiaran la campaña electoral para las próximas elecciones, este se comprometía a suprimir los sindicatos, neutralizar la amenaza comunista y acabar con el sistema parlamentario en Alemania. Además, insinuó sus planes expansionistas y los beneficios que reportarían. La mayoría estuvo de acuerdo. Krupp, que en esos momentos era el presidente de la Asociación de Industriales Alemanes, fue el más generoso: donó un millón de marcos a la causa. Hitler no lo olvidaría. El 5 de marzo de 1933, el canciller ganó las elecciones y, tras eliminar a sus adversarios políticos, se hizo con poderes dictatoriales. Una de las primeras medidas que tomó fue poner en marcha un ambicioso programa de rearme. Y para ello, acudió a Krupp.”[34]
Rechazamos la filosofía del Manifiesto porque nos presenta la apuesta de los gobiernos por la paz o la guerra como una elección libre al margen de los intereses en disputa. Esta visión de los políticos profesionales como hombres o mujeres capaces de cambiar la realidad gracias a su voluntad, y al margen de los procesos materiales objetivos, es una proyección típica del individualismo pequeño burgués.
Por supuesto, el marxismo no niega el papel del individuo. Las grandes personalidades pueden jugar un papel decisivo siempre y cuando conecten con las necesidades del desarrollo social. Pero son las clases sociales las que albergan la fuerza para determinar el rumbo de la historia. La paz y la guerra no dependen de la voluntad de un individuo o de varios. Responden a las contradicciones insuperables de la sociedad capitalista.
El discurso del pacifismo pequeño burgués no tiene absolutamente nada de original. Durante la Primera Guerra Mundial, Karl Kautsky se mostró como el mejor apologista del mismo, y fue rebatido con argumentos, hechos y cifras por muchos marxistas de la época, desde Lenin a Rosa Luxemburgo.
Kautsky planteaba hace un siglo que se podía separar la política del imperialismo de su economía, es decir, que era posible un capitalismo “no monopolista, no violento y no anexionista”[35]. El paralelismo es tan evidente que podemos citar palabra por palabra la respuesta de sus coetáneos marxistas para señalar también a la nueva izquierda del siglo XXI: “Pues bien, cuando la lucha armada por los privilegios de gran potencia es ya un hecho, Kautsky [la nueva izquierda] se pone a convencer a los capitalistas y a la pequeña burguesía de que la guerra es algo terrible, mientras que el desarme es cosa buena; (…) no son, en realidad, más que intentos pequeñoburgueses de convencer a los financieros de que no hagan el mal.”[36]
Trotsky también llegó hasta el meollo del asunto en sus escritos de la Gran Guerra: “Teórica y políticamente, el pacifismo tiene la misma base que la doctrina de armonía social entre diferentes intereses de clase. La oposición entre estados nacionales capitalistas tiene la misma base económica que la lucha de clases. Si estamos listos para asumir la posibilidad de una reducción gradual de la lucha de clases, entonces debemos asumir la atenuación gradual y la regulación de los conflictos entre las naciones.”[37]
La guerra imperialista de Ucrania ha puesto en evidencia que el oportunismo y el “pragmatismo” en política son una receta para el desastre. Los dirigentes de la nueva izquierda reformista, acostumbrados a la creencia de que la masa “inconsciente” siempre tiene la culpa, mientras la élite “pensante” hace lo que pueden con semejante material humano, no han inventado nada. Lenin también lidió con la supuesta “falta de conciencia” de la clase obrera como argumento para justificar la complicidad de sus dirigentes con la carnicería imperialista:
“Kautsky trata de rebatir a sus adversarios de izquierdas atribuyéndoles la idea absurda de que, en respuesta a la guerra las masas deberían haber hecho la revolución ‘en 24 horas’ e implantado el ‘socialismo’ contra el imperialismo; en caso contrario, las ‘masas’ habrían dado pruebas de ‘falta de carácter’ y cometido una ‘traición’. Pero esto no es más que un dislate utilizado hasta ahora por los autores de zafios libelos burgueses y policíacos para rebatir a los ‘revolucionarios’, al que hoy recurre Kautsky muy ufano.
Los adversarios de izquierdas de Kautsky saben perfectamente que la revolución no se ‘hace’, que las revoluciones surgen de las crisis y los giros históricos que han madurado en función de leyes objetivas (independientes de los partidos y de las clases), que sin organización las masas no pueden tener una voluntad única y que la lucha contra una potente organización terrorista militar estatal centralizada es una empresa larga y difícil. (…) Las masas, traicionadas por sus dirigentes en el momento crítico, no podían hacer nada; pero ese ‘puñado’ de dirigentes tenía toda la posibilidad y el deber de votar contra los créditos de guerra, de oponerse a la ‘paz social’ y a la justificación de la guerra, de manifestarse a favor de la derrota de sus gobiernos, de crear un aparato internacional para hacer propaganda a favor de la confraternización en las trincheras, de organizar publicaciones clandestinas que preconizasen la necesidad de pasar a las acciones revolucionarias, etc.”[38]
¡Si quieres la paz, lucha por la revolución socialista!!
No podemos establecer una perspectiva cerrada del desarrollo de la guerra y sus consecuencias. “¿Durará mucho esta situación? ¿Hasta qué extremos se agravará? ¿Desembocará en una revolución? No lo sabemos ni nadie puede saberlo”. [39]
La guerra de Ucrania ha hecho aflorar nuevas y poderosas contradicciones que se desarrollan con rapidez. El factor político (la guerra) y el económico (la crisis) se retroalimentan rompiendo el equilibrio global en todos los planos. El sufrimiento acumulado crece cada día. La vida cotidiana se transforma en una lucha constante y agotadora: llegar a fin de mes, cumplir los ritmos laborales, conseguir atención médica, formarse académicamente, acceder a una vivienda… Nuestros jóvenes no ven un futuro que merezca tal nombre. Y, ahora, con la inflación devorando los salarios, con nuevos recortes en los derechos sociales y más austeridad para las familias trabajadoras, la lucha de clases está escalando país tras país y la conciencia sufre cambios bruscos.
En Europa—gran perdedora de este conflicto—, la polarización y el descrédito de la democracia burguesa corre paralelo a una sacudida económica y social que traerá cambios notables en la situación objetiva. Una oleada huelguística sin precedentes desde los años setenta del siglo pasado está golpeando ya a Gran Bretaña (el aliado más histérico de EEUU en la guerra ucraniana), y amenaza con extenderse a todo el continente (en Bélgica ya hay convocada huelga general para noviembre). Los estallidos revolucionarios no se darán en los eslabones más débiles de la cadena capitalista, los países centrales también se verán afectados por este tipo de acontecimientos.
Son muchas las cosas que ya podemos hacer armados con el programa de la revolución. En primer lugar, a diferencia del Manifiesto de la nueva izquierda, no nos dirigimos “a los gobiernos que arrastraron a los pueblos a la matanza, ni a los políticos burgueses responsables de estos gobiernos, ni a la burocracia sindical que apoya a la burguesía belicista”, nuestros esfuerzos se orientan a explicar a la clase obrera “que sus intereses son irreconciliables con los del capitalismo”, llamando a la movilización “contra el imperialismo” agitando sobre “la unidad de los obreros de todos los países”, prestando especial atención a dos sectores de la sociedad que han probado su actitud beligerante con el capitalismo “las mujeres y los jóvenes...”.[40]
Los capitalistas son plenamente conscientes de este momento histórico excepcional: el sistema que sustenta sus privilegios se tambalea y llegarán hasta donde sea necesario para evitar su derrumbe. Tras ellos desfilan obedientemente infinidad de individuos que se llaman a sí mismos “socialistas” y “progresistas”, resucitando la fallida idea de que un imperialismo más democrático y pacífico es posible.
Por nuestra parte, los comunistas que no renunciamos al marxismo, es decir, que somos revolucionarios, afirmamos que un capitalismo de rostro humano es inviable. Estamos convencidos de que la única alternativa a la perspectiva apocalíptica que se abre ante la humanidad es la transformación socialista de la sociedad. Nuestra posición no es fruto de la emoción sino de un análisis científico basado en el estudio de la historia de la lucha de clases que tanta sangre costó a los nuestros.
Karl Liebknecht, el revolucionario alemán asesinado por orden del gobierno socialdemócrata en enero de 1919 y que fue el primer diputado que se negó a votar los créditos de guerra en el Reichstag, insistía en que los “enemigos del pueblo están contando con el olvido de las masas”[41]. Nosotros no olvidamos.
Sostenemos que las posiciones desarrolladas por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo hace un siglo, siguen siendo hoy la mejor herramienta para enfrentarnos a la catástrofe que nos amenaza y combatir la propaganda ideológica de la clase dominante. Es más, procesos que fueron señalados con audacia por parte de estos teóricos del marxismo, y que se han desarrollado a una escala infinitamente superior (poder y concentración del capital financiero, la profunda interdependencia de todos los países atados a un mismo mercado mundial, el crecimiento numérico de la clase obrera, las recurrentes crisis de sobreproducción, etc…), sumados a las consecuencias del cambio climático que amenazan con destruir la vida en el planeta, hacen que su enfoque tenga aún más vigencia y vitalidad.
No esperamos resultados rápidos ni fáciles; los trabajadores y las trabajadoras sabemos por propia experiencia que progresar cuesta esfuerzo y perseverancia. Aun así, asimilando las victorias y las derrotas, aprendiendo de los errores, no tememos al futuro. Estamos decididos a cambiar el mundo y convencidos de la victoria del socialismo internacional.
[1] Manifiesto "Ucrania: ¡Paz ya!"
[2] Uno de los últimos informes de Oxfam considera que “Por cada nuevo multimillonario creado durante la pandemia, uno cada 30 horas, casi un millón de personas podrían verse empujadas a la pobreza extrema en 2022 casi al mismo ritmo (…) 573 personas se convirtieron en nuevos multimillonarios durante la pandemia (…) Esperamos que este año 263 millones de personas más caigan en la pobreza extrema, a razón de un millón de personas cada 33 horas.” También advierte que este verano pueden morir hasta 350.000 niños de hambre en África. Todos los organismos económicos consideran inevitable una reducción del crecimiento del PIB, una profundización de la inflación y muy probable una nueva recesión, así como una guerra larga.
[3] Tuit de El Pais. "Lo mínimo que podemos hacer es daros armas”, ha afirmado Borrell, mirando a Zelenski. “Necesitáis armas, armas, armas”
[4] Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional
[5] Hacia una quiebra en Rusia
[6] La pobreza y la exclusión en la Unión Europa
[7] Según el Banco Mundial por primera vez en la historia hay 100 millones de refugiados, es decir, 100 millones de personas desplazadas de sus hogares por la fuerza.
[8] Esta teoría formulada por el estadounidense Samuel Huntington en la revista Foreign Affairs en 1993 tras el colapso de la URSS, es periódicamente resucitada cuando el imperialismo occidental necesita justificar una nueva matanza ante la opinión pública. Tal fue el caso del presidente francés Sarkozy en 2007, que advertía al mundo sobre el inminente enfrentamiento entre el Islam y Occidente.
[9] Utopías pacifistas, 1911.
[10] Esta frase se inspira en el Antidhüring de Engels, en concreto en los capítulos titulados “Teoría de la violencia y el poder” donde afirma: “El militarismo domina y se traga Europa”.
[11] SIPRI YEARBOOK 2021. Armaments, Disarmament and International Security
[12] Sólo uno de cada tres países de la OTAN dedica el 2% de su PIB a Defensa que ahora promete Sánchez
[13] Ayudas Sociales: 900.000 beneficiarios frenta a un total de 3,3 millones de personas necesitadas y demasiada burocracia
[14] Sólo uno de cada tres países de la OTAN dedica el 2% de su PIB a Defensa que ahora promete Sánchez
[15] Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo.
[16] Una estrategia de seguridad para Alemania
[17] Trotsky, El pacifismo como servidor del imperialismo, 1917
[18] La febril búsqueda alemana de alternativas al gas ruso
[19] “Según una investigación de The Guardian, más de 6.000 trabajadores han muerto en estas obras [estadios de fútbol], sin que la comunidad internacional condene los hechos. El régimen de Al Thani también ejerce una persecución directa sobre el colectivo LGTBI. El Código Penal tipifica las relaciones homosexuales entre hombres como un delito punible y establece condenas de hasta siete años de prisión. Además, las mujeres están discriminadas en la ley y en la práctica, en tanto que su vida queda supeditada a la tutela del hombre.” Quién es el emir de Qatar, ¿héroe o villano?
[20] El 19 de marzo “Zelensky invocó la ley marcial para prohibir 11 partidos de oposición . Los partidos proscritos consistían en todo el espectro de izquierda, socialista o anti-OTAN en Ucrania. (…) Sin embargo, los partidos abiertamente fascistas y pronazis como el Cuerpo Nacional de Azov no fueron afectados por el decreto presidencial.”
(Zelensky’s Hardline Internal Purge)
[21] El estado y la revolución, Lenin.
[22] Antidhüring, Teoría de la violencia y el poder.
[23] Recordando la posición de Lenin antes y después de la toma del poder Trotsky escribe: “El Partido Bolchevique, no sin dificultad y sólo gradualmente bajo la constante presión de Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto de la cuestión ucraniana. El derecho a la autodeterminación, es decir a la separación, fue extendido igualmente por Lenin tanto para los polacos como para los ucranianos. El no reconocía naciones aristocráticas. Todo intento de evadir o posponer el problema de una nacionalidad oprimida lo consideraba expresión del chovinismo gran ruso.” Cita del artículo La cuestión ucraniana, 22 de abril de 1939.
[24] “Mientras dependa del poderío militar de los Estados imperialistas, la victoria de un bando u otro solo puede significar un nuevo desmembramiento y un vasallaje aún más brutal del pueblo ucraniano. El programa de independencia de Ucrania en la época del imperialismo está directa e indisolublemente ligado al programa de la revolución proletaria”. (León Trotsky, La cuestión ucraniana, 1939). Para un análisis más detallado de la cuestión nacional ucraniana se puede consultar el artículo de Miguel Campos, Lenin y la cuestión ucraniana. Lenin y la cuestión nacional ucraniana. Guerra, revolución y contrarrevolución
[26] La guerra y la socialdemocracia de Rusia, Lenin, octubre 1914.
[27] Yolanda Díaz apoya el envío de más armas a Ucrania: “Tienen derecho a legítima defensa”
[28] En el discurso que pronunció al pueblo ruso 48 horas antes de la intervención militar en Ucrania, Putin denunció a Lenin y los bolcheviques por el “crimen” de haber puesto en práctica, después de la revolución de Octubre de 1917, el derecho de autodeterminación y la independencia de Ucrania, favoreciendo su integración en pie de igualdad, con Rusia y otras naciones, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En este discurso, Putin demostró que es un chovinista gran ruso, un imperialista, un enemigo acérrimo del bolchevismo, un anticomunista feroz y, en todo caso, un continuador de la política represiva, centralizadora y rusificadora de Stalin.
[29] La guerra y la socialdemocracia de Rusia, Lenin, octubre 1914.
[30] El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin.
[31] Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional
[32] Cita de Engels contenida en el prólogo al folleto de Borkheim: En memoria de los ultrapatriotas alemanes, 1806-1807, diciembre de 1887. Citado por Lenin en su artículo Palabras proféticas.
[33] Trotsky, De un arañazo al peligro de gangrena, 24 de enero de 1940.
[34] Gustav Krupp y el acero de los nazis
[35] Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo.
[36] La bancarrota de la II Internacional, Lenin
[37] Trotsky, El pacifismo como servidor del imperialismo, 1917.
[38] Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional
[39] Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional
[40] León Trotsky, Manifiesto IV Internacional contra la guerra imperialista
[41] El enemigo principal está en casa, 1915.